A finales de la década de los veinte, bajo una apariencia darwinista, el mendelismo logró recuperar terreno dentro de la genética soviética. En 1927, durante el V Congreso Internacional de Genética celebrado en Berlín, Muller anunció su descubrimiento de las mutaciones inducidas por radiaciones. El 11 de setiembre de ese mismo año, Serebrovski publicaba en Pravda un artículo titulado "Cuatro páginas que estremecen al mundo científico". Supuso un vuelco desfavorable al lamarckismo. Un ejemplo característico de esa tendencia es el caso de V. L. Komarov, vicepresidente de la Academia de Ciencias, un biólogo que progresivamente fue pasando de sus iniciales simpatías lamarckistas hacia el mendelismo. Las nuevas corrientes sintéticas en la genética, con su aparente integración del darwinismo, se introdujeron con fuerza dentro de la URSS, del Partido bolchevique, de las universidades y los centros de investigación. Tras la muerte de Michurin en 1935 Lysenko pasó a encabezar las posiciones científicas antimendelistas, pero la correlación de fuerzas no tardó en cambiar. Aunque fue elegido presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas en 1937, Lysenko empezaba a estar en minoría y no pudo tener los apoyos políticos y oficiales que la campaña quiere hacer creer: "En la época en que Lysenko presentaba su informe a la Academia de Ciencias, el "mendelismo-morganismo" era ya una teoría ampliamente aceptada en la Unión Soviética, con destacados partidarios como Poliakov, Zavadovski y Dubinin, quienes difícilmente habrían reconocido el carácter "idealista" o "reaccionario" de la teoría cromosómica de la herencia. Sus protestas, desgraciadamente, sirvieron de muy poco" (347).
Es igualmente comprobable que ni todos los que defendían ni todos los que criticaban a Lysenko exponían los mismos argumentos. Por ejemplo, no es fácil compartir los motivos del británico George Bernard Shaw para defender a Lysenko, que se apoyaban en una vaga comprensión de los términos del debate. Shaw decía que frente al mecanicismo vulgar de la teoría sintética, Lysenko defendía una concepción integral de los organismos de la naturaleza como seres dotados de vida. En una carta publicada por el Saturday Review of Literature, el genetista Dunn, que había viajado por la Unión Soviética protestaba por la equiparación de todo el conjunto de la biología soviética con las tesis lysenkistas, que no representaban la doctrina "oficial" del país, poniendo un ejemplo odioso para comparar: no se puede juzgar a la biología soviética desde la óptica de Lysenko del mismo modo que no se puede juzgar a la biología estadounidense desde el punto de vista de los creacionistas. Lo mismo expuso el británico Eric Ashby en 1945. También había viajado por la URSS, donde estuvo una larga temporada, publicando a su regreso varios libros sobre la situación de las ciencias soviéticas, su organización académica y científica y sus métodos de investigación. Ashby apreció que en la URSS concurrían diversas corrientes científicas, desde aquellas que manifestaban cierto rechazo hacia la investigación occidental hasta otras que seguían los mismos derroteros que ella. No obstante, considera que, en general, la ciencia soviética era equiparable a la occidental y no parecía estar influida por la filosofía marxista "en absoluto" (348).
A mi juicio el núcleo de la postura de Lysenko no es positiva sino negativa y está constituida por su rechazo a las teorías sintéticas que defendían un mecanismo unilateral por el cual la herencia determina la constitución de los organismos vivos, y si hay que indicar un rasgo positivo fundamental de su pensamiento no es el de ambiente sino el de desarrollo. En muchos aspectos su concepción es similar a la de Conrad H. Waddington (1905-1975) que, no por casualidad, fue entonces equiparado a Lysenko e incluido en el índice de los malditos de la biología (349). Frente a la escisión entre genotipo y fenotipo, Waddington propuso el término epigénesis, referido al proceso de desarrollo de los organismos, ontogénesis, de los que se había olvidado la genética formalista. Waddington habló de una "asimilación genética", considerando que los organismos eran capaces de reaccionar a las presiones del entorno modificando su comportamiento, e incluso su estructura. Para Waddington, la capacidad de reacción no era pasiva sino activa y estaba dirigida por los genes. Por medio de la asimilación genética, un tejido convierte un estímulo externo (ambiental) en otro interno (génico) de modo que se vuelve independiente del inductor ambiental. Otro biólogo maldito de la misma época, Richard Goldschmidt (1878-1958), sugirió que la información contenida en el fenotipo, adquirida a lo largo de la vida, se integraba en el genotipo en determinadas condiciones, fijándose en el genoma (fenocopia) y transmitiéndose así a las generaciones sucesivas.
Mantengo dudas, que no estoy en condiciones de resolver ahora, acerca de si la crítica de los lysenkistas fue, al mismo tiempo, capaz de asimilar la médula racional de la genética formalista o si, por el contrario, adoptaron la misma posición errónea que éstos, un rechazo en bloque de las concepciones opuestas. La propaganda burguesa sostiene que existió un repudio total de las concepciones genetistas a causa de su naturaleza idealista. Esta ridícula línea argumental conduciría al absurdo de proceder de idéntica manera con Kant o con Hegel y reprobar, por ejemplo, la dialéctica a causa de su origen idealista. El criterio de Marx y Engels fue otro. Consistió en criticar aquellas concepciones que fueran falsas o erróneas y, por el contrario, incorporar al acerbo científico aquellas nociones certeras, cualquiera que fuese su origen. Pero por encima de todo ello, considero esencial que gracias a la firmeza que demostró en la defensa de sus postulados (otros dirían dogmatismo, fanatismo, intolerancia), la URSS fue uno de los pocos países del mundo en los que pudo contrarrestarse la influencia de la teoría sintética. A causa de ello la propaganda imperialista lanzó en la posguerra su ofensiva de acusaciones falsas en su contra según la cual sus tesis habían conducido a la prohibición de la genética, al cierre de los laboratorios y el encarcelamiento de los biólogos opuestos a sus tesis.
Vamos a comprobar la falsedad de esta campaña.
Un campesino humilde en la Academia
En 1917 llegaron al poder en Rusia los obreros y los campesinos más pobres, los que hasta entonces habían sido siervos humildes y analfabetos, como Michurin, un obrero ferroviario apasionado de la botánica, y como Lysenko, un campesino ucraniano, a quienes el poder soviético permitió estudiar y adecuar la ciencia a las prácticas agrícolas y ganaderas más avanzadas del momento para ponerlas al servicio de los sectores más oprimidos y de sus necesidades. Una frase de Lysenko resume aquel cambio drástico: "En nuestras investigaciones agronómicas, en las que participan las masas, los kojosianos aprenden menos de nosotros de lo que nosotros aprendemos de ellos".
Lysenko y otros como él se pusieron a la cabeza de las instituciones sociales que se ocupaban de las ciencias, para lo cual antes hubo que desalojar de esas mismas instituciones a los burgueses académicos, universitarios y oscurantistas que hasta entonces habían manejado la ciencia en provecho de su clase, de la explotación y de sus intereses particulares. En 1917 la población sometida a la autocracia zarista era analfabeta, los estudiantes eran una casta privilegiada procedente de la aristocracia y la alta burguesía. Los poco más de 11.000 científicos, que cobraban 20 ó 30 veces más que un obrero especializado, vivían a espaldas de las necesidades y de los intereses de los obreros y campesinos. Tras la revolución de octubre su situación fue idéntica a la de los demás especialistas, artistas e intelectuales; unos se exiliaron y otros permanecieron, bien para colaborar lealmente en la construcción del socialismo o bien para sabotearlo. El caso de Pavlov es bien sintomático. Vivió los 20 últimos años de su vida en la URSS y, aunque los bolcheviques no escatimaron elogios a sus investigaciones, él no perdió ocasión de criticar la construcción del socialismo en su país, aunque tampoco lo abandonó. Sus críticas jamás fueron un obstáculo para que el Estado soviético financiara y apoyara con decisión sus investigaciones, poniendo a su disposición toda clase de recursos y medios materiales, lo cual pone de manifiesto que la promoción científica no tuvo en cuenta criterios políticos o ideológicos subjetivos basados en simpatías o antipatías, filias o fobias, hacia la construcción del socialismo.
En el mismo terreno que Pavlov, el neurofisiólogo Bejterev presenta la otra faceta de los alineamientos políticos de los científicos respecto al Estado soviético. Bejterev también era una personalidad acreditada antes de 1917, ajena por completo a los bolcheviques. Pero, a diferencia de Pavlov, después de la revolución no sólo se adhirió a ella sino que estudió la dialéctica materialista y consideró que sus tesis reflexológicas eran su única expresión científica en el terreno de la sicología. En esta disciplina se desataron otras tantas polémicas entre distintas corrientes, paralelas a las que se conocen en la biología.
Los alineamientos iniciales de los científicos hacia el poder soviético no siempre se mantuvieron indefinidamente. Hubo científicos que permanecieron en la posición que habían adoptado inicialmente y otros la modificaron, cambiando de bando en un momento determinado de su biografía personal o de la historia del país. Fue algo característico de la larga controversia lysenkista que no sólo aconteció en la URSS sino también en otros países. Así, el biólogo comunista británico James Fyfe se inició en la polémica combatiendo a Lysenko y acabó en el bando contrario. Por el contrario, el inmunólogo Milan Hasek, militante del Partido Comunista de Checoslovaquia, empezó en las filas del lysenkismo para pasarse al mendelismo años después.
Como consecuencia de la trayectoria histórica de la URSS y del propio proceso de alfabetización, la composición de clase de los científicos cambió radicalmente y sus condiciones materiales de vida también cambiaron, especialmente en los años veinte, cuando surgieron los llamados "científicos descalzos", de los que Lysenko fue el prototipo, técnicos surgidos desde las entrañas mismas de la nueva sociedad. Como muchos otros, Lysenko era un humilde campesino que tuvo la oportunidad de formarse y llegó hasta la presidencia de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas.
Sin la revolución de 1917 Lysenko hubiera sido un anónimo campesino, sujeto de por vida a un arado de madera. La alfabetización y las facilidades para cursar estudios avanzados promocionaron a estos "científicos descalzos", convirtiendo la controversia lysenkista -y a otras controversias científicas similares- en un fenómeno de masas desconocido en los países capitalistas, donde tales discusiones apenas trascienden del reducido círculo de especialistas. Como cualquier otro fenómeno de masas, no se trató sólo de una debate científico sino a la vez científico y político. En la URSS los campesinos habían dejado de ser los receptores pasivos de técnicas y procedimientos salidos de los laboratorios y universidades. Más bien al contrario, eran los laboratorios y universidades los que debían ponerse al servicio de los campesinos y sus cooperativas. Fue un cambio a la vez cualitativo y cuantitativo que se produjo en medio de una guerra, de un bloqueo internacional y de una situación económica lamentable. A pesar de las dificultades de la guerra civil, dice Medvedev, los científicos "recibieron un apoyo inmenso, tomando en consideración los recursos limitados de un país empobrecido". Se fundaron nuevos laboratorios e institutos de investigación: "Si se compara el grado de adelanto científico y tecnológico en la Unión Soviética entre 1922 y 1928 con el de un periodo similar anterior a la Revolución, se descubre un enorme impulso en los programas de investigación y educación" (350). Entre 1929 y 1937 se triplicó el número de académicos y el de estudiantes de agricultura aumentó seis veces. Si en 1913 había en Rusia menos de 300 universidades, escuelas superiores y centros de investigación, en 1940 el número superaba los 2.359. En los años veinte el número de investigadores se acercó ya a los 150.000, en 1953 subió a 250.000 y en 1964 a 650.000. En 1922 el número de publicaciones de investigación se cuadruplicó respecto al año anterior y al siguiente se multiplicó por ocho. En víspera de la II Guerra Mundial, la inversión en ciencia y tecnología ascendía al uno por ciento, un porcentaje que, como reconoce Huxley, era seis veces superior al estadounidense y diez veces superior al británico (351). El balance de Maddison es el siguiente:
La URSS también hizo una muy grande inversión en educación y adiestramiento en este periodo y fue el primer país que planteó su educación en forma sistemática para promover el desarrollo económico. Esta inversión en educación era muy necesaria considerando el bajo nivel que había heredado la Unión Soviética de la Rusia zarista, y la salida de mucha gente con educación y de técnicos durante la revolución. El esfuerzo educacional aumentó notablemente la calidad de la mano de obra disponible y proveyó de capacidad técnica y administrativa para usar efectivamente la inversión nueva. El costo de la educación fue una de las principales razones por las cuales el gasto en servicios comunales se elevó del 5 al 10% del PNB en los años 30, aun cuando parte de este gasto se dedicó a mejorar los servicios de salud pública.
Entre 1920 y 1939, el analfabetismo fue eliminado entre la población menor de 50 años. En 1913, el número personas con educación superior dentro de la fuerza de trabajo fue sólo de 136.000 pero al fin de la era estaliniana eran cerca de 1"8 millones. El esfuerzo para entrenar, preparar técnicos de nivel medio fue incluso mayor que la educación superior. Antes de la revolución, Rusia sufría la misma escasez de técnicos de nivel medio que plaga ahora a muchos países en desarrollo. Eran más escasos que las personas con educación superior. En 1913, había sólo 54.000 de ellos, pero para finales de la era estaliniana, había 2"5 millones (352).
La revolución de 1917 no sólo alteró los fundamentos económicos de la vieja sociedad zarista, sino que sembró de interrogantes todas las concepciones del mundo que hasta aquel momento se habían presentado como intocables. No existían precedentes de un cambio tan drástico que, además, acarreó en algunas corrientes la pretensión errónea de que todo -absolutamente todo- debía cambiar, de que había que empezar desde cero, de que nada de lo anterior era válido. Estimuló las discusiones hasta extremos difícilmente concebibles, cuando no existían modelos previos sobre los que asentar algunas conclusiones previas. Las controversias científicas empezaron a presentar un nuevo aspecto. En ellas se vio involucrado el marxismo de una manera multifacética y no en base al esquema simplista que quisieron presentar durante la guerra fría. En la URSS había varios tipos de marxismos de procedencias diversas, no todos ellos integrantes del Partido bolchevique. Así, en el Ministerio de Agricultura eran muy influyentes los antiguos miembros del partido socialista revolucionario, un grupo político de origen anarquista y campesino que había adoptado el marxismo como ideología propia. Coexistieron varios grupos de características parecidas, algunos de los cuales, pero no todos, se integraron dentro del Partido bolchevique, que se convirtió en la principal fuerza ideológica, pero nunca en la única. Esos grupos, dentro y fuera del partido bolchevique, mantuvieron continuas posiciones enfrentadas sobre las más diversas cuestiones, una de las cuales fue la biología.
A modo de ejemplo del ambiente en el que disputaban todas aquellas corrientes, puede ponerse el caso de Bogdanov, cuyo nombre real era A. A. Malinovski. Médico y autor de un manual clásico de economía marxista, Bogdanov había sido dirigente del Partido bolchevique, aunque fue expulsado de él en 1909 por su incorporación al empiriocriticismo. No obstante, siguió siendo muy influyente en los distintos círculos marxistas rusos, incluso después de la Revolución de 1917. Sus concepciones alcanzaban áreas tan variadas como la economía, el arte, la ciencia y la filosofía, en las que realizó aportaciones que, al margen de su acierto, eran enormemente originales (353). En torno a sus concepciones se creó el movimiento proletkult o "cultura proletaria", una de las que pretendía hacer tabla rasa del pasado. Fue el movimiento proletkult el que impulsó en la URSS la idea errónea de la existencia de "dos ciencias" de naturaleza distinta y enfrentadas entre sí por su propio origen de clase. Reivindicaba no las creaciones intelectuales del proletariado como clase sino cualquier clase de creación cuyo origen estuviera en uno de aquellos nuevos "científicos descalzos". Pero una cosa era estimular la ciencia entre los trabajadores y campesinos y otra, muy distinta, dar validez científica a cualquier clase de aportación por el mero hecho de su origen social. Los "científicos descalzos" se equivocan tanto como los de traje y corbata. La Oposición Obrera, una fracción interna que existió durante un cierto tiempo dentro del partido bolchevique, apoyaba a proletkult, manteniendo una posición ultraizquierdista respecto a los especialistas en general y a los científicos e intelectuales en particular. Todo ese cúmulo abigarrado de corrientes estuvieron presentes en los debates científicos a partir de los años treinta, a pesar de las críticas que contra ellas expuso el Partido bolchevique. Stalin, por ejemplo, calificó de "trogloditas" a los miembros de proletkult. El primer ministro soviético de Educación, que permaneció en el cargo desde 1917 hasta 1935, fue Lunacharski, un antiguo defensor de las concepciones de Bogdanov. De ahí que muchas de las iniciativas de los seguidores de proletkult pasen como si se tratara del punto de vista oficial del Partido bolchevique o de todos los marxistas soviéticos porque la propaganda les presenta a todos como si formaran parte de un mismo bloque monolítico.
Otra corriente influyente fue la del filósofo A. M. Deborin, un menchevique que se afilió con los bolcheviques en 1928. Sus concepciones fueron dominantes en la segunda mitad de los años veinte y en el terreno de la biología estuvieron defendidas por mendelistas como I. I. Agol, S. G. Levit, M. L. Levin, A. S. Serebrovski y otros, como el embriólogo B. P. Tokin. También el botánico N. I. Vavilov (1887–1943) formó parte de este movimiento, e incluso el filósofo I. I. Prezent inicialmente, antes de convertirse en uno de los mayores defensores del lysenkismo. En la conferencia de abril de 1929, los mendelistas pasaron a la ofensiva contra sus oponentes, calificados de lamarckistas, acusando a éstos a la vez de mecanicismo y vitalismo. Los mendelistas sostenían que la genética formal era una demostración de la pujanza de la dialéctica materialista en las ciencias naturales. En el terreno político la corriente deborinista estaba "más próxima a una defensa del control político de la investigación científica" (354). Pretendieron acomodar el desarrollo de la ciencia a sus propios postulados ideológicos. Así, el referido Tokin no puede incluirse en ninguna de las dos corrientes en pugna, pues criticó a ambas por ser antimarxistas, manifestándose partidario de crear una nueva tendencia verdaderamente marxista en biología. Los deborinistas tampoco lograron su propósito. Hacia 1930 sus tesis fueron rechazadas por idealistas y Lepechinskaia forzó una investigación contra Tokin por parte de la Comisión Central de Control del Partido bolchevique. En el diario "Pensamiento Económico" un artículo redactado por A.K. Kol, un alumno de Vavilov, aunque apareció como editorial apócrifo, acusaba a su maestro de separar la teoría de la práctica, de acumular plantas exóticas y no concentrarse en la producción agrícola de los koljoses y sovjoses. Vavilov fue citado por el gobierno para responder de esas críticas.
Las academias fueron uno de aquellos centros de discusión científica e ideológica. No habían sido una creación soviética sino que su existencia se remonta a Pedro I El Grande en el siglo XVIII, eran de carácter estrictamente científico, se regían por sus propios estatutos y sus cargos se elegían mediante escrutinio secreto. Sin embargo, la de Ciencias Agrícolas fue fundada por Vavilov, quien en 1919, en plena guerra civil, organizó en Petrogrado un laboratorio de botánica aplicada que luego se convirtió en Instituto de Agronomía Experimental y finalmente, en 1929, en la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas, presidida por el propio Vavilov. Con excepción de su escaño como diputado del Soviet Supremo, ese fue el único cargo que desde 1937 ocupó Lysenko a lo largo de toda su vida y era un nombramiento de enorme prestigio incluso fuera de la URSS. Un asiento en cualquier academia era la culminación de su carrera para cualquier científico; otorgaba derecho a un sueldo vitalicio que era mayor que el de un ministro del gobierno: "Aún en la actualidad -escribía Medvedev en los años setenta- el cargo de presidente de la Academia de Ciencias de la URSS tiene más influencia que el de ministro del gobierno, y su sustitución es un asunto más importante para el Partido que el reemplazo de un ministro en la mayor parte de las ramas de la industria" (355). La Academia no era un órgano del Ministerio de Agricultura, ni del Partido bolchevique sino una asociación de científicos de las más variadas procedencias ideológicas para discutir y debatir acerca de asuntos de su especialidad (356). Desde luego la política agraria implementada en la URSS quedaba fuera de la competencia de la Academia.
Como en cualquier otro país, en la URSS coexistían tanto organizaciones científicas públicas como privadas. Funcionaban nada menos que 118 academias de ciencias, de las cuales 29 tenían relación con las distintas ramas de la biología; además había otros 965 Institutos de Investigación Científica, estaciones y explotaciones agrarias experimentales dependientes del Ministerio de Agricultura y unos pocos más dependientes de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas. También existía la Asociación de Científicos y Técnicos para el Apoyo de la Construcción Socialista (Varnitso), dirigida por el bioquímico A. N. Bach, militante del Partido bolchevique desde 1912 y, junto con Timiriazev, uno de los científicos más influyentes en las discusiones de la época. Además del Ministerio de Agricultura, existía también el Ministerio de Educación y Ciencia, del cual dependía una agencia pública específica encargada de promover la investigación científica (Glavnauka). La enseñanza universitaria tampoco dependía de la Academia que presidía Lysenko sino de los referidos Ministerios. El de Agricultura, por ejemplo, disponía de 14.000 investigadores sobre el terreno. En todos esos organismos concurrían diferentes correlaciones de fuerzas entre una corrientes y otras. Pero a su vez, todos ellos dependían para su financiación del Consejo Supremo de Economía, también afectado por las polémicas científicas e ideológicas del momento. Un panorama muy distinto y muchísimo más complejo del que la campaña de linchamiento quiso hacer creer en la posguerra mundial. Lo que parece evidente es que cualquiera de esas organizaciones tuvo un protagonismo en las discusiones mucho mayor que el Partido bolchevique, que pocas "órdenes" podía impartir cuando, a su vez, estaba internamente dividido. Como escribe Bernal: "La discusión fue iniciada y llevada a cabo entre hombres de ciencia, y ellos mismos fueron quienes arribaron a la decisión final. En ningún momento dentro de esa etapa intervino en el asunto el gobierno o el partido, y el propio Lysenko no era miembro del partido comunista. En ningún sentido se puede decir que la teoría haya emanado del marxismo. Solamente uno o dos filósofos marxistas la apoyaron, y no fueron de los más eminentes" (357).
En la caza de brujas de 1948 uno de los aspectos más sobresalientes es la miseria intelectual, el menosprecio, la burla y la chabacanería, que aparecen concentrados no sobre los escritos de Lysenko sino sobre su persona. La colección de insultos y gruesas descalificaciones es descomunal. No quiero ni imaginar lo que hubiera sucedido si Lysenko hubiera podido ser involucrado, como el jesuita Teilhard de Chardin, en una falsificación como la de los restos fósiles de Piltdown (358). Al agrónomo soviético tampoco se le pueden imputar ninguna de esas acciones, tan características de la élite científica capitalista, donde es habitual que figuren como autores de cientos de artículos anuales quienes ni los han redactado y ni siquiera leído (359). No se le puede reprochar la participación en turbias manipulaciones de ese estilo. No parece haber ningún motivo aparente, pues, para esa catarata de improperios. Ni siquiera se pueden escudar en la equivocación de las tesis lysenkistas porque las soflamas de la guerra fría pasaban por alto la exposición de su contenido. Aun suponiendo que todas ellas fueran erróneas, ¿son pertinentes los adjetivos utilizados? ¿Fue Lysenko el primer científico en la historia que se equivocó? Estas preguntas no tienen ningún sentido dentro del linchamiento porque no es eso lo que se discutió: eso fue un punto de partida, un axioma y, a partir de ahí, el dogma había que utilizarlo como arma arrojadiza contra la URSS. Lysenko sólo era una excusa. Por consiguiente, es en esos científicos a sueldo en donde -como se observa- no hay nada que argumentar porque no hay ningún tipo de ciencia; su tarea es exclusivamente política. De ahí que se permitan la licencia de denostar algo que nunca se van a tomar la molestia de examinar con un mínimo de atención. De ahí también su agresividad porque no apelan a la razón sino que tratan de suscitar emociones. Mientras los juicios son para razonar y para debatir, los linchamientos empiezan poniendo la soga en el cuello de quien -de antemano- está condenado.
Del tono de la misma da una idea el hecho de que el genetista Dobzhansky calificara a Lysenko de "hijo de puta", y de su obra "La herencia y su variabilidad", que Dobzhansky tradujo al inglés, dijo que era un "excremento". Los esposos Medawar, premio Nobel de Medicina él en 1960, ofrecen otro ejemplo clamoroso de ese tono en uno de los diccionarios más absurdos que pueden encontrarse, en el cual dejan un sitio para la voz "lisencoísmo", entre las pocas que merecen su consideración. Normalmente los diccionarios de biología contienen muchos cientos de expresiones singulares, pero no es éste el caso del redactado por los Medawar, que sólo acogen unas pocas locuciones técnicas, por lo que cabe sospechar que han incluido en él las que han considerado más relevantes, entre las cuales cabe reseñar las de "lisencoísmo" y "lamarckismo", corrientes a las que consideran estrechamente emparentadas entre sí. Por otro lado, se trata de una obra de los años ochenta, es decir, que la furia persecutoria no tenía visos de remitir. El diagnóstico científico de los Medawar sobre el debate es que Lysenko era estúpido: "La genética no es un tema fácil, y es posible que gran parte del lisencoísmo se originara del intenso resentimiento de Lysenko hacia un tema demasiado difícil para su entendimiento". En un diccionario calificado de "filosófico" no existen argumentos de carácter objetivo sino evaluaciones personales del tipo siguiente: Lysenko era un "genio maléfico de la genética y agrobiología rusas", capaz "por sí solo" de detener "la enseñanza y práctica en Rusia de la "genética mendelista-morganista" (esto es, de la genética) y produjo la caída de las principales personas que la practicaban" (360).
En el linchamiento el propio estilo utilizado denota claramente su origen militar y nunca se desprendió de ese tufo cuartelero, más propio de sargento chusquero que de controversia académica. Si algo caracteriza al espionaje es la falta de escrúpulos, algo que ha contagiado al caso Lysenko con su singular marchamo. En cualquier pelea tabernaria la facilidad cobarde que proporciona la indefensión del contrario eleva siempre el tono de la disputa. Tan importante como la cantidad fue la calidad de la campaña. El lysenkismo se convirtió en una materia de investigación por sí mismo, saltando de las páginas de las revistas especializadas, y por lo tanto de alcance muy minoritario, a la prensa diaria, que no quiere entender de las alambicadas argumentaciones técnicas que suelen esgrimir los especialistas. Para dar cuenta del informe de Lysenko a la Academia el diario Los Angeles Times tituló su portada "La aplicación del marxismo al crecimiento de los tomates" el 25 de agosto de 1948. Se preparaba la "caza de brujas" del senador McCarthy. No bastaron los engaños y las tergiversaciones sino que para llegar al gran público también era necesario el sensacionalismo. La campaña pasó de las revistas especializadas a los diarios de información general porque ya no era una errónea tesis científica lo que se estaba criticando sino que subyacía un problema de clase, un racismo social y un odio feroz hacia el socialismo. La biología no era más que un excusa.
Los mendelistas académicos siempre consideraron a Lysenko como un advenedizo, un intruso, porque no procedía de la universidad, no tenía título. En lugar de alegrarse por la llegada de alguien ajeno a su círculo de referencia, de un trabajador humilde, les salió a relucir su estrecha mentalidad burguesa en la que encierran un odio de clase apenas disimulado. En 1937 a un profesor universitario -Vavilov- le sucedió un campesino autodidacta -Lysenko- en la presidencia de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas, poniéndose por encima de todos los licenciados, a algunos de los cuales cabe imaginar heridos en su vanidad y carcomidos por los celos y la envidia. En los países capitalistas se puso de manifiesto el carácter partidista y beligerante de los científicos que se prestaron a colaborar, cuyo entusiasmo estuvo movido, más que nada, por motivos lucrativos. A ellos la defensa de unas determinadas concepciones científicas les traía sin cuidado; eran mercenarios. En sus firmas ponían sus títulos académicos pero los artículos poco más que desprecio se podía encontrar. Los lectores no merecían sofisticadas teorías genetistas sino descalificaciones absolutas.
A caballo entre su país de origen y el de adopción, Dobzhansky debía sentirse especialmente frustrado porque Lysenko había sido alumno suyo. ¿Un caso de mal aprendizaje o de enseñanza defectuosa? ¿De envidia quizá? Lo más probable es que Dobzhansky debiera eterna gratitud a su amo Rockefeller que le pagó el billete sin retorno a Estados Unidos. Probablemente se sentía frustrado porque Hitler no había logrado el propósito que perseguía cuando invadió la URSS en 1941, como había pronosticado. También pronosticó que se establecería un gobierno fascista en Estados Unidos, y falló. ¿En qué acertó Dobzhansky? El ucraniano era un científico del mismo corte que Huxley; dos años antes de lanzarse a la campaña, cuando ya se conocían las atrocidades nazis había escrito un libro titulado "Herencia, raza y sociedad" para dar una nueva fundamentación al concepto de raza, que ya no debía establecerse sobre consideraciones antropológicas sino genéticas: "Las razas son poblaciones que difieren en la frecuencia relativa de alguno de sus genes", dice. Esta definición "científica" conduce a una clara conclusión política: "No hay razón que indique que la igualdad de todos los hombres debe constituir nuestra meta" (361).
Dobzhansky fue quien propagó (362) la falsedad según la cual Vavilov murió en la deportación en Magadan (Siberia). Lo cierto es que Vavilov murió en la prisión de Saratov, una población a orillas del Volga cercana a Stalingrado y en el transcurso de la gigantesca batalla que allá se libró contra el ejército alemán. La obra de Lysenko era un excremento, pero ¿cómo calificar la de Dobzhansky?
Ayala, un sacerdote dominico epígono de Dobzhansky, es de uno de tantos partidarios de la teoría sintética capaz de escribir sobre Lysenko sin haber leído ninguno de sus escritos, por lo que sus únicas fuentes de información son los rumores, cotilleos y citas de segunda mano, es decir, un ejemplo de impecable proceder científico. Quizá haya sido esa doble condición (la de sacerdote católico y la frivolidad científica) la que le llevó a ser nombrado asesor científico de Clinton. Ayala, como tantos otros biólogos, está mucho más próximo al poder político de lo que pudo estar Lysenko en su época. Pero nadie ha considerado el doble compromiso religioso y político de Ayala como un condicionante de sus absurdas teorías científicas. Tampoco su execrable estilo crítico. En efecto, cuando Ayala tiene necesidad de proporcionar algo más de información a sus lectores contra su víctima propiciatoria, no duda en sacarse el conejo de la chistera, como si de un espectáculo circense se tratara. Se refiere a Lysenko como si hubiera intimado con él; le describe como "un charlatán oportunista con pretensiones de ser un gran científico revolucionario", desde luego el "contraejemplo dramático" de los logros de Mendel. Donde el checo personifica la ciencia, el ucraniano personifica la política, en el peor y más vulgar sentido de la actividad política, que quizá sea el único que Ayala ha conocido. Desde luego un predicador de sacristía como Ayala no vacila a la hora de imaginar lo que quizá pudo ser el lamentable método utilizado por Lysenko: "Apoyó sus afirmaciones con experimentos rudimentarios que podían interpretarse a voluntad. Los datos en contra se negaron o denunciaron sobre la base de que nada podía ser correcto si contradecía la ideología superior del marxismo-leninismo […] Cualquier dato, práctica o teoría se medía en función de su congruencia con la ideología marxista (363)".
Lo cierto es Lysenko fue presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas por méritos propios en dos etapas: una primera desde febrero de 1938 hasta 1956 y otra segunda cuando volvió a ser reelegido en 1961 durante cinco años más. Luego continuó siendo miembro de la misma hasta su fallecimiento diez años después. Durante todo ese tiempo también dirigió una estación agrícola experimental cerca de Moscú en la que trabajaban 300 investigadores. No fue nunca miembro del Partido bolchevique y tampoco coincidió personalmente con Stalin (fuera de los actos oficiales, naturalmente). El agrónomo soviético inició sus experimentos por su propia iniciativa, sin ninguna clase de apoyo oficial. No existieron gigantescos presupuestos, ni inversiones, ni viveros, ni cámaras térmicas, ni sofisticados laboratorios, ni centros universitarios que le apoyaran. Todo empezó de una manera mucho más modesta y sencilla, como empezaban las iniciativas de los obreros y campesinos en la URSS, basándose en el entusiasmo y en el esfuerzo colectivo de las organizaciones rurales.
En los escritos de Lysenko sobresale la idea de la selección "artificial", superpuesta a la selección que de una manera natural o espontánea realiza la naturaleza por sí misma, esto es, la idea de que la naturaleza no es un paisaje fijo sino que es posible actuar sobre ella en interés de los obreros y campesinos. De un modo dialéctico, Lysenko estudia la flora en su desarrollo; cita continuamente a Timiriazev para recordar la "historia" de cada especie y de cada planta dentro de ella, tratando de observar la manera en que se puede dirigir y controlar ese desarrollo. La selección "artificial" de Lysenko no tiene nada que ver con el moderno "bricolaje genético" de las multinacionales cuyas mutaciones provocan cambios imprevisibles en los organismos vivos. Lo que Lysenko pretendía obtener eran cambios planificados, a fin de orientar el desarrollo natural de los organismos para mejorar el rendimiento agrícola.
Quizá precisamente por el hecho de denominarse Lysenko a sí mismo darwinista pueda resultar interesante detenerse en uno de los puntos de la polémica en el que el agrónomo soviético se aparta de Darwin: la "competencia intraespecífica", es decir, si existe o no lucha entre los individuos de una misma especie. Darwin defendía esa postura y, además, aseguraba que era más encarnizada cuando los individuos de la misma especie competían por el mismo "espacio vital", momento en el estalla ineluctablemente la lucha por la existencia entre blancos y negros, entre naciones, etc. Por el contrario, para Lysenko la lucha por la existencia sólo se da entre especies diferentes. La tesis darwinista de la competencia intraespecífica -dice Lysenko- pretendía justificar un fenómeno social apelando a la naturaleza: la competencia capitalista. Por el contrario, para Lysenko "la humanidad entera pertenece a una única especie biológica", lo que le lleva a defender que no sólo no hay competencia intraespecífica en el ser humano sino a introducir la noción de mutualismo en el reino vegetal. No existe una superpoblación que justifique la concurrencia intraespecífica. Así, habla de relaciones de vecindad entre cereales y malas hierbas. Sobre esta base Lysenko propuso una nueva técnica de "siembra colectiva". Consiste en sembrar los granos no en hilera, uno a uno y a una distancia regular, sino por montones de 30 o 40 semillas, porque de esa forma pueden colaborar entre sí al crecimiento, sacrificándose unas en beneficio de las otras. No es un caso de lucha por la existencia intraespecífica sino de mutualismo, no por sobreabundancia sino precisamente para evitar que lo sean en el futuro.
No obstante, Lysenko no aporta una nueva teoría relevante a la biología. Él rechaza considerarse lamarckista, que es la acusación que le lanzan sus oponentes y, desde luego, es claro que no admite las concepciones ambientalistas tal y como las exponían los neolamarckistas. Se define a sí mismo como "michurinista" y entre sus defensores era corriente utilizar la expresión "darwinismo creador" para caracterizarse a sí mismos. Ahora bien, el darwinismo de Lysenko no es el neodarwinismo de la teoría sintética sino el del mismo Darwin, por lo que incluye a Lamarck, el cual está presente en su concepción general del desarrollo de los organismos. Explícitamente Lysenko se apoya en concepciones de otros autores, de quienes enfatiza determinados aspectos que juzga importantes. En consecuencia, quienes dicen criticar sus teorías, están criticando esos precedentes, que están en Lamarck, Darwin y Timiriazev. A pesar de ello, la campaña de linchamiento presenta a Lysenko como un agrónomo original y aislado, cuyas disquisiciones absurdas forman una rama separada y ya desaparecida para siempre de la biología. Además, pasando por alto la disputa entre las diversas corrientes, se responsabiliza de sus tesis a todos los científicos soviéticos, es decir, que su caso sería un mero ejemplo de un caso general, ilustrativo de las intromisiones políticas en la ciencia y de la imposición forzada de un canon científico único y exclusivo.
Lysenko tampoco realiza innovaciones prácticas sustanciales a las que ya eran conocidas desde tiempos lejanos. Cuando en ocasiones su linchamiento se extiende también a Michurin, pretendiendo generalizarlo a toda la ciencia soviética, debería incluirse a botánicos de otros países cuyas prácticas eran idénticas. El caso más singular al respecto es el del norteamericano Luther Burbank (1849-1926), autor de la magnífica autobiografía "La cosecha de los años". Es un autor tan querido entre los campesinos estadounidenses como olvidado entre los académicos: sus métodos, como los de Michurin y Lysenko, tampoco eran científicos, por lo que también estuvo sometido a numerosas "críticas" del tono de las que venimos exponiendo. Pero si sus procedimientos no eran "científicos" sí eran, por el contrario, muy creativos y productivos, mucho más que los de los verdaderos "científicos": si Michurin había creado 300 nuevos frutales, Burbank, calificado por Medvedev como el "Michurin americano", creó 800 nuevas variedades de flores, hortalizas y plantas, una de ellas una opuntia o cactus comestible y sin espinas (364). Burbank defendió que "todos los caracteres que se transmiten han sido adquiridos" y que "el ambiente es el arquitecto de la herencia". Para que una planta produjera una buena fruta, había que proporcionarle las mejores condiciones ambientales; luego sus cualidades se transmitirían a su descendencia.
Por aquella misma época, Lucien Daniel dedicó 37 años de su trabajo como botánico en Francia a experimentar con hibridaciones vegetativas en solanáceas y leguminosas, comprobando que eran una demostración de la herencia de los caracteres adquiridos y, por consiguiente, convenientemente mantenidos en el ostracismo. Estos y otros artesanos fueron los últimos pioneros de una estirpe de botanistas innovadores sepultados hoy por un olvido que no tiene nada que ver con la ciencia. A ellos cabría añadir al también estadounidense Frederic Edward Clements, uno de los precursores de la ecología (365) cuyas concepciones son idénticas a las de Lysenko.
Hay algo en lo que Lysenko destaca por encima de todo: su certera oposición al viraje impuesto por Weismann, Mendel, Morgan que condujo al "dogma central" de la genética. No solamente Lysenko no es en absoluto dogmático sino que el objeto de su crítica es precisamente el dogmatismo seudocientífico que se había infiltrado en el terreno de las ciencias biológicas. Por lo demás, él no fue el único en oponerse a la genética formalista. En la URSS, Oparin sostuvo posiciones científicas equivalentes y lo mismo sucedió con Waddington y Goldschmidt en el mundo anglosajón y otros en diferentes países. Pero una de las claves de toda buena campaña de guerra sicológica consiste siempre en personalizar los males -reales o fingidos- en una única persona que debe ser utilizada como chivo expiatorio. En la caza de brujas de la posguerra fueron tan importantes los silencios como las descalificaciones. La imagen a fabricar era la un científico, Lysenko, un país, la URSS, y una corriente de la biología, el michurinismo, fuera de contexto, sin precedentes y sin equivalentes, como si cayera llovido del cielo. En cualquier disciplina, la intoxicación propagandística se complementa con la censura. Hay autores cuyas obras no se traducen, no se editan, no se mencionan, no están en las librerías, tampoco en las bibliotecas… Simplemente no existen -no han existido nunca- porque son y tienen que aparecer como minoritarias, con la carga emocional que soportan todas las minorías: son activistas estridentes y vociferantes que pugnan por hacerse escuchar en todos los foros siempre que tienen ocasión, algo que las voces mayoritarias no necesitan. Éstas sepultan a la opinión mediante una multiplicación cuantitativa de sus argumentos. Basta exagerar un poco para presentar a los minoritarios como únicos, como casos individuales, casi patológicos: desvaríos ajenos a la ciencia. Es una manera vergonzante de rehuir la controversia: ignorar al adversario después de aislarle.
La técnica de vernalización
El 15 de diciembre de 2006 científicos de la Universidad de California acabaron de identificar los tres segmentos del ADN del trigo y la cebada que controlan la vernalización con el fin de lograr por métodos de la denominada "ingeniería genética" lo que Lysenko había logrado por métodos naturales 80 años antes.
A finales de 1925 Lysenko inició sus primeras investigaciones en la sementera de Kirovabad (Gandja), en Azerbaiyán. Empezó a estudiar los factores que regulan la duración del periodo vegetativo de las plantas cultivadas. Los resultados de sus experimentos los expuso en el Congreso de Genética celebrado en Leningrado en enero de 1929.
Aquel mismo verano la prensa soviética anunció que en Ucrania una prueba con trigo de invierno de la variedad ucrania sembrado en primavera había espigado exitosamente. El experimento lo había llevado a cabo el padre del agrónomo soviético a petición de su hijo en el terreno que él mismo trabajaba por su cuenta en la región de Poltava. Fue un hito de la agronomía; por primera vez el trigo de invierno espigaba completamente con un rendimiento de 24 quintales por hectárea.
En vista del éxito, el Ministerio de Agricultura decidió crear un laboratorio especial en el Instituto de Selección Genética de Odessa para analizar detenidamente aquel experimento. El 12 de enero de 1929 Vavilov, habitualmente presentado como enemigo y víctima de Lysenko, en un artículo publicado en el periódico Leningradskaia Pravda incluía al Instituto de Selección Genética de Odesa en el que trabajaba Lysenko entre el elenco puntero de centros de investigación científica de todo el mundo. Al año siguiente centenares de investigadores koljosianos repitieron el mismo ensayo. Se trataba de explotar el descubrimiento de que era posible regular la duración del periodo vegetativo de las plantas cultivadas. En 1935 más de 40.000 koljoses y sovjoses llevaron el experimento al campo, sembrando más de dos millones de hectáreas de cereales de primavera con simiente vernalizada. El 6 de noviembre de 1933 Vavilov volvía a apoyar públicamente en el diario Izvestia los métodos agrícolas de Lysenko como un descubrimiento revolucionario de la investigación soviética.
Impuesto por Lysenko, desde 1929 el término "vernalización" (del latín vernum, primavera, yarovización o "primaverización" en ruso) indica una especie de fase parecida a la incubación pero referida a los vegetales y que aplica frío en lugar de calor. En su disparatado artículo contra Lysenko, Ayala demuestra que no tiene ni la más remota idea de lo que es la vernalización, de la que asegura que tiene por objeto adaptar las semillas a los climas extremos (366). Su ignorancia no tiene excusa porque actualmente el estudio de la vernalización es ya corriente en botánica (367). Hasta 1929 era una práctica tradicional de la que se tenía un conocimiento empírico y fragmentario. En 1918 G. Glasser desarrolló una técnica de germinación en frío de los cereales de invierno a temperaturas ligeramente superiores a cero grados centígrados, pero era inutilizable en la agricultura. El primer estudio sistemático lo escribió Lysenko en 1935 y lleva el título "Las bases teóricas de la vernalización". El método inventado por Lysenko era diferente del de Glasser. Consistía en humedecer las semilas y mantenerlas entre 35 y 50 días a una temperatura entre 0 y 3 grados centígrados según las variedades. Había que tener mucho cuidado en mantener las semillas siempre húmedas en un granero. Si no se podían sembrar inmediatamente o si había que transportarlas durante un largo trayecto, había que secarlas antes al aire libre.
Hasta el estudio de Lysenko la ciencia agrícola creía que el frío, al ralentizar las funciones fisiológicas de la planta, lo que provocaba era todo lo contrario: la hibernación. Lysenko demostró que el frío, por el contrario, acaba con la hibernación. La temperatura es el factor más importante que induce el desarrollo de la planta de trigo a través de sus fases sucesivas, desde la emergencia hasta la floración y la madurez. El desarrollo puede ocurrir dentro de un cierto rango de temperaturas; por debajo de cero grados (temperatura base) hace demasiado frío para el desarrollo de la mayor parte de las variedades y por encima de 30 (temperatura óptima) hace demasiado calor. A medida que la temperatura media aumenta dentro de estos puntos el desarrollo se acelera. Sin embargo, el crecimiento, o aumento de tamaño, no sigue necesariamente estas reglas porque también entra en juego la radiación solar y con temperaturas por encima de la óptima el desarrollo se desacelera. Lysenko demostró que las reacciones a las bajas temperaturas tienen lugar en los puntos de crecimiento de la planta y que el estado vernalizado se transmite por división celular en esos puntos vegetativos. El tratamiento de frío inventado por Lysenko fue el primer medio de regular la velocidad de desarrollo de las plantas. Hasta ese momento las especies y variedades cuyo desarrollo no se acomodaba a las condiciones climáticas y geográficas de la región, eran simplemente desechadas para el cultivo. Entre éstas estaban los cereales de invierno, una variedad que se consideraba estéril. Lysenko demostró que este tipo de cereales no sólo soportan las bajas temperaturas sino que éstas son necesarias para su desarrollo y que, además, son más productivas. Como dijo Lysenko, era un método que "marca el comienzo de una era en la que el hombre dirige de manera consciente el desarrollo de las plantas en los campos".
La vernalización es una técnica de una complejidad enorme (368). No todas las especies permiten vernalización, ni tampoco todas las variedades de una misma especie. Pero hay algunas -de clima templado- que requieren las bajas temperaturas del invierno para florecer en primavera: remolacha, cebolla, zanahoria y otras. La manera de llevar a cabo la vernalización depende de la especie. No todas las verbalizaciones son iguales, ni se deben llevar a cabo a la misma edad de la planta, a la misma temperatura o durante los mismos periodos de tiempo. Así la Arabidopsis thaliana hay que verbalizarla entre 9 y 15 semanas y el guisante no es necesario verbalizarlo pero si se hace, se desarrolla mucho más rápidamente. Hay plantas que se deben verbalizar en el estadio de semillas, como el trigo, pero hay otras que eso no es necesario ya que es posible hacerlo con la planta desarrollada (vernalización madura). En el caso del trigo, la temperatura base y la óptima no son siempre cero y 25 grados centígrados respectivamente. Estas temperaturas dependen de la fase de desarrollo; son más bajas al inicio del cultivo y aumentan con el desarrollo. El trigo puede crecer a cero grados durante la fase de plántula, pero, en cambio, su progreso en la etapa de espigado es lento si la temperatura está por debajo de 10 grados. Las variedades difieren en sus temperaturas base y óptima hasta en 7 grados en cualquier fase. Por consiguiente, para que la vernalización tenga éxito, no basta que se cumplan una o dos condiciones sino un cúmulo de ellas. Los botánicos Matón y Trun, por ejemplo, destacaron la importancia del oxígeno. En la época de Lysenko no existían frigoríficos por lo que la vernalización se debía llevar a cabo a temperaturas ambientales, que difícilmente se lograban mantener constantes. Se trataba, pues, de una técnica precisa que requería entrenamiento y experiencia para que la semilla no se malograra:
El estudio biológico de los trigos de invierno ha mostrado que para verbalizarse las diferentes variedades exigen un periodo de frío de duración desigual. Para verbalizarse completamente la variedad Novokrymka 0204 necesita una temperatura en torno a 0º durante 35 días. A una temperatura de 3 a 5º, la vernalización demanda unos cuarenta días. A 15 ó 20º no se produce, o bien exige un tiempo mucho más largo.
Pero, ¿qué sucederá si aseguramos el frío necesario a las semillas humedecidas de ese mismo trigo de invierno Novokrymka 0204 durante 25-30 días solamente? La vernallización comenzará normalmente. Al cabo de 30 días, cesamos el frío. Faltan pues 5 días para que los granos terminen de vernalizar normalmente.
Numerosas experiencias permiten establecer que si el tiempo indispensable para la vernalización normal de una variedad determinada se reduce artificialmente, aunque sean dos días, la vernalización no puede tener lugar. En cada fase, comprendida la vernalización, el organismo vegetal modifica la cualidad de sus exigencias de medio exterior. Y para que esta modificación se pueda operar, ciertas condiciones exteriores son indispensables bajo la relación cuantitativa. Cuando se adquieren esas condiciones, el organismo las asimila; se produce en él una modificación cualitativa; el desarrollo pasa a una fase nueva y el organismo presenta otras exigencias al medio exterior. Así, la necesidad de frío, imprescindible para la vernalización de las plantas de invierno, cede su lugar al del calor. Éste es indispensable a las fases, a los procesos posteriores a la vernalización" (369)
Al llevar la vernalización a la práctica, los investigadores de los koljoses y sovjoses cometieron numerosos errores de método que Lysenko fue el primero en advertir, indicando el riguroso cumplimiento de una serie de requisitos imprescindibles para su éxito. En su informe a la Conferencia soviética consagrada a los problemas de la resistencia de los vegetales al invierno, el 24 de junio de 1934, y en la sesión científica del Instituto de Genética de la Academia de Ciencias, el 6 de enero de 1935, rindió cuenta detallada de los errores cometidos en los experimentos de vernalización llevados a cabo en distintos lugares. Esas reuniones eran públicas y en ellas participaron tanto científicos como especialistas de las cooperativas agrarias, soviéticos y extranjeros.
Recientemente se ha descubierto otra utilidad a la vernalización, que ha demostrado su eficacia para luchar de una forma no agresiva para el medio ambiente contra las plagas que atacan a determinados cultivos. Investigadores del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria argentino han comprobado que el bromuro de metilo, utilizado para el control de las agresiones de la mosca de la fruta (Ceratitis capitata) en cítricos, puede ser reemplazado por la vernalización. Los experimentos demostraron que, a diferencia del gas, la vernalización no daña los frutos ni resulta afectada su calidad interna, a la vez que se logra la mortalidad de la totalidad de las moscas (370).
La vernalización, concluyen Mathon y Stroun, "ofrece una nueva orientación a la ecología y la geografía botánica" y abre un nuevo capítulo de la fisiología vegetal: "La comprensión de numerosas prácticas agrícolas se ha renovado y ampliado. Las repercusiones del control de la floración que resulta de los estudios sobre vernalización son innombrables, tanto en el campo de los grandes cultivos como en el de la horticultura y la arboricultura" (371). Lysenko demostró la posibilidad de acelerar el ciclo vegetativo de las plantas, pudiendo obtener -en determinadas condiciones- dos cosechas anuales donde antes sólo se podía lograr una sola. Como escribió Maximov, la teoría de la vernalización "representa un gran paso en el esclarecimiento de las leyes del desarrollo vegetal y suministra métodos útiles para dirigirlo en la dirección deseada" (372). En efecto, no se pueden saltar las etapas del desarrollo de las plantas pero sí se puede acortar la duración de su ciclo vegetativo. La vernalización permite eludir las sequías que padecen determinadas regiones a finales del verano y en el otoño; también en aquellas regiones frías cuyo verano es muy corto; finalmente, aumenta los rendimientos en cualquier región que se practique.
En materia de vernalización hay un punto en el cual los críticos de Lysenko manifiestan su doblez: cuando no pueden subestimar la importancia de la vernalización, niegan la prioridad del descubrimiento, convencidos de que los demás son tan vanidosos como ellos mismos. Así procede J. Huxley quien, después de criticar la técnica de Lysenko, a la cual no considera científica, le niega la paternidad, lo cual es bastante absurdo porque nadie reivindica el fracaso. Según Huxley la vernalización no fue un descubrimiento de Lysenko sino de Glasser (373). Los Medawar también sostienen que el agrónomo soviético se atribuyó indebidamente la paternidad de la vernalización, que en realidad debería corresponder a Maximov, de quien aseguran que era ayudante de Vavilov, pretendiendo así atribuir a éste el éxito de una manera indirecta (374). No obstante, ésta es otra de sus características falsedades porque el propio Maximov en su obra sobre la fisiología vegetal alude continuamente a Lysenko como referencia en la materia.
Dejando aparte los improperios, una de las pocas críticas rigurosas que recibió Lysenko en el terreno científico provino del biólogo escocés Waddington y concernía precisamente a la vernalización. El núcleo de la crítica de Waddington no se centraba en la vernalización en sí misma sino en el hecho de que por esa vía se pueda alterar la dotación génica. El escocés no descarta que "en circunstancias especiales" eso fuera posible, es decir, no descarta que modificaciones de los caracteres puedan provocar alteraciones en los genes. Así -afirma- el trigo de invierno sembrado en primavera "puede llegar a convertirse en una variedad heredable que madura en el verano inmediatamente después de sembrado, sin tener que pasar por el periodo de tiempo frío en invierno". Waddington no critica directamente a Lysenko, a quien no menciona, sino a lo que califica como "una escuela de genetistas rusos" (375). Trata de ofrecer una explicación bastante común en aquella época apuntando que es posible que el trigo de invierno utilizado por Lysenko no fuera puro, es decir, que incluyera semillas de una variedad de primavera. Es la tesis de los manuales convencionales de botánica, como el de Strasburger, para quien "las diferencias entre los cereales de verano y los de invierno están fijadas genéticamente" (376). Pero a Lysenko, a diferencia de los mendelistas, no le preocupa la pureza de las variedades que utiliza en los experimentos. Es más: sostiene que entre los cereales de invierno y los de primavera hay un continuo de variedades intermedias y que su clasificación en una u otra variedad no depende sólo del genoma sino también de las condiciones ambientales en que se desarrollen las plantas. Una de sus conclusiones literales está expuesta de la siguiente manera:
Las propiedades de la vernalidad como las de la invernalidad son propiedades hereditarias estables. Porque las formas de invierno y de primavera, del trigo por ejemplo, han permanecido así durante siglos. Únicamente siguiendo la vía indicada por Timiriazev y Michurin para estudiar esas propiedades, únicamente estudiando las condiciones del medio exterior que participan en la formación de las propiedades hereditarias de la vernalidad y la invernalidad, la ciencia ha podido modificar estas últimas con conocimiento de causa. La herencia de las formas de invierno y de las formas de primavera se distinguen por necesidades diferentes, un comportamiento diferente frente a las condiciones –ante todo de temperatura- necesarias para el cumplimiento de los referidos procesos de vernalización.
Las formas de invierno exigen en el estadio de vernalización una temperatura más baja que las de primavera. No hace falta decir que las propiedades de vernalidad e invernalidad en los organismos vegetales son propiedades adaptativas. Pero eso no explica aún por qué han aparecido esas propiedades. Partiendo de la concepción darwinista desarrollada por Timiriazev, de las leyes de la evolución de los organismos, hemos llegado a la conclusión de que las propiedades hereditarias no se han podido constituir sin la participación de las condiciones del medio exterior del que tiene necesidad el organismo para manifestar esas propiedades en la descendencia. Hoy está establecido experimentalmente que las bajas temperaturas, por ejemplo, son necesarias para la formación de la propiedad hereditaria de la invernalidad y las temperaturas más elevadas para constitución de la vernalidad.
A fecha de hoy se puede afirmar que no hay una variedad de trigo de invierno de la que en dos o tres generaciones no se puedan obtener, mediante una educación apropiada de las plantas, kilogramos de semillas de formas de primavera estables. Para ello es necesario modificar las condiciones de vida, más precisamente, las condiciones que participan en los procesos de vernalización.
Una síntesis de las experiencias dirigidas por numerosos trabajadores del Instituto de Genética y de Selección nos lleva a concluir que el periodo terminal del proceso de vernalización desempeña el papel más importante en la modificación de la propiedad hereditaria de invernalidad. Para transformar la herencia de un trigo de invierno en una herencia de trigo de primavera hay que actuar sobre las plantas modificando la temperatura al final de la fase de vernalización.
En el momento actual también conocemos casos en los que la herencia de los trigos de primavera ha cambiado a una herencia de trigos de invierno. Numerosas experiencias concernientes, por ejemplo, a la transformación de la invernalidad en vernalidad, muestran que en el periodo en el que ciertas propiedades hereditarias (las exigencias relativas a las condiciones del medio) se transforman bruscamente, la herencia deviene inestable en el más alto grado.
También los más grandes biólogos (Vilmorin, Burbank, Michurin) han indicado casos de herencia quebrada. Son más particularmente aptos para modificarse, constituyen un material plástico favorable a la creación de formas vegetales que presentan las propiedades que buscamos […]
Es cierto que todo el proceso de desarrollo –comprendido el de las propiedades de la herencia y la variabilidad- depende de esta fuente de vida: la nutrición. La materia viva, que proviene de una materia antes inerte, aún en el presente se sumerge con todas sus raíces en la materia bruta, edificándose a costa de esta última. Sin nutrición, sin metabolismo, nada vivo se puede desarrollar. La asimilación, el metabolismo, que constituye la esencia misma de la vida, está igualmente en la base de propiedades tan importantes de los organismos como la herencia y la variabilidad. Se puede dirigir la herencia en todas sus formas, bien se hayan obtenido por hibridación o de cualquier otra forma, asegurando a la actividad asimiladora todas las condiciones necesarias, tanto orgánicas como minerales. Ateniéndose a "complacer" al máximo a la planta (por fecundación electiva, por una mejor agrotecnia, etc.), lenta y gradualmente pero sin pausa, se puede mejorar, perfeccionar sus propiedades hereditarias. Eligiendo condiciones que arranquen a la planta del régimen de adaptación constituido en el tiempo, "quebrantando" su herencia (por una fecundación forzada, comprendido el caso de un cruce alejado, o por la modificación brutal de las condiciones de cultivo), en el curso de las generaciones siguientes, mediante una educación apropiada, se puede crear rápidamente en la planta nuevas necesidades, crear nuevas razas y variedades muy diferentes de las formas iniciales (377).
Según Waddington, fuera de la URSS, la mayor parte de los científicos no cree posible lograr esas modificaciones hereditarias que defiende Lysenko porque, añade, cuando en otros países se han intentado repetir los experimentos soviéticos, nunca se han visto coronados por el éxito. Muy pocos biólogos aceptan que los soviéticos hayan podido lograr modificar la composición génica modificando las condiciones externas, afirma el biólogo escocés, pero tampoco descarta esa posibilidad: "Por supuesto, resulta muy difícil probar experimentalmente que tales efectos no puedan ocurrir. Podría ser que sólo ocurrieran muy raramente y en condiciones muy particulares". Waddington se inclina por otra explicación de la vernalización según la cual ésta afectaría únicamente al cuerpo, al componente nutritivo de la semilla, esto es, afectaría solamente a la generación presente pero no a las futuras.
La crítica de Waddington es parecida a una de las que Detmer lanzó contra Weismann para demostrar la herencia de los caracteres adquiridos. Detmer decía que los cerezos trasplantados por los colonialistas británicos en Ceilán habían modificado la dotación génica de los mismos, transformándolos en frutales de hoja perenne, mientras que en Europa son de hoja caduca. Pero hubo quien defendió -con razón- que si esos mismos cerezos volvieran a plantarse en Europa, reaparecería su auténtica condición, es decir, volverían a dar fruto. En lo que a la vernalización respecta, el dilema presenta varios aspectos algo diferentes entre sí. El primero concierne a la vernalización en sí misma, como factor regulador del crecimiento vegetativo de las plantas, lo que parece no dejar lugar a dudas. El segundo concierne a la vernalización como factor ambiental capaz de "quebrantar" la herencia, verdadero núcleo de la discusión cuya resolución, a su vez, dependerá de un cúmulo de circunstancias teóricas y prácticas y, desde luego, no exclusivamente ambientales. Volveremos de nuevo sobre este asunto al aludir a las hibridaciones vegetativas, donde este mismo dilema se reproduce, pero parece necesario dejar apuntados, al menos, una serie de detalles de interés:
a) no puede dejar de sorprender que Lysenko se refiera a un cúmulo de experimentos llevados a cabo por él mismo y por otros agrónomos, dentro y fuera de la URSS, que nadie es luego capaz de reproducir. Pero mientras Lysenko refiere numerosos ensayos de manera detallada, nunca se han relatado las contrapruebas que siempre se aducen para refutar sus conclusiones.
b) es necesario repetir que queda fuera del contexto teórico de Lysenko la consideración de la pureza, es decir, si las variedades utilizadas son o no homocigóticas que, sin embargo, para los mendelistas es una cuestión decisiva. Dado que en otras ocasiones Lysenko hizo uso, al menos, de los conceptos mendelianos de dominancia y recesividad, debe tener algún significado que en este caso no aluda a ellos.
c) expresiones tales como "quebrantar la herencia" que en ocasiones Lysenko pone entre comillas y que derivan de Michurin han legado una versión distorsionada de los experimentos que en el contexto de la URSS tenían un significado preciso: estimular la iniciativa de los campesinos, romper con la rutina y atreverse a experimentar con nuevas variedades y con nuevas condiciones de cultivo, en definitiva no concebir la herencia como un lastre inmóvil y abrir nuevas vías. Examinado fuera de contexto ha transmitido la imagen de que la capacidad creativa no tiene ningún tipo de límites, que la naturaleza es un objeto absolutamente plástico, lo cual es falso.
Lysenko es mucho más preciso cuando se refiere a la posibilidad de "dirigir" u "orientar" el desarrollo de las plantas y, desde luego, a diferencia de los mendelistas, no cree que como consecuencia de una u otra dotación génica, el cerezo se pueda calificar de hoja caduca o perenne, de trigo de invierno o de primavera. Su tesis es que no existe esa dicotomía y que una misma dotación génica desarrolla un frutal de hoja caduca en un determinado clima y otro de hoja perenne en otro clima distinto. Es justamente eso lo que significa que la herencia no sea algo ineluctable sino modificable según las condiciones ambientales en las que se desarrolle.
El agrónomo ucraniano defendía una concepción biológica idéntica (o muy próxima al menos) a la de Waddington que se puede calificar de "ontogénica" o de biología del desarrollo. De ahí que inserte la vernalización en una concepción amplia del desarrollo de los vegetales que llamó "teoría fásica". Para ello divide el desarrollo en una etapa vegetativa y otra reproductiva, ambas cualitativamente distintas. Diferencia el crecimiento (aumento de tamaño) del desarrollo, caracterizando a éste por cambios cualitativos que, en ocasiones, no son observables aparentemente. Antiguamente los biólogos pensaban que la edad era el factor único del desarrollo, que estaba ya predeterminado por componentes hereditarios y, en consecuencia, que las etapas eran iguales e independientes del medio. A fines del siglo XIX Klebs demostró que no era así y que el medio no actúa sobre el organismo de una manera directa sino a través de cambios internos del propio organismo. Entre los factores ambientales, Klebs destacó especialmente la importancia de la luz. Más adelante, en los años veinte del siglo pasado, W. W. Garner y H. A. Allard precisaron que la floración depende de la duración de la longitud del día, de las horas de luz y su alternancia con las horas de oscuridad.
La teoría fásica de Lysenko demuestra que su concepción no se puede calificar de ambientalista porque él situaba al desarrollo de la planta en el centro de su investigación y analizaba los organismos vegetales en su proceso de cambio. Cada fase sólo empieza cuando termina la anterior, cuando ha agotado sus posibilidades e inicia un cambio cualitativo; cada fase requiere un determinado ambiente para que el organismo se desarrolle. A través del organismo en proceso de cambio, Lysenko precisa el significado del término "ambiental". Según el ucraniano bajo el concepto de medio se alude habitualmente a circunstancias muy diversas, de las cuales no todas tienen la misma importancia. En algunas fases del desarrollo de la planta, además de la temperatura existen otros factores que pueden modificar algunos de sus efectos, como el agua, la nutrición y la radiación solar. La operatividad de cada circunstancia depende del ciclo concreto en el que se encuentre la planta, destacando la vernalización como la primera de ellas, y el fotoperiodo (el total de horas entre la primera y la última luz de cada día) como la segunda, de modo que si la temperatura es el factor dominante en la primera fase, la luz lo es en la segunda. La incidencia de estos factores difiere según la fase y la variedad de trigo. Los días más cortos demoran el desarrollo, como lo hace la ausencia de temperaturas bajas vernalizantes cuando plántula. Es necesario tener esto en cuanta cuando se estime la duración de las fases de desarrollo. Por ejemplo, el período de la siembra al espigado podría durar el doble con un fotoperiodo de 10 horas que con uno de 15 horas.
La idea de "potencialidad" es otra de las aportaciones significativas de Lysenko, tomada de Lamarck y directamente enfilada contra Vavilov y el determinismo mendelista. El determinismo de Vavilov adoptó la forma de una supuesta "ley" de las series homólogas cuyo fundamento está en la ineluctabilidad del desarrollo de los organismos. Según esa "ley", el desarrollo es unilateral y viene impuesto por la dotación génica (378). Esta ley fue criticada en su momento por Y. A. Filipchenko y el embriólogo M. M. Zavadovski. Según Lysenko, la ley contradice la biodiversidad. La dotación génica se puede inhibir en unos casos y reforzar en otros, en función de las circunstancias, y para demostrarlo parte precisamente del descubrimiento de Naudin y Mendel: la existencia de unos caracteres dominantes y otros recesivos. Pero los mendelistas se han limitado a constatar este hecho, dice Lysenko, sin llegar al fondo del problema que, según él, radica en la adaptación a las circunstancias ambientales. La existencia de dominación, afirma Lysenko, demuestra precisamente la inconsistencia del ciego determinismo génico porque no es posible conocer de antemano qué rasgo va a prevalecer sobre el otro. El genotipo no es más que un punto de partida a partir del cual se va a desarrollar el organismo.
Este tipo de concepciones no eran exclusivas de Lysenko. Varios grupos de científicos soviéticos trabajaron sobre conceptos hoy ignorados, como el de "norma de reacción" propuesto por el zoólogo alemán Woltereck en 1908. Se denominaba "norma de reacción" a la capacidad de un genotipo para expresar distintos fenotipos, según las condiciones ambientales. Con esta interpretación, el concepto de genotipo resultaba menos determinista. Woltereck quería contrarrestar así la perspectiva establecida por Johannsen sobre la diferencia entre fenotipo y genotipo, lo que al mismo tiempo significó una reivindicación de la herencia de caracteres adquiridos. El concepto de "norma de reacción" fue retomado en la URSS por un opositor de Lysenko como I. I. Schmalhausen, que en base a sus postulados desarrolló la teoría de la "selección estabilizadora" (378b). Estas concepciones se reelaboraron con las ideas darwinistas que daban preponderancia a la variación adaptativa en el esquema evolutivo, convirtiendo a la "norma de reacción" en un concepto central. A partir de ello, los genetistas soviéticos distinguieron entre "norma de reacción adaptativa" y "norma de reacción no adaptativa", creando una teoría de la evolución orgánica basada en varios principios, entre los que resaltaba la preponderancia del ambiente.
Significativamente, esa misma idea de potencialidad también estaba en Waddington, quien la introduce en el terreno de la embriología y la relaciona con lo que llama "inducción". Según él las primeras células del embrión son inestables; pueden desarrollarse en múltiples direcciones; el hecho de que tomen una vía u otra depende de la inducción, que las dirige en un sentido determinado. Esto no sólo ocurre una vez sino que se repite a lo largo de varios estadios. Cuando se produce un estado de indecisión y no aparecen los inductores, la célula no se desarrolla. Esa inducción no es interna, no depende de sí misma sino del medio externo, algo que podría ratificar Lysenko: "Uno de los principales avances en nuestro conocimiento de la biología fue el descubrimiento de que las potencialidades hereditarias que llevan consigo todos los cromosomas dependen, para su realización, del medio ambiente inmediato. De hecho, la interacción entre los genes y el tipo concreto de citoplasma que los envuelve es lo que determina los cambios de composición de las células. Por tanto, podemos ver que distintas regiones de la célula huevo originaria darán lugar a grupos de células que se desarrollarán en direcciones distintas, pese a la identidad evidente de sus cromosomas" (379).
Cuando los faraones practicaban el incesto
La controversia suscitada por Lysenko en 1948 en la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas concentró durante una semana entera al mayor número de científicos que se ha conocido nunca en ningún país, salvo en la URSS, donde tales acontecimientos no eran infrecuentes. La asamblea de 1948 no fue la primera que se convocó para discutir sobre genética, ya que hubo otras dos en 1936 y 1939. Además, por aquellas mismas fechas, existieron conferencias similares para debatir otras cuestiones científicas polémicas, entre ellas una dedicada a Pavlov y tres más a Lepechinskaia (1950, 1952 y 1953). Fue una forma característica de debatir en los países socialistas. Ocho años después, el 10 de agosto de 1956 se convocó en China una conferencia similar en Qingdao con 130 biólogos para tratar del mismo asunto: Lysenko y la genética formalista. Los debates se prolongaron durante dos semanas y estuvieron presididos por Tong Dizhou (1902-1979), director del departamento de biología de la Academia de Ciencias. En ellos participaron biólogos de ambas corrientes. Los principales temas abordados fueron la evolución, la herencia y la embriología. Como escribió Stalin, "no hay ciencia que pueda desarrollarse y expandirse sin una lucha de opiniones, sin libertad de crítica" (380). En la URSS, se tomaron actas taquigráficas de los debates, que ocupan más de 600 folios, se publicaron y se tradujeron a varios idiomas. Si se leen es fácil observar que todas las intervenciones, tanto en uno como en otro sentido, fueron aplaudidas ruidosamente por cada grupo de partidarios, es decir, que no fue la típica ceremonia protocolaria, hipócrita y formalista a la que estamos acostumbrados en los actos académicos oficiales.
A lo largo de las semanas siguientes, la prensa soviética, y Pravda en concreto, fue publicando las intervenciones de diversos académicos en aquella sesión. Se difundieron todas ellas, tanto a favor como en contra de Lysenko. Por lo tanto, también publicaron las que defendían las tesis genéticas formalistas, entre ellas las de A. R. Shebrak, B. M .Zavadovski, S. Alijanian, P. M. Zhukovski, I. I. Schmalhausen, I. M. Poliakov, D. Kislovski, V. S. Nemchinov y J. A. Rapoport. Varios millones de soviéticos pudieron conocer los puntos de vista de ambas partes y opinar al respecto. Esto no tiene precedentes en la historia de la ciencia, absolutamente ninguno.
Es importante tener en cuenta que tanto en una como en otra corriente de la biología soviética había científicos que se declaraban los verdaderos marxistas (y otros que no se declaraban marxistas en absoluto). Por ejemplo, en 1945 el genetista soviético Shebrak publicó en la revista americana Science un breve artículo titulado Soviet biology criticando las teorías de Lysenko (381). En 1947, dos biólogos, Efroimson y Liubishev, se dirigieron al Comité Central por escrito manifestando su desacuerdo con las tesis lysenkistas. En abril del siguiente año se produjo un ataque de Yuri Zhdanov contra Lysenko dentro –nada menos– que de la sección científica del Comité Central, lo cual nos ofrece una perspectiva muy distinta del "caso Lysenko", sobre todo si tenemos en cuenta quién era Y. Zhdanov: químico, hijo del conocido dirigente comunista Andrei Zhdanov y yerno del mismísimo Stalin. Pocas semanas después, en agosto, tras el debate de la Academia, Yuri Zhdanov publicó una autocrítica en la que reconocía que sus posiciones eran equivocadas, pero seguía manteniendo su desacuerdo con Lysenko.
La propaganda de posguerra sostiene que después del debate de 1948 la discusión se resolvió con decretos y represalias ordenadas por Stalin. Lo cierto es que las tesis de Lysenko siguieron siendo muy discutidas entre los científicos de la URSS. Los genetistas formales siguieron con las espadas en alto. Se agruparon en torno a la "Revista Botánica", dirigida por V. N. Sujatsev, que se convirtió entonces en el principal crítico de Lysenko, secundado por otros científicos como N. V. Turbin y N. D. Ivanov (382). Éstos, que se consideraban a sí mismos como michurinistas, lanzaron en 1952 otro ataque contra Lysenko en la revista, a partir del cual se volvieron a publicar nuevas críticas, reabriéndose nuevamente la polémica. Los mendelistas no fueron represaliados a causa de sus concepciones científicas. Por poner un ejemplo, Dubinin, uno de los principales representantes de las tesis formalistas en la URSS, a quien Lysenko ataca en su informe de 1948, publicó en 1976 (el año de la muerte de Lysenko) un artículo que está traducido al castellano y que se titula "La filosofía dialéctico-materialista y los problemas de la genética"; cinco años después se editaba en castellano el manual de genética que venimos citando (383), lo cual significa dos cosas: que el denostado Dubinin seguía en activo y que en esencia seguía defendiendo sus tesis de siempre. A diferencia de Lysenko, Dubinin sí era militante del Partido bolchevique y el título del artículo también evidencia que Dubinin defendía que las concepciones formalistas eran conformes a la dialéctica materialista. Según el genetista soviético hasta la época de Morgan en su disciplina había predominado el mecanicismo vulgar, pero a partir de los años treinta, con la teoría sintética, "comienza el periodo de la penetración de la dialéctica materialista en los grandes problemas de esta ciencia" (384).
Para los lectores formados en los países capitalistas, lo más significativo de un manual de genética como el de Dubinin es algo a lo que no estamos acostumbrados: cada capítulo del libro acaba con un largo repertorio de lo que el autor califica como "preguntas para discutir". No se trata de preguntas para interrogar al lector por el grado de comprensión de lo que acaba de leer, sino que, junto con sus conocimientos y opiniones, Dubinin transmite también sus dudas, los debates en los que cualquier ciencia se ve envuelta en un momento determinado. Es el viejo método socrático que indica un modo de transmitir la ciencia que choca radicalmente con la imagen estereotipada que la burguesía ha pretendido inculcar acerca de la URSS, la famosa "escolástica".
Un repaso superficial a las publicaciones soviéticas sobre biología y a los autores que las escribieron resultaría extraordinariamente sorprendente para el lector actual, habituado al engaño y la manipulación, que no se ciñe exclusivamente a Lysenko sino que alcanza también a Lamarck, porque la hoguera inquisitorial es la misma: son condenados como lamarckianos todos aquellos -como Lysenko- que no se sujetan al canon neo darwinista. Pero en la URSS no se logró imponer ese canon, de manera que un opositor de Lysenko al que ya hemos mencionado, I. M. Poliakov, era el redactor y editor de las obras de Lamarck en la URSS, sobre quien publicó en 1962 una obra titulada "J. B. Lamarck y la ciencia de la evolución del reino orgánico". Por el contrario, uno de los más fervientes defensores de Lysenko, I. I. Prezent, publicó otra poco después "J. B. Lamarck biólogo materialista" en la que criticaba determinados aspectos del lamarckismo.
La amplia polémica que se estaba desarrollando en la URSS contrasta poderosamente con la censura que el evolucionismo padecía en los países capitalistas, especialmente en Estados Unidos, donde en 1925 se celebró el llamado "juicio del mono" en el que el Tribunal Supremo de Tennessee condenó a un profesor por violar la ley Butler que declaraba ilegal impartir en las escuelas cualquier teoría que negara la creación divina del hombre a partir de la nada que enseña la Biblia: "La Asamblea General del Estado de Tennessee establece que es ilegal que cualquier educador de cualquiera de las universidades, institutos normales o escuelas de este Estado mantenido total o parcialmente con fondos asignados por este Estado para la enseñanza pública, enseñe cualquier teoría que niegue la Creación Divina del hombre tal como lo revela la Biblia, y enseñe por el contrario que el hombre desciende de un orden inferior de animales". La censura científica en Estados Unidos llega hasta nuestros días. La ley Butler no fue derogada hasta 1967, de modo que, durante más de 100 años después de la aparición de "El origen de las especies" en 15 Estados de Estados Unidos se estuvo enseñando la creación bíblica como fundamento de la biología en los centros públicos de enseñanza. Como escribió Bernard Shaw, Estados Unidos se estaba convirtiendo en el hazmerreir del mundo civilizado. A causa de ello, hasta la fecha actual las encuestas de opinión constatan que entre la población la credibilidad de la teoría de la evolución es mucho más baja en Estados Unidos que en cualquier país europeo. Durante el pasado siglo era frecuente que en los países capitalistas muchos investigadores no manifestaran en público sus convicciones lamarckistas por miedo a perder sus empleos o a ser vapuleados en los medios científicos. Piaget ha narrado algunos casos de censura a las que califica como auténticas coerciones (385).
Un profesor de química de la Universidad de Oregón, Ralph Spitzer, fue despedido en 1959 por enseñar las teorías de Lysenko en su aula. A la carta de despido el rector aportó como prueba un artículo de Spitzer en la revista Chemical and Engineering News defendiendo a Lysenko. El rector, según sus propias manifestaciones, podía tolerar el error del profesor al impartir doctrinas equivocadas, pero en ningún caso podía admitir la divulgación de enseñanzas marxistas. Su carta de despido tenía un carácter ejemplarizante y a causa de ello fue ampliamente difundida por toda la prensa estadounidense en primera plana. Spitzer había sido miembro de la asociación "Estudiantes por una Sociedad Democrática" y del Partido Progresista de Henri Wallace, pero fue condenado por marxista junto con su mujer, también despedida. En los artículos científicos se puede citar a Platón, a Descartes o a Comte, pero en ningún caso a Marx.
En una entrevista muy reciente al biólogo Jan Sapp publicada por Sciences et Avenir los periodistas le comentan que las observaciones que contradicen el neodarwinismo son antiguas, preguntándole seguidamente acerca de los motivos por los cuales se han ocultado durante tanto tiempo. Sapp responde que ello se debe a múltiples razones de tipo político. Afirma que en los años cincuenta era peligroso hablar de herencia citoplasmática y del papel de la simbiosis en la evolución: "Abordar esas cuestiones suponía arriesgarse a pasar por lamarckiano, o peor, por un discípulo del soviético Lysenko, es decir, por un comunista". El propio Sapp confiesa que él mismo fue censurado en Estados Unidos y tuvo que marcharse a trabajar a Canadá: "Cuando me interesé por esos grandes biólogos de la posguerra que habían trabajado sobre otros modelos diferentes del neodarwinismo, como Tracy Morton Sonneborn o Victor Jollos, ¡Se me acusó de comunista! Tuve que abandonar Estados Unidos y salir a Canadá, el único medio para mí de redescubrir los trabajos pioneros de esos sabios que habían huido del racismo de la Alemania hitleriana y que se metieron en una trampa por la intolerancia académica en su exilio americano" (386).
Como suele suceder en lo que concierne a la URSS, la historia ha sido vuelta del revés porque el denominado "caso Lysenko" no es un supuesto que demostraría la censura allí imperante sino justamente lo contrario, la existencia de una amplia y libre controversia de ideas, que es la única manera de impulsar el progreso del conocimiento. En la URSS se debatió abierta, pública y libremente sobre toda clase de asuntos, incluidos los científicos y nunca se dejó de polemizar acerca de ningún asunto en todos los ámbitos sociales, políticos y universitarios. Allá pudieron conocer y debatir corrientes innovadoras dentro de la biología que en los países capitalistas fueron ignoradas o incluso deliberadamente silenciadas. Pero los victimarios pretenden hacerse pasar por víctimas; quienes han dado la vuelta al asunto son los mismos que hasta la fecha de hoy pretenden imponer el mendelismo como dogma absoluto, aún a costa de censurar a quienes desvelan las incoherencias internas de sus postulados.
Stalin estaba muy interesado en la discusión sobre la genética, siguió el debate muy de cerca y aunque no existen escritos suyos, en las reuniones siempre defendió las tesis evolucionistas de Lamarck, Darwin y Michurin. En una carta dirigida a Lysenko el 31 de octubre de 1947, le comenta al agrónomo: "En cuanto a la situación de la biología en el ámbito teórico, pienso que la postura de Michurin es la única que realiza un enfoque científico válido. Los weissmanistas y sus seguidores, que niegan la herencia de las características adquiridas, no merecen entrar en el debate. El futuro pertenece a Michurin". En el diario de V. Malishev, vicepresidente del gobierno en la época, hay una anotación con algunos comentarios privados de Stalin sobre Lysenko en los que dijo que era el continuador de Michurin, habló de sus defectos y de los errores que había cometido "como científico y como ser humano", que había que supervisar sus experimentos, pero que también había que impedir su destrucción como científico porque eso significaba ponerlo en manos de los "shebrakianos" (387). Con esta designación Stalin se refería a Shebrak, un genetista formal que había dirigido en 1946 la sección científica del Comité Central. En la polémica soviética nunca hubo un intento de liquidar el formalismo genetista sino que se trataba justamente de lo contrario: de evitar que esa corriente aplastara a su contraria, la que encabezaba Lysenko. De ese modo volvemos a descubrir que la falsificación de la historia ha vuelto las cosas del revés, poniendo a las víctimas en el lugar que corresponde a los victimarios.
No obstante, lo más importante es que aquella batalla ideológica contribuyó a frenar la proliferación de teorías racistas y eugenésicas en la URSS. En realidad, detrás de las nuevas teorías y prácticas "científicas" de la genética formal se escondía el racismo, que a comienzos del siglo XX se había convertido en la religión de los imperialistas. Impulsado por la burguesía, el racismo se presentó como algo "científico" y "progresista", como una aplicación natural del conocimiento sobre la reproducción al campo de la sociedad y con el fin de mejorarla. Como suele suceder, subyacía en sus propuestas la errónea creencia, muy característica de las ciencias naturales, de que los problemas económicos, sociales y políticos no son tales sino auténticos problemas técnicos y científicos, de que su causa es esa y, por tanto, su solución también debe ser de ese mismo carácter.
Desde Aristóteles, es decir, desde hace más de dos mil años sabemos que el hombre es un "animal racional" y, en consecuencia, que su naturaleza es dual, que coexiste un componente biológico junto a otro sociológico y que éste no es reductible a aquel. Esta dualidad no ha sido bien recibida, de manera que en la historia de la biología es muy frecuente observar los dos errores que sobre este punto se cometen con tanta frecuencia. Las concepciones fideístas creen que dios creó al hombre "a su imagen y semejanza" y que, por tanto, el hombre no forma parte de la naturaleza sino de dios. Al otro lado se sitúan quienes reducen al hombre a la condición animal, e incluso peor, a la de una maquinaria bioquímica. Una gran parte de la animadversión de los creyentes por la evolución proviene de esta concepción que reduce al hombre a una maquinaria bioquímica. La tesis de Lamarck y Darwin de que los antecesores de los hombres y de los simios fueron los mismos, fue asimilada a la de que el hombre es un simio o algo equiparable a un simio. También en este punto los errores de los unos han alimentado los de los otros. Pero nada de ello es imputable a la teoría evolucionista, en donde el lugar del hombre quedó bien determinado en la clasificación de las especies. Así, después de establecer el parentesco del hombre con los demás primates, Lamarck advierte: "Tales serían las reflexiones que se podrían hacer si el hombre considerado aquí como la raza preeminente en cuestión, no se distinguiera de los animales más que por los caracteres de su organización y su origen no fuese distinto del suyo" (388). También aquí Lamarck tenía razón: el hombre no se distingue de los demás animales sólo por "los caracteres de su organización".
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