Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Vivencia las palabras; una especie de misterioso bienestar derivado del propio pensamiento. Al fin ha llegado la gran ocasión, el momento esperado durante tanto tiempo.
Festeja haber sido el elegido. Uno entre centenares. Todos pretendiendo el honor de llevar a cabo la gran misión. Primero, participando del gran robo prodigiosamente preparado y ejecutado por los propios dirigentes. Luego, el largo viaje con la valija, transportando en su interior la maravillosa riqueza mineral, luminosa como un sol.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Es consciente que después de entregar la valija, sus mayores deseos se harán realidad: un nuevo poder; riquezas inimaginables; goce espiritual indescriptible; las más hermosas mujeres – incluso las que quisiera tener de acuerdo a sus necesidades o deseos –: para la cama, para el servicio personal, para charlas de carácter personal…
Mientras viaja en el Tube, cierra los ojos dejando que su imaginación se atreva a más. Las mujeres son su obsesión. Le gustan todas: altas y delgadas; bajas y rechonchas, morenas y blancas, de cabello rubio, negro, o enrojecido; con pecas o sin pecas; de culo grande o culo chico; lo mismo da; le agrada la mujer por la mujer misma; Dios se las ofrece a los hombres como objeto de placer, en premio a su consagración religiosa.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Abre los ojos. Sentado frente a él, un hombre lo observa. Siente la mirada del desconocido como una aplanadora. Mira a sus dos compañeros de ruta: a través de sus imperceptibles sonrisas, supone que ellos comparten su regocijo interior. Es conciente que la misión es demasiado riesgosa y extremadamente importante para uno sólo; por eso han impuesto esa especie de guardaespaldas; sabe que ante cualquier contingencia negativa, sus compañeros tratarán de entregar la valija, aplicando un plan secreto que él desconoce.
Antes de emprender la misión, los dirigentes le han dicho que extreme los cuidados; que el valioso robo ya ha sido denunciado a las autoridades. Pero no tiene temor. Por otra parte, carece del perfil de un sospechoso (todo ha sido minuciosamente preparado); incluso puede pasar por un perfecto caballero inglés: alto, de cuidadas facciones; ojos celestes de contacto, y traje tradicional oscuro, de impecable alpaca. Cree que su singular presencia, tal vez sea lo que concite la atención del hombre que continúa observándolo.
Es el momento de demostrar todo lo asimilado durante el largo aprendizaje: sostener la mirada; seguridad interior que deberá trasuntar el rostro, gestos firmes, movimientos naturales.
De todos modos, si el desconocido fuere policía, no podrá evitar el seguimiento de los hombres de Scotland Yard.
Pero el desconocido, luego de bajar la mirada, se pone de pie y avanza hacia la puerta de salida del vagón. Él lo sigue con el rabillo del ojo mientras siente el caño del silenciador de su propia arma, sobre el codo izquierdo.
"La valija debe ser entregada en el lugar prefijado, pero ante cualquier eventualidad de requisa, inmediatamente, sin dudar un sólo instante, se deberá aplicar el plan B".
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
La frase se libera desde algún recodo de su cerebro generando un imperceptible temblor en su cuerpo. Cierra los ojos invocando la protección divina. Dios, que es justo y todopoderoso, no permitirá que eso pase. Sabe que tendrá el paraíso prometido, los manjares exquisitos y las mujeres más hermosas, sólo a condición de entregar la valija en el punto preciso. Además, Ellos le habían prometido también que su familia sería recompensada con una importante suma de dinero para acabar con la miseria ancestral de los suyos.
Ve que el hombre de la mirada aplanadora desciende en la estación. Instintivamente, lo sigue con la vista hasta que se pierde entre el resto de los pasajeros.
Paraíso y goce. Goce y paraíso.
Tres estaciones más. Luego, la escalera. La avenida bulliciosa, el monumento a Nelson ¿O sería el de Lord Wesseley, el famoso duque de Wellington? ¡Estos ingleses mal paridos siempre han tenido suerte…! De no haber sido por Blücher, por una parte, y por las hemorroides por la otra, Napoleón los hubiera derrotado en Waterloo. Citas históricas de sus estudios secundarios. De nada habían servido. Nunca fueron suficientes para ingresar a la Universidad, otro de sus sueños postergados por la miseria crónica. Pero que importa ahora.
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