La guardia
"Cuidado cómo tratas a tu hermano cuando estás arriba, porque te lo puedes volver a encontrar cuando estés nuevamente abajo". Proverbio Chino.
"En el Colegio Militar de la Nación se forman, en las mejores tradiciones, los oficiales que comandarán el ejército"
Y no es mentira. El cadete del Colegio Militar lo comprobó por sí mismo. Hacía ya casi dos años que estudiaba para oficial del Ejército Argentino. Ese instituto, envuelto en historia y tradición, forma la élite de las fuerzas armadas argentinas. La excelencia es su consigna. La moral, la honestidad y el respeto también. La formación académica es rigurosa. Todo conduce al cadete que estudia en él, a egresarlo como un ejemplo de hombre de bien al servicio del ejército.
Como institución militar, también es, a su modo, un cuartel del ejército. En los años en que esta historia ocurrió, todavía existía en la Argentina el servicio militar obligatorio. Algunos ciudadanos debían cumplir con esa obligación en el Colegio militar. Es decir, había un batallón de soldados en ese instituto que prestaba los más diversos servicios y funciones.
Los cadetes tenían (y tienen), un orden jerárquico riguroso. A medida que avanzan en su formación, sus responsabilidades son cada vez mayores. En algún momento de su carrera asumen, en forma progresiva, el mando militar. Son, desde encargados de otros cadetes de menor jerarquía, hasta comandantes de fuerzas de entrenamiento de soldados.
El cadete que protagonizó esta historia estaba en su segundo año de carrera militar. Ya había pasado lo peor. Lo más duro. Ahora ingresaba en la etapa de asumir el mando sobre otros cadetes de menor jerarquía y de los soldados del cuartel.
En una oportunidad, le correspondió ser el encargado de la guardia de prevención. Es decir, tenía a su cargo la responsabilidad, por ese día, de la seguridad del Colegio Militar de la Nación como Cabo de cuarto. Pavada de responsabilidad.
La guardia duraba, entre relevo y relevo, 24 horas. Su turno comenzó el Domingo a las 6 de la mañana, y duraba hasta el lunes siguiente a la misma hora. El día Domingo no había nadie en el cuartel, así que sería un día tranquilo. Pero no tanto. No había que descuidarse porque era la época de la lucha contra la subversión. Contra los Montoneros y el ERP que atacaban cuarteles. Así que aunque fuera Domingo, él no se descuidaría. La seguridad sería la misma que en cualquier día normal.
Al hacerse cargo de la guardia, realizó los procedimientos de rutina: presentación de la guardia entrante con saludo y revista de tropa. Inspección de armamentos y papeleo en general. Al realizar la inspección del edificio que era la sede de la guardia de prevención, visitó los calabozos. Eran unas oscuras y lúgubres mazmorras dignas de la época medioeval. Los presos, la mayoría soldados desertores o con graves faltas de indisciplina, lo miraban en silencio. El olor que salía de las celdas era realmente nauseabundo. Miró la lista de detenidos que llevaba consigo. En esa lista figuraba un breve resumen de datos de cada preso. Nombre, fecha de ingreso a la celda, causa que motivó el encierro. Le impresionó la cantidad de años que esta gente estaba encerrada allí, algunos hasta cinco años. Estaban siendo juzgados por la justicia militar y esperando sentencia por sus faltas. La justicia, cualquiera sea, se toma su tiempo, pensó él. Era como una tradición no escrita que, en el ejército, a los presos se los debía tratar mal. Si estaban presos era por algo. Así que no faltaban los encargados de guardia que les tiraban agua a los colchones de los presos, o los sacaban para golpearlos, o les hacían maldades sin justificación. Como no dejar que los familiares los visitaran, no entregarles lo que les traían, etc.
Pero él no haría semejante cosa. Indagó con su asistente donde se higienizaban los presos. Ahí mismo, le respondió el otro. Pero si no había agua ahí adentro, apenas una letrina interna que era la causa de ese olor repugnante que sintió al ingresar. El asistente le informó que a veces les alcanzaban un cubo con agua para que se higienizaran los presos cuando alguno de ellos recibía visitas. Entonces era sacado de la celda y llevado a la habitación de al lado, donde con custodia personal y grillos puestos, el preso veía a sus familiares. El agua que bebían se las hacían llegar por medio de botellas. El alimento se lo traían en recipientes cerrados desde la cocina del cuartel. Comían igual que otro integrante de la institución.
Sintió pena por esa gente.
Se dijo que ese día Domingo podía ser distinto para los presos. Tenía una idea. Luego lo vería. El cadete se asesoró bien antes de poner en práctica su plan. No quería ser sancionado por hacer algo indebido o que no correspondiese. Pidió las autorizaciones pertinentes para lo que pensaba hacer y esperó. Después del almuerzo, llegó la respuesta: Tenía autorización para realizar lo que solicitaba, pero bajo su responsabilidad total.
Muy bien, así estaban las cosas, debía ser prudente, porque por hacer una obra de bien no iba a poner en peligro su carrera. Así que, junto con su asistente, se dirigió al calabozo para dialogar con los presos. Al llegar al lugar, les habló de esta manera:
_Me presento: soy el responsable de la guardia por este día. Hoy van a salir del calabozo por una tarde. Se van a bañar, van a lavar su ropa, van a hacer ejercicio físico y a jugar un partido de fútbol. Luego van a tomar sol. Lo que quede de tiempo libre lo pasarán descansando afuera. Los presos se quedaron anonadados. Esa era, seguramente, la primera vez que alguien se preocupaba por ellos. Se acercaron a los barrotes. No respondieron Nada. El cadete siguió hablándoles de esta manera:
_Yo no tengo obligación alguna de hacer esto por ustedes, pero siento que debo hacerlo. No sé porqué, no me lo pregunten. Tal vez por humanidad. Pero lo voy a hacer. Pero también quiero dejarles aclarado que de ninguna manera voy a arriesgar mi carrera y mi persona por ninguno de ustedes. Sencillamente es una oportunidad que tienen de salir de esta celda por hoy. Estar afuera, casi libres, por una tarde. Cuando salgan, estarán custodiados constantemente por centinelas que ante el menor intento de fuga les abrirán fuego. Pero ese no es el objetivo. El objetivo es que salgan de acá por hoy. Pero para eso existe un requisito. Un preso, el que parecía el más veterano, preguntó:
_¿Qué se necesita, señor?
_Que me den su palabra de que ninguno de Uds. Intentará escapar, ni que ocasionará problemas de ningún tipo. Obedecerán las órdenes que se les impartirán y retornarán a su celda cuando se les ordene. No me respondan ahora. Piénsenlo. Piensen si son capaces de responder a esta oportunidad. Luego vendré a ver que respuesta me dan. Pero tengan presente que esto podría sentar un precedente para ustedes. Si alguien, en este caso yo, los saca y no causan problemas, seguramente alguien más lo va a hacer luego. Ustedes deben ganárselo. Deben dejar la impresión de que es posible sacarlos de esta celda de vez en cuando a respirar aire puro y no van a ser un problema para el responsable. Luego vendré a ver que decidieron.
El cadete los saludó y se fue a continuar con su tarea.
Cuando el cadete se retiró de la celda, sintió que los presos conversaban animadamente entre sí. No alcanzó a llegar a su despacho que ya el asistente le traía la noticia de que los presos querían verlo. Volvió nuevamente al calabozo. Al ingresar no precisó preguntar nada. La cara de los presos lo decía todo: ansiedad, esperanza, alegría. El preso más viejo, el líder del grupo, le dijo así:
_Señor, no sabemos porqué hace esto, pero se lo agradecemos. Le damos todos nuestra palabra que nos vamos a portar bien y que ninguno de nosotros le va a dar el más mínimo motivo para arrepentirse por lo que hace. De verdad, muchas gracias.
_Muy bien, haré los preparativos necesarios, dijo el cadete.
En realidad, ya tenía preparado todo. Los centinelas que los iban a vigilar, tenían las consignas bien claras al respecto sobre cómo debían proceder en caso de intento de fuga. Si algún detenido se fugaba, el centinela debería hacer primero un disparo al aire, luego, si no se detenía, recién entonces debería matar al preso. En cambio, si los presos atacaban a algún centinela para poder fugarse, los otros guardias deberían matar inmediatamente al reo.
Y no era broma. Eran tiempos difíciles. Pero él no creía que esto fuera necesario. Aún así, debería estar prevenido.
A las 10 de la mañana de un Domingo de marzo de 1977, los presos del Colegio Militar de la Nación salieron del calabozo por primera vez en años. Lo primero que hizo el cadete fue llevarlos a la lavandería, donde se higienizaron y se bañaron con agua caliente. La cara de los presos era indescriptible. Saborearon esa ducha caliente como el mejor manjar jamás servido. Lavaron su vestimenta y se mudaron de ropa interior. Luego, los condujo nuevamente al calabozo, pero esta vez con baldes y elementos de limpieza. Entre todos baldearon y limpiaron la celda, que luego perfumaron para sacar el olor inmundo que tenía. Estaban muy animados y contentos. Hablaban entre ellos y reían.
_Cuando vuelvan aquí adentro, por lo menos va a estar limpio, les dijo.
Notó que los presos lo hacían con ganas. Realmente querían limpiar el lugar donde estaban. Cuando finalizaron de limpiar el calabozo, los sacó al parque. Les preguntó si querían jugar un partido de fútbol entre ellos. Cosa que aceptaron con gusto. Hizo traer una pelota del gimnasio y los presos jugaron su partido al sol.
A una distancia prudente, los centinelas vigilaban atentos.
Cuando finalizaron de jugar, vino la sesión de ejercicio físico dirigida por el cadete. Flexiones, abdominales, trote. Luego, tomaron la merienda bajo la sombra de los árboles. Descansando tranquilos y se portaron bien. No provocaron desmanes ni actos de indisciplina. Se notaba que estaban contentos. Hasta bromeaban entre ellos y alguno que otro intercambió palabras amistosas con el cadete. Al caer la tarde, los llevó a higienizarse nuevamente. Otra ducha de agua caliente. Ya higienizados, con ropa limpia y después de haber disfrutado del sol y el ejercicio, los presos cenaron en el comedor de soldados, sentados a una mesa, con platos y cubiertos, comiendo dignamente como no hacían desde hacía mucho tiempo. Luego de cenar, ingresaron nuevamente al calabozo, que ahora olía bien.
_Los felicito. Se portaron muy bien. Quedará en el informe que haré.
_Gracias señor, no sabemos como agradecerle todo lo que hizo por nosotros.
_En realidad, lo hicieron ustedes por ustedes mismos, le respondió.
El cadete los saludó y se retiró. Luego vino la cena y el descanso. Pero él estaba de guardia y no podía descansar. Dormir estando de guardia era una de las faltas más graves del régimen militar. Era hasta causal de baja para los cadetes o prisión para los soldados.
En estado de guerra era pasible de la pena de fusilamiento.
Así que durante la noche se dedicó a recorrer los puestos de vigilancia y ver si todo estaba en orden. Trabajó muy duro. Era una persona muy responsable. La mañana llegó y una nueva guardia entrante se estaba por hacer cargo. Sonó el clarín, se formó a la tropa y se preparó todo para hacer entrega del puesto. El cadete se sentó en su despacho que pronto pasaría a otras manos.
Tal vez porque estuvo despierto toda la noche, o porque estaba cansado, o porque estuvo estresado por el deber y la responsabilidad que le tocó cumplir, el hecho es que, sentado en la silla del despacho de encargado, se relajó, se le aflojó el cuerpo y sin darse cuenta se quedó dormido. Fue un instante nomás, pero justo ocurrió en el momento en que el nuevo oficial de guardia tomaba el puesto, quién al entrar al despacho, lo vio sentado en la silla y dormido. Para corroborarlo tomó un pisapapeles del escritorio y lo arrojó al casco del cadete, quién inmediatamente se despertó sobresaltado.
Este oficial tenía fama de malvado y cruel, y justo le había tocado al cadete hacerle entrega de la guardia. Y además lo sorprendió dormido. Sin perder tiempo y para mostrar su dureza, el oficial entrante tocó el silbato, llamó a sus subordinados y les ordenó arrestar al cadete.
Lo desarmaron, le quitaron el cinturón y los cordones de los borceguíes. Le colocaron los grillos. Le pusieron centinelas vigilándolo como si fuera un delincuente. Si bien, aparentemente su falta era grave, su guardia había ya terminado cuando fue sorprendido dormido. Además, el castigo que el oficial le estaba imponiendo al cadete, excedía las atribuciones del oficial. Por lo que, sin que aún se percatase, este oficial estaba llevándose a sí mismo a la ruina. Pero eso sucedería después. En esos momentos el cadete estaba viviendo su presente como el momento más amargo de su carrera. Posteriormente la justicia militar inició una investigación. Lo que provocó en la investigación sumarial la sanción al oficial con cárcel incluida, fue el hecho de que ordenó que el cadete sea encerrado junto con los presos en el calabozo a modo de castigo ejemplarizador:
_Ya vas a ver cuando los presos te recaguen a palos y te cojan cómo vas a aprender a no quedarte dormido, tagarna. Por si no lo sabías, es una costumbre que si un superior es detenido junto a los presos, le hacen de todo.
El cadete, ahora flamante detenido, soportó las confecciones de las actas que lo inculpaban en una falta grave, la captura con cadenas y la humillación de verse llevado al calabozo a los empujones junto con los presos a los que horas antes había sacado al aire libre.
El cadete estaba por aprender una de las lecciones más sabias que le dio la vida. Estaban en las puertas del calabozo el oficial, los centinelas y el cadete prisionero. Al verlos llegar a las celdas, los presos se pusieron inmediatamente de pié y miraron asombrados al nuevo detenido. El cadete los observó entre temeroso y avergonzado. El oficial les dijo a los centinelas:
_Abran la puerta. Éstos obedecieron. Y dirigiéndose a los presos:
_ Acá tienen algo para entretenerse. Pueden darse el gusto nomás. Nadie va a ver ni escuchar nada. Y de un empujón envió al cadete engrillado al interior de la celda quién, por la fuerza del envión cayó de bruces.
Un silencio indescriptible siguió a continuación. Los presos no se movían. El cadete tampoco.
_¿Y, qué esperan manga de maricas?, si no hacen lo que tienen que hacer, los voy a reventar a todos yo mismo.
Entonces, el oficial vio algo que quedaría en su retina por el resto de su vida como el hecho más inexplicable de su carrera profesional. Vio, como si fuera un cuadro de ciencia-ficción, a los presos que se acercaban al cadete, ahora compañero de ellos, y lo ayudaron a incorporarse, le sacudieron la ropa, lo abrazaron, lo acariciaron, le daban palabras de aliento, lo calmaban, le daban muestras de afecto y agradecimiento.
El oficial no atinó a moverse. Parecía hipnotizado. No entendía lo que estaba pasando. Aún así, se retiró del lugar sin decir una sola palabra más y dejando al cadete encerrado. Los presos le decían al nuevo compañero de celda: _¡bienvenido cadete!, ¡qué gusto es que esté con nosotros!, ¡gracias por todo lo bueno que nos dio ayer!, ¡ahora somos nosotros los que lo vamos a tratar bien!
Y otras cosas más, igualmente de afectivas y amistosas. Le ofrecieron un asiento y una cama. Le convidaron galletitas y chicles. Junto a los abrazos, vinieron las bromas y los chascarrillos hechos sin malicia:
_Menos mal que nos hizo limpiar el piso, así no se ensució cuando lo tiraron…ja ja ja.
Pero el cadete también aprendió la lección más importante de su vida. Porque en un momento se puso a meditar sobre lo que le habría ocurrido si él hubiera sido malo o cruel con los presos. Qué triste habría sido para él ese día. Las maldades de que habría sido víctima. Más eso no ocurrió.
El desenlace de esta historia se resume así: El oficial fue sumariado y castigado por faltas graves a la moral y honor militar. El cadete fue sobreseído del cargo de dormirse estando de guardia porque su turno había ya terminado cuando se quedó dormido. Aún así, recibió un día de arresto en su pieza por falta al decoro al dormirse en el puesto de encargado de guardia cuando ésta había finalizado. El oficial fue trasladado de cuartel luego de cumplir su castigo. El cadete pasó de año y no volvió a dormirse en ninguna guardia más. Los presos, con el tiempo, fueron amnistiados y liberados. Hoy en día, el ex cadete recuerda la historia como un hecho anecdótico más. Pero eso que vivió le demostró que una persona, cualquiera sea su condición, debe tratar siempre bien al semejante, pues nunca se sabe cuales van a ser las vueltas de la vida.
Hoy estás arriba, mañana estás abajo.
"Cuidado cómo tratas a tu hermano cuando estás arriba, porque te lo puedes volver a encontrar cuando estés nuevamente abajo".
El proverbio Chino continuaba teniendo vigencia.
Autor:
Eugenio M. Ganduglia