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La era del espíritu

Enviado por Rubén S. Pitt


Partes: 1, 2

    1. Otra visión de la vida espiritual
    2. Vigencia del cristianismo
    3. Una Presencia inasible
    4. Vida y libertad
    5. Espíritu de amor
    6. Palabra y Espíritu
    7. Unidad y diversidad
    8. Los fragmentos compartidos

    1. Otra visión de la vida espiritual

    Según el movimiento denominado New Age ("Nueva Era"), estaríamos saliendo de la Era de Piscis (el Pez, símbolo primitivo del cristianismo), para transitar la Era de Acuario, en la que, como hipótesis de mínima, se multiplicarían las revelaciones místicas y se produciría una verdadera liberación de la mente. No solo estaríamos asistiendo al fin del modernismo (postmodernismo), sino virtualmente ingresando a una era post-cristiana, o al menos, a una concepción radicalmente diferente del cristianismo tal como se ha venido entendiendo a lo largo de dos milenios. En consecuencia, Cristo, la Revelación, la Teología, dejarían de ser patrimonio (o monopolio) de las instituciones religiosas seculares (fundamentalmente la Iglesia, o movimientos eclesiales de raigambre bíblica), para el libre uso (y en ocasiones abuso) de todo quien quiera manipular los conceptos tradicionales de la fe, desembocando así en reinterpretaciones y combinaciones tanto innumerables como contradictorias.

     En esta especie de "desclasificación" de los archivos cristianos y libre disponibilidad del conocimiento, es inevitable que, junto a estudios serios y mesurados, campeen  escritos y proclamaciones que van de lo trivial a lo imaginario y de lo insólito a lo abstruso. Y como "de lo sublime a lo ridículo hay un solo paso", una vez más, al decir del recordado Discepolín,  "la Biblia llora junto al calefón".

                No es nuestro propósito a través de estas reflexiones analizar en profundidad este fenómeno o corriente, ni tampoco polemizar sobre su contenido y alcances. Mucho menos demonizarlo. Siempre es bueno rescatar los elementos positivos de cada ideología, como Pablo el apóstol de las gentes enfatiza en su primera carta a los Tesalonicenses: "Sométanlo todo a prueba, aférrense a lo bueno". Ya que, parafraseando la reflexión atribuida a Tagore, "si cierras la puerta a todo sistema por sospechado de errores, también la verdad quedará afuera"… Lo cuál resultaría trágico en extremo.

    La intención que nos preside es más bien proponer que hay OTRA visión de la vida espiritual. Es afirmar que existe una manera DIFERENTE de explicar la historia, e incluso de interpretar el fin de la historia. Una perspectiva que no desecha, sino por el contrario, rescata la vigencia del cristianismo primitivo, y le atribuye una expresión actual y factible. Que es tanto capaz de recuperar y restablecer la concepción tradicional ú ortodoxa del cristianismo, como de avanzar hacia las infinitas posibilidades de renovación y pujanza que por esencia contiene. Que cree en la vigencia plena de sus valores fundacionales intrínsecos, y en su capacidad de expresarse acabadamente en lo ético, lo social, lo individual, etc., incluso (y especialmente,) en los tiempos que vivimos. Un cristianismo, por fin, que al modo expresado por el ya citado apóstol Pablo, pueda "hacerse todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles" (1 Cor. 9:22).

    2. Vigencia del cristianismo

    El cristianismo sigue estando en condiciones de declarar la autoridad y soberanía absoluta de Cristo como Señor de la historia, conforme Su promesa de estar con los suyos "todos los días hasta el fin del mundo". Pero también proclamarlo como el Dueño y Mediador de todas las cosas creadas, visibles o invisibles. Esa preeminencia se resume así en la carta a los Efesios (cap. 1): "Muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero. Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo". Y esta hegemonía que se extiende hacia la eternidad patentiza su pleno vigor cuando en la visión de la isla de Patmos del anciano apóstol Juan (Apoc. cap. 1), el Cristo en toda la luz de su gloria, declara: "Yo soy el Primero y el Ultimo, y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno"

    Cuando nos enfrentamos con estas rotundas afirmaciones de poderío sobre el tiempo y el espacio, que nos trasladan a un dominio cósmico inabarcable para nuestra mente finita, sobrecogidos de asombro, solemnizados ante tan magnas expresiones, no podemos menos que preguntarnos qué sucedió a partir de aquel pequeño niño de Belén de las viñetas navideñas, pasando por el luego tan mentado "Cristo histórico" de los teólogos liberales (que pareciera que todavía lo andan buscando, sin poder encontrarlo), y culminando en el aparente estado de debilidad y fracaso de la cruz.

    Tras la muerte y resurrección de Jesucristo, comenzamos a vivir LA ERA DEL ESPÍRITU, cuya fuerza operante transformadora va conduciendo a un apoteótico final el propósito divino predeterminado antes de que el Universo fuera creado: Reunir todas las cosas en Cristo en el fin de los tiempos, para que Dios sea "todo en todos" (Ef. 1:10. 1 Cor. 15: 28).

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