La visión de la muerte en el esperpento Las galas del difunto de Valle-Inclán
Enviado por José Cenizo Jiménez
Nuestro estudio se fija en una de las presencias más relevantes dentro del mundo personal del esperpento valleinclanesco, el de la muerte1, centrándonos en sus perfiles temáticos y estilísticos en uno de los tres esperpentos de Martes de carnaval, Las galas del difunto2, de Ramón María del Valle-Inclán. Con esta obra pretendió el autor formular -con técnica esperpéntica- una dura crítica contra el mito literario de Don Juan Tenorio y el donjuanismo español, a través sobre todo de la figura de Juanito Ventolera; contra el código absurdo del honor calderoniano, del que es víctima el boticario don Sócrates, y, sobre todo, contra el estado político-social de la España de 1.898 a 1.925-30, haciendo especial énfasis en la denuncia de la derrota en la guerra de Cuba y sus consecuencias para los españoles de a pie.
Su argumento gira en torno al personaje de Juanito Ventolera, un repatriado de «Cubita libre», que charla en la calle con la Daifa, una prostituta que escribe una carta a su padre solicitándole perdón (por quedar embarazada) y dinero para marcharse. éste, al recibirla, muere de un ataque «de honor», diríamos. Ventolera, a modo de Juan Tenorio grotesco, despoja el cadáver en el cementerio3. Después va a solicitar a la viuda el resto de las galas del difunto. Hecho esto, vuelve a ver a la Daifa, ante la que lee la carta que ella misma escribió, que estaba en el bolsillo del terno de su difunto padre ultrajado.
El tema de la muerte en Las galas del difunto gira en torno al fallecimiento repentino y grotesco del boticario don Sócrates Galindo y sus posteriores consecuencias (el robo o saqueo sacrílego de su tumba a cargo de Juanito Ventolera). Desde la escena primera, las prostitutas desean la muerte al boticario, con una incisiva maldición:
LA DAIFA: ¡Y tener que desearle la muerte para mejorar de conducta! LA BRUJA: ¡Si te vieras con capitales, era el ponerte de ama y dorarte de monedas, que el negocio lo puede! ¡Y no ser ingrata con una vida que te dio refugio en tu desgracia! LA DAIFA: ¡No habrá una peste negra que se lo lleve! LA BRUJA: Tú llámale por la muerte, que mucho puede el deseo, más si lo acompañas encendiéndole una vela a Patillas4.
El desencadenante de la mala vida de La Daifa es precisamente el haber quedado embarazada de Aureliano, que muere -según testimonio de Juanito Ventolera- en la guerra de Cuba. Se ve arrojada a la prostitución al quedar sola y ser rechazada por su padre, el boticario don Sócrates Galindo (que da «por muerta», por el deshonor, a su hija)5.
La escena segunda se centra en la muerte del boticario, que tiene alojado en su casa a Ventolera. Le da, dicen, una alferecía y su muerte es descrita en términos esperpénticos por Valle-Inclán. El boticario sí está tratado como un pelele, sí está visto por Valle «desde el aire», y con más impiedad que el resto de los personajes. Muere guiñolescamente, hasta el punto de que su viuda exclama ante el espectáculo: «… ¡San Dios, qué retablo!». Esta muerte provocaría cierta risa, por lo absurdo del caso. La risa sirve -como señalan Cardona y Zahareas (1982:32)- para hacer más soportable la pesadilla, el esperpento. La insistencia en lo macabro es un rasgo peculiar en la amplia obra de don Ramón: la muerte parece una obsesión de su escritura. En Las galas del difunto asistimos a una muerte (escena segunda) y al posterior robo del terno del finado (escenas tercera y cuarta). Una y otra acción parecen ridículas por lo innecesarias que resultan, ciertamente. Mucho pensaba Valle en los cuentos gallegos que oyó de niño o en las pinturas de Goya, o en sus reportajes de la guerra.
El esperpento es «esencialmente una deformación», en palabras de Pedro Salinas (1983:88), y como técnica se basa en el distanciamiento artístico o extrañamiento. Dice don Estrafalario en Los cuernos de don Friolera: «Mi estética es una superación del dolor y de la risa, como deben ser las conversaciones de los muertos, al contarse las historias de los vivos» 6. Y un poco más adelante: «Yo quisiera ver este mundo con la perspectiva de la otra ribera». Es decir, distanciamiento artístico de los personajes y sus vivencias. Sólo así se consigue hacer la crítica más feroz y eficaz, más ilustrativa y chocante, trastocando una realidad que ya está perversamente trastocada.
Las acotaciones cobran un importante valor esperpéntico cuando, como en la correspondiente a la muerte del boticario, se cargan de animalización, expresionismo, cubismo visual, pelelización, sentido cinematográfico, etc. Veamos en la escena segunda:
El boticario, con rosma de gato maniaco, se esconde la carta en el bolsillo… Cantan dos grillos en el fondo de sus botas nuevas… Reaparece bajo la cortinilla con los ojos parados de través, y toda la cara sobre el mismo lado, torcida con una mueca. La palabra se intuye por el gesto, el golpe de los pies por los ángulos de la zapateta. Es un instante donde las cosas se proyectan colmadas de mudez. Se explican plenamente con una angustiosa evidencia visual… El boticario se dobla como un fantoche 7.
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