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El uso de animales en experimentación científica

Partes: 1, 2

    1. Antecedentes culturales de la relación Humanos/Naturaleza.
    2. Algunos antecedentes de la preocupación por la crueldad con los animales.
    3. ¿Qué dice la biología?
    4. Por qué experimentar con animales
    5. ¿Cuáles animales?
    6. La inconsistencia de quienes se oponen a la experimentación.
    7. El antropocentrismo: Esopo, Perrault y Disney
    8. En resumen
    9. Bibliografía

    Para discutir el uso de animales de experimentación, es imprescindible analizar nuestra relación con ellos, sobre todo en el contexto de nuestra cultura.

    Hace unos años, un canal de televisión transmitió una discusión sobre el toreo a la que, para concitar el interés, había invitado a "personalidades", no a científicos y, previsiblemente, pasó lo que tenía que pasar: un señor relampagueante de tics y vacuo en raciocinio "ganaba" la discusión con el simple trámite de elevar su voz e interrumpir cada vez que le disgustaban las opiniones ajenas; otro, cayendo en un festival de antropocentrismo oligofrénico, aseguró que los toros se sienten honrados de morir peleando como guerreros, a pesar de que les destrocen a lanzados los músculos, nervios y vasos del lomo, y no pastando rascuachamente en un potrero; y así, un tercero sostuvo que el toreo debe ser permitido porque es parte de nuestra cultura, es decir, adoptó la misma manera de "justificar" que emplean las dictaduras militares para masacrar disidentes, recurriendo al añejo y cada vez más imbécil "ser nacional". Ese es habitualmente el marco conceptual y el nivel en que luego se discute el uso de animales de experimentación. Pero, dado que Elementos es la revista de, ni más ni menos, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, el debate que promueve debe superar esa mediocridad, manejarse con información, ahondar en las raíces del problema y recurrir a la ciencia hasta donde sea posible.

    Antecedentes culturales de la relación Humanos/Naturaleza.

    Aquí conviene recordar dos aspectos de las culturas primitivas. En primer lugar, suponen que el universo opera cíclicamente y al cabo de cierto tiempo todo se volverá a repetir y, en segundo, entienden que la vida misma fluye cíclicamente a través de los diversos organismos, porque los humanos comen animales y vegetales, luego acaban por ser injeridos por animales feroces o gusanos, estos fertilizan la tierra en la que crecen plantas, que a su vez alimentarán a los herbívoros, que acabarán siendo devorados por animales o personas. Ese fluir cíclico es algo más que una simple "cadena trófica", pues también incluye el espíritu, de modo que cuando reverencian al oso y al gamo que cazan, y tienen ceremonias religiosas para la siembra y la cosecha, están reconociendo que esa presa y ese fruto mañana será parte de ellos mismos. Además, muchas de esas culturas creen en la reencarnación, de modo que respetan al oso y al gamo como si reverenciaran a un antepasado.

    Pasemos ahora a nuestra civilización.

    Los pre-socráticos hablaban de necesidades, no de leyes de la Naturaleza; justamente, la noesis de Platón se refería a una armonía, un balance, una coherencia, no a un reglamento que el universo debiera obedecer. La idea de que estas últimas leyes existen la introdujeron los judeocristianos al proclamar al hombre como un Rey de la Creación, a quien Dios le concedió la Naturaleza para que la domine, explote y haga de ella su sirvienta. San Crisóstomo (Siglo V) llegó a afirmar que los Diez Mandamientos son una codificación de las leyes naturales.

    A pesar de que Aristóteles enfatizó la continuidad entre todo tipo de vida, distinguió de una manera artificial entre la inteligencia humana y las de algunos animales que exhiben conductas muy similares. Pero fueron tal vez los estoicos quienes argumentaron tajantemente que los animales no pueden razonar en absoluto. Luego, René Descartes con su "Cogito, ergo sum" encaminó la filosofía por un subjetivismo del que jamás se ha recuperado, y que dejo desprotegido al "mundo-de-ahí-afuera" (al mundo que no podría decir, como él: "Pienso, luego existo"). La división mente/cuerpo cartesiana despojó de valores a la Naturaleza, dió por sentado que los animales no sufren y, cuando se los clava a una mesa, se los viviseca, se los evisera, se les intuba la tráquea y se les tritura los nervios, sus gritos y contorsiones no indican que estén sufriendo, pues son como un carillón que, al golpear sus campanas con un martillo, emiten sonidos sin que necesariamente padezcan dolor alguno. El dar por sentado que los humanos no somos parte de la Naturaleza, ni tenemos el deber de relacionarnos con ella benévolamente, sino que conquistarla y dominarla, desfigura además nuestra identidad humana. La civilización se convierte así en Orden y Bondad, y lo silvestre en Caos y Mal. De modo que para el hombre blanco lo "silvestre" es una tierra "horrible", "infestada" y "salvaje", denominación que también aplica a los animales y a las personas. Las oposiciones binarias civilizado/salvaje, mente/cuerpo, humanidad/naturaleza, llevaron tomar a la identidad como diferencia, y provocaron otras polaridades no menos deplorables, como hombre/mujer, blanco/negro y amo/esclavo.

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