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Odisea, de Homero

Enviado por gallegofranco


    Odiseo y la seducción

    Sólo Odiseo podía protagonizar el segundo poema homérico. De los héroes aqueos el itacense descolló siempre por su habilidad para maquinar ardides frente a un grupo homogéneo en que el imperativo lo constituía la fuerza. Repasado algunas líneas de la Ilíada es posible advertir la presencia de dos cualidades altamente estimadas por el poeta: la aptitud en el ágora y el valor en la guerra. Néstor en una y Aquiles en la otra: Odiseo sería el único en reunir ambas posibilidades.

    El carácter de las aventuras exigía un hombre capaz no sólo de soportar físicamente determinadas inclemencias sino de conservar su voluntad incólume frente a la adversidad, al tiempo y a la tentación. La Odisea es la justificación de ese hombre; los periplos referidos demandan a Odiseo. ¿Podía Agamenón emprender el camino de Ulises siendo él devorado por la injusticia en el canto I de la Ilíada? ¿Aquiles, quien cedió su corazón a la cólera durante dieciocho cantos habría soportado la amenaza divina (y la humana representada por sus compañeros de nave)? ¿Néstor superaría diez años de vida errante por el Ponto? Me inclino a creer que no.

    Sólo Odiseo era oportunidad de canto. El viaje por el Ponto es viaje a través de él. El marasmo en la figura de Odiseo hubiera encarnado en relato abúlico tratándose de Aquiles o Agamenón: presas éstos de la pasión y el desespero, en aquél se revuelven siempre complejidades.

    Odiseo prefigura una variación del héroe, en él es posible la lectura de un mundo interno que termina abarcando luengas páginas de la obra.

    Hacia el comienzo – y a lo largo- del poema, la caracterización del personaje es construida a través de otros personajes y del poeta mismo. Dice Néstor a Telémaco:

    "Nunca Odiseo y yo estuvimos discordes al arengar en el ágora o en el consejo; sino que, teniendo el mismo ánimo, aconsejábamos con inteligencia y prudente decisión a los argivos para que todo fuese de la mejor manera". (Canto III).

    Penlélope por su parte, lamentándose, decía:

    "… tenía el ánimo de un león y descollaba sobre los dánaos en toda clase de excelencias…". (Canto IV).

    Se ha penetrado superficialmente en el héroe, advirtiéndose con claridad las dos características mencionadas antes: fuerza y palabra; ingenio y valor. Interesa todavía más las referencias subsecuentes encargadas de construir, por un lado, historias paralelas; por otro, matices dentro de esa tonalidad mayor que es Odiseo:

    "Así, encubriendo su persona, se transfiguró en otro varón, en un mendigo quien no era tal ciertamente junto a las naves aqueas". (Helena. Canto IV).

    "¡Oh, una y mil veces dichosos los dánaos que perecieron en la vasta Troya, luchando por complacer a los Atridas! (…). Allí obtuviera honras fúnebres y los aqueos ensalzaran mi gloria; pero dispone el hado que yo sucumba con deplorante muerte". (Odiseo. Canto V).

    "Yo no puedo tomar el baño ante vosotras, pues haríaseme vergüenza ponerme desnudo entre jóvenes de hermosas trenzas". (Odiseo. Canto VI).

    "… tú das belleza a las palabras…". (Alcínoo a Odiseo. Canto XI).

    "… eres afable, perspicaz y sensato". (Atenea a Odiseo. Canto XIII).

    "De todo voy a informarte circunstanciadamente. Nací en Alibante, donde tengo magnífica morada, y soy hijo del rey Afidante Polipemónida; mi nombre es Epérito, algún dios me ha apartado de Siscania…". (Odiseo. Canto XXIV).

    "Tal fue lo que cantó el eximio aedo, y en tanto consumíase Odiseo, y las lágrimas manaban de sus párpados y le regaban las mejillas". (Canto VIII).

    El héroe se revela como algo más que un manojo de valor y astucia. Hay un germen de profundidad allí, variaciones de lo complejo. Odiseo es lo contrario a un hombre simple; ¿Quién es Odiseo? ¿Quién se esconde tras el disfraz y el engaño, caras análogas de otra realidad?

    Desde el lamento emanado del mismo héroe hasta el juicio emitido por la diosa; de la vergüenza por la desnudez a la consideración de Alcínoo; de todo ello al gesto del llanto: en cada forma está cifrada la radiografía del héroe: la presencia de un mundo heterogéneo al interior de Odiseo renuncia a cualquier juego maniqueo y concede intensidad a la lectura. Odiseo es, más que cualquier otro, como los dioses; ¿No se presentan aquéllos siempre bajo formas que los ocultan? ¿No revuelven siempre en su interior deseos inciertos?

    Es posible divisar algunas figuras contrapuestas al protagonista en el orden de lo humano, conformando una personalidad irritante de principio. Me gustaría centrarme en el personaje (singular) de los pretendientes y en el de Euríloco: ambos conforman una amenaza. Lo curioso es que se presentan como un peligro desde adentro. Caribdis, Escila y las Sirenas eran amenazas pertenecientes a "lo otro", clasificadas claramente bajo el trabajo de la negación: su reconocimiento se inscribía de inmediato como amenaza. Los pretendientes y Euríloco, en cambio, son cercanos, los reviste algún tipo de intimidad. En su construcción está la complejidad del poema; señalan el peligro cercano y desapercibido que difiere del evidente en los monstruos.

    Hacia el canto XVII el lector percibirá ese hato diseñado bajo el nombre de "pretendientes". Son más de cien mancebos pero sólo se llega a conocer directamente a unos pocos. El grupo reúne los defectos más despreciables: mezcla de insolencia, desfachatez, fanfarronería y traición, siempre son "los pretendientes", más allá de las intervenciones de Antínoo o Anfínoo, figuras siempre análogas que revelan el carácter del grupo.

    "Pero tampoco permitió Atenea aquella vez que los ilustres pretendientes se abstuvieran del todo de la dolorosa injuria, a fin de que el pesar atormentara aún más el corazón de Odiseo Laertíada". (Canto XVIII).

    "Palas Atenea movió a los pretendientes a una risa inextinguible y les perturbó la razón. Reían con risa forzada, devoraban sanguinolentas carnes, se les llenaron de lágrimas los ojos y su ánimo presagiaba el llanto". (Canto XX).

    Es preciso insistir en ello: siendo más de cien personas "los pretendientes" se agrupan bajo el anonimato. Son una masa que Atenea moldea a su antojo. Obsérvese cómo en el canto XXI el poeta, refiriendo una insolencia proferida por ellos, dice: "…uno de aquellos jóvenes soberbios habló de esta manera…": indeterminación para un grupo en que no hay quien sobresalga; anulación de la individualidad. Cuando Odiseo los mata, el poeta recurre a una de las comparaciones más acertadas: "Huían éstos por la sala como las vacas de un rebaño al cual agita el movedizo tábano en la estación vernal, cuando los días son muy largos". (Canto XXII). Ese es, quizás, uno de los logros menos mencionados en la obra: la construcción de un personaje de cien cabezas en que sólo unos pocos alcanzan a decir palabra alguna.

    El caso de Euríloco es más patético y recuerda al Tersites de la Ilíada. Basten dos citas para recordar su figura:

    "Euríloco fue el único que intentó detener a los compañeros, diciéndoles estas aladas palabras:

    • ¡Ah, infelices! ¿Adónde vamos? ¿Por qué buscáis vuestro daño, yendo al palacio de Circe que a todos nos transformará en puercos, lobos o leones para que le guardemos, mal de nuestro grado, su espaciosa mansión? Se repetirá lo que ocurrió con el Cíclope cuando los nuestros llegaron a su cueva con el audaz Odiseo y perecieron por la loca temeridad de éste". (Canto X).

    "Oíd mis palabras, compañeros, aunque padezcáis tantos infortunios. Todas las muertes son odiosas a los infelices mortales, pero ninguna es tan mísera como morir de hambre (…). Tomemos las más excelentes de las vacas del Sol y ofrezcamos un sacrificio a los dioses que poseen el anchuroso cielo (…). Si irritado a causa de las vacas de erguidos cuernos, quisiera el Sol perder nuestra nave y lo consintiesen los restantes dioses, prefiero morir de una vez, tragando el agua de las olas, a consumirme con lentitud, en una isla inhabitada". (Canto XII).

    A esta altura creo arribar al punto capital de esta nota. Las palabras proferidas por Euríloco no parecen del todo absurdas: el lector puede coincidir con el aqueo cuando decide sacrificar los bueyes para alimentarse. Con todo y eso su figura opera como la antagonista de Odiseo definiendo a su vez el carácter del héroe homérico: mientras Euríloco cede ante la tentación, Odiseo permanece inflexible. Una posible lectura de la Odisea podría consistir en la observación de las tensiones desarrolladas bajo la fórmula Odiseo y la tentación; Odiseo y la seducción.

    Hay una diferencia substancial entre la primera parte del poema –aventuras en el Ponto- y la segunda – llegada a Itaca y sucesos ulteriores-: en la primera es la imagen la llamada a seducir (mundo externo), mientras en la segunda es el interior del personaje quien se encarga de tentarlo (mundo interno).

    Menelao le relataba a Telémaco la incursión de los aqueos en Troya por medio del caballo, contando cierto pormenor con Helena:

    "Tres veces anduviste [Helena] alrededor de la hueca emboscada, tocándola y llamando por su nombre a los más valientes dánaos; y, al hacerlo, remedabas la voz de las esposas de cada uno de los argivos. Yo y el Tidida, que con el divinal Odiseo estábamos en el centro, te oímos cuando nos llamaste y queríamos salir o responder desde dentro; mas Odiseo lo impidió y nos contuvo a pesar de nuestro deseo". (Canto IV).

    Luego, Odiseo es decisivo ante la perdición de sus compañeros:

    "Fuéronse pronto y juntáronse con los lotófagos, que no tramaron ciertamente la perdición de nuestros amigos; pero les dieron a comer loto, y cuantos probaban ese fruto, dulce como la miel, ya no querían llevar noticias ni volverse; antes deseaban permanecer con los lotófagos, comiendo loto, sin acordarse de volver a la patria. Mas yo [Odiseo] los llevé por fuerza a las cóncavas naves y, aunque lloraban, los arrastré e hice atar debajo de los bancos". (Canto IX).

    De más está copiar el episodio con las sirenas. La seducción también opera con Circe: Odiseo logra salir indemne pese a la pérdida de algunos amigos. El héroe es probado por la imagen. Imagen que amenaza, seduce, perturba. La imagen transforma, nadie puede seguir siendo el mismo después de haber comulgado con ella. La imagen enloquece, incita al olvido: aquellos que fueron seducidos no regresaron a Itaca, el origen se perdió.

    Blanchot habló con mayor propiedad del tema en El libro que vendrá. Aquí sólo se reafirma aquello que pareciera negarse allí: Odiseo es héroe por la negación que significa resistencia, fuerza, valor, astucia.

    Estamos con Chesterton al afirmar que "Lo raro y hermoso es tocar la meta, lo fácil y vulgar es fallar" (El hombre que fue Jueves).

    Pero la obra es pródiga en sorpresas para el lector atento. La desaparición explícita de la imagen seductora no significa la detención de la prueba a Odiseo; el regreso a Itaca es precisamente toda una prueba emergente, ahora desde adentro. El cambio representa la sutileza alcanzada en la segunda parte del poema, donde un silencio inherente a varios de los cantos finales prepara el camino de la venganza última. La imagen ahora se insinúa.

    "…dióle una coz en la cadera, locamente; pero no le pudo arrojar del camino, sino que el héroe permaneció muy firme. Entonces se le ocurrió a Odiseo acometerle y quitarle la vida con el palo, o levantarlo un poco y estrellarle la cabeza contra el suelo. Mas al fin sufrió el ultraje y contuvo la cólera en su corazón". (Canto XVII).

    "…allí estaba tendido Argos, todo lleno de garrapatas. Al advertir que Odiseo se aproximaba, le halagó con la cola y dejó caer ambas orejas, mas ya no pudo salir al encuentro de su amo; y éste, cuando lo vio, enjugóse una lágrima que con facilidad logró ocultar a Eumeo…". (Canto XVII).

    "Ahora, oh huésped, pienso someterte a una prueba para saber si es verdad, como lo afirmas, que en tu palacio hospedaste a mi esposo con sus compañeros iguales a los dioses. Dime qué vestiduras llevaba su cuerpo y cómo eran el propio Odiseo y los compañeros que le seguían". (Canto XIX).

    El héroe está en casa. Conoce a su perro, charla con su esposa. Pero sigue resistiendo.

    Es fácil estimar el logro de las sirenas cuando sabemos de antemano que su voz hace enloquecer; resistir a la voz y presencia de Penélope, al perro que lo ha reconocido después de veinte años: allí está el gesto, esa es la imagen, la belleza de la obra se condensa en esa negación que es a la vez afirmación de sí, una reticencia a ceder al corazón.

    En la Ilíada los diálogos internos versaban sobre lo mismo – preocupación ante la divinidad, ante el destino o ante el temor-; aquí aparece una tensión profunda, un verdadero conflicto de personaje, resultante del debate entre seducción y resistencia.

    "¡Aguanta, corazón, que algo más vergonzoso hubiste de soportar aquel día en que el Cíclope, de fuerza indómita, me devoraba los esforzados compañeros…". (Canto XX).

    La venganza final es la recompensa al carácter. Odiseo regresó a Itaca tomando lo suyo: regresó a pesar de no ser Itaca un lugar especialmente hermoso (Canto IV); regresó porque "no pudo hallar cosa alguna más dulce que su patria" (Canto IX). Sólo eso lo sedujo.

     

    Por

    Santiago Gallego Franco