La sagrada escritura da a entender que el Creador es eterno en sentido absoluto, sin comienzo ni final: "Al único Dios nuestro Salvador mediante Jesucristo nuestro Señor, sea gloria, majestad, potencia y autoridad por toda la eternidad pasada y ahora y para toda la eternidad. Amén" (Carta de Judas, versículo 25).
La revista LA ATALAYA del 1-8-2014, página 15, editada en inglés, español y otros idiomas por la Sociedad Watch Tower Bible And Tract, expone en parte: «Un padre le dice a su hijo de siete años: "Hace mucho mucho tiempo, Dios hizo la Tierra y todas las cosas que hay en ella. También hizo el Sol, la Luna y las estrellas". El niño se queda pensando un rato y entonces le pregunta: "Papá… ¿y quién hizo a Dios?"… "Nadie — responde el padre—. Dios siempre ha existido". Por ahora, esta respuesta tan sencilla deja contento al niño. Sin embargo, a medida que crece, el tema le sigue causando curiosidad. Le cuesta entender que exista alguien que no haya tenido principio. "¿Cómo es eso posible? —piensa—. Hasta el universo tuvo principio". La pregunta sigue sin contestarse: ¿de dónde vino Dios?… Dios es el "Rey de la eternidad", como lo llamó el apóstol Pablo (1 Timoteo 1:17). En otras palabras, siempre ha existido, sin importar cuánto retrocedamos en el tiempo. Y siempre existirá (Apocalipsis 1:8). Dios no tiene principio ni fin; ésa es una de sus principales características…
Aunque nos cueste entender que Dios es eterno, la idea es lógica. Si alguien hubiera creado a Dios, esa persona sería el Creador. Sin embargo, la Biblia afirma que Jehová Dios (el Creador Todopoderoso) es quien hizo todas las cosas (Apocalipsis 4:11). Además, nosotros sabemos que hubo un tiempo en que el universo no existía (Génesis 1:1, 2). ¿Cómo apareció? Obviamente, su Creador ya tenía que existir. Y también tuvo que haber existido antes que cualquier otro ser inteligente… Está claro que, antes de empezar a crear, Dios estaba solo. Él no pudo haber sido creado, pues no había ni nada ni nadie aparte de él»
El tiempo. La idea de TIEMPO es bastante intuible por las personas humanas, pero a la vez es extremadamente difícil de definir. Desde la antigüedad hasta el presente, muchos intelectuales han intentado desentrañar el misterio que impide dar una definición relativamente rigurosa de TIEMPO y sólo últimamente parece que se han conseguido algunos resultados prometedores.
Durante la infancia del conocimiento científico, el concepto que se tenía de "tiempo" era eminentemente antropocéntrico, pero hacia el siglo XV fue desapareciendo la visión subjetiva del tiempo que hasta entonces había embargado el enfoque de los filósofos y pensadores, siendo a partir de Galileo y Newton cuando, merced a la mecánica clásica, el "tiempo" se concebirá como un valor matemático; es decir, el concepto de "tiempo" empezó a concebirse como algo fijo, absoluto y medible, que puede conocerse por experimentos y cuya realidad no precisa relacionarse con el movimiento para ser medida, y que existe desde el pasado más remoto e inasequible hasta la eternidad inalcanzable del futuro. En definitiva, el "tiempo" se llegó a ver como algo ilimitado e inamovible, constante como un "tic-tac" que no pudiera parar jamás.
Pero la "teoría de la Relatividad General" de Albert Einstein, a primeros del siglo XX, supuso un duro golpe para la concepción que se tenía del tiempo en todos los estamentos de la sociedad humana (popular, académico, religioso, etc.). De pronto, el "tiempo" dejó de ser una magnitud absoluta y se convirtió en algo relativo, que varía en función de quién lo mida y bajo qué circunstancias lo mida. La revolución conceptual einsteniana dejaba claro que no sólo la percepción subjetiva que se tiene en cuanto a la duración de un acontecimiento es variable, sino que también, como magnitud física, el "tiempo" es igualmente variable; se define también en función del sujeto que lo experimenta, dependiendo de la velocidad a la que se mueva y en relación con la masa de los objetos, de la posición estática o de movimiento de quien lo mida, del enclave cercano o lejano respecto a una masa gravitatoria; y en todos estos casos los más precisos relojes marcarán desfases constatables, que pueden llegar a ser de pequeñísimas fracciones de segundo.
Científicos como Roger Penrose y Stephen Hawking desarrollaron las ideas básicas de Einstein, y este último ha lanzado también su propia teoría del tiempo en su libro "Una breve historia del tiempo". Hawking considera al "tiempo" como formado por tres flechas: la flecha termodinámica, la flecha cosmológica y la flecha psicológica. Opina que en nuestro universo, actualmente, las tres flechas apuntan hacia una misma dirección; sin embargo, esto puede que no siempre sea así. La "flecha termodinámica" está basada en la segunda ley de la Termodinámica, que indica que en cualquier sistema cerrado, el desorden (la "entropía") aumenta con el tiempo; por ejemplo, si un vaso de cristal (estado ordenado de la materia) se cae desde una mesa, éste se rompe en varios pedazos (estado desordenado); si ahora filmáramos un vídeo y pasáramos en cámara lenta la caída del vaso, veríamos cómo se va desordenando cada vez más conforme pasa el tiempo. La "flecha psicológica" es la que nos ayuda a percibir el tiempo, y ésta apunta hacia adelante; esto se puede explicar en base a que los sucesos son grabados en el cerebro, aumentando las conexiones, y con ello también aumenta el nivel de "desorden" de las neuronas. La "flecha cosmológica" es la que fue utilizada por Einstein para explicar el tiempo como causado por un universo en expansión; sin embargo, algunos teóricos han supuesto que en algún momento del futuro el universo empezará a colapsarse (en un "Big-crunch"), por lo que se podría pensar que la flecha cosmológica cambiará entonces su orientación.
Es interesante, con respecto a la denominada "flecha cosmológica" del tiempo, comparar algunas tendencias teóricas recientes con la visión de la realidad que puede extraerse del estudio profundo de la revelación que se encuentra consignada en las páginas de las sagradas escrituras. Ahí no se da a entender que nuestro mundo vaya a desaparecer a causa de un gran colapso global, sino, más bien, que éste continuará bajo la amorosa tutela del Todopoderoso. Por lo tanto, algo tendrá que descubrirse en el futuro que haga que todas las conjeturas que apuntan hacia un Big-crunch sean desechadas. Téngase en cuenta que, a pesar de lo mucho que ha avanzado la ciencia y la tecnología humanas, la verdad es que apenas hemos conseguido despegar de la plataforma de la ingenuidad e iniciar la gran aventura del conocimiento del universo.
Tiempo y relatividad. La teoría de la relatividad de Albert Einstein causó un gran impacto dentro de la comunidad científica. Muchos creen que marcó un antes y un después en la historia de la ciencia, pues revolucionó la física vigente en su tiempo. Las teorías que dominaban en cada una de las áreas de investigación (física teórica, física atómica y molecular, física de partículas, física nuclear y astrofísica, sobre todo) fueron influidas por el efecto que causó la teoría de la relatividad especial y la relatividad general de Einstein. Él era de origen alemán, y viajó a distintos lugares del mundo para impartir allí clases en cursos avanzados de física. A lo largo de su vida obtuvo distintas nacionalidades. La última fue la estadounidense.
No es común que una teoría física tenga resonancias en múltiples disciplinas científicas. Es menos común todavía que esa teoría llegue al gran público. La complejidad de la teoría de Einstein no impidió que quienes se dedicaban a la divulgación científica consiguieran mostrar al gran público en general las ideas fundamentales de esta teoría. Bertrand Russell (1872-1970) fue uno de los primeros divulgadores de la teoría de la relatividad de Einstein. Su libro "ABC de la relatividad" logró alcanzar gran fama en la comunidad científica y en la comunidad filosófica. Como dice al comienzo del mismo, su contenido no es filosófico, sino científico. Tan sólo dedica un capítulo -el que cierra el libroa las "consecuencias filosóficas de la teoría de la relatividad".
Por la formación científica que Russell recibió, era amplio conocedor de la matemática y la física de su tiempo. Como señala M. Garrido en el prólogo incluido en la edición de "Cátedra" del "ABC de la relatividad", este escrito de Russell, publicado originalmente en 1925, fue la primera y más completa introducción divulgativa a los nuevos fundamentos de la física establecidos por Einstein. A pesar de que estos fundamentos entraron rápidamente en conflicto con los de la también nueva "teoría cuántica", debido sobre todo a la impregnación de elementos subjetivos que por ambas partes se desarrollaron y que sólo el tiempo contribuiría a eliminar en buena medida, ambas posturas teóricas partían del contexto de crisis de comienzos del siglo XX, la cual se había originado en gran parte debido a que la mecánica clásica no podía ya explicar algunos hechos importantes.
En nuestros días, otro gran difundidor de la teoría relativista (capaz de llegar al gran público de una manera menos complicada que Russell) es Stephen Hawking. Es el más famoso físico teórico actual, cosmólogo, que también ejerce de divulgador científico en el Reino Unido. Estando vivo, es ya una figura legendaria de dimensiones trágicas: investigador brillante, autor del éxito de ventas "Una breve historia del tiempo", confinado a una silla de ruedas e imposibilitado para hablar y escribir, dominador de las dos grandes teorías físicas más avanzadas del momento: la relatividad general y la mecánica cuántica; en las que ha encontrado dos puntos de insuficiencia y superposición, cuales son: los bordes de los agujeros negros y el origen del universo.
En esta monografía, intentaremos seguir a groso modo la línea de Hawking en su "Historia del tiempo (del Big Bang a los agujeros negros)", capítulos 1 (nuestra imagen del universo) y 2 (espacio y tiempo), por considerarla muy bien trazada; pero, a la vez, también nos convendría reflexionar en cómo la teoría relativista ha afectado las creencias religiosas edificadas sobre el atesorado constructo mental de "tiempo absoluto" y de cómo el creyente culto de principios del siglo XX podría haberse visto trastornado por la marea desestabilizadora ocasionada por la aparición de los nuevos conceptos. Empero, igualmente, hoy día, también, un conocimiento equivocado de las repercusiones cósmicas de la teoría einsteniana, que tal vez incluso brotara de físicos teóricos de elevada reputación, pudieran llevar a confusión y a colisión contra los pensamientos que rezuman de las sagradas escrituras.
Aunque la relatividad repercute en otras magnitudes, aparte del tiempo, es, sin embargo, en esta última en donde a nivel popular ha tenido más impacto. Ha permitido el desarrollo de muchas especulaciones de ciencia-ficción, como los supuestos viajes en el tiempo (hacia el pasado y el futuro). Sin duda, estas especulaciones han desviado la mente de muchas personas con respecto a lo que dice la sagrada escritura, la cual no es proclive a los viajes en el tiempo. Sólo baste pensar en el siguiente ejemplo: supongamos que un sujeto pueda valerse de una tecnología muy avanzada para volver al pasado y enmendar el error de Adán y Eva; con ello, al cambiar el curso de la historia, haría innecesario el sacrificio de rescate de Cristo (por lo que hubiera sido más razonable facilitar al hombre el acceso a esa elevada tecnología, para evitar así tan duro sacrificio y las costosas consecuencias de aquel primer error).
Los cielos y la Tierra. En el año 340 antes de la EC (era común o cristiana) el filósofo griego Aristóteles, en su libro "De los Cielos", fue capaz de establecer dos buenos argumentos para creer que la Tierra era una esfera redonda en vez de una plataforma plana. En primer lugar, se dio cuenta de que los eclipses lunares eran debidos a que la Tierra se situaba entre el Sol y la Luna. La sombra de la Tierra sobre la Luna era siempre redonda. Si la Tierra hubiera sido un disco plano, su sombra habría sido alargada y elíptica a menos que el eclipse siempre ocurriera en el momento en que el Sol estuviera directamente debajo del centro del disco. En segundo lugar, los griegos sabían, debido a sus viajes, que la estrella Polar aparecía más baja en el cielo cuando se observaba desde el sur que cuando se hacía desde regiones más al norte (como la estrella Polar está sobre el polo norte, parecería estar justo encima de un observador situado en dicho polo, mientras que para alguien que mirara desde el ecuador parecería estar justo en el horizonte). A partir de la diferencia en la posición aparente de la estrella Polar entre Egipto y Grecia, Aristóteles incluso estimó que la distancia alrededor de la Tierra era de 400.000 estadios. No se conoce con exactitud cuál era la longitud de un estadio, pero puede que fuese de unos 200 metros, lo que supondría que la estimación de Aristóteles era aproximadamente el doble de la longitud hoy en día aceptada. Los griegos tenían incluso un tercer argumento en favor de que la Tierra debía de ser redonda, ¿por qué, si no, ve uno primero las velas de un barco que se acerca en el horizonte, y sólo después se ve el casco? Aristóteles creía que la Tierra era estacionaria (estática o inmóvil) y que el Sol, la luna, los planetas y las estrellas se desplazaban en órbitas circulares alrededor de ella. Creía eso porque estaba convencido, por razones místicas, de que la Tierra era el centro del universo y de que el movimiento circular era el más perfecto.
Esta idea fue ampliada por Ptolomeo en el siglo II de la EC, hasta constituir un modelo cosmológico completo. La Tierra permaneció en el centro del universo, rodeada por ocho esfe-ras que transportaban a la Luna, el Sol, las estrellas y los cinco planetas conocidos en aquel tiempo: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno . Los planetas se movían en círculos más pequeños engarzados en sus respectivas esferas para que así se pudieran explicar sus relativamente complicadas trayectorias celestes. La esfera más externa transportaba a las llamadas estrellas fijas, las cuales siempre permanecían en las mismas posiciones relativas, las unas con respecto de las otras, girando juntas a través del cielo. Lo que había detrás de la última esfera nunca fue descrito con claridad, pero ciertamente no era parte del universo observable por el hombre.
El modelo de Ptolomeo proporcionaba un sistema razonablemente preciso para predecir las posiciones de los cuerpos celestes en el firmamento. Pero, para poder predecir dichas posiciones correctamente, Ptolomeo tenía que suponer que la Luna seguía un camino que la situaba en algunos instantes dos veces más cerca de la Tierra que en otros. Y esto significaba que la Luna debería aparecer a veces con tamaño doble del que usualmente tiene. Ptolomeo reconocía esta inconsistencia, a pesar de lo cual su modelo fue ampliamente, aunque no universalmente, aceptado. Fue adoptado por la Iglesia pseudocristiana (o Iglesia de los cristianos corrompidos, mayoritaria) como la imagen del universo que estaba de acuerdo con las sagradas escrituras, y que, además, presentaba la gran ventaja de dejar, fuera de la esfera de las estrellas fijas, una enorme cantidad de espacio para el cielo y para el infierno.
Universo aristotélico. La revista "La Atalaya" del 1-7-2011, páginas 24-28, publicada por la Sociedad Watchtower Bible And
Tract, en español, inglés y otros idiomas, bajo el tema "·¿Quién hizo las leyes que rigen el universo?", expone:
«"¿Conoces las leyes del universo?" (Job 38: 33, Nueva Traducción Viviente). Con esta pregunta, el Creador ayudó a su angustiado siervo Job a entender que los seres humanos saben muy poco en comparación con él, cuya sabiduría es ilimitada. ¿Qué piensa usted?
El ser humano ha aprendido mucho sobre las leyes que rigen el cosmos, pero la mayoría de los científicos admiten sin reparos que aún les falta mucho por descubrir. Vez tras vez, nuevos hallazgos los obligan a reformular sus teorías sobre el funcionamiento del universo. ¿Qué demuestran estos avances? ¿Que el hombre ya sabe tanto como Dios? ¿O en realidad [justifican la creencia de] que el Autor de las leyes celestes es Jehová [el Todopoderoso]?
En la Biblia encontramos fascinantes declaraciones que contribuyen a responder a estas preguntas. Claro, la Biblia no afirma ser un libro de ciencia. Sin embargo, al hablar de los cielos estrellados, lo que ha dicho es asombrosamente exacto y, con frecuencia, ha estado muy adelantado a su tiempo. [Hagamos] un poco de historia.
Para poner el asunto en perspectiva, remontémonos al siglo IV antes de nuestra era (antes de la EC), un siglo después de completarse la sección hebrea de la Biblia, comúnmente llamada Antiguo Testamento. Por ese entonces, el filósofo griego Aristóteles instruía a los principales eruditos de la época sobre los misterios del cosmos. De hecho, hoy día se le sigue considerando uno de los científicos más influyentes que han existido. Según la Encyclopædia Britannica, "fue el primer verdadero científico de la historia. […] Todo científico está en deuda con él".
Aristóteles fue el más importante filósofo y científico de la Antigüedad", declara el libro "Los 100. Un ranking de los cien personajes más influyentes de la Historia". Y no es difícil ver por qué se expresa así sobre esta singular figura histórica. Aristóteles (384-322 antes de nuestra era) fue discípulo del célebre filósofo Platón y, posteriormente, tutor del príncipe que llegó a ser conocido como Alejandro Magno. Según antiguos catálogos, su prodigiosa obra incluyó unos 170 trabajos, de los que se conservan 47. Escribió extensamente sobre astronomía, biología, química, zoología, física, geología y psicología. Algunos de los detalles que dejó registrados sobre diversos seres vivos no se volvieron a observar ni estudiar hasta siglos después. "La influencia ejercida por Aristóteles sobre el pensamiento occidental ha sido incalculable", señala el libro ya citado. Y luego añade: "La admiración que se tenía por Aristóteles llegó a tales límites que en el último período de la época medieval rayaba en la idolatría".
Aristóteles elaboró un modelo astronómico en el que la Tierra ocupaba el centro de un universo compuesto por más de cincuenta esferas transparentes, cada una dentro de otra más grande. Las estrellas estaban fijadas a una esfera exterior, mientras que los planetas se situaban en las esferas más próximas a la Tierra. Fuera de nuestro planeta, todo era inmutable y eterno. Estas ideas tal vez nos parezcan ridículas hoy día, pero lo cierto es que influyeron en el pensamiento científico durante dos mil años.
¿Coincide la Biblia con las ideas de Aristóteles? ¿Qué enseñanzas han superado la prueba del tiempo? Analicemos tres preguntas relacionadas con las leyes que rigen el universo. Las respuestas reforzarán nuestra fe en el Autor de la Biblia, el Legislador que promulgó "los estatutos de los cielos" (Job 38: 33).
¿Es rígido el universo? Aristóteles razonó que las esferas celestes debían de ser rígidas. Ni la esfera que mantenía las estrellas en su sitio ni ninguna otra podían contraerse ni expandirse. Pero la Biblia no concuerda con esta conjetura. Aunque es cierto que no hace ninguna declaración dogmática al respecto, sí aporta esta interesante descripción: "Hay Uno que mora por encima del círculo de la tierra, los moradores de la cual son como saltamontes, Aquél que extiende los cielos justamente como una gasa fina, que los despliega como una tienda en la cual morar" (Isaías 40: 22).
¿Qué ha resultado más exacto: el modelo de Aristóteles, o la descripción bíblica? ¿Qué visión del uni-verso tiene la cosmología moderna? En el siglo XX, los astrónomos se sorprendieron al comprobar que el universo no es rígido en absoluto. De hecho, las galaxias parecen alejarse rápidamente unas de otras. Pocos científicos, si acaso alguno, habían imaginado ese proceso expansivo. En la actualidad, los cosmólogos en general creen que el universo comenzó en un estado muy compacto y que ha ido expandiéndose desde entonces. De modo que la ciencia ha dejado anticuado el modelo de Aristóteles.
¿Qué puede decirse de la descripción bíblica del universo? No es difícil imaginar al profeta Isaías mirando al cielo elegantemente estrellado y que éste le evocara la imagen de una tienda que se extiende. Incluso podría haber notado el parecido entre la Vía Láctea y "una gasa fina". Las palabras de Isaías nos ayudan a crear imágenes mentales. Pensemos en una tienda de tiempos bíblicos. Quizás visualicemos un fardo pequeño de tela gruesa que se despliega y se extiende para entonces alzarse sobre postes y convertirse en un hogar. De igual manera, podemos imaginar a un mercader que toma un trozo de gasa fina doblada y lo extiende ante la mirada de un posible comprador. En ambos casos, algo relativamente compacto se expande y se vuelve más grande.
Esto no significa que con las imágenes poéticas de una tienda y una gasa fina se pretenda explicar la expansión del cosmos. Pero ¿no es fascinante que la Biblia ofrezca una descripción que encaja tan bien con el conocimiento científico moderno? Isaías vivió más de tres siglos antes que Aristóteles, miles de años antes de que la ciencia tuviera pruebas contundentes de que el universo se expande. No obstante, a diferencia del modelo ideado por Aristóteles, lo que escribió aquel humilde profeta hebreo sigue siendo válido.
¿Qué mantiene los cuerpos celestes en su lugar? Aristóteles creía en un universo compacto. Según él, nuestro planeta y su atmósfera se componían de cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. El resto del universo estaba lleno de esferas transparentes, todas ellas formadas por una sustancia eterna a la que llamó éter. Los cuerpos celestes estaban fijados a tales esferas invisibles. Este concepto cautivó durante mucho tiempo a los hombres de ciencia, pues parecía satisfacer una premisa básica: un objeto debe reposar sobre algo o colgar de algo, porque de lo contrario se caerá. ¿Decía la Biblia algo a este respecto? Pues bien, en ella leemos las palabras que el fiel Job declaró en cuanto a Jehová: "Él está […] colgando la tierra sobre nada" (Job 26: 7). Sin duda, Aristóteles se hubiera reído de esa idea.
En el siglo XVII, unos tres mil años después de los días de Job, los científicos en general sostenían que el universo estaba lleno, no de esferas cristalinas, sino de algún tipo de fluido. A finales de ese mismo siglo, el famoso físico Isaac Newton propuso una idea muy distinta: los cuerpos celestes se atraían debido a la fuerza de la gravedad. Estaba un paso más cerca de entender que la Tierra y los demás astros en realidad se hallan suspendidos en el espacio vacío, a simple vista "sobre nada".
La teoría de Newton se topó con mucha oposición. A muchas mentes científicas aún les costaba visualizar que los cuerpos celestes no se mantuvieran en su lugar sujetos a algo sólido. ¿Cómo podía ser que un planeta tan pesado como el nuestro y los demás astros sencillamente flotaran en el espacio? Para algunos, ese concepto parecía sobrenatural. Desde los tiempos de Aristóteles, casi todos los hombres de ciencia habían creído que el espacio debía estar lleno de algo. Por supuesto, Job no sabía nada de las leyes invisibles que mantienen a la Tierra en una órbita estable alrededor del Sol. ¿Qué fue, entonces, lo que lo llevó a decir que nuestro planeta está colgando "sobre nada"? Además, la idea de que la Tierra no se apoya sobre nada hace surgir otra cuestión: ¿qué mantiene en su rumbo a nuestro planeta y los demás astros? Fíjese en las significativas palabras que Dios dirigió a Job: "¿Puedes tú atar firmemente las ligaduras de la constelación Kimá, o puedes desatar las cuerdas mismas de la constelación Kesil?" (Job 38: 31). En su larga vida, Job pudo ver cómo esas conocidas formaciones estelares surcaban el cielo durante la noche. Pero ¿por qué siempre se veían en la misma posición, año tras año, década tras década? ¿Qué ataduras las sujetaban a ellas y a todos los demás cuerpos celestes en sus posiciones relativas? Sin duda, Job se sentiría impresionado al meditar en ello.
Si las estrellas estuvieran sujetas a esferas celestes, no habría necesidad de tales ataduras. Hubieron de transcurrir miles de años para que los científicos empezaran a descubrir las invisibles "ligaduras" o "cuerdas" que mantienen los astros juntos en su larga y pausada procesión en la negrura del espacio sideral. Isaac Newton y luego Albert Einstein se hicieron famosos por sus descubrimientos en este campo. Claro está, Job ignoraba por completo las fuerzas que Dios emplea para mantener juntos los cuerpos celestes. Sin embargo, las palabras inspiradas del libro de Job han superado la prueba del tiempo mucho mejor que las teorías de Aristóteles. Únicamente Dios, el gran Legislador, podía tener ese conocimiento.
¿Es eterno el universo, o se deteriora? Según Aristóteles, había una enorme diferencia entre los cielos y la Tierra. Este planeta —decía— estaba sujeto a cambio, decadencia y deterioro, mientras que el éter del que estaban hechos los cielos estrellados era inmutable y eterno. Sus esferas transparentes y los cuerpos celestes sujetos a ellas jamás cambiarían ni se consumirían ni morirían. ¿Es eso lo que enseña la Biblia? Salmo 102: 25-27 declara: "Hace mucho tú colocaste los fundamentos de la tierra misma, y los cielos son la obra de tus manos. Ellos mismos perecerán, pero tú mismo quedarás en pie; e igual que una prenda de vestir todos ellos se gastarán. Igual que ropa los reemplazarás, y ellos terminarán su turno. Pero tú eres el mismo, y tus propios años no se completarán".
Observe que este salmista, quien quizás vivió dos siglos antes que Aristóteles, no establece un contraste entre la Tierra y los cielos estrellados; no dice que estos sean eternos y que nuestro planeta esté en decadencia. Más bien, establece que ambos —los cielos y la Tierra— están en contraste con Dios, el poderoso Espíritu que dirigió su creación. Por tanto, este salmo parece indicar que las estrellas se deterioran igual que cualquier cosa que haya sobre la Tierra. ¿Y qué ha descubierto la ciencia moderna? La geología apoya tanto a la Biblia como a Aristóteles en la idea de que la Tierra se va desgastando. De hecho, las rocas de la superficie sufren una continua erosión y son reemplazadas debido a la actividad volcánica y otros fenómenos geológicos. Pero ¿y las estrellas? ¿Se deterioran como da a entender la Biblia, o son eternas como enseñó Aristóteles? Los astrónomos europeos comenzaron a dudar de la teoría aristotélica en el siglo XVI, cuando por primera vez observaron una supernova, es decir, la espectacular explosión de una estrella. Desde entonces, los científicos han comprobado que las estrellas pueden morir explotando violentamente, apagándose poco a poco o incluso contrayéndose víctimas de su propia gravedad. Sin embargo, los astrónomos también han observado la formación de nuevas estrellas en "viveros estelares", es decir, nubes de gas que se ven enriquecidas por las explosiones de viejas estrellas. Por lo tanto, la imagen que pintó el escritor bíblico de una prenda de vestir que se desgasta y se cambia por otra es muy apropiada. ¿No es asombroso que las palabras de este salmista de tiempos antiguos encajen tan bien con los descubrimientos modernos? Entonces, ¿enseña la Biblia que llegará un día en que la Tierra y los cielos estrellados dejarán de existir o necesitarán ser reemplazados? Al contrario, promete que durarán para siempre (Salmo 104: 5; 119: 90). Sin embargo, eso no se deberá a que tales creaciones sean eternas por naturaleza, sino a que Dios promete que las mantendrá en existencia (Salmo 148: 4-6). Aunque él no ha dicho cómo las sustentará, ¿no es razonable concluir que el Creador del universo tiene el poder para hacerlo? Sería como un buen constructor que mantiene con esmero la casa que construyó para él y su familia.
¿[Hay Alguien que merezca] la gloria y la honra [por todas estas cosas]? Tras analizar algunas de las leyes que gobiernan el cosmos, la respuesta a esta cuestión [parece quedar bastante] clara. ¿Verdad que nos llena de admiración meditar en [la indescriptible obra de ingeniería cósmica de] Aquél que extiende las incontables estrellas en la inmensidad del espacio, las mantiene en su sitio con la fuerza de la gravedad y las sostiene mediante ciclos que se repiten sin fin? Quizás las palabras de Isaías 40: 26 expresen del mejor modo posible los motivos de tal admiración: "Levantad los ojos a lo alto y ved. ¿Quién ha creado estas cosas? Es Aquél que saca el ejército de ellas aun por número, todas las cuales él llama aun por nombre". Las estrellas se comparan a un ejército con una enorme cantidad de soldados. Sin las órdenes de un comandante, ese ejército no sería más que una multitud caótica, en confusión. De igual modo, sin las leyes que Jehová estableció, los planetas, las estrellas y las galaxias no seguirían patrones fijos y todo sería un caos. En vez de eso, imagine un ejército de miles de millones y a un Comandante que no solo ordena los movimientos de sus tropas, sino que conoce al dedillo el nombre y las circunstancias de cada soldado
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