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Leni riefenstahl y la estética fascista: cuando el séptimo arte se pone al servicio de poderes inconfesables

Partes: 1, 2

    1. La luz azul: una primera película.
    2. La olympia de riefenstahl
    3. Olympia: de los certámenes atléticos griegos a los de nuestros días.
    4. La estética fascista: prueba de la imposibilidad de un arte apolítico.
    5. El equívoco concepto de enfermedad y la ideología única.

    La reciente muerte de la cineasta Leni Riefenstahl, el 9 de septiembre de 2003 a los 101 años, ha puesto su caso nuevamente ante el análisis público, caso portador y ejemplarizante del espinoso tema de las relaciones entre el arte y la política, entre el mejor arte y la peor política. Y eso porque la peor política es la que reduce la representatividad a simple espectáculo, siendo el mejor arte el que es capaz de hacer pasar la ficción por realidad.

    Helene Bertar Amalie Riefenstahl nació en Berlín el 22 de agosto de 1902. Tras una breve carrera como bailarina protagonizó como actriz las películas de montaña de Arnold Fanck, aficionándose al alpinismo, para pasar posteriormente a la dirección cinematográfica, estrenándose en 1932 con La luz azul. En 1933, deseando Hitler, recién subido al poder, encargar la realización de un documental sobre el partido nacionalsocialista a una artista en lugar de a los documentalistas del partido, contrató el trabajo de Leni Riefenstahl que acabaría realizando cuatro documentales para el nazismo: Der Sieg des Glaubens (La victoria de la fe, 1933); Triumph des Willens (El triunfo de la voluntad, 1935), Tag der Freiheit, Unsere Wehrmacht (Día de libertad, nuestras fuerzas armadas, 1935) y Olympia I y II (Parte I: Fest der Völken; Parte II: Fest der Schönheit; 1936-38: Olimpia I: Fiesta del pueblo & Olimpia II: Fiesta de la belleza). Estrenó su última película Tiefland (Tierra baja, 1944) en 1954, cuando las autoridades aliadas ya la habían juzgado considerando su colaboración con el régimen nazi poco relevante y tras retirarse el secuestro de su producción filmica.

    LA LUZ AZUL: UNA PRIMERA PELÍCULA.

    La primera película protagonizada y dirigida por Leni Riefenstahl surge cuando, cansada de su arriesgada carrera como actriz en películas de montaña queda fascinada por los efectos que conseguía su director mediante el corte de imágenes en los talleres de montaje: "El estudio de montaje se convirtió para mí en un taller mágico" -decía-, la creación de películas supuso su iniciación como aprendiz de brujo. "Comencé a soñar. De mis sueños nacieron imágenes. De forma neblinosa reconocí el contorno de una muchacha que vive en las montañas, una criatura de la naturaleza. La veía escalando, la veía a la luz de la luna, y presencié como la perseguían y la apedreaban, y finalmente soñaba cómo esa muchacha se desprendía de una pared de roca y se precipitaba lentamente hacia las profundidades… Como en un presentimiento, yo narré en La luz azul mi posterior destino: Junta, la extraña muchacha de las montañas, que vive en un mundo de ensueño, es perseguida y rechazada, perece, porque sus ideales -en el film son simbólicamente los brillantes cristales de roca- son destruidos. También yo había vivido hasta el comienzo del verano de 1932 en un mundo de sueños, había ignorado la dura realidad de la época y no había percibido acontecimientos como la Primera Guerra Mundial con sus dramáticas consecuencias" (Leni Riefenstahl Memorias. Editorial Lúmen. Barcelona 1991). El irracionalismo nebuloso es el suelo nutricio de la cineasta alemana que, viviendo entre los ensueños melancólicos del Romanticismo alemán tendrá por destino participar en la formación del delirio colectivo que llevó a su apogeo al fascismo nazi. La exaltación de la naturaleza y la metáfora de la montaña pura, los olímpicos de arriba, y en el sucio valle, los de abajo, impregnará también su última película, Tierra baja. Desde luego ella es siempre la heroína, que como todo buen profeta, como Jesucristo o Mahoma, es apedreada y perseguida por el vulgo, por el populacho, volviendo finalmente a las profundidades abismáticas de las que surgió como promesa de un regreso futuro. Los ideales de Junta-Riefenstahl encarnan el absurdo ideal nacionalsocialista que, paradójicamente, al tiempo que fabrican borregos obedientes y lobotomizados, les hacen creer individualmente a cada uno de ellos que son superiores a los demás. Una suerte de masa de singularidades fue formada de ese modo y continúa generándose en un mundo actual en el que el fascismo está lejos de haber desaparecido. Una ignorante cineasta que no comprendió jamás los acontecimientos históricos y políticos en que vivió, creerá durante toda su vida encarnar a un ser superior, al superhombre en versión feminista, por el mero hecho de practicar el alpinismo, rodar películas con la perfección tecnológica del taylorismo-germánico, viajar a Africa o bucear y filmar las profundidades oceánicas.

    La Riefenstahl no era lo suficientemente intelectual como para diferenciar entre las corrientes internas del Romanticismo alemán y poder discriminarlas, por eso suscribirá tanto la reivindicación de la Edad Media, de sus oscuridades y sus leyendas, vikingas en Wagner, como la de la Grecia clásica (en Olimpia I y II) apolínea, con sus mitos y su idealismo figurativo. El Sturm und Drang sirvió de suelo nutricio al nazismo.

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