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Sobre la necesidad de la mediación pedagógica de las tecnologías

Partes: 1, 2

    1. La mediación pedagógica
    2. Los viejos discursos
    3. Las variables dependientes

    Como la pregunta planteada por CEDAL abre la posibilidad de la respuesta a un horizonte muy amplio (¿Qué necesita el mundo contemporáneo de la comunicación y de sus mediaciones?), me detendré en las tecnologías de la información y de la comunicación, que aparecen hoy con aspiraciones de totalidad planetaria y que se anuncian, otra vez, como la posibilidad de una revolución absoluta en el campo de la educación.

    Digo otra vez porque van ya más de dos largos milenios de apuesta por la educación para transformar la sociedad. La República de Platón incluye un inmenso programa de sostenimiento de un orden ideal de cosas y de seres a través de la forma en que se educa a las y los jóvenes. La apuesta tiene destinatarios muy precisos, si no nos aseguramos miradas, relaciones, conductas diferentes desde los primeros años de la vida, mal podremos esperar algún cambio o alguna continuidad de la ciudad caracterizada por una justa distribución de los trabajos y los placeres.

    Pues bien, he aquí el universo digital presentado como un eslabón imprescindible de la evolución de la humanidad, abierto a todos quienes puedan acceder a él para lanzarse a la aventura del conocimiento. Hemos pasado en muy pocos años a teorizar sobre la sociedad de la información, del conocimiento y del aprendizaje. Tenemos ante nuestras ansias de crecer, ante nuestro anhelo de ampliar horizontes, el más rico instrumento de ampliación de nuestros sentidos, más allá de lo que alcanzó a entrever McLuhan cuando hablaba de las extensiones del hombre.

    Freud, que algo sabía de nuestra condición humana, se refiere en El malestar en la cultura a nuestra capacidad de colocarnos prótesis, y termina afirmando que las mismas a menudo nos dan la sensación de endiosamiento, pero a la vez tienen su lado de dolor.

    Pues bien, esta fantástica prótesis constituida por dígitos, liviana como la luz, omnipresente y veloz; capaz de saltar por encima de cualquier fronteras, esta maravillosa prótesis aparece hoy como el camino para calmar nuestras ansias de sabiduría. ¿Acaso alguien puede negarse a ella? ¿No estamos en presencia de lo anhelado por generaciones y generaciones de mortales hombres: el paraíso del conocimiento al alcance de la pantalla? ¿No nos muestra el crecimiento de las redes esa irresistible marcha hacia un mundo donde la humanidad en su conjunto será un océano de científicos, empecinados en ampliar aún más los horizontes del saber?

    De responder afirmativamente a cualquiera de esas preguntas, estaríamos ante un estallido de búsquedas en Internet para saciar tanta hambre contenida durante siglos y siglos. No deberíamos extrañarnos de verdaderas avalanchas en los espacios donde se puede acceder a las computadoras, sea en las viviendas o en lo que en la Argentina llamamos locutorios. Una irrefrenable marea de aprendices a la caza de cultura, historias, epopeyas, futuros, así viviríamos a diario la relación con la tecnología digital.

    No es la primera vez que tales expectativas se producen. Cuando apareció la radio, filósofos de la Escuela de Francfort veían en ella una posibilidad enorme para la cultura. Los filósofos, es sabido, siempre intentan ir más allá de el hombre ya es para impulsarlo hacia lo que puede llegar a ser. Pues bien, a los pocos años tal medio de comunicación se llenó de vida cotidiana, se colmó de lo que el hombre ya es y quedaron para otras tecnologías los sueños de un formidable instrumento cultural.

    Que la marcha hacia el crecimiento irresistible del saber no es tan irrefrenable como se pretende, lo muestran estudios hechos sobre lo que sucede con la gente en los locutorios: la maravillosa posibilidad de comunicarse con seres distantes a miles de kilómetros (piénsese en las oleadas de migrantes desde nuestros países), los juegos de red, el chateo, la pornografía…; muy al final de la lista aparecen las búsquedas de información para atender alguna demanda escolar.

    A pocos años de haber nacido, Internet se llenó de lo que la gente ya es, con sus abismos y sus alturas, con sus miserias y grandezas, con incitaciones a asumirse como suicida y a la pedofilia, y con redes de creadores en los más diversos ámbitos de la cultura. No son casuales las campañas en los países industrializados para concientizar a los padres de la necesidad de acompañar a los niños en sus incursiones por las autopistas digitales. No es casual la forma en que se expresó una investigadora que había dado con una red de pedofilia: "llevamos varios meses patrullando en la red para encontrar estos sitios y a sus autores".

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