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La serenata, es nota efímera en la hora hechizada  (página 2)


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Cada anhelo y cada ilusión que alcanzaron a sentirse le han dado la contorsión de sus calles ya para siempre curvas.

Serenata son los senderos ciertos e inciertos, amables y ariscos, hechos de encuentros y olvidos, de nacimientos y muertes que han empedrado, abierto y cerrado sus calles.

Este haber anochecido y madrugado por las esquinas y plazas la madeja derecha y torcida de la vida es que ha ensimismado su destino hacia el infinito y la eternidad.

Ay penas que poco a poco van pasando sin sentir agobiantes ellas no matan luego al cabo tienen fin conmigo.

A veces quiero arrojarme a los filos de un cuchillo porque el cuchillo es tan limpio para el hombre es un martirio una ingrata.

Si yo vengo a cantarte no creas que es por despecho, embriagado por las penas de tu amor que a mí me mata, ingrata.

4. Serenata es abismo callado

  Tú, serenata, eres lucero y noche insondable.

Ella duerme, pero arrebolada quizá por aquella emoción y aquel sentimiento que viene desde la creación de las especies sobre la superficie de la tierra, el amor del hombre que le canta.

¡Allá ella, que sienta o no sienta las melodías y acordes que se le dedican! Ya nació para ser amada toda mujer de la tierra.

¡Allá ella que se pierda o se encuentre con estos bordoneos y estos cantares! ¡Allá ella que sea digna o indigna de esta noche tenue o iluminada, con o sin estrellas en el cielo sereno, con o sin cordilleras que se avizoran en lontananza!

¡Allá ella que escuche o no esté despierta cuanto se la canta, cuando se la sueña y cuando se la adora! Ya es adorable desde que se hizo el mundo.

De cómo se la evoca bajo este cielo con o sin luna, con o sin infinidad de luceros, ya ella es el motivo que justifica la vida.

¡Allá ella que esté despierta o se halle dormida! Es la geografía del alma, la del hombre como urdimbre:

Cuando va muriendo el día y va ocultándose el sol no has visto cómo se acrece la sombra de una colina.

Así se ven mis amores tras el sol de tus caricias cuanto más de mí te alejas han de crecer cada día.

Mañana recordarás que me quisiste un día entonces sabrás que hay penas que nos quitan la vida.

La serenata se eleva hacia lo alto para una amada pero al final a pesar de ella.

Es cierto, desde ella, pero más allá de ella.

Quizá después no sea tan real este sentimiento y ¡es posible que la realidad lo tuerza o hasta lo deplore o lo niegue!

Quizá en el mundo de la superficie no quepa ni como invocación, por eso se da en las noches, a oscuras y en secreto.

Quizá, incluso, lo disuelva la tenue luz del alba. Indudablemente, nada que ver, con la vida práctica que la desconoce, lo distancie y arroje a la nada.

Pero vale en este instante y vórtice en que los hombres cantan, en que el alma está en su agonía, en que el sentimiento ilumina, oprime e hincha los pechos, en que el corazón sangra atravesado por una flecha.

La serenata vale en el instante en que se lo dice cono la vida que es herida entre dos eternidades y puñales:

Ama pues a quien te adora olvida el triste pasado que en mi pecho has levantado pasión avasalladora.

Tú también amaste un día y me da pena el decirlo tú arrastraste las cadenas yo arrastro melancolía.

Quiero dejar de existir en este mundo de martirio basta ya tanta amargura yo bajaré a la sepultura.

6. ¿Quién ha visto al fuego helarse?

Las serenatas son efímeras y fugaces.

En ellas la voz se eleva y el espíritu se sumerge a lo hondo de la vida y de la muerte en un rapto y un hechizo de un tiempo y espacio mágicos.

Hasta el frío se enardece cuando lo roza el amor que vibra en la noche callada.

En ningún otro momento lo sublime alcanza a ser flor en nuestras manos y en nuestros pechos como en la serenata.

Para lo cotidiano no existen, permanecen para la eternidad del sentimiento. Son testigos la sombra, lo oculto, la brisa que pasa.

¡Ah! ¡Cómo las paredes y los techos se han cimbrado y torcido tanto por las serenatas! Y se han resbalado las tejas y se han abierto goteras

Y, ¿cuántos no hemos padecido delante de una puerta, o tenido yerta el alma atribulada en una esquina?

¿Cuántos no hemos dedicado una queja a la amada, a ese ser sublime al cual por el prodigio de amarla no se puede ya ni siquiera hablar, menos aún nombrar?

¿Quién repetiría su nombre sin sentir que comete u sacrilegio?

¡Sólo cabe llevarla para siempre y eternamente callados por los caminos!

7. Con las alas plegadas sobre un abismo

¿Quien al fuego ha visto helarse y a la ceniza escarcharse? ¿Quien ha visto a dos amantes sin motivos separarse?

¿Quien ha visto al ruiseñor prisionero en su jaula cantar su prisión alegre cuando libertad le falta?

El peso de lo trascendente ocurre también cuando todos regresan callados después de una serenata.

Y se siente, sin razón aparente, el vacío y el desconsuelo, precisamente por ser muy lleno y repleto de secreto y significado todo lo que acontece y se presiente.

¿Qué produce ese estado del alma?

Quizá sea porque la serenata es algo en donde no se alcanza nada, salvo el sentimiento, hecho jirones en el lamento, en la queja por lo que no se tiene.

Por lo menos que no se tiene en ese instante, y que sin embargo se anhela tanto. Es siempre pretender lo imposible, como tratar de adueñarnos de una estrella. Por eso se la dice bajo la eternidad del cielo descubierto.

La serenata duele tanto porque es amor que se ha tenido, ya se esfumó o se ha perdido:

Desde tu separación la tristeza no me deja la tristeza no me deja.

Olvidarte yo quisiera pero el corazón se queja pero el corazón se queja.

Siempre vivo padeciendo preso de melancolía preso de melancolía.

Ella llorando me decía que nunca me olvidaría que nunca me olvidaría.

8. Las llevamos en el fondo del alma estremecida

Es la queja que se dice hacia lo alto y al fondo del firmamento.

Y, frecuentemente, al vacío o a la indiferencia.

¿Quién está seguro de que la persona a quien se le canta la haya escuchado? De allí que cuando se vuelve después de haberla consumado, con el corazón estremecido y la mano tendida hacia lo ignoto, nadie habla, nadie esté contento.

Todos van callados, cabizbajos y ensombrecidos.

Y una serenata se la vive incluso sin ser directamente convocados a su vórtice y a sus pétalos caídos.

Porque uno duerme inocente, sin sospechar que va a despertarse al escucharla en las noches hondas, para sentirse con ella flotando y con las alas abiertas o plegadas en una caída sin retorno hacia el abismo que es el destino.

Por eso, todos de alguna forma estamos heridos por ellas y las llevamos en el fondo del alma estremecida:

Amor, amor que quitas la vida; ladrón, ladrón que robas el sueño.

Que no hay amor más constante ayayay que no hay más constante cuál es él cual es el amor primero.

La vida se ha de acabar la vida se ha de acabar la vida se ha de acabar y yo te sigo queriendo…

Fuente:

Instituto del Libro y la Lectura del Perú

 

Danilo Sánchez Lihón

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