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Integrando el espíritu al management de las organizaciones


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    Una invitación, a través de la experiencia propia, para abandonar las rigideces y abrazar el diálogo para potenciar la dimensión espiritual del SER humano, integrándola en las organizaciones como fuente de creatividad, innovación y mística organizacional.

    Siendo muy joven me preguntaba: ¿cuál será la razón por la cual aquel negocio vende más que ese otro, si incluso vende más caro?

    En ese entonces no tenía idea que esta inquietud se iba a incorporar a mí ser, haciéndose carne, convirtiéndose en obsesión o eso que algunos llaman vocación. Fueron muchos los años que han transcurrido y aún no puedo aventurar una respuesta. A lo sumo podría decir: porque hay algo que ese negocio hace que es recepcionado por sus clientes y lo terminan eligiendo.

    Si después de los años transitados, mi búsqueda se resumiera en una respuesta tan abierta, sin considerar al dueño del negocio, no me serviría de mucho. Aquí es donde, justamente, la búsqueda comienza a convertirse en una apasionante investigación de la integración (conciente o no) de los recursos individuales. No importa el tamaño del negocio, lo fundamental es el rescate del actor económico, del empresario, del profesional o del comerciante que lo impulsa.

    La administración, nació como una herramienta para eficientizar la operatoria de las incipientes organizaciones. Había mercado demandante, la competencia entre pares era escasa o inexistente, la oferta de mano de obra era abundante. El objetivo era, para maximizar las utilidades, gastar la menor cantidad de recursos posibles. Se diseñaban procedimientos y luego se controlaba cómo los mismos se ejecutaban. Así fue como el management comenzó a dar sus primeros pasos.

    Para ir entrando en tema, debo confesar que he sido un buen alumno. He incorporado las lecciones (mandatos sociales o culturales) recibidas, creyendo al pie de la letra que si hacía "eso" y "no aquello otro" mi vida sería estupenda. Por otro lado, sentía una voz interna que me impulsaba a encontrar mis propias respuestas utilizando el ancestral método de acierto y error. Invariablemente cuando intentaba esto último sentía el rechazo unánime, que se incrementaba cuando el resultado era el no esperado por mí y mucho menos por los otros. Todo era como estaba mandado.

    No sólo era rechazado por quienes sostenían (argumentándolas) sus posiciones, sino también por aquellos que simplemente las aceptaban como verdaderas, vaya uno a saber si por cómodos o por convicción. Cuando ya hemos aceptado algo como cierto es bastante molesto que venga alguien y lo cuestione. Con los años he asumido (después de mucha comprobación empírica personal) que somos capaces, entre otras cosas, de acostumbrarnos a estar mal. Siempre es posible encontrar abrigo en alguna excusa.

    He tenido la suerte de poder recorrer otros mercados y otras culturas y, si bien encontré diferencias, se mantenía una misma actitud desentendida hacia la reflexión. Pensé que en el Oriente, con un origen cultural tan distinto al Occidente, iba a poder encontrar (entre los empresarios) una mayor predisposición a considerar al recuso humano como protagonista principal del business show. Esto tampoco sucedió. Puede ser que el Oriente que yo visité, y en el que he trabajado, estuviera ya muy occidentalizado. También, llegué a pensar que todo era debido a una "rareza" personal.

    Cuando hablo de management incluyo a todo aquello relacionado con la dirección de las organizaciones, públicas y privadas, con y sin fines de lucro, grandes, medianas y pequeñas. Considero al management como una disciplina social y no como el conjunto de normativas que nos permite alcanzar "algo" determinado. Como todo hecho humano, mi acción, sea la que sea, no puede ser, siempre preestablecida. A lo sumo se pueden delinear ciertas pautas que faciliten la conducción de las organizaciones. Lo fundamental es que el actor o impulsor aparezca en su acción, que pueda sentirse (y reconocerse) en ella.

    El management resultó ser la plataforma desde la que comencé a transitar mi propio camino de individuación o de auto conocimiento ya que sentí la falta de sustento (en mí mismo) que tenían mis palabras hacia los otros. Se me hizo evidente una gran fragmentación. Desánimo, ansiedad, falta de motivación, se convirtieron en mis "compañeros" de viaje.

    Descubrí que mi imposibilidad de comprender lo que sucedía a mi alrededor era producto de mis propias creencias y que, y esto es lo más jugoso, yo mismo estaba en contra de las reflexiones que pudieran efectuarse sobre mis certezas o decisiones. El irreflexivo me habitaba. Me costó (aún hoy me cuesta) comprender que mi razón pudiera ser mía y que los otros pudieran tener las suyas. Me había formado para competir y mis verdades eran el objeto de la competencia, más allá de los objetivos que me unía a los otros, los que, a su vez, defendían sus verdades con tanta vehemencia como yo. Pude, así, comenzar a comprender a aquellos a los que hasta ese momento no podía.

    Una cosa era lo que intelectualmente podía entender sobre la existencias de tantas verdades como seres humanos opinaran y otra totalmente distinta era lo que sentía cuando las opiniones de los otros contrariaban a las mías. Ingresaba en un territorio de disputa con un despilfarro energético enorme para doblegar a los demás y convencerlos del error en el que estaban.

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