- Introducción
- Biografía
- Formación
- Actividad
- Proceso inquisitorial
- Final
- Obras
- Valoración
- Bibliografía
Estamos ante uno de esos personajes del pasado cuya falta de éxito en vida lo ha sumido, además de en el olvido intermitente, en una vastedad de oscuridades, conjeturas y tópicos sobre su persona y obra. No fue hasta unos cien años después de su muerte cuando los círculos literarios e intelectuales comenzaron a prestarle atención y, para entonces (S. XVIII), muchas de sus huellas biográficas y creativas se habían borrado o se ofrecían mutiladas al estudioso con la consiguiente dificultad de esclarecimiento.
Los primeros que se aventuraron en tarea tan delicada fueron los ilustrados López de Sedano, riojano y más fervoroso admirador suyo, y Vicente de los Ríos, que precedió la reimpresión de dos de sus obras (edición de Antonio de Sancha, Madrid, 1774) con un análisis del personaje, titulado Memorias. En ellas el cordobés daba noticias relevantes y de gran interés, pero también introducía algunos errores (fecha y lugar de nacimiento, profesión) y silencios (proceso de la Inquisición). Hubo que esperar otro siglo para que Antonio Cánovas del Castillo (1882) llenara esas lagunas, pero dejando otras incompletas y con el obstáculo añadido de la desaparición en ese lapso de tiempo de un importante caudal de obras (Disertaciones, Antiteatro) que habían manejado los dieciochistas. Así que en adelante se hicieron reseñas casi de oídas, transmitiéndose de unos a otros la misma información e idénticas inexactitudes y conjeturas, cada vez más estereotipadas y tópicas, y encasillándolo como poeta, al valorarlo casi exclusivamente por su obra de juventud, y muy vaporosamente como humanista, reproduciendo mecánicamente el diagnóstico del XVIII (tal es el caso de Menéndez Pelayo, Alonso Cortés o, mucho más recientemente, Del Campo Íñiguez, Cillero Ulecia y Hernáez Tobías).
Habrá que esperar al 400º aniversario de su nacimiento (1989) para que su perfil se nos aparezca con autenticidad. Los estímulos institucionales de la efemérides, en feliz coincidencia con una actividad iniciada años antes, determinaron que Julián Bravo Vega despejara entonces en su tesis doctoral tanta incógnita y error como acompañaban su vida y su obra, al menos en lo fundamental. Gracias a su rigor investigador, conformado de documentos y fuentes primigenias, en su mayoría vírgenes hasta su consulta, y no de hipótesis más o menos ocurrentes, ya sabemos por fin quién fue realmente, sus antecedentes familiares y su trayectoria vital. Y también cuál es su verdadera producción literaria pues, y esto constituyó un hito memorable, el tesón indagador de este profesor de Filología Hispánica de la Universidad de La Rioja logró dar con las dos piezas esenciales, perdidas desde el S. XVIII, para recomponer su rompecabezas creativo: el Códice de Cuenca con cartas autógrafas y las famosas Disertaciones Críticas. A partir de ese momento la figura de Esteban Manuel de Villegas quedó definitivamente trazada, emergiendo no sólo como poeta, sino también como filólogo y humanista, esto es, erudito y crítico, en suma, que en adelante su puesto en la Historia de la Literatura ocupará la casilla de Poeta doctus.
Situados ya afortunadamente en la senda científica, hay que resaltar también la excelente labor que viene realizando en los últimos años un equipo de profesores e investigadores de Filologías Clásicas e Hispánicas de la Universidad de La Rioja (Magaña Orúe, Fernández López y Sáenz Herrero, Díez Coronado y Pérez Pastor), revisando, reeditando y, en algún caso, estrenando su obra de forma progresiva y con el acompañamiento de un detalladísimo aparato crítico, como nunca antes se había hecho. De esta forma reemprenden, mejoran y completan análisis parciales de otros estudiosos (Baehr, Bocchetta, Cossío, García Calvo, Ynduráin, Lida de Malkiel, Navarro).
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