En una previa ponencia, llamada la Trilogía del Amor, hacemos referencia muy somera a las hormonas que, actuando química (y no sentimentalmente) son responsables por ese sentimiento tan complejo que poetas y, aun cínicos, reconocen como el "amor romántico".
Nuestros cuerpos están bien suplidos con la presencia de neurotransmisores y hormonas que facilitando la efectividad de sus actividades nos mejoran las actividades vitales. Estudiarlos y comprenderlos es nuestra misión especial. Porque es así como mejor somos capaces de traducir sus señales y de responder con eficiencia terapéutica hacia nuestros pacientes.
La liberación de oxitocina durante el parto y después del orgasmo ejerce un extraordinario bloqueo del estrés y nos llena de ternura — así "hablan los expertos". Podemos soñar como románticos, pero sentimos como seres vivos.
El enamoramiento, como ya sabemos, es parte de un proceso bioquímico que se inicia en la corteza cerebral y que se difunde al sistema endocrino.
Las feromonas, abrigadas por sutiles mezclas de perfume — al menos así lo considera cada especie — acaban excitando nuestras pasiones más básicas hasta que, consumada la copulación y habiendo experimentado el orgasmo, aparece la oxitocina en el teatro del drama de nuestro cuerpo.
Con ella resalta, esa profunda conciencia de pertenencia al otro y que, desde tiempos inmemoriales, hemos bautizado con la palabra amor.
Quizás sea la más delicada de nuestras hormonas, la más privilegiada. El organismo humano la segrega tras el orgasmo y el parto y, cuando circula por nuestra sangre, quedamos convertidos en juguetes arrebatados de ternura.
La historia de una hormona
La oxitocina se descubrió en 1953 y se la relacionó por entonces con los patrones sexuales y de afecto. La consigna hippie de «hacer el amor y no la guerra» no era, pues, tan incauta como parece puesto que un ejercicio sexual regular predispone nuestros cuerpos hormonados más al amor que al odio. (Léase aquí: Sex, Time and Power: How Women’s Sexuality Shaped Human Evolution, por L. Shlain).
Cuando tenemos la experiencia de sentir el amor, una persona en particular se convierte de buenas a primeras en el centro de toda nuestra atención.
Las feromonas, sustancias etéreas que cada especie o persona despiden de manera invisible, alteran la propia química y desencadenan respuestas fisiológicas tales como la secreción de fluidos lubricantes, la dilatación o la erección genital.
En esta fase se experimentan reacciones de excitación y deseo que perturban la razón. Un rostro, un peinado, un determinado gesto o vestido, una postura, una establecida forma de hablar o de reír nos parecen la cosa más fascinante del mundo y no tenemos sentidos para nada más.
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