Pero si es cierto que la crítica sale sobrando, ¿por qué sobrevive y aumenta su caudal y el concepto que se tiene de su importancia, que pronto habrá más crítica que obras originales? Creo que se debe a varios motivos: el primero de ellos es que en cuanto alguien adopta un tono solemne y autoritario, como de médico, y pretende explicar o definir cualquier cosa, siempre habrá un número bastante grande de crédulos que le hagan caso. Otro motivo es que resulta mucho más fácil y lucidor leer las críticas que las obras criticadas. Además, requiere menos tiempo. Se tarda uno menos en leer todas las críticas contenidas en un suplemento cultural que en leer una sola de las obras comentadas. Un tercer motivo es la pereza mental de la mayoría de la gente, que prefiere que le digan lo que debe pensar, a pensar por sí misma. En cuanto a los críticos, son dos los motivos principales de que se dediquen a tan inútil ocupación. Uno de ellos, es que, cuando menos en nuestro medio, la crítica es una forma sofisticada del subempleo. Otro, es que hacer crítica halaga la vanidad de una manera particularmente cosquillosa y sutil. ¿Quién se resiste a ser "el que realmente sabe"?
Se me ocurre una bella solución, con la cual se liberaría a los escritores de la manía de escribir críticas, y se evitaría que los lectores perdieran el tiempo leyéndolas. Así como hay estaciones de radio o de televisión sin anuncios, a las cuales el estado les paga una cuota mensual, ¿por qué no pagarles un sobreprecio a las revistas literarias y suplementos culturales por no publicar críticas? Sobreprecio que deberían compartir, por supuesto, con los críticos que se abstuvieran de escribirlas. ¿No sería un gran alivio que no hubieran críticas qué leer? ¡Imagínense todo el tiempo extra que se podría dedicar a la lectura o relectura de nuestros autores favoritos, a oír discos, o a discutir con los amigos, o a ir al cine! Incluso es posible que algunos estudiantes de letras tuvieran por fin tiempo y paciencia de leer a Proust o a Joyce.
Pero como sé perfectamente bien que eso no sucederá, porque pertenece a la esencia de las utopías el de no realizarse jamás, propongo un medio de contrarrestar el daño que hacen los críticos, algo así como sacarle el veneno a una víbora de cascabel, o quitarle el aguijón a un alacrán: clasificar a los críticos como ellos clasifican a los escritores, y una vez clasificados, ponerles a cada uno su etiqueta y guardarlos en un cajón.
En espera de que otros cerebros más autorizados y sistemáticos se dediquen a tan noble tarea, he elaborado este primer intento, insuficiente y tímido, de clasificación: La primera categoría de crítico que nos salta a la vista, por ser la más abundante, aunque no la más prestigiosa, es la del "reseñador" de oficio, que publica uno, dos, tres, cinco artículos semanales en uno o mas periódicos o revistas. Por supuesto, jamás lee, no le alcanza el tiempo. Para hacer una "nota" toma uno de los muchos libros que le envían las casas editoriales y los escritores novatos, lo hojea, y después de recoger opiniones de los amigos que se encuentra en cines, cafés y cocteles, llena sus cuartillas con una tercera parte de datos bibliográficos y biográficos, una tercera en términos tales como sorpresa, promesa, confirmación, y el resto de buenos deseos, reputación internacional, gloria de las letras colombianas, etcétera. Si algún día llega a encontrar un libro que le interesa auténticamente, y lo lee de cabo a rabo, hace con todo cuidado un artículo en el que usa términos como sorpresa, promesa, confirmación buenos deseos, reputación internacional, gloria de las letras colombianas, etcétera.
Hay un segundo tipo de crítico que habla del libro como si fuera un especimen botánico; lo define por género, especie, familia y variedad, y habiéndolo ubicado satisfactoriamente mediante ordenadas y abscisas tales como realismo, naturalismo, surrealismo, influencia de… generación de… y otras por el estilo, considera que ha cumplido una labor indispensable, y da por terminado su ensayo. Estos ensayos se convierten en la materia prima de las historias de la literatura y de las conversaciones entre especialistas. Este segundo tipo de crítico es el más feliz, duerme con la conciencia tranquila todas las noches, vive muchísimos años, y generalmente llega a escribir una historia de la literatura que se impone como libro de texto.
El tercer tipo de crítico es el iluminado. Se viste como en en el siglo XVIII y generalmente es escritor. Tiene una imaginación maravillosa, y una inclinación por la profundidad filosófica y el lenguaje poético que visualiza una profundidad susceptible para contratar buzos profesionales con el fin de llegar siquiera a entenderlo un poco. Las obras que critica lo entusiasman, y le inspiran ensayos lírico-metafísicos cuyo único punto de contacto con la obra criticada es el nombre del autor, y el título del libro.
Hay un cuarto tipo de crítico a quién podríamos llamar "dogmático", pero sus dogmas no son estéticos, sino religiosos o políticos. En el fondo todos juzgamos la obra de arte según criterios extraestéticos, pero jamás lo confesamos; en cambio este tipo de crítico confiesa descaradamente que no le gusta Borges porque es conservador… perdón, esto sería aceptable; lo que dice es que Borges es mal escritor porque es conservador. Generalmente utiliza frases como "reflejo fiel de la sociedad de su tiempo" "obra de minorías", y otras que el lector seguramente recordará.
Desde luego que hay muchas otras clases de críticos, y descubrir nuevas variedades podría llegar a convertirse en un juego de salón. Sólo queda una amenaza… que surja un nuevo género literario: la crítica de la crítica, y luego otro, la crítica de la crítica de la crítica… y su respectiva clasificación: post-post-postmodernista… momento en el cual comenzaré a dar gracias por la invención salvadora de la televisión, que al evitar que los niños adquieran la costumbre de leer, los rescatará para siempre y definitivamente, de los críticos.
Autor:
David Fernando López