Los idus de marzo: El consenso civil al advenimiento de la dictadura militar argentina
Enviado por Florencia Pagni – Fernando Cesaretti
- La construcción de un imaginario
- Balconeando la revolución
- La aceptación de la violencia
- ¿Caer como peronistas?
- Bibliografía
Una breve mirada retrospectiva a la relación entre poder militar, sociedad civil y clase política, en el acaecimiento de la última dictadura
La construcción de un imaginario
El historiador Luis Alberto Romero sostiene que en sus orígenes, causas, práctica de gobierno y desarrollo histórico, la última dictadura militar ocurrida en la Argentina (el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional) fue analizado como un fenómeno encerrado en su propia y nefasta lógica, aislado del contexto general y en función de ese principio autista, demonizado.
Esa imagen demoníaca —bastante distante de lo que había sido hasta entonces la percepción de la sociedad contemporánea al período de gobierno dictatorial— se construyó aceleradamente en poco tiempo, entre la debacle del régimen militar que siguió a la rendición de las fuerzas argentinas cercadas en Puerto Stanley, y la condena a las Juntas Militares perpetradoras del crimen de lesa humanidad, tres años después. Se daba entonces maniquea visibilidad a una banda perversa y poderosa que se había ensañado con una sociedad inocente. Para exorcizar al demonio, la sociedad empuñó la imagen de la democracia, tan potente como aquél, pero buena y generosa.
Tal construcción imaginaria fue para Romero positiva, en virtud del momento en que la misma se formuló. La renacida democracia de los ochenta llegaba a la escena política huérfana de casi todo, carenciada de prácticas, de dirigentes y hasta de ciudadanos acostumbrados a una rutina democrática. No es entonces un dato menor que sustentara sus endebles pasos iniciales en la otredad taxativamente negativa del período inmediato anterior.
Dos décadas después el sistema está pese a sus errores y retrocesos, definitivamente consolidado. La práctica democrática es una recurrencia natural (y en muchos casos fastidiosamente aburrida) para los ciudadanos argentinos que en progresiva y avasallante mayoría etaria por simple paso del tiempo y perduración de la originalmente endeble democracia, no han conocido otro sistema político institucional que el determinado por la sociedad civil y las normas constitucionales.
Cree entonces el historiador Romero que en virtud de este afianzamiento y la consecuente maduración política del habitante-ciudadano, hay una pregunta que ya podemos y debemos hacernos: ¿fue esa dictadura un demonio ajeno a nuestra sociedad, o fue una expresión, repugnante pero legítima, de nuestra cultura política?
Debemos sin embargo ser cuidadosos con los términos para evitar tergiversaciones o falaces interpretaciones de los argumentos que exponemos, producto en algunos casos de la ignorancia, en otros de una susceptibilidad aún muy alta y también de la polisemia de las palabras que permite que cada uno lleve agua para su molino del presente con el mismo pero diferente balde.
Es que la década de 1970 sigue siendo un agujero negro para los investigadores del pasado. Pero, y tal vez por esa condición negativa es menester entender que es hora de abordar su estudio, pues como señala la historiadora Gabriela Águila "aún hoy sigue existiendo una disociación evidente entre el saber qué pasó de porciones importantes de la sociedad y las investigaciones académicas. Si bien en las últimas décadas la labor de los organismos de derechos humanos ha sido fundamental en el sostenimiento de la demanda de verdad y justicia, aún resta avanzar en la investigación histórica, ingresando en el análisis de temáticas que no han sido suficientemente exploradas. Evitando la condena y apelando a la explicación y la comprensión, la construcción de renovadas perspectivas sobre la dictadura sigue siendo, a treinta años del golpe de Estado, una deuda pendiente para los historiadores".
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