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Crónica de la lucha desigual entablada por un polémico formador de la Argentina Moderna contra los privilegios de una élite que sustentaba su riqueza en el quietismo socio-cultural de un espacio dominado por el desierto, la arbitrariedad política y el telurismo patriarcal.
"Quién era Rosas? Un propietario de Tierras.
¿Qué acumuló? Tierras.
¿Qué dio a sus sostenedores? Tierras.
¿Qué quitó o confiscó a sus adversarios? Tierras."
D. F. Sarmiento
Un forzado compañero de ruta
Pocos argentinos han cargado sobre sus espaldas tantas y contradictorias adjetivaciones como Domingo Faustino Sarmiento. Desde "padre del aula" hasta "vendepatria", pasando por la que le venga a la memoria o concuerde con la posición ideológica del lector, la lista es amplísima.
Como toda visión interpretativa del pasado se establece desde el presente, en el caso de Sarmiento se ha llegado a la paradoja de que con diferencia de pocos años los mismos sectores sociales que hogaño lo atacaban pasaron luego a ungirlo como ejemplo a seguir en virtud de cambiantes coyunturas. Así buena parte de la clase media argentina, un clivaje socio cultural bastante homogéneo mas allá de sus diversidades de superficie, en los años 60 y 70 compra un Sarmiento acorde al común sentido histórico que en la época establece el dominante discurso revisionista.
Es el Sarmiento demonizable a partir de una lectura descontextualizada y anacrónica de sus propias declaraciones: "-no ahorre sangre de gaucho que estos bípedos es lo único de humanos que tienen"; y al mismo tiempo ridiculizable gracias a la pluma irónica y marketinera del viejo Jauretche: "Sarmiento es un Facundo que agarró pa´ los libros", y obvias jocosidades similares.
Dos décadas después esos mismos sectores descubrieron en Sarmiento al paradigma de la "civilización" frente a la "barbarie" encarnada por un Menem que hasta cargaba con una iconografía similar al de la figura que sirvió de excusa a la dicotomía sarmientina: era tan riojano como el general Quiroga y en sus comienzos protopresidenciales, antes de convertirse en paquetísimo rubio de ojos celestes, ostentaba similares hisurtas pilosidades. Resultó lógico por ende que las luchas docentes contra las medidas neoliberales del gobierno peronista de entonces, tuvieran en Sarmiento a un destacado compañero de ruta.
Muerto en la penúltima década del siglo XIX, la figura de Sarmiento trasegó entonces todo el siglo XX, tironeada a favor y en contra por cuanta ideología afincó en estas tierras. Pocos hombres de nuestro pasado (si no ninguno) reunieron en torno a su recuerdo a hagiógrafos, denostadores y críticos de variado pelaje, intencionalidad y grado de erudición. Tal vez ello ocurrió porque este sanjuanino simboliza una dicotomía insoluble hasta hoy de la argentinidad. Como estableció Jorge Luis Borges en 1974, con énfasis y firme toma de posición: "Sarmiento sigue formulando la alternativa: civilización o barbarie. Ya se sabe la elección de los argentinos. Si en lugar de canonizar el Martín Fierro, hubiéramos canonizado el Facundo, otra sería nuestra historia y mejor".
En virtud de los antecedentes del autor y el año en que escribe esta cita, resulta sintomáticamente obvio que Borges traslada a Sarmiento como forzado compañero de ruta, de su papel de boletinero del Ejército Grande a boletinero de las fuerzas sublevadas de Lonardi, Videla Balaguer, Uranga y Rojas. No hace sin embargo el genial y muy gorila creador de "La fiesta del monstruo", repetir la misma operatoria –aunque en sentido contrario- que la realizada por el primer peronismo, cuando con Apold a la cabeza, el monopólico aparato propagandístico del régimen encumbró al sanjuanino como el principal compañero de ruta de la política educativa expresada en el Primer Plan Quinquenal. Inopinada tarea por la cual Sarmiento fue recompensado con la imposición de su nombre a uno los ferrocarriles nacionalizados. Ejemplos estos que son por otra parte demostrativos de lo muy poco "revisionista" y para nada antisarmientista que fue el primer peronismo, mal que les pese a muchos peronistas que a posteriori fueron formados en la comprensión del pasado nacional por esa explícitamente tendenciosa corriente historiográfica.
Colocado entonces Sarmiento de modo permanente en el centro de vastas polémicas, escasas fueron las perspectivas que dejaron de analizar algún aspecto de su vida, ora para enaltecerlo, ora para condenarlo, siempre para utilizarlo como demonio o como compañero de ruta, roles impuestos desde el presente de quienes los formulaban a un espectro bajado a la tumba en 1888.
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