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Multiculturalismo y democracia liberal (página 2)


Partes: 1, 2, 3

En segundo lugar, porque el multiculturalismo actual está vinculado a algunos hechos sociales propios de nuestra época: por un lado, la emergencia de grupos sociales que anteriormente eran invisibles o no tenían una personalidad independiente (por ejemplo, las culturas indígenas de América, los colectivos de gays y lesbianas, las mujeres…); y por otro, el rápido crecimiento de conflictos vinculados al aumento de la diversidad cultural en el interior de nuestras sociedades, especialmente por el incremente masivo de la inmigración desde países menos desarrollados. Realmente, en esto, como en muchas otras ocasiones, el pensamiento no sólo no produce el hecho, sino que es producido por él, ya que la reflexión sobre el multiculturalismo ha sido desencadenada por la incidencia del fenómeno inmigratorio en el mundo norteamericano y europeo.

En tercer lugar, como ya he insinuado, difícilmente puede llegarse a un entendimiento entre teorías, ya que algunas de ellas parten de presupuestos filosóficos contrapuestos, insertos en visiones del hombre que se contradicen. Se ha puesto de relieve desde las corrientes multiculturalistas la supuesta falacia liberal sobre la individualidad y personalidad humanas. Ésta no sería el fruto de una elección personal, ni de una evolución asumida conscientemente, sino el resultado de una serie de factores externos que nos perfilan, determinan y limitan, como la lengua, las tradiciones, la comunidad y la familia. Un suave acento determinista palpita bajo las telas de esta ideología.

Pero este debate puede ser muy largo, y este prólogo no está pensado para agotarlo. Me conformaré con haber sido capaz de clarificar un tanto mi relación con el tema, mi convicción sobre su importancia, radicalidad y actualidad; y la dificultad del mismo para ser reunido y resuelto en un trabajo de la corta extensión del que me ocupa. A pesar de ello, he procurado abarcar íntegramente la cuestión, conquistarla en su generalidad (quizás aplicando algo de aquel principio elástico que Ortega llamaba "pantonomía" o tensión hacia el todo), sin dejar de ser escueto.

Porque la brevedad es una virtud. No la que se debe a la ignorancia que se atreve (porque siempre es osada) a principiar un camino que no será capaz de terminar. No esa brevedad, sino la que es producto del esfuerzo compilador y generalizador, que, a pesar de lo que pueda parecer, nunca es menor que la investigación minuciosa y precisa también de cierta disposición de carácter y de inteligencia.

Por lo dicho, quiero ser breve, por no ser pedante. Y breve será la mirada que echaremos sobre el multiculturalismo. Aunque temo haberlo sido demasiado, para tema tan amplio. Confío, pues, en que, tras la lectura de las páginas que siguen, su indulgencia perdonará lo que las afee y suplirá lo que les falte. Pido con ello lo mismo que Shakespeare, quien en Romeo y Julieta solicitaba salvar "toda carencia" con "afán": el afán del público por entender y el de los actores por interpretar. De esta forma, espero que no sea necesario repetir aquel poemita de Antonio Machado:

"Adivina lo que quiero

decir con lo que te digo.

Te doy la madeja,

saca tú el ovillo".

2. INTRODUCCIÓN

La palabra "multiculturalismo" está de moda, desde hace algunos años, en los círculos intelectuales de Occidente. De dónde ha surgido, a qué realidades hace referencia, son preguntas necesarias pero audaces, quizá, porque hace falta tiempo para que un concepto se sedimente, adquiera ese precipitado uniforme y consistente que le da a cada idea su coloración identificativa. Y eso a pesar de que el mundo va muy deprisa.

En efecto, la realidad de los hechos en que nos movemos gira a menudo con mayor rapidez que la teoría, siempre esclava de la pausa y la contemplación atentas, y no es extraño que los hombres sean casi ciegos para los fenómenos que acaecen delante de sus miradas. Esto no es necesariamente indeseable, puesto que el hombre, antes que nada, es animal henchido de necesidades, y a éstas dedica, sin duda, la mayor parte de sus esfuerzos y atenciones. Sin embargo, por increíble que parezca, hay vida fuera de la lucha por la supervivencia, y problemas tan acuciantes como ésta misma. En ese nivel encontramos, por ejemplo el problema de la convivencia de culturas; o, dicho de otro modo, algo que llaman "multiculturalismo".

¿Qué tipo de problemas se encierran bajo esa denominación? Ante todo, diremos lo que no son: no son problemas totalmente nuevos. En definitiva, no son fenómenos exclusivos de la sociedad del siglo XXI, puesto que se pueden apreciar en otras épocas de la historia. En verdad, desde finales del segundo milenio, la nueva Europa se ha convertido en un escenario de expresiones plurales donde complejas realidades multiculturales se insertan y entrecruzan en una amplia diversidad de tradiciones políticas, sociales, religiosas y de género, herencia en parte de una sociedad postcolonial, de las oleadas migratorias sufridas durante siglos y de la desintegración de la unidad cultural europea que siguió a la Reforma y posteriormente a los movimientos de secularización.

Pero que no sean problemas nuevos no significa que la cuestión carezca de importancia. Como veremos, sólo en el mundo moderno se han producido las condiciones para que las diferencias culturales sean palpables y problemáticas no sólo entre estados o naciones o civilizaciones, sino también dentro de ellos. He aquí precisamente la piedra de toque sobre la que habremos de volver más adelante. Así, muchos han pretendido pasar sobre ellos blandiendo distintas razones, diciendo en general al respecto que los medios que la sociedad ha venido usando desde hace tiempo son los más adecuados para resolver dichos problemas.

Hablamos de "problemas", por tanto. Pero, ¿cuáles? Para empezar, los que se deben al fenómeno de la convivencia o coexistencia obligada de personas con distintos bagajes culturales, religiones, tradiciones, ideologías, costumbres… que tienen, arrastrados por las circunstancias o movidos por el interés, que emigrar de un país a otro, e instalarse en éste y conducirse según las normas del Estado que las acoge. Pero ello no es sólo producto directo de las migraciones causadas por crisis económicas. Es también el signo de nuestros tiempos, ya que, "en nuestros días, pocos son los Estados que no puedan ser considerados como multiculturales, esto es, que no acojan comunidades culturales diversas, o cuyos ciudadanos compartan una misma lengua o religión, o pertenezcan a un mismo grupo étnico. Este pluralismo, con todo lo enriquecedor que sin duda puede llegar a ser, plantea -o puede plantear- importantes conflictos, hasta el punto de que Will Kymlicka ha llegado a sostener que desde el fin de la guerra fría, los enfrentamientos etnoculturales se han convertido en la fuente más común de violencia política en el mundo". En fin, cuando hablamos de "multiculturalismo" hacemos una referencia inequívoca a los conflictos provocados por la creciente diversidad cultural y étnica que caracteriza a la mayoría de las sociedades contemporáneas. Esta situación, sin duda, tiene una importancia política de primer orden. Y como problema de convivencia exige normas de solución.

Pero no es éste un asunto puramente teórico. Es un elemento que influye en las lenguas, que son el primer obstáculo con el que tropezamos los europeos, el elemento diferenciador por excelencia. La diferenciación lingüística, por supuesto, no es original del siglo XX, ni tampoco específicamente europeo; pero ha servido de base para las teorías de algunos autores (como TAYLOR), quienes la consideran el ingrediente identificativo por excelencia. La diversidad es también un factor que afecta a la identidad nacional de los Estados; con razón se le ha citado como uno de las posibles causas de la erosión de la soberanía de éstos, que desde hace mucho tiempo se gestiona en virtud de sucesivas cesiones infra y supraestatales. Quizá también aquí tenga algo que decir la revivificación del viejo nacionalismo en algunas zonas de Europa, como Cataluña o el sur de Francia.

Frente a este proceso desintegrador, se encuentran otros procesos que ya no se construyen sobre el concepto de soberanía y que permiten en su seno una diversidad cultural mayor, como es la UE.

Resumiendo, desde un punto de vista general, el término "multiculturalismo" afronta la diversidad cultural y étnica de las sociedades contemporáneas,. Por tanto, cuanto menos en un sentido primario, hablar de multiculturalismo consiste en describir una realidad social.

Pero lo que resulta sin duda novedoso es el especial interés con el que la filosofía política y el derecho constitucional contemporáneos han comenzado a interrogarse por la trascendencia de este fenómeno. En este sentido, el multiculturalismo se ha propuesto como valor, con el fin de ofrecer alguna directriz política que sirva para enfrentar los conflictos planteados en el contexto de estados con elevados índices de pluralidad cultural. Con ello, se ha querido poner el acento, dentro del debate sobre el multiculturalismo, sobre cuáles son las condiciones de justicia en un contexto de diversidad cultural, y si esta diversidad es relevante ética y políticamente para la configuración de la identidad de un estado y la cristalización de sus principios constitucionales.

Este sentido del término se ha querido hacer incompatible por parte de muchos autores con ciertos principios de la tradición liberal de Occidente, como el que afirma que las distintas identidades y adhesiones culturales de los ciudadanos no suponen impedimento alguno para la convivencia e integración estatales.

Mirando en lo profundo de la cuestión, desde el punto de vista filosófico, tenemos un supuesto problema: ¿cómo organizar políticamente la convivencia de grupos más o menos numerosos que oponen conjuntos de valores que difieren o que en algunos casos se contradicen? Hasta ahora, Europa se ha afirmado en su vocación hospitalaria, y no ha desdeñado ninguna aportación ajena, aunque siempre lo ha hecho desde el paradigma ético-político representado por lo que puede llamarse "su perfil de civilización", que en todo caso es una curiosa mezcla de principios y propuestas procedentes de la religión cristiana, la filosofía griega, el derecho romano, y las modernas corrientes ideológicas, entre las cuales han destacado el liberalismo y el socialismo. En todo caso, a lo largo de los siglos esta mixtura ha sedimentado ciertos principios de actuación, paradigmáticamente el de tolerar las prácticas culturales extranjeras, pero integrándolas en la medida de lo posible dentro del modelo único vigente. Pero ahora el multiculturalismo, en contra de esta tradición inveterada, propone un nuevo paradigma, distinto del conocido y sin embargo imbricado con él.

Explicar este paradigma, su diferencia con el anterior, y su relación íntima con éste, será justamente la labor de estas páginas. A lo largo de este trabajo, investigaremos sobre los posibles sentidos del "multiculturalismo" y nos plantearemos en términos generales su posible vinculación u oposición con los principios del liberalismo más extendidos.

2 CONCEPTOS PREVIOS

2.1. La cultura: elementos esenciales.

Empezamos esta reflexión echando una ojeada a uno de los conceptos que, por así decirlo, se disimulan en el necesario trasfondo del pensamiento práctico sobre nuestro tema. Lo traemos a la luz, al primer plano, ahora, para hacernos cabal imagen del cuadro sobre el que vamos a situar la lente de nuestra atención. Ese concepto es el de "cultura", directamente implicado en el "decirse" del problema, en su pronunciación (primer contacto que siempre se tiene con un problema), por cuanto el prefijo "multi-" nada significa sin su núcleo "-cultur". La terminación "-ismo", por su parte, nos da idea, como sabemos, de estar ante un conjunto de ideas, no ante una realidad objetiva ajena al discurso.

Normalmente, llamamos "culto" a una persona que sabe mucho. Tradicionalmente, la palabra cultura ha sido sinónima de otras como erudición, ilustración, civilización o progreso. Pero hay que decir al respecto que este significado no es más que el resultado de un símil. En su más remoto pasado, en la época clásica grecorromana, Cicerón usó el término para distinguir a unos hombres de otros. Unos, ignorantes y brutos, serían "in-cultos"; esto es, no labrados por la ciencia, no duchos en las letras y las artes, no recorridos por el doloroso aunque bienhechor arado del estudio. Otros, en cambio, los "cultivados", se identifican por su amor por la belleza, por su espíritu inteligente, por su formación en letras, ciencias, artes, música, el refinamiento de sus costumbres y el (supuestamente) lógico progreso y crecimiento de sus proyectos y actividades.

En la Edad Media la palabra cultura conservó su carácter figurado, aristocrático, contemplativo, propio del ideal clásico, y se convirtió en instrumento principal de la preparación del hombre para sus deberes religiosos y para la vida ultramundana, precisamente a través del "culto" o tributo-veneración debido a Dios y a sus santos. El Renacimiento modificó el carácter imaginativo del ideal clásico medieval, destacando la naturaleza activa de la sabiduría. Pico della Mirandola insistía en que a través de la sabiduría el hombre podía llegar a su realización total. Hay ciertamente reminiscencias platónicas y aristotélicas en esta concepción, pero inundadas obviamente de la tradición cristiana medieval. La Ilustración trató de eliminar el carácter aristocrático de la cultura, al proponer su universal difusión, como instrumento de renovación de la vida social e individual, de lucha contra las desigualdades y progreso del género humano.

De modo que, desde que fue inventada, la palabra cultura ha tenido siempre alguna conexión con la sabiduría, en su más amplio sentido. No se era culto nada más nacer, sino a través del esfuerzo y el estudio, y este carácter de conquista era justamente lo que le daba a la cultura su valor como bien espiritual o como bien social.

Pero desde hace relativamente poco, esta acepción popular de cultura convive con una diferente y más específica: la que le han dado los estudiosos de la sociedad. Ha dejado de ser exclusivamente el compendio de obras espirituales o materiales que un hombre hace o aprende, o la carga de saberes que un hombre ha adquirido y que lo elevan espiritualmente. Ahora para un antropólogo o un sociólogo el término "cultura" comprende más bien todos los procesos y valores, todas las pautas de comportamientos y creencias que se dan en una comunidad humana. Por tanto, el número de objetos que caben en él se ha ampliado considerablemente. Dado, además, el carácter social de su transmisión a lo largo de la historia, dicho término, para una determinada sociedad, implica el conjunto organizado de respuestas adquiridas y valores asimilados, no hereditarias o ingénitas, que comparten los miembros de un grupo. De acuerdo con esta acepción, es absurdo afirmar que ciertas personas pertenecientes a una sociedad poseen cultura y otras no. Cultura es todo lo humano, en la medida en que ha sido adquirido, elaborado y transmitido de unos individuos a otros.

Cultura y sociedad estarían, así, inescindiblemente unidas. Si la cultura se debe a la comunicación y está formada por un amplísimo abanico de comportamientos, ideas y modelos, por su parte, una sociedad es un conjunto de personas que viven juntas durante un cierto tiempo, ocupan un territorio y, lo más importante, comparten una cultura. Es imposible que exista una sociedad sin que exista una cultura y viceversa. Esta es la razón por la que también se ha llamado "cultura" a cada "sociedad" determinada en el espacio y el tiempo.

Ya hemos hablado, pues, de tres sentidos de la palabra cultura hasta ahora: cultura como riqueza espiritual, cultura como comportamiento humano transmitido socialmente y cultura como sociedad.

La acepción más común en la literatura sociológica y antropológica del siglo XX es, sin lugar a dudas, la segunda de las citadas. Al respecto, sin salirnos de sus límites, los estudiosos han ideado distintas definiciones para el término "cultura", pero los mismos sociólogos están de acuerdo en que no existe una definición sociológica propiamente dicha y de autoridad indiscutible. Es clásica la tesis de TYLOR, según la cual cultura es el complejo de conocimientos, creencias, arte, moral, leyes, usos y otras capacidades y usanzas adquiridas por el hombre en cuanto miembro de una sociedad. De acuerdo con esta noción, todo sería cultura. Es obvio, pues, que la definición es lo suficientemente amplia, pero también desesperantemente oscura. Añadamos, por tanto, algunas aportaciones, buscando precisar más.

Otra definición en términos generales nos la da FERRATER MORA, para quien la cultura es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o grupo social en un periodo determinado. El término ‘cultura’ engloba además modos de vida, ceremonias, arte, invenciones, tecnología, sistemas de valores, derechos fundamentales del ser humano, tradiciones y creencias. A través de la cultura se expresa el hombre, toma conciencia de sí mismo, cuestiona sus realizaciones, busca nuevos significados y crea obras que le trascienden.

En otro sentido, KLUCKHOHN, representante de la corriente "estructural", la entiende como "todos los modos de vida históricamente creados, tanto explícitos como implícitos, racionales y no racionales, que existen en cualquier tiempo determinado como guías potenciales del comportamiento de los hombres" aunque la concibe también como "la parte del ambiente hecha por el hombre". Con lo que la cultura quedaría definida por cuatro puntos esenciales:

  • un sistema
  • creado históricamente
  • de proyectos o diseños vitales, explícitos e implícitos,
  • que tienden a ser compartidos por todos o por ciertos miembros de un grupo, en un punto específico del tiempo.

El enfoque histórico, uno de cuyos mejores representantes es Ralph LINTON, insiste en la cultura como herencia total de la humanidad. El enfoque normativo, como el propuesto por SOROKIN, considera la cultura como el aspecto ideativo del mundo supraorgánico, es decir, el conjunto de ideas normativas dinámicamente eficaces: sentidos, valores, normas y su interacción. El enfoque sociológico pone el acento en las "técnicas" o medios para satisfacer las necesidades, resolver problemas y ajustarse al entorno y al resto de miembros de la colectividad. Finalmente, el enfoque genético pone de relieve el papel del aprendizaje social en la cultura, a la que considera como los resultados o productos, acumulados y transmitidos, de comportamientos pretéritos en el ámbito de los grupos y las sociedades.

En esta última corriente podría enmarcarse la definición de Jesús MOSTERÍN, según la cual "la cultura es información transmitida por aprendizaje social, es decir, por imitación de los otros miembros del grupo o de los modelos sociales, por enseñanza o educación en la familia y en la escuela, o por recepción de información comunicada a través de soportes artificiales". Es interesante destacar el contenido de esta definición, puesto que una sencilla reflexión nos enseñará, en efecto, que los elementos de una cultura no son innatos, sino aprendidos y, además, aprendidos socialmente. De no haber sociedad, ya lo hemos dicho, no habría cultura. Son las dos caras de la misma moneda. Sin una cultura común es posible que las personas nunca formen una sociedad, aunque estén juntas espacialmente. Pero sin una sociedad (al menos embrionaria) no podría generarse una cultura. Quizá por aquí iban los tiros cuando FREUD (que no era un sociólogo propiamente dicho), definía la cultura como "la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí". Es evidente que la defensa social que el hombre ha inventado es su mejor amparo contra las agresiones de la naturaleza, pero al hacerlo se ha metido de lleno en una infinita serie de problemas que sólo en el interior de una sociedad se dan, y que sólo en la cultura encuentran, puede que a la vez, su solución y su causa.

Así como éstas, son innumerables las definiciones y muy abundante la literatura antropológica escrita sobre el concepto de cultura que difieren no sólo en los alcances que se confiere al concepto, sino también en sus orientaciones teóricas. Pocos antropólogos se han privado de elaborar un concepto de cultura acorde con su formación y su manera de pensar en las realidades que les preocuparon.

En todo caso, y como quiera que se tomen las definiciones, en todas ellas se entenderá necesariamente que la cultura es un fenómeno social, es decir, algo más que un fenómeno biológico, que si bien tiene base biológica se trasmite de cerebro a cerebro a través de la información y la comunicación y que se puede observar, analizar y comprender como un sistema.

La cultura, como ya se dijo, incluye los conocimientos, técnicas, ideas, creencias, hábitos y valores heredados. Si bien hay quien sostiene que la cultura no incluye los objetos materiales, éstos, como resultado de los actos, también se consideran formas de la cultura explícita. En todo caso, son necesariamente productos culturales –cultura material– y objeto de estudio de algunas disciplinas como la arqueología y la historia de la técnica. Porque, ante todo, la cultura puede dividirse en "cultura material" y "cultura no material". La no material consistiría en el conjunto de saberes, creencias y hábitos que poseen los individuos pertenecientes a una sociedad. La cultura material está constituida por los objetos que el hombre fabrica. Ambos aspectos son connaturales a su definición, y ya lo hemos señalado al distinguir entre el sentido que originariamente se le dio a la palabra cultura a lo largo de la historia, y el sentido crítico o científico que los sociólogos han pretendido darle.

Para recoger los párrafos precedentes, y exponer un tanto sistemáticamente nuestra investigación, utilizaremos aquí dos conceptos de cultura, que en cualquier caso no se oponen, sino que se complementan, y cuyo predominio tendrá que ser inferido del contexto en que la palabra se halle en cada momento:

a) el primero, más general, para referirnos a todo aquello que produce el hombre como su trabajo, tanto en sentido material como no material. En este sentido, cultura es el plexo de realidades producidas por la acción del hombre y transmitidas por aprendizaje social (en contraposición al aprendizaje genético): rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, modos de vida, ceremonias, arte, invenciones, tecnología, sistemas de valores, derechos fundamentales del ser humano, tradiciones y creencias. El automóvil y los ritos animistas del África negra, la división del trabajo y los jeroglíficos egipcios, el matrimonio heterosexual y el dinero, todo esto y más sería, sencillamente, cultura. Y tanto más cultura cuanto más se extendiesen.

Aunque ya hemos citado la relación estrecha entre sociedad y cultura (que parece sugerir la existencia de tantas culturas como sociedades haya), llevando al extremo esta definición, cultura es una palabra que sólo podría decirse en singular. Es sólo una y concierne a todo el género humano. Sus contenidos pueden variar de unas zonas a otras, pero sólo en la misma forma en que unos estudiantes son más aplicados que otros. Mas los medios de comunicación, el lenguaje, los viajes y las costumbres y leyes podrían permitirnos conocer los contenidos desconocidos y aprenderlos para ponerlos en práctica. En consecuencia, sería posible admitir distintos grados de cultura entre "tradiciones culturales". En este sentido, acaso, hablaba Simone WEIL al expresar, con aquella convicción y aquella voz tan suyas, que la cultura no es otra cosa que "la participación en los tesoros de la espiritualidad y la poesía acumulados por la humanidad a lo largo de los siglos. El conocimiento del hombre. El conocimiento concreto del bien y del mal".

No se descarte, sin embargo, como sucederá cuando tengamos que referir ciertas críticas que se hacen al multiculturalismo, que a veces en este trabajo la palabra "cultura" se tome en una acepción más constreñida, más elevada, al modo en que había sido común su uso científico hasta las teorías antes expuestas, y posiblemente con semejante valor al que se le da a esta palabra en el lenguaje coloquial, como cuando se dice de alguien que "no tiene cultura".

b) El segundo concepto que utilizaremos vendría a designar a cada uno de los grupos sociales distinguibles por su lengua, su historia, su etnia, su territorio, su raza y/o sus reglas internas, que son titulares, receptores, transmisores y arquetipos de esas realidades que hemos designado con el nombre de cultura en la acepción anterior. "Cultura" sería aquí sinónimo de "civilización", "comunidad", "sociedad", etc, y su manejo se produciría casi siempre en plural: habría "culturas" distintas, y nos enfrentaríamos a la cuestión de su posible equiparación y convivencia.

Justamente en este nivel se debe situar el debate sobre el multiculturalismo. Porque este concepto particular de cultura es el que parece blandirse continuamente en la discusión, como veremos enseguida, por más que no se sepa muy bien cuál es su contenido exacto.

2.2. Y para los multiculturalistas, ¿qué es la cultura?

Hasta ahora hemos andado por los arrabales de la cuestión. Nos hemos detenido en cuestiones generales, pero también seguiremos haciéndolo en este epígrafe, antes de entrar de lleno en la disección de esto que se ha convenido en llamar multiculturalismo. En una de sus dos dimensiones, como trataremos de demostrar, es un fenómeno muy antiguo, aunque está bastante exagerado; estamos hablando de su lado fáctico, de su significado como hecho. En la otra, el multiculturalismo es una ideología más o menos reciente, aunque al llamarla ideología tememos estar acogiéndonos a un tópico. Pero una de las "características" más destacadas y sorprendentes de esta ideología es que, por sí misma, carece de un concepto homogéneo de cultura. Vamos a tratar de explicarnos brevemente.

Empecemos, siguiendo a SARTORI, por decir lo que no es la cultura de los multiculturalistas:

– no es la "cultura culta", en la acepción docta de la palabra;

– tampoco es el significado antropológico del término, en el modo que lo hemos explicado sucintamente más arriba;

– ni es tampoco la cultura como conjunto de modelos de comportamiento, en un sentido más "behaviorista".

En realidad, para el multiculturalismo, cultura puede ser una identidad lingüística, una identidad religiosa, una identidad étnica e incluso una identidad sexual, además de la propia "tradición cultural", en los significados habituales de este término. Charles TAYLOR, uno de los filósofos que engrosan el comunitarismo, ha defendido una noción de comunidad humana sobre la base de su identidad lingüística, por el ser el lenguaje, según él, el elemento que da sentido a las valoraciones y la moralidad de un grupo. No se debe olvidar tampoco la importancia de los movimientos feministas y de gays y lesbianas, que han fomentado a su manera la tendencia de reconocimiento de identidades colectivas distintas y anteriormente quizá "invisibles".

Este condensadísimo elenco nos hace comprender enseguida la posible confusión. Si la visión de la cultura amparada bajo los aleros del multiculturalismo fuese aséptica, neutral, no dejaría de ser deudora de alguna de las definiciones que desde la sociología se han hecho. Pero no es así, sino que el multiculturalismo se erige, precisamente, como veremos, como un "equilibrista de la cultura", un cajón de sastre, un pensamiento débil tendente al relativismo, con una visión sorprendentemente ilusoria de las distintas manifestaciones culturales. No en vano se ha dicho que en los escritos de Charles TAYLOR se encuentra "una cierta ambigüedad", "una presunción del igual valor de todas las culturas".

La conexión entre relativismo cultural y multiculturalismo queda al descubierto cuando se cae en la cuenta del concepto de relación intercultural que maneja: una suerte de nacionalismo romántico aplicado a un objeto mucho más maleable y difuso (pues ya no es la nación histórica la que ha de rescatada y protegida, sino "mi grupo", "mi etnia" o simplemente "mis costumbres", sin importar ni siquiera si esas costumbres no tienen nada de ancestrales); un problema de concreción en la mirada, que hace ver cada cultura como universo en sí mismo incomprensible para los demás, sin que sea posible ya no un juicio objetivo, sino ni siquiera la mera modificación de sus componentes. Quedan así intercalados en su estructura todos los ámbitos de la vida relacionados con el discurso apropiador de quien esté dispuesto a ser el primero a reivindicar algo como propio; pues las "políticas de la diferencia", como veremos, se caracterizan precisamente porque pueden ser reclamadas por cualquiera, sin que importe que de hecho exista una diferencia que merezca la pena ser protegida. Basta con que el sujeto (en este caso la voz popular) se crea con derecho a reclamar su propia identidad, aunque no sepa definir ésta.

Y es que, de acuerdo con lo que muchos pensadores han meditado, otra de las deficiencias que actualmente presentan los escritos de algunos multiculturalistas es precisamente lo que hemos denominado la visión ilusoria de las manifestaciones culturales. No nos referimos justamente a la valoración moral que les merezcan, sino a su concepto, a ese proceso que lleva a formarse la idea de que en cierta sociedad existe cierta idea o práctica que la define como sociedad, emanada de la percepción de algunas experiencias. Dicho con palabras de Elena BELTRÁN, las culturas "no son entidades que se encuentren en el camino, sino que más bien se individualizan y adquieren unas características cuando alguien procede a describirlas […] son construcciones borrosas sobre creencias que difícilmente se aproximan a una exhaustiva catalogación de todas y cada una de las creencias de todos los miembros de un grupo"

Las diferencias siempre están presentes. Pero, ¿por qué unas son destacadas y otras no? Esta es justamente la pregunta que los multiculturalistas no responden.

Sin embargo, hay un carácter marcadamente irreal en algunos relatos de inspiración multiculturalista en que se describe a las culturas o a las comunidades culturales. No todos llegan al mismo punto, por supuesto, pero es corriente encontrarse con que autores como SANDEL, TAYLOR o TAMIR manejan una idea de las comunidades culturales que las presenta como grupos separados, troquelados, homogéneos, olvidando, y esto es lo peor, "el carácter innegablemente dúctil y proclive al cambio de las identidades humanas, su tendencia más bien abierta y evolutiva, incluso reflexiva en ocasiones".

Incluso autores españoles que han abogado por la asunción de los principios multiculturalistas, como Adela CORTINA, han terminado reconociendo que uno de los problemas del multiculturalismo reside precisamente en su concepción equívoca de la cultura en general, y de las culturas en particular, al no caer en la cuenta de que "las culturas no son estáticas ni homogéneas, evolucionan, han aprendido históricamente unas de otras, son dinámicas; y cabe suponer que en el futuro, no sólo ocurrirá lo mismo, sino todavía más, teniendo en cuenta el mayor contacto que existe en el nivel local y global". Por tanto, defiende una concepción no estrictamente cerrada de las culturas y una vuelta al realismo en un sentido muy diferente al que podrían sostener los comunitaristas, diciendo que conviene "suponer que la convivencia de personas con distintas culturas propiciará cada vez más el diálogo y el aprendizaje mutuo, habida cuenta además de que cada uno de nosotros es intercultural".

Queda, sin embargo, un último aspecto que destacar: la extensión del concepto de cultura. Cultura es el idioma, el arte histórico y hasta puede que las fiestas tradicionales. Pero, ¿es cultura la homosexualidad? ¿O ser mujer? ¿O ser negro? Ponemos ejemplos que podrían suscitar rechazo, sólo por pronunciarse, pero lo hacemos para caer en la cuenta de una aserción rotunda y diáfana de SARTORI: "bajo la expresión cultura no todo es cultura". Al menos, no es lo es bajo cierta acepción del término cultura. Y este es el problema que el multiculturalismo tendrá que solventar: decidir con cuál acepción quedarse, y ser consecuente con ella.

Esta variedad y polisemia del término, que no sólo hace difícil la comprensión de las teorías multiculturalistas, sino que ofrece la suculenta tentación de creerlas contradictorias in terminis, se debe sin duda a la dificultad del término en sí, pero también a la naturaleza del debate, que está más en boga que nunca, se enfrenta a más interrogantes que nunca y tiene menos referentes que nunca.

No faltan, por supuesto, los ejemplos de ese discurso "políticamente correcto" que ya ha empezado a calar en las sociedades occidentales, también en la nuestra, y que tiende a deformar el concepto de "cultura", hasta hacerlo prácticamente irreconocible. Dicho discurso, si bien parece tener como finalidad principal el acotamiento y reducción de su campo semántico, hasta hacerlo aplicable a realidades sociales que van desde el sentimiento provinciano hasta la macro-cultura, llega incluso a prever la posibilidad de que falte el elemento que muchos autores multiculturalistas señalan como el principal para definir la identidad cultural: el sentimiento de pertenencia. Lo cual, al final, es una contradicción, puesto que ese sentimiento es la piedra angular de su sistema.

3. APROXIMACIÓN AL DEBATE

3.1 El interés por el multiculturalismo

Ya hemos afirmado que resulta sorprendente el renovado interés con el que la filosofía política y el derecho constitucional contemporáneos han comenzado a interrogarse por la trascendencia social, política y constitucional de este fenómeno que hemos calificado como "multiculturalismo". Éste es un término que, en palabras de León OLIVÉ, "se ha puesto de moda; a menudo se usa con temor, a veces como objeto de crítica, y en ocasiones se propone como panacea". No es momento todavía de desentrañar si el multiculturalismo es en verdad un fenómeno o es otra cosa. Pero, en todo caso, tres son las causas que posiblemente han motivado ese interés:

a) los conflictos raciales y étnicos que se han producido y siguen produciéndose muy a menudo en el seno de sociedades extensas y heterogéneas (por ejemplo, la estadounidense o la europea en general), y que no se resuelven sencillamente con una política de represión policial, sino que exigen ser abordados desde puntos de vista multidisciplinares, pasando por supuesto también por la pedagogía y la ética. Estos conflictos, dicho sea de paso, son en parte consecuencia de las políticas inmigratorias europeas y de la internacionalización continental de la Unión Europea, y no pueden sustraerse a la influencia de fenómenos indeseables como la delincuencia organizada o la violencia callejera (algo que recuerda desgraciadamente a las famosas mafias italianas que pulularon durante años en Norteamérica, durante el periodo de entreguerras y la Guerra Fría).

b) En conexión con lo anterior, las grandes migraciones de finales del siglo XX y principios del XXI, que se asemejan mucho a otros procesos migratorios que se han dado en la historia, pero que también se diferencian en aspectos relevantes; por ejemplo, en la gran masa humana que se mueve de norte a sur y de países pobres a países ricos (comúnmente de países con culturas ancestrales a países modernos o posmodernos); y también en las implicaciones políticas que para los países de destino tienen estos fenómenos. Dejando a un lado los juicios sobre este tipo de políticas, lo que está claro es que "el aumento de la emigración a los países occidentales ha incrementado la relevancia y urgencia del debate sobre el multiculturalismo".

c) El "afloramiento" de grupos que tradicionalmente han sido olvidados o discriminados y que ahora reivindican con fuerza su identidad pública, como las mujeres o los homosexuales.

Más modernamente, es indudable que este giro ha encontrado combustible, por un lado, en la respuesta defensiva frente a la globalización, que muchos ven como ajena, imperialista y uniformadora (es decir, en un intento de proteger las singularidades culturales); y, por otro, en los gravísimos acontecimientos que se han producido en los últimos años como consecuencia de la siniestra aparición del terrorismo islamista en los países occidentales, especialmente desde los ataques del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono. En España, hay que destacar, por supuesto, el ataque terrorista del 11 de marzo de 2004 en Madrid.

Para algunos autores, incluso, es evidente que en algunos países tradicionalmente acogedores con la diversidad cultural (como Francia) se está desarrollando un movimiento de contracción, que tendría como principal objetivo reverdecer los "intereses de civilización" supuestamente anclados en los valores occidentales, lo que parece ser que habría despertado de nuevo el viejo "choque de civilizaciones" que predicara Huntington. A este fenómeno podría achacarse el avance de la extrema derecha en Francia o el nacionalismo separatista en España (aunque no creemos que estas cuestiones sean tan sencillas).

Pero, aunque como venimos diciendo, si bien la palabra "multiculturalismo" y el debate que ha generado como idea no gozan de una gran tradición, sin embargo ya estaban presentes en los círculos intelectuales (especialmente universitarios) de Occidente antes de los ataques terroristas citados, e incluso antes de que se hablara de "globalización".

Pero, ¿desde cuándo entonces?

La relativa novedad del término "multiculturalismo" ha sido estudiada, por ejemplo, por Mikel AZURMENDI, quien ha defendido que dicho término no puede encontrarse, aplicado a la teoría política, más atrás de los años 60 de la pasada centuria. Según este autor, "seguramente quien primero lo acuñó fue el Gobierno canadiense para referirse a su nueva política de finales de los años 60". Añade, además, que, fue usado para evitar la secesión de ciertos territorios, con lo que en realidad el término "fue, en consecuencia, un recurso semántico de un Gobierno con mala conciencia democrática".

Para otros autores, como GARGARELLA, el interés por el multiculturalismo se aprecia con rasgos propios sólo a partir de los años 80, cuando retornan con fuerza en la esfera filosófica internacional las teorías comunitaristas, que trataremos de explicar más adelante.

Es forzoso hacer mención también de la preocupación suscitada dentro de los organismos internacionales (la ONU, en especial), que ha motivado no sólo la celebración de varias asambleas y conferencias sobre el tema, sino también la aprobación de algunas normas de carácter internacional dedicadas a las culturas, a su respeto, a su promoción y a su convivencia mutua. Baste citar, por ejemplo, el "Acuerdo de Florencia de 1950 para la Importación de Objetos de carácter educativo, científico o cultural", la "Declaración de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural", de 2001, y el "Estudio Preliminar del Consejo Ejecutivo de la ONU sobre la conveniencia de un instrumento internacional sobre la diversidad cultural de carácter vinculante" (del año 2003).

También el lenguaje del multiculturalismo ha calado en la retórica política y en los discursos teóricos. Nuestros políticos, por ejemplo, como casi siempre sucede con todos los acontecimientos que interesan a la opinión pública, no han querido dejar pasar la ocasión de manifestarse en algún sentido. Recordemos de pasada, por ejemplo, la "Alianza de Civilizaciones" propuesta por el actual Presidente del Gobierno, don José Luis Rodríguez Zapatero; o el discurso del ex Presidente don José María Aznar, en una conferencia dictada en la Universidad de Georgetown el día 26 de octubre de 2006, quien afirmó que el multiculturalismo "divide y debilita a las sociedades".

Pero no hemos abordado la temática principal: ¿Qué es el multiculturalismo? Ahora trataremos de desentrañar su sentido y diferenciar sus acepciones, que como veremos son variadas y no siempre nítidas.

3.2 ¿Qué es el multiculturalismo?

El término multiculturalismo es un término tan ambiguo que puede tener múltiples acepciones. Se ha dicho de él que es "simplemente una moda", "un problema trivial", "un conjunto de fenómenos sociales", "un nombre nuevo para el viejo problema de las nacionalidades", "la reinvención de la diferencia", o incluso "una hidra de mil cabezas". Pero de tanta discordancia entre definiciones cabe deducir, quizá, que se trata, como poco, de un fenómeno complejo. En fin, es un modo de definir una situación específica contemporánea, marcada por el predominio del factor de la diversidad cultural.

En este sentido, hemos de decir que las primeras alusiones al término datan de finales de los años sesenta y principios de los setenta en Estados Unidos, Canadá y en Australia, que fueron algunos de los países pioneros en asumirlo.

Si atendemos a la propia composición del término (multi-culturalismo), podemos buscarle una interpretación aproximativa. En efecto, el prefijo multi denota que algo "no es uno ni simple, sino vario, de muchas maneras"; o bien, daría cuenta de la "abundancia de algunos hechos, especies o individuos". Y culturalismo se referiría a la escuela americana antropológica que estudia la cultura como un sistema de comportamientos aprendidos y transmitidos por la educación, la imitación y el condicionamiento, en un medio social determinado. En este sentido, el multiculturalismo daría cuenta de la "multiplicidad, abundancia o gran variedad de culturas". Pero si nos quedáramos en este punto, no habríamos asumido la dimensión del problema.

El término, más bien, se ha cargado en nuestro tiempo de un sentido nuevo. Puede decirse que hoy es una construcción racional de teoría socio-política. Tiene que entenderse, pues, como un sistema de ideas. Así, para algunos, "lo que podríamos llamar ideología multiculturalista es un complejo mal definido, casi sólo una actitud general […] es ante todo una fe militante donde confluyen los ideales liberales de la fraternidad y el mandato cristiano del amor al prójimo, con la resaca de las teorías antiimperialistas". Ya hemos aludido antes a su carácter ideológico, y por lo tanto controvertido, combativo, casi bélico.

La reflexión sobre el multiculturalismo es muy posterior al hecho multicultural (puede que como todas las reflexiones). Como resultado de ella, el multiculturalismo significa una opción de filosofía política que trata de convertir el hecho multicultural en elemento constitutivo del tejido institucional de un país. A este respecto, los rasgos que destacan en él tienen que ver con un variable grado de relativismo cultural, la creencia general en la primacía del grupo (cultura) sobre el individuo y de la cultura sobre la política, y una voluntad de reparar injusticias históricas sufridas por algunos grupos sociales y culturas minoritarias.

Joaquín ARANGO habla en estos términos: "Otra cosa es el multiculturalismo, término que no designa una condición sino una ideología o una orientación. A diferencia del anterior [la multiculturalidad], dista de ser un concepto unívoco. De hecho, acostumbra a ser utilizado de forma muy distinta a como se está utilizando en el presente debate. En una primera acepción, el multiculturalismo es una ideología o movimiento, casi exclusivamente norteamericano, que promueve el desarrollo y enaltecimiento cultural de grupos étnicos que han padecido una larga historia de opresión racial. Muchos ven en él una amenaza a la cultura dominante; otros le acusan de distraer la atención sobre fuentes y mecanismos de discriminación más relevantes. Muchas de sus manifestaciones constituyen una verdadera apoteosis de la corrección política, aunque tienen poco que ver con las atrocidades que aquí se le atribuyen".

Ante tal diversidad, podría ayudarnos más emplear una "pluralidad de paradigmas" que intuyeran y apuntaran hacia la variedad de problemas a investigar, en vez de orientar toda la problemática a un paradigma único que pretendiera explicarla totalmente. Ello porque el mismo concepto y la conciencia del multiculturalismo no parecen haber alcanzado aún su madurez.

Por eso, para situar adecuadamente este debate, tenemos que distinguir distintos niveles: así, al dedicarnos a la descripción del hecho social en bruto, aludiremos a su nivel sociológico. A este respecto, el multiculturalismo sería ante todo un hecho social, y equivaldría a "pluralismo cultural" o, según otros, "multiculturalidad". Sería ésta la noción descriptiva del multiculturalismo.

Si partimos de que también supone un lenguaje normativo y un modelo político, entraremos en su nivel jurídico-político. Éste requiere previamente un examen teórico-ético general del multiculturalismo, puesto que éste, antes de ser propuesto como medida política destinada a aplicarse en los estados, es promovido como un verdadero valor moral. Quizás este sea su mayor centro de atención. Y en este campo vamos a asentar la mayor parte de nuestra investigación, tratando de ofrecer un panorama al mismo tiempo breve y suficiente de lo que defienden las teorías multiculturalistas al respecto, así como de la crítica que se le hace desde el liberalismo. Sería ésta la noción ético-normativa (según el cual, es moralmente bueno que las sociedades sean multiculturales).

A la concepción ético-normativa nosotros añadiremos otra que es al mismo tiempo diferente y complementaria de las otras: multiculturalismo como política. Por la misma entidad de las acepciones, esta última será tratada aquí más brevemente, habida cuenta de que su formulación es dependiente y, en cierto modo, está prefigurada en las acepciones anteriores.

En estos dos últimos casos, el multiculturalismo es un problema filosófico; es decir, una respuesta intelectual a una realidad, una manera de ordenar esta realidad y, en este sentido, un concepto normativo. Se enfrenta con el hecho de las desigualdades y los enfrentamientos sociales provenientes de las diferencias culturales: esto es, con el conflicto intercultural. Estos problemas han sido estudiados ampliamente por diversos autores extranjeros, como HABERMAS, TAYLOR, TOURAINE, KYMLICKA, SANDEL, GRAY, SARTORI… En nuestro país, sin ánimo de ser exhaustivos, citaremos a Neus TORBISCO, Javier DE LUCAS, Mikel AZURMENDI, Francisco LAPORTA…entre otros muchos que sería fatigoso mencionar.

La reflexión en torno al multiculturalismo no se resolverá enseguida, debido a las importantes cuestiones éticas, antropológicas y políticas, que en ella se ponen en juego. El problema obliga a pensar sobre todo en una cuestión clave: si una comunidad extensa ha de organizarse como un mosaico de grupos o más bien como un crisol en el que esos grupos deban aunarse y fundirse, y en qué medida deben o pueden hacerlo; además, si las distintas versiones culturales deben ser fomentadas y reconocidas como titulares de derechos como lo son los individuos. En definitiva, si una sociedad de proteger y exaltar las diferencias en su irreductibilidad, con la consiguiente quiebra de la cohesión social, o bien deben buscarse valores que hagan compatibles las diferencias y garanticen la unidad social.

La cuestión no es banal. Baste recordar que algún autor ha defendido la tesis de que en el futuro asistiremos, quizá estemos asistiendo ya, a un nuevo tipo de conflictos basados en el choque entre civilizaciones; aunque algún otro ha predicho, por el contrario, que dichos conflictos no tendrán lugar por la sencilla razón de que la historia, políticamente hablando, ha culminado con la caída del comunismo y el triunfo de las democracias liberales.

3.3. Multiculturalismo como hecho:

3.3.1. Pluralismo cultural y político:

El "pluralismo cultural", que consiste en la existencia de diferentes "culturas" (es decir, tradiciones, lenguas, ideologías, formas de vida, aspiraciones, credos…) es una situación previa a nuestro análisis, un hecho, una estación obligada con que topamos, dentro y fuera de los límites jurídico-territoriales de los estados. Desde que hay hombre, la variedad convive en sus ciudades, come en sus mesas, duerme en sus camas y rige en sus tronos. Aunque para lo que nos interesa en este trabajo, según ha dejado dicho algún autor moderno, el pluralismo ha abandonado un tanto las ideologías y se ha asentado en las identidades. Veremos que éste es precisamente el punto de arranque.

En este sentido, no hay que confundir pluralismo cultural con pluralismo político. He aquí la clave de la cuestión, la pregunta del millón, la "madre del cordero", dicho en castizo. Giovanni SARTORI señala al respecto que el pluralismo político no se confunde, aunque en cierta manera lo presuponga, con el pluralismo social. Éste, por otra parte, es obviamente una constante en todas los conjuntos y agrupaciones de seres humanos. El pluralismo social o cultural es patente no sólo en el mundo entero, globalmente hablando, sino en muchos continentes, y dentro de éstos en muchos estados, en la medida en que las formas de vivir, de pensar, de hablar, de vestir, de actuar son diferentes y variadas. Mientras que el pluralismo político es un principio político que se encuentra recogido en muchas constituciones y leyes fundamentales y que consiste, básicamente, en una valoración positiva y tolerante de la diversidad de opiniones políticas, y en la posibilidad de que todas ellas accedan en condiciones de igualdad al reconocimiento jurídico, siempre que se incluyan dentro del ámbito de otros principios básicos del sistema político, como pueden ser la libertad y la igualdad de todos. Sin ir más lejos, nuestra Constitución de 1978 contempla explícitamente este principio en su artículo 1.1 y lo recoge como informador e implícitamente en otros como el 14, el 16.1 y el 20.

En este caso tenemos que citar de nuevo a SARTORI: "El pluralismo político es un sistema de concordia discors, una dialéctica del disentir, la interacción ininterrumpida entre el consenso sobre las grandes cuestiones de la convivencia (entre otras, las reglas del juego) y el desacuerdo de las partes en torno a los demás temas. Siendo cierto que la regla de la mayoría es el principio regulador de sus decisiones, la salvaguardia de los derechos de las minorías constituye el otro fundamento del sistema".

Francisco LAPORTA, por su parte, aporta una aguda razón para desestimar el multiculturalismo, por incompatible con nuestra sociedad pluralista. Defienden los multiculturalistas, en efecto, que para respetar igualmente a todos los seres humanos hay que respetar igualmente las culturas que les prestan su más radical identidad. Pero LAPORTA opone a esto que una cosa es respetar a una persona y otra respetar aquello que esa persona piensa. Tratar de imponer lo contrario sería, esto sí, destruir toda forma de respeto.

Esta misma razón se contiene en la crítica que HABERMAS hace a las teorías políticas de TAYLOR, y es sin duda una de las más poderosas de las que hacen frente al programa multiculturalista. En efecto, por un lado estaría el respeto a la identidad de cada individuo, como merecedor de reconocimiento y derechos, simplemente por el hecho de ser persona, con independencia de sus condiciones naturales o sociales; por el otro, el respeto que merezcan sus acciones, sus ideas, sus "modos de interpretar el mundo". En algunos casos, estos dos respetos pueden llegar a competir. La cuestión es cuál tiene prioridad. Para un multiculturalista la solución no puede ser otra que la siguiente: el segundo. Y ello, claro está, puede llegar a suponer, como pondremos de relieve en otra ocasión, que se tengan que restringir derechos individuales básicos para garantizar la supervivencia de una cultura, de una forma de vida, que quizá no prosperaría mediante la libre asociación de los ciudadanos.

El liberalismo, en cambio, como pondremos de relieve más a fondo después, no puede aceptar esta operación, puesto que defiende y valora la diversidad, pero desde una perspectiva universalista, no desde el particularismo. Y ello porque la ética de las "sociedades abiertas" como la nuestra se funda en toda una relación de derechos individuales inviolables, que convierten a su poseedor en objeto del máximo respeto. Son las "reglas del juego" básicas. Pero el multiculturalismo, aplicado a la política, nos llevaría a permitir y reconocer en nuestra sociedad a grupos cuya cultura incluyera principios contrarios a dichos derechos o que procurara actos vulneratorios de los derechos de otros. Esto es, a sujetos y grupos cuyas ideas irían contra las "reglas del juego". Pero los principios éticos que articulan la sociedad abierta no pueden excepcionarse para un territorio o un grupo particular, porque en caso contrario la dignidad que los derechos fundamentales representan se vería conculcada. Da igual que las pautas culturales de ese territorio o grupo contribuyan a la identidad de las personas que lo integran. Si no fuera así, el resultado sería "no una sociedad homogénea, sino una suerte de mosaico formado por fragmentos o piezas de vida y cultura heterogéneas e incompatibles cuyos habitantes no pueden comunicarse entre sí ni se respetan como titulares de derechos".

Por tanto, es errado confundir pluralismo con multiculturalismo. No surgen de los mismos valores y no tienen las mismas características ni consecuencias. Mientras que el pluralismo es un valor fundado en la tolerancia (cuyo concepto plantea un reto tan apasionante pero amplio que su estudio no puede ser objeto de un apartado propio en este trabajo) y, más aún, se construye desde la afirmación de unos valores superiores en torno a los cuales hay consenso y que permiten la existencia de un disenso en las cosas inferiores, el multiculturalismo desconoce el valor de la tolerancia (en sentido pasivo) y tiene mucha más familiaridad con el relativismo, dando el mismo "valor" a todas las culturas, y pretendiendo antes la afirmación de las particularidades, para fortalecer el sentimiento de identidad de los grupos, que la solución de los conflictos. De modo que, vistos desde un punto de vista ideológico y no meramente empírico, pluralismo y multiculturalismo persiguen objetivos diferentes porque tienen orígenes distintos. Si autores como SARTORI tienen razón, pues, ambos se oponen mutuamente. Insistiremos en este asunto más adelante.

Por ahora, quedémonos con una pequeña interrogación. Es manifiesta la diversidad cultural a través de la historia y de las regiones geográficas. 6000 millones largos de personas que aproximadamente pueblan este planeta hoy en día, todas y cada una de ellas, son "hijos de su padre y de su madre", en habla coloquial, con su nombre y sus apellidos, con su historia y su lengua, con su religión y sus referentes vitales. Pero lo importante no es tanto observar la existencia de diferencias, cuanto situar la cuestión clave que traemos a debate: ¿la presencia de una auténtica diversidad cultural y social (que nadie niega) es justificación suficiente para la adopción de lo que llamamos "multiculturalismo"?

Para entender la dirección y sentido de esta pregunta, vamos a empezar a enfrentarnos con el meollo de la cuestión.

3.3.2. Multiculturalidad:

Ésta es la situación de hecho problemática. La heterogeneidad manifiesta entre los seres humanos que pueblan el mundo debe ser reconocida, pues, para entrar en el debate. Unos tratarán de minimizar las diferencias; otros, insensible o inconscientemente, las agrandarán.

Como señala OLIVÉ, los miembros de cada cultura pueden concebir (y de hecho conciben) la naturaleza humana de modos muy diversos; y lo que perciban como necesidades humanas básicas puede diferir enormemente del punto de vista de los demás. Los miembros de las diferentes culturas también pueden tener (y de hecho, tienen) maneras muy distintas de concebir el universo y la posición del hombre respecto al mismo, la relación entre el individuo y la sociedad, las obligaciones políticas de la persona con su comunidad… Pueden entender lo que es la dignidad humana de un modo distinto del nuestro y de cualquier otro; y, por consiguiente, también diferirán en lo que se considera una afrenta moral o en la concepción de los derechos humanos básicos. En definitiva, cada cultura provee a sus miembros de modos de vida que abarcan el arco completo de las actividades humanas, incluida la vida social, educativa, religiosa, recreativa y económica, tanto en la esfera pública como en la privada, modos de vida que no siempre será fácil armonizar con el resto. En la vida cotidiana todo esto se traduce en enfrentamientos entre minorías -y, muy especialmente, entre las diversas minorías y la mayoría- respecto a cuestiones tales como los derechos lingüísticos, la autonomía regional, la representación política, el currículo educativo, las reivindicaciones territoriales, la política de inmigración y naturalización, e incluso, acerca de símbolos nacionales, como la elección del himno nacional y las festividades oficiales. Tendríamos, seguramente, muchos ejemplos cotidianos en que fijarnos.

El fenómeno de la multiculturalidad no es nuevo, ni siquiera es específico de la modernidad. La diversidad cultural y la presencia en unos mismos lugares de grupos con distintos códigos culturales no es una condición original de la época moderna, sino que se ha dado con mucha frecuencia en otras épocas y lugares. Aunque, como han señalado algunos investigadores, al contrario de lo que pueda pensarse la diversidad no sólo no está en aumento, sino que se encuentra en claro retroceso desde hace varios milenios. En palabras de los historiadores McNEILL, "la historia de la humanidad es una evolución progresiva de la uniformidad sencilla hacia la diversidad y de aquí a una uniformidad compleja [de manera que] la diversidad está en retroceso constante desde que las redes humanas comenzaron a entrar en contacto y ampliarse". Hace 10000 años se hablaban en la tierra unas 12000 lenguas diversas, hoy quedan 6000 y siguen desapareciendo muchas con gran rapidez. Esta evolución trifásica (simplicidad-diversidad-complejidad) pone de manifiesto que no es adecuado ver la diversidad como un estadio "natural" […], mientras que la homogeneización sería un fenómeno social (¿antinatural?) posterior. No es así: también la diversidad cultural fue en su momento una creación social a partir de sociedades simples y uniformes. No existe un status "natural" en esta materia, todos son fruto de la evolución social.

No obstante, algunos autores proponen la tesis de que "es dudoso que haya habido jamás una sociedad multicultural, que es casi una contradicción en los términos. Ha habido muchas sociedades imperiales multiétnicas con varias culturas o religiones segmentadas, pero eso es otra cosa. Siempre una fue dominante, con las otras toleradas en varios grados. Es casi imposible que dos culturas antagónicas coexistan con igualdad y cooperación totales". Sin embargo, este razonamiento debe ser matizado, porque maneja un concepto de cultura muy semejante al de "sociedad", y una noción de multiculturalidad más valorativa que descriptiva.

Las migraciones tampoco son una novedad, sabemos que en todas las grandes ciudades y los grandes imperios de la antigüedad convivían personas procedentes de lugares y culturas muy alejados entre sí. Normalmente han sido las diásporas de pueblos en situaciones críticas o las migraciones masivas provocadas por causas económicas o bélicas, las que han unido dentro de un mismo país a grupos humanos originalmente diferentes. Las conquistas de Alejandro Magno supusieron una transferencia masiva de excedentes de población griega hacia Asia, al igual que sucedió con las invasiones, pacíficas o no, de tribus bárbaras en Europa. Los mercados globales de esclavos zarandearon grandes cantidades de personas desde inmensas distancias en los dominios de Roma, en los del Islam y en los imperios europeos de los últimos siglos. Entre los siglos XVI y XIX, los países europeos utilizaron América, África y Australia para emplear y dar salida a sus excedentes e importar mano de obra barata…

Pero en estos momentos los movimientos demográficos y los contactos interculturales se están produciendo con una intensidad y generalidad que tiene pocos parangones en la historia. Y las migraciones son siempre "carreras en el desierto" para quienes las protagonizan, y retos sociales para quienes las reciben. Más quizá que cualquier otra aventura humana, conllevan una serie importante de riesgos. Los que nos preocupan ahora no son los que sufre el emigrante, sino los que se ciernen sobre la convivencia social. Es la aventura de "preservar la diferencia preservando al mismo tiempo la comunicación", si ello fuera posible.

Esos riesgos asociados a los fenómenos migratorios son consecuencia de las asimetrías de los intercambios. La asimetría entre los países de origen (en general, de menor desarrollo) y de destino (en general, desarrollados) provoca que estos últimos planeen imponer limitaciones severas y unilaterales a la llegada de personas. Y la asimetría entre los nativos del país receptor y los emigrantes en muchos casos conduce a éstos a aceptar condiciones de trabajo leoninas y a sufrir discriminaciones en planos tan diversos como la cultura o los derechos ciudadanos. Pero esta asimetría tiene un movimiento inverso: el que recorre la influencia cultural occidental, a lomos de la dominación política y la superioridad económica, en su viaje hacia el más pequeño rincón de la tierra, en su intento de crear mercados, expandir marcas, vender productos, abaratar la mano de obra, descubrir paraísos fiscales, colocar un cartel de Coca-cola en el desierto o vestir a los indígenas de la Amazonia con vaqueros Levi’s.

Hay que hacer, sin embargo, una serie de precisiones conceptuales sobre esta cuestión, porque no es tan sencilla como para etiquetarla simplemente como un problema producido por la inmigración masiva a los países más ricos o por la globalización:

a) En primer lugar, definido como hecho, decir multiculturalismo es decir pluralidad cultural y social, es decir, existencia dentro de un mismo espacio geográfico-político de personas y grupos que no comparten los mismos saberes, las mismas costumbres, la misma lengua, los mismos referentes ideológicos; personas y grupos cuya diferencia intelectual y moral va más allá de la mera especificidad e individualidad de cada hombre, y que por añadidura se contrapesa con la pertenencia más o menos consciente a una comunidad más amplia con la que sí se comparte una gran parte del acervo espiritual-ideológico-lingüístico; esto es, a una cultura.

b) En consecuencia, cuando hablamos de multiculturalismo lo hacemos siempre en referencia a unas determinadas coordenadas geográfico-políticas. Queremos decir con esto que existe la multiculturalidad a nivel planetario, pero no existe el multiculturalismo como tal, como problema de organización política. Lo importante aquí es el hecho de que el multiculturalismo es un fenómeno geográficamente identificable, determinado, particular. Más concretamente, es un fenómeno especialmente europeo y norteamericano. Es cierto que existe una mínima porción de variedad y "disidencia" cultural es muchos países de Asia y de África, pero es mínima e irrelevante en comparación con la situación occidental. Más aún, en esos países orientales y africanos no existe, en la mayor parte de los casos, un auténtico dilema ético-político, por el mero hecho de que en casi ninguno de ellos se ha implantado lo que nosotros llamamos democracia liberal.

c) Hay que poner de relieve, en relación con lo anterior, que muchas de las claves del debate multicultural responden a problemas muy específicos de algunos países, que tienen que ver, a la par, con sus estrategias geopolíticas. En concreto, estamos hablando en especial de Canadá, Australia, Estados Unidos y Europa occidental, con incidencias más leves en Latinoamérica. Esto es así fundamentalmente por tres razones: porque existen dentro de algunos de ellos grandes bolsas de población que arrastran "injusticias" históricas o antiguas reivindicaciones nacionalistas; porque las depauperadas condiciones de vida que existen en otras regiones del globo impele a muchos a emigrar a estos estados, y porque éstos, considerados más ricos, han entrado desde hace años en un proceso de parón demográfico (salvo excepciones) que los ha dejado en parte incapaces para continuar aplicando el modelo político-económico vigente sin un aporte poblacional extra, que tiene que venir inevitablemente de la inmigración.

d) Pero el multiculturalismo actual, además de la inmigración, está vinculado, como ya hemos indicado, a dos fenómenos de nuestro tiempo, que le dan su particular coloración:

i) en primer lugar, la emergencia de grupos sociales que anteriormente eran invisibles o no tenían una personalidad independiente (por ejemplo, las culturas indígenas de América, los colectivos de gays y lesbianas, las mujeres…), algunos de los cuales tienen una larga tradición de lucha contra su opresión. Algunas diferencias y discriminaciones pueden ser constantes durante largos periodos históricos, pero sólo en algunas épocas se vuelven políticamente significativas. La diversidad de cualquier sociedad existe sólo en la medida en que sus individuos la perciben como tal.

ii) en segundo lugar, el rápido crecimiento de conflictos vinculados al aumento de la diversidad cultural en el interior de nuestras sociedades, especialmente por el sentimiento de agresión que padecen amplias capas de éstas ante la inmigración descontrolada; sentimiento, por otra parte, espoleado por la delincuencia organizada y las mafias. Los conflictos más problemáticos son aquellos que tienen un carácter intercultural, étnico y religioso. Casi un 70% de los conflictos mundiales se dan en el interior de los países, y no entre países. Ello indica que una gran parte de los conflictos en las sociedades modernas están vinculados, no tanto a las relaciones internacionales, cuanto a las relaciones interculturales.

e) Todo lo dicho se agrava si tenemos en cuenta que las sociedades modernas experimentan por lo general dos procesos que resultan más bien contradictorios. La vigencia real de los mitos colectivos actuales, que son esencialmente la paz, la democracia (derechos humanos, sufragio universal, igualdad, gobierno representativo) y el libre mercado, provocan una creciente homogeneización y una igualación de las colectividades. Pero este hecho corre paralelo a una conciencia cada vez más viva de la diversidad, la situación cada vez más frecuente que se da en las comunidades e individuos de ser conscientes de su identidad cultural, y de lo que las separa de otras identidades. En efecto, la economía y el mercado mundial apuntan hacia la unificación material del mundo, pero existe otro plano en el que fuerzas más antiguas y más potentes actúan en sentido contrario: son las fuerzas inmateriales de la religión, de las costumbres, de la tradición, de la etnia; en una palabra, las fuerzas de la historia y de la identidad. Es claro, por supuesto, que la globalización económica borra las fronteras hasta cierto punto y las identidades nacionales asociadas a ellas, pero al mismo tiempo se produce una evidente toma de conciencia explícita de las diferencias entre identidades culturales, bien sea porque se difunden a través de los medios de comunicación de masas, bien porque se intensifican las olas migratorias, bien porque, de hecho, hay culturas (y sectores dentro de la cultura occidental) que reaccionan violentamente ante la ola expansiva de la cultura occidental (europea y norteamericana), que va uncida al yugo de las relaciones de producción y los mercados internacionales.

Situamos así el lugar exacto del debate sobre el multiculturalismo, enunciando algunas de las posibles preguntas que servirían de punto de partida (o de llegada, quién sabe…) de nuestra discusión:

  • ¿Debe considerarse conveniente la construcción de una sociedad multicultural, allí donde ésta no exista?
  • "¿Cómo articular la convivencia en comunidades multiculturales de acuerdo con las exigencias éticas y políticas de la democracia liberal?"
  • ¿cuáles son los principios de la filosofía multiculturalista y de la sociedad multicultural, si es que existe?

Al hilo de lo precedente, en el próximo epígrafe veremos cuál es el alcance exacto de la diferencia entre multiculturalidad y "multiculturalismo", y cuáles son las principales posiciones "multiculturalistas" sobre el fenómeno de la multiculturalidad.

3.4. Multiculturalismo como valor:

El hecho en sí, la pluralidad, la "multiculturalidad", es incontestable. Está presente, sin más. En realidad, es el problema; o la motivación del debate, si se quiere, para no resultar excesivamente dramáticos. En este sentido, "las sociedades occidentales son o tienden a ser, de hecho, multiculturales". En palabras de KINCHELOE, "les guste o no, muchos occidentales están llegando a la conclusión de que viven en una sociedad multicultural. De aquí que sostengamos que no admite elección el hecho de creer o no creer en el concepto de multiculturalismo. […] El multiculturalismo simplemente es. El multiculturalismo representa una condición del modo de vida occidental de fin de siglo: vivimos en una sociedad multicultural". En un sentido parecido se manifiesta DE LUCAS, para quien "no tiene sentido discutir si la multiculturalidad es buena o mala. Es un fenómeno social".

Para una gran parte de la comunidad filosófica, el problema que plantea la diversidad cultural ya está resuelto con las soluciones propuestas tradicionalmente por el liberalismo (paradigmáticamente, SARTORI, para quien el multiculturalismo no es en sí mismo un problema social, sino un distorsión ideológica del necesario disenso social), entre ellas la idea de de que, en las sociedades democráticas, las distintas identidades y adhesiones culturales de los ciudadanos no suponen impedimento alguno para la convivencia e integración estatales. Es fácil comprender la razón: las "culturas" como tal no se relacionan: se relacionan los individuos, que siempre serán libres e iguales. Según Neus TORBISCO, esta premisa de raíz ilustrada ha conducido a importantes teóricos liberal-demócratas a ignorar la cuestión de la diversidad cultural tratándola, a lo sumo, como una dificultad menor a la hora de diseñar instituciones políticas.

Pero los teóricos del multiculturalismo piensan que no basta con la solución planteada hasta ahora. Pensadores como TAYLOR tienen por principal preocupación subrayar "los problemas de acceso y participación política, económica y cultural de los diferentes grupos sociales, y en particular aquéllos que no consiguen igual integración en la distribución del poder y de la riqueza, debido a su diferencia cultural, real o presunta". Para este autor canadiense, los sistemas políticos occidentales basados en el liberalismo político adolecen de un defecto fundamental que debe ser corregido: yerran en la visión del individuo dentro de la sociedad y en relación con su contexto, y minimizan hasta ningunearla la importancia de la comunidad para la identidad personal.

Para corregir este defecto, ha nacido esa corriente de pensamiento que reivindica el multiculturalismo como valor, con el fin de ofrecer alguna directriz política que sirva para enfrentar los conflictos planteados en el contexto de estados con elevados índices de pluralidad cultural. Destaca esta corriente sobre las demás multiculturalistas con tanta fuerza que la palabra valor ha desaparecido de su denominación, hasta llegar a tomar la parte por el todo. Cuando se habla de multiculturalismo en los debates públicos, se quiere decir "multiculturalismo propuesto como valor político". Es común afirmar, pues, que el término "multiculturalismo", en líneas generales, alude a una política favorable a cierta forma de entender el pluralismo cultural, y a los modelos de integración social y de gestión política que persigan su fomento. Para diferenciarlo del "multiculturalismo como hecho", algún autor (como Martín HOPENHAYN) ha propuesto calificarlo con el adjetivo "proactivo". Es más, para algunos autores como KELLY, el multiculturalismo puede ser visto fundamentalmente como "una ideología o una teoría política, es el último ismo". En expresión literal de SARTORI, uno de sus más voraces antagonistas, "multiculturalismo es hoy una palabra portadora de una ideología, de un proyecto ideológico".

Muchos otros han visto en la eclosión de esta "ideología" un fruto del comunitarismo (el reflejado por TAYLOR, por ejemplo, o por SANDEL). Veremos que no están desencaminados.

Si damos como válida esta introducción al debate propuesto, comprenderemos el alcance y la clave de la cuestión a la que nos enfrentamos reconociendo, con TORBISCO, que, en líneas generales, "el debate sobre el multiculturalismo gira en torno a cuáles son las condiciones normativas de realización de la justicia y cuál es la mejor interpretación de los principios constitucionales en un contexto de diversidad cultural".

 

3.4.1. Preguntas y respuestas fundamentales:

Quizá la pregunta clave que hay que hacerse sea ésta: "Los grupos sociales que componen nuestra vida social, ¿deben mirar hacia la diferencia o hacia la igualdad?". Dicho de otro modo: "¿Es posible conjugar la unidad de una sociedad con la diversidad de culturas o, por el contrario, hay que admitir que la cultura y la sociedad están tan estrechamente ligadas que la unidad de una implica la de la otra y que no puede haber vida social común entre poblaciones de cultura diferente?" La respuesta a esta pregunta ha condicionado hasta hoy, mucho más de lo que podemos creer en un primer examen, la historia de la humanidad.

Pero aún hay que ir más lejos: llegado el caso, ¿qué medidas tomar ante la confrontación cultural que evidentemente surge de la coexistencia de varias culturas dentro de la misma nación?

Se trata de cuestiones amplias, pero tenemos que descender a la arena cotidiana. Es lo que nos reclama la ciudadanía. Los filósofos del derecho, en esta cuestión, tienen que "mancharse con el polvo del camino", porque la importancia práctica del tema va mucho más allá de las normas: afecta profundamente a la vida cotidiana, que es el espejo donde vemos reflejada las refulgencias de las leyes. No se trata sólo de consentir que, junto a mi domicilio, haya un restaurante chino o un centro de yoga hindú, sino de tolerar ciertas prácticas que, desde mi cultura, quizá resultan repugnantes, referidas, por ejemplo, a la higiene, las relaciones sexuales, el vestido, la educación o el matrimonio. Y, puestos a contar, también a los negocios, los días de descanso, y los derechos de los ciudadanos frente al poder político. No son cosa baladí. Cuestiones como éstas deciden realmente el grado de integración de los individuos en una sociedad hasta entonces ajena, y el grado de imbricación y mixtura entre culturas. Y deciden, claro está, si una sociedad sigue su curso o se va al garete, tentada de desmembrarse por soltarse demasiado las junturas. En el último epígrafe de este trabajo, veremos qué proponen al respecto las teorías multiculturalistas.

Son preguntas que, como cualquiera puede advertir, tienen una estrecha relación con el problema, más extenso, más fundamental, de los principios básicos sobre los que se ha organizar la sociedad (no sólo una sociedad), tan reñidos al menos desde que Sócrates decidió bajar los ojos de las estrellas a la humanidad y discutir sobre la virtud. Y al respecto, pues, cabría preguntarnos, si intentáramos bucear más profundamente en los entresijos de la filosofía política: una sociedad como la nuestra está cimentada valorativamente en una concepción individualista y pluralista de la moral y de la política, y concibe como principios inherentes la defensa de la libertad personal, la garantía de los derechos humanos, el control y la limitación del poder público… Pero, ¿este pluralismo es tan sólo la etiqueta de nuestra civilización, o es más bien un conjunto de reglas de validez universal que deban regular las relaciones entre todas las civilizaciones y culturas, y también las relaciones interpersonales dentro de ellas?

No obstante, no estamos sino punzando distintas cuerdas que van a entrecruzarse en algún punto, pero sin seguir hasta el final el rastro de ninguna de ellas; y mucho me temo que las incógnitas planteadas en el párrafo anterior (como la tocante al modelo de ser humano, en que liberalismo y comunitarismo difieren) son, en todo caso, diferentes a la que nos habíamos planteado al comienzo, y exigen un tratamiento propio que ahora no les podemos dar.

Por ello, trataremos de situar desde el punto de vista teórico el panorama completo en el que se mueve el debate incoado por las teorías multiculturalistas. Lo haremos de tal forma que presentaremos cada una de las respuestas que se han dado a la pregunta con que iniciábamos este epígrafe. Dichas respuestas, tantas como corrientes se disputan la victoria intelectual, podemos resumirlas en cinco:

a) La primera pide la exclusión y el reenvío de las minorías a sus países de procedencia (o la expulsión de las minorías de la vida pública de una sociedad, si no vienen de fuera, sino que se han formado de su mismo tronco).

b) La segunda defiende la asimilación forzosa, basada en la imposición de la propia cultura, que es tanto decir como la cultura "dominante", con lo que de hecho desaparecería la multiculturalidad. Ésta, a lo largo de la historia, ha sido hermana gemela de la respuesta anterior, y ambas usualmente se han presentado juntas (así ocurrió en la Contrarreforma española, con la conversión forzosa de los judíos o de los moriscos).

c) La tercera considera a los forasteros como residentes temporales, prestos a volver a sus países de origen, por lo que no contempla concederles la nacionalidad, con lo que prácticamente se les condena a la marginación. De todos modos, esta respuesta puede estar modulada de formas muy diferentes, y por su misma naturaleza tenderá a identificarse con la anterior (la asimilación) o la siguiente (la integración).

d) La cuarta niega el reconocimiento de los grupos foráneos como entidades distintas a la comunidad nacional, pero ofrece la ciudadanía a los nacidos en el país y a los inmigrantes naturalizados, pues pretende la integración en la sociedad de acogida, conservando sus costumbres y creencias en la medida en que no atenten contra los principios y valores de aquélla. Es la respuesta que ha contemplado durante mucho tiempo nuestro Código Civil, en cuyo "espíritu y finalidad" hay sin duda una pretensión de aceptación del inmigrante, pero no de una vez, sino gradual y, por así decirlo, condicionada a su efectivo mimetismo con la cultura de acogida.

e) La quinta es la solución multiculturalista, en un sentido general, que propone una "convivencia de culturas", las "políticas del reconocimiento igualitario" y de "la diferencia", que explicaremos más adelante.

La mayor parte de los autores rechazan las tres primeras, y así también sucede casi siempre en la vida política.

La primera postura, más radical y teórica que práctica y viable, no ha sido adoptada abiertamente por ningún gobierno europeo. Todas las fuerzas políticas de los países occidentales han aceptado la inmigración, aunque algunas lo hayan hecho con reservas y en sentido restrictivo.

La segunda de ellas, la asimilación, es la más atacada desde las teorías multiculturalistas, puesto que dicha estrategia se basa en una valoración negativa del conflicto, genera el uniculturalismo o monoculturalismo, e implica para las demás culturas la pérdida progresiva de su identidad, reglas, costumbres, lengua y mentalidad, hasta llegar a convertirse en algo diferente de lo que fueron en sus orígenes.

La tercera postura ha adoptado gradualmente rasgos de mayor realismo, y no niega del todo los derechos sociales a los trabajadores inmigrantes, pero tiende a considerarlos ciudadanos de segunda clase. Por ello ha encontrado muy poco eco en los países de inmigración.

Por su parte, la cuarta opción es hasta el momento la más usada en Europa y América. Comúnmente aceptada dentro del liberalismo, parece responder mejor a las obvias exigencias de la sociedad de acogida, especialmente en los países europeos y americanos más avanzados, que han llegado en general a la conciencia de poseer un grado de civilización más perfeccionado al que no desean renunciar (otra cosa es que sea así, tema que no nos atrevemos a traer a colación aquí).

Ha sido, sin embargo, la opción multicultural la que, con diversas motivaciones, más ha crecido en occidente en los últimos años. "El multiculturalismo sería una de las soluciones posibles a los problemas suscitados por la convivencia entre personas y grupos de diferentes culturas, concretamente, la que propugna la coexistencia entre ellos, manteniendo cada una sus propias pautas culturales y sociales". Pero muchos críticos consideran que la verdadera base teórica del multiculturalismo es un relativismo cultural de difusos cimientos, un pensamiento débil que equipara cualquier cosa a cualquier cosa y que en muchas ocasiones, por lamentarse de los efectos (cual es la discriminación de algunas razas o de las mujeres), confunde causas verdaderas con causas falsas (ej. cuando pretende que la oposición a las políticas multiculturalistas es un rebrote del patriarcado blanco, sin tratar de indagar en la verdaderas razones por las cuales algunos se oponen a dichas políticas). Así, la "solución multiculturalista" estaría "íntimamente vinculada con el relativismo cultural, […] que niega la posibilidad real de establecer comparaciones y jerarquías entre las pautas de las distintas culturas. Todas serían, en lo esencial, iguales en cuanto a su valor y dignidad". Quienes así piensan, se dice desde tesis liberales, han llegado a creer que defender los valores propios y las instituciones en las que éstos se encarnan es un ejercicio de arrogancia, de fundamentalismo. Pero quizá esta idea no sea sino la consecuencia de ese mismo relativismo, y no su justificación: quienes, incapaces de defender unos principios propios válidos para todos, porque han dejado de creer en ellos, acaban disfrazando su apatía y su desistimiento en ese talismán verbal que se emplea para maquillar su ausencia de argumentos e ideas convincentes, manteniendo por tanto que las civilizaciones se deben unir, o que es tan sólo una imposición europea de muy mal gusto pretender que no se mutile a las jóvenes su clítoris.

Partes: 1, 2, 3
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