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El Candidato

Enviado por preyes


     El candidato no aspira a ser la presencia visible de un proyecto de sociedad, no aspira a ser agente del cambio, no aspira a mostrar los caminos que potencialmente conducen a la utopía. El candidato aspira a que muchos deleguen en él su porvenir para así mejor construir el propio.

    El candidato no pretende establecer con sus electores un nexo en términos de representación; no le interesa ser el motor de una acción que concrete el futuro por ellos deseado. El candidato quiere concitar en sí mismo la fuerza de muchos para así consolidar su propia fuerza.

    El medio ambiente del candidato no es la sociedad sino el mercado.

    El candidato es sujeto de un mundo de competencia. En verdad su única doctrina es el darvinismo político.

    El candidato aspira a crear demanda. El candidato aspira a ponerse ventajosamente en el mercado, a vender en las mejores condiciones su imagen creada ardua y planificadamente por publicistas y analistas motivacionales, por maquilladores y libretistas, por especialistas en marketing y medios de comunicación. Aspira a venderse a sí mismo a la manera de un desodorante, de un automóvil o de una mujer de goma. Aspira a que una multitud por siempre desconocida y sonámbula tenga la imperiosa necesidad de comprar una promesa que no se cumplirá nunca.

    El candidato no es en el fondo un político, no es un estadista, es un producto comercial.

    El candidato es una ficción hecha a la medida de las exigencias del marketing y regida por los principios del mercado; es el personaje imaginario creado por la conjunción de técnicas eficientes de propaganda y motivación aplicadas a partir de los sueños y los complejos, de los anhelos y la neurosis de los electores.

    El candidato no dice verdad ni mentira. El candidato es una oferta que se ajusta a la demanda o la crea según su fuerza y recursos. El candidato aleja o acerca el temor, despierta o apaga pasiones, fomenta o destruye anhelos.

    El candidato se impone como satisfacción alucinatoria, imagen de compensación, sustituto del padre, de la madre, del amante; creador de necesidades, constructor de ensueños.

    El candidato es criatura de un mundo sin juicios de valor, un mundo donde no existe bueno ni malo, donde no existe verdad ni mentira. El mundo del candidato está más allá de toda ética. El candidato es criatura de un mundo matemático: sus únicos valores son más y menos.

    El candidato no es un líder ni un apóstol, es un bien de consumo.

    El candidato estima a sus electores por su debilidad, nunca por su fortaleza. Lo que el candidato quiere es reunir en sí la suma de las fuerzas individuales de sus electores a través de la exacerbación de sus debilidades en tanto individuos.

    El candidato desea reunir bajo su control la suma del poder de muchos para hacer con él lo que quiera.

    El candidato requiere de la masa y no de la organización. El candidato aspira a subsumir a toda individualidad en la masa y hacer luego de la masa sinónimo de sociedad.

    El candidato apunta a los defectos y nunca a las virtudes de los electores.

    La pesadilla del candidato es un mundo sin carencias, una sociedad conformada por individuos autosuficientes, reflexivos, con espíritu crítico.

    El discurso del candidato es el de la prueba falsa, de la argumentación incompleta, de la consigna, de la identificación de víctimas propiciatorias, de la desinformación y de la falacia.

    El intelectual lúcido es la negación del candidato. Convertido en candidato el intelectual lúcido deja de serlo. Convertido en partidario del candidato pasa a ser bufón, intérprete o adulador, pasa a ocupar un rol de servidumbre.

    La filosofía tradicionalmente ha enseñado el asombro aun ante lo más cotidiano, la perplejidad aun ante lo más seguro, el juicio crítico aun ante los más sagrado, la duda respecto a lo más evidente. El candidato no es un filósofo o aparenta no serlo, eso sí es un sofista, un retórico de la peor especie, pero que maneja el arte de crear las condiciones para que su público acepte como evidentes o verdaderas cosas acerca de las cuales sería más que razonable tener, al menos, reservas.

    El candidato aspira a convencer de que él es la medida de todas las cosas.

    El candidato quiere concitar cohesión social, pero bajo su mando; es decir, quiere acrecentar y perpetuar la atomización social.

    Cuando se enfrenta a la maquinaria electoral de sus adversarios, el candidato sueña con un mundo de hombres libres, instruidos, racionales, reflexivos. Cuando la maquinaria es la propia, sueña con la uniformidad de los hormigueros o los termiteros.

    El candidato diseña su campaña a partir de las ansias y los temores de la gente.

    El candidato antes de necesitar militantes, partidarios, electores proclives, necesita dinero.

    Cuando el candidato busca financiamiento par su campaña no hipoteca su futuro, invierte y pone sus acciones en el mercado. Cuando el candidato obtiene financiamiento hipoteca el futuro de sus electores y de los electores de sus adversarios.

    Con dinero el candidato fabrica su imagen, fabrica también conciencias virtuales para electores efectivos.

    El triunfo del candidato es convertir en mera estupidez los mecanismos democráticos.

    Para ir edificando su poder, su discrecionalidad potencial, el candidato requiere de la ignorancia y la irracionalidad, de la demencia y el sinsentido; así como el empresario requiere de la miseria, la cesantía, la frustración y las falsas necesidades para construir su imperio.

    La impotencia del elector es su término de relación con el candidato electo.

    El candidato no aspira a ser un personaje épico, un héroe, un guía. El candidato se quiere showman, galán de teleserie, marca que induce consumo, imagen sagrada, ícono.

    El candidato ni informa ni educa. El candidato manipula y enajena.

    Para el candidato no existen militantes ni partidarios. Para el candidato sólo existe mano de obra barata.

    El candidato desprecia profundamente a los seres humanos en tanto individuos u organización consciente, puesto que no sirven a sus fines. El candidato desprecia tanto más a los individuos convertidos en masa, pero es con la masa que construye su pirámide.

    El candidato se guarda de hablar al intelecto de sus electores porque es dirigirse a la comparación, a la deducción, al análisis, es dirigirse a individuos, es arriesgarse a los azares de la opción. El candidato busca la devoción y aun la histeria de las masas hablándoles al corazón.

    El candidato sabe que para llegar verdaderamente al poder debe tener de antemano el poder.

    En rigor, el candidato es una inversión y no un proyecto político. El triunfo del candidato es el éxito de una empresa comercial.

    El candidato posa de profeta o demiurgo, pero en verdad sólo es un domador de circo.

    Al candidato, montado en su maquinaria publicitaria rumbo al futuro, no le interesa, bajo ningún concepto, hacer del proceso eleccionario el reino de la libertad de opción; el candidato quiere convertirlo en un experimento de Pavlov.

    El candidato hace hoy afirmaciones con el mismo candor con que las negará mañana.

    El candidato tiene dos clases de enemigos los del bando opuesto y los del propio.

     

     

    Autor:

    Patricio Reyes

    Licenciado en Filosofía

    Ñuñoa, Chile