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La ejemplaridad de Don Quijote y temas relacionados

Enviado por Jaime Restrepo Ch.


Partes: 1, 2

    En la infancia al ir creciendo se tropiezan los primeros pasos con la figura delgada que monta un caballo flaco, junto a su amigo gordo que va en burro, en casi todo lugar adonde lleven los pequeños pasos su curiosidad innata. Por siempre presentes estos dos personajes en cuadros de algún admirador de pintores, en esculturas, vaciados de yeso, tallas, artículos de revistas y periódicos, en tareas del colegio o en ovaciones de algún profesor encargado de transmitir dimensiones del idioma, junto a símbolos representativos de la patria, el orden, la justicia y el valor en uno de los actos públicos más importantes del año e inclusive los encontramos en avisos publicitarios de negocios variados en las urbes.

    Personajes representativos de la crema social en la literatura castellana que demarcan inicios de la cultura hispanoamericana y el desarrollo, enriquecimiento y expansión de su leyenda medieval de caballero y siervo, la misma que ayudó a implantar el credo de la lengua que comenzaba a conjugarse en los territorios conquistados, siendo desde entonces ensalzados por padres y educadores casi en tono de veneración; imponiéndose en la familia y el colegio sobre el desgano juvenil para asimilar estas aventuras con molinos de viento poco existentes en los paisajes del entorno americano, escritas con ese peculiar estilo y esa musicalidad extraña y graciosa para tiernas edades de oídos bogotanos, costeños, paisas, latinoamericanos en general e incluso españoles del siglo veintiuno.

    Al intentar un poco la retrospectiva, hay que imaginar aquellos tiempos en que se escribió obra tan notable: de oscuridades lóbregas y turbio conocimiento, despotismos, persecuciones, saqueos, fundación de ciudades que luego eran incendiadas y enfermedades que extinguieron poblaciones enteras del "nuevo continente" para los europeos que concebían la Tierra como una gran planicie, siendo de observarse también que hasta el revolucionario Copérnico al ver alguna vez un meteorito afirmaba: "Es imposible que caigan piedras del cielo".

    De la misma manera se daban hogueras impresionantes; esclavitud de azotes, marcas de hierros candentes sobre pieles oscuras africanas y las de otros rebaños –como consideraba su fuerza de trabajo igual a los animales esta forma de producción de capital-; sumadas a estas circunstancias las lecturas apocalípticas nocturnas a la luz de antorchas y lámparas con llamas móviles y rojizas de cebo animal que expelen un humo espeso y un hedor característicos, el mismo fenómeno que encontramos siglos después en los inicios del teatro Colón en Bogotá(16), en su carpa iluminada por una enorme araña central, de la cual caían gotas calientes sobre el pueblo que se encontraba debajo de esta, cuando los enamorados Bolívar y Manuela soñaban y luchaban por la liberación de tanta tiranía.

    Es de imaginar en estos ambientes de las ciudades peninsulares que los agentes del orden deberían ser igual de rigurosos, rudos y efectivos a los que ejercían el llamado santo oficio de la Inquisición -tan parecidos a los que actualmente vigilan a sangre y fuego las fronteras del norte considerado Primer mundo-, en ese "viejo mundo" donde todo cuanto se enviara a sus colonias de ultramar, debía ser sometido a meticulosas pesquisas en las aduanas de los puertos, máxime si contaban con el agravante de ser objetos subversivos como los libros, porque el Renacimiento estaba pisándoles los talones en Florencia, Nápoles y otros epicentros culturales.

    Por afinidad, esa misma mirada implacable de las autoridades debió haber caído sobre la obra insigne (El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha), para examinarla párrafo por párrafo en mil seiscientos y pico, cuando fue avalada por la aduana -en cien ejemplares de su primera edición– antes de zarpar hacia Cartagena de Indias, o posiblemente, también hacia las demás colonias de ultramar como Santa Marta recientemente construida sobre las ruinas de la desaparecida "Tayro", donde se escuchaba la musicalidad producida por sonajeros de oro en diferentes timbres y tonalidades acordes con la fuerza del viento, bamboleándose prendidos de los marcos de puertas y ventanas, en esas ciudades de admirable arquitectura esparcidas por la Sierra Nevada, con senderos de piedra, muros de contención, alcantarillas y otras maravillas del ingenio humano, frente al color y la tibieza embriagantes de aguas y arenas del Caribe. Asimismo, es posible que hubiesen enviado esta publicación hacia la colonia que se establecía en la tierra de los cóndores o altiplano cundiboyacense y en sus alrededores, o hacia las tierras de Nueva España, La Santa Cultura Occidental del Sur de Los Andes, La Española o hacia cuantos territorios más lograron adentrarse con su violencia los súbditos de la corona, el papado y los bancos europeos que compraban gobernaciones y sometían con el cañón, el caballo, la espada y artimañas quebrantadoras de la palabra de honor en las treguas y tratados de paz en nombre de la divinidad.

    Personajes de la literatura como el "caballero andante y su escudero" evocan trasfondos de tragedias horribles entre quienes les rodeaban en su geografía patria, sumidos en su realidad, sin ser capaces de renunciar a ella o sin planteárselo siquiera, como personajes del teatro ineludiblemente ceñidos a un libreto absorto en el espíritu de su momento histórico, hallándose en los vericuetos de sus vidas nombres que de pronto aparecieron en una edad remota, como reza en libros antiguos. Es de observarse asimismo en el origen de este expansionismo que en la península ibérica era considerada esta lengua "tosca para hacer poesía", hasta cuando apareció este personaje a caballo como suficiente razón, para que en la historia se señalen los inicios de Hispanoamérica. Obra escrita por uno de los súbditos más notables que tuvieron los reyes católicos, obediente del mandato divino y –sobre todas las cosas- de las leyes para la causa imperial en lugares nunca soñados antes en Castilla ni en Roma; plasmados en pasajes literarios con la glorificación de la figura decaída de este caballero, quien al final de su vida no preconiza ya el combate contra los simbólicos molinos de viento ni pregona batallas motivadas por sus admirados predecesores en los libros que tanto había leído, sino que, desde su cama de enfermo hace apología del rezo con fe absoluta y del arrepentimiento de sus locuras.

    Estos puntos trascendentales parecen haber pasado inadvertidos para las generaciones pasadas y presentes desde hace centurias, talvez por incapacidad o por un desgano total para abarcar la integralidad del ser de este tipo de personajes y su autor, haciendo referencia a los escritos en que basó su creación, etc., además de un aparte minucioso sobre ese caballero andaluz –Gonzalo Jiménez de Quesada- que le inspiró, ése que había estudiado las leyes de entonces y había muerto en ultramar -Mariquita Tolima-, ése de las historias que fueron conformando paulatinamente el personaje caballeresco en su imaginación –la de Miguel de Cervantes Saavedra-, que debió haber hervido cuando se encontraba prisionero en una cárcel, al recordar el calor transmitido por sus parientes al narrarle a su manera y con suma admiración sus hazañas en el "nuevo mundo", adonde siempre quisieron ir algún día muchos europeos como él y esperaban hacerlo los demás en sus años juveniles, para buscar mejor vida y escapar de tanta barbarie y corrupción.

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