Análisis narratológico de Silvia, un cuento de Julio Cortázar
"Cortázar en su persistente lucha por una visión totalizadora y unificadora del hombre como parte de un sistema cósmico de supra-relaciones, es un nuevo Pitágoras en busca de la armonía de un mundo fragmentado". [1]
Joan Hartman
Siempre que, disfrutando ya de forma inherente la prosa cortazariana, nos sorprende el subterfugio de hilos-literarios conectados a posibles cuerpos astrales, recordamos las palabras con las que en una ocasión el autor, libre de tecnicismos, definió el cuento (como acto creativo): "hermano misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario"[2].
El genio esotérico y desautomatizador de Cortázar juega, con cada relato, una partida de inteligencia y sensibilidad al lector, que quedará atrapado por sus figuras[3]por el río lúdico que emana de sus frases y por las intertextualidades y recurrencias de sus historias.
Para un hombre que vomite conejitos, que brinde continuidad a los parques a través de la memoria, que prefiera la muerte a la vergüenza de no acomodar su cuerpo dentro de un pulóver, que dibuje todo un universo mágico gracias al simple trazo de una Rayuela, no le será difícil revivir a una virgen, constelación formada por cuatro planetas–niños, llamada Silvia.
Es Silvia[4]un cuento delicioso, gólem[5]de palabras, artificio de la historia y la fantasía. Realizar un análisis narratológico de semejante obra requiere la visita incesante, la mirada exhaustiva dirigida a los textos de estudiosos del tema literario.
Boris Tomachevski en su Temática señala: "Las significaciones de los elementos particulares de la obra constituyen una unidad que es el tema (aquello de lo que se habla)"[6] La temática que rige el cuento que nos ocupa es, a mi juicio, la búsqueda y el proceso de aprehensión (siempre infructuoso) de Silvia por el protagonista (que deviene en autor del relato, como analizaremos más adelante). Sin embargo, llegamos a un punto de la diégesis[7]donde lo que realmente importa es definir quién es esta muchacha que atormenta y encanta tanto al lector como a Fernando y los niños.
Ahogado en un hastío de incertidumbres, Fernando se pierde hallando la vía de contar "algo que ni siquiera tenía principio, que se dio en mitad y cesó sin contorno preciso, esfumándose al borde de otra niebla…"[8]
En el ambiente rural de un "asado" organizado por amigos, el personaje (escritor, para mayor alegoría) evade la conversación intelectual para perseguir la imagen femenina que aparece siempre ligada al espacio infantil[9]
En dos ocasiones se producen cuadros similares: aburridos debates literarios en dicotomía con el campamento siux edificado por los pequeños; aparición y huida de Silvia, quien no es más que un personaje onírico, la "clásica amiga imaginaria". Finalmente se llega a la conclusión de que Silvia sólo existe gracias a la unión de los cuatro niños, estos fungen como elementos imprescindibles para lograr la materialización de la joven.
Si analizamos el relato bajo los postulados de Gérard Genette, atendiendo al Modo, podríamos decir que estamos en presencia de un relato autodiegético[10]con focalización interna fija[11]Fernando es al mismo tiempo autor/narrador/personaje; cuenta una experiencia propia, por lo que, a mi entender, en el cuento se advierte una función testimonial o de atestación[12]
Se inicia el cuento desde una posición ulterior a lo narrado y mediante anacronías[13]el autor nos refiere su experiencia inaprensible. En un principio aparece ya, con el objetivo de familiarizarnos, el nombre de Silvia: "…y junto con los padres vienen los chicos y eso es también Silvia"[14]. Sucede entonces la primera analepsis[15]que constituye uno de los dos grandes núcleos que estructuran el relato. Esta se inserta de forma natural en el discurso: "…el asado en casa de Raúl hace unos quince días…"[16]Valiéndose de diversas anisocronías[17](tenemos en cuenta que "la velocidad del relato se definirá por la relación entre una duración –la de la historia- medida en segundos, minutos, horas, días, meses y años, y una longitud –la del texto– medida en líneas y en páginas"[18])
Fernando describe la primera velada, anterior al momento en que habla; las vivencias de una tarde-noche, ocupan alrededor de siete páginas[19]donde la alternancia entre sumario[20]y escena[21]matizan las acciones del relato: una situación a la vez simbólica y real, una comida entre amigos alrededor de una mesa redonda, una celebración. El ambiente es un patio rodeado de árboles en medio de la noche y de la naturaleza.
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