Sobre las cinco ilusiones y una propuesta ante la televisión
Enviado por Simón Royo Hernández
I.Desconfío ya de la Razón, con mayúsculas, tras haber sido un feligrés de su santa madre Iglesia. Yo era de los que decía "no soy de izquierdas ni de derechas, sino que sólo me guío por la Razón". Pero pronto o tarde, según se mire, descubrí que la mayoría de quienes eso dicen hoy en día acababan irremisiblemente apoyando a la neoderecha reaccionaria, al monstruo del nihilismo en su máxima determinación como Capital y ante la pregunta "¿y tú en qué bando estás?"; no pude menos que aclararme respecto a mis principios y prioridades para pasar a contestar "¡desde luego que en el del monstruo no!". Ahora ya sólo aspiro a que la razón, con minúsculas, pueda llegar a ser lo suficientemente pregnante en la realidad concreta como para que las abstracciones no se queden en papel mojado formal y se lleguen a aplicar en alguna medida al conjunto de la sociedad.
Me parece ya un error seguir pretendiendo ser marxistas científicos (o analíticos) y me declaro marxista utópico si por tal entendemos quien pretende que otro mundo posible, aun no real, pueda llegar a constituirse. Desconfío ya de esa Razón o esa Ciencia al haber visto como la esgrimen los neofascistas para justificar las mayores expoliaciones y los más viles asesinatos. Lukács en El Asalto a la Razón señaló las fuentes del irracionalismo de las que había bebido el fascismo, Goya, sin embargo, ya había dibujado antes que los sueños de la Razón crean monstruos; señalando al Coloso del imperialismo napoleónico como deriva hegeliana de la ilustración. El legado de Hegel, siendo el texto el mismo, tuvo dos vertientes o interpretaciones contrapuestas, la llamada izquierda hegeliana y la llamada derecha hegeliana.
Por eso llego a tomarme la hermenéutica en serio y a ver en el conflicto entre las interpretaciones una lucha de clases en la teoría. Lo descartable de la filosofía de Kant será entonces toda la densa nube ideológica que, como a todo pensamiento, lo envuelve y embarga. Cometí antaño la ingenuidad de pensar que esa nube era una capa ligera y liviana, pero ahora soy consciente de que es mucho más densa y pesada de lo que usualmente se pretende. Por eso cometo incorrecciones de estilo al escribir en el mismo texto tanto en primera persona del singular (la lengua del narcisismo) como en la primera persona del plural (la lengua de los filósofos y de los reyes). Lo primero pretende recoger una experiencia personal, lo segundo, proferir afirmaciones objetivas o con pretensiones de objetividad; ambas constituyen un cierto modo de justificación de las afirmaciones. No me parece irrelevante para enjuiciar la obra de Spengler La decadencia de Occidente el que sepamos que ese señor fue el primer secretario general del partido nacionalsocialista y, por tanto, no creo ni del todo acertado ni del todo descabellado el realizar vínculos entre la vida y la obra de los pensadores, ya que lo que se dice, lo que se hace y lo que se escribe, son acciones que se entrelazan entre sí; corroborándose en una cierta, difícilmente total coherencia o en una buena serie de incoherencias. La hipocresía, la mentira y la fachada (de ahí el nombre de fachas a unos personajes bien conocidos en España) son lacras que sólo el análisis entre vida y obra desenmascaran.
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