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El médico de cabecera, una necesidad sentida

Partes: 1, 2

    Publicación original: Colombia Médica, 1996; 27: 156-158 – ISSN 1657-9534, Reproducción autorizada por: Corporación Editora Médica del Valle, Universidad del Valle, Cali, Colombia

     

    Se presentan las vivencias de un ejercicio profesional, que por virar de la práctica privada a sistemas de medicina prepagada y socializada, altera profundamente la confianza y efectividad del acto médico, y disminuye cada vez más una buena relación médico-paciente. Se insiste en la importancia del MÉDICO DE CABECERA como director de orquesta que solucione de manera integral los problemas del paciente.

    El ejercicio profesional se ha visto profundamente alterado por los intermediarios comerciales entre paciente y médico. Ha cambiado mucho la relación de compromiso, confianza y lealtad con que se atendía antes a los enfermos. Había un contrato tácito entre el médico y su paciente, donde el primero se comprometía con su leal saber y entender a solucionar integralmente todos los problemas de salud que afectaban su organismo y afligían su alma. El paciente, con lealtad y confianza, seguía los consejos de su médico y daba una remuneración adecuada por esos servicios. No había intermediarios.

    Esa lealtad entre ambas partes se ha visto alterada por el sistema, donde cada uno se vuelve una ficha. Hoy este enfermo vendrá a mí, mañana mismo me podrá cambiar por otro colega y quizá por otro tratamiento. Claro que es derecho del paciente poder cambiar de médico cuando así lo quiera, e irónicamente es deber del médico volver a atender a quien no le ha guardado ninguna lealtad, ni fidelidad y que ha desconfiado de él.

    Ese cambio continuo de médicos y de tratamientos, quebranta el compromiso y la confianza entre las partes, y es un factor negativo en la relación médico-paciente. He visto numerosas personas que brincan de médico en médico sin que establezcan una relación estable que evite una colcha de retazos en el manejo, y propicie una visión integral del paciente. El internista tiene una gran oportunidad de establecer una muy buena empatía con su paciente a través de las consultas por enfermedades largas que sólo se pueden controlar. Y, en esos controles, tiene la oportunidad de conocerlo bien y establecer buenas relaciones.

    Pueden las entidades de medicina prepagada borrarlo como médico de su lista cuando a bien lo tengan. No importa que se vulnere una relación médico-paciente establecida a través del tiempo, en perjuicio de la salud del propio enfermo. Se hacen cálculos económicos, pero no se tienen en cuenta la lealtad y la confianza entre paciente y médico, que brindan muchas veces un beneficio mayor que el mejor medicamento.

    Vivimos una experiencia pasada, en que un grupo grande de pacientes fue retirado de un grupo importante de médicos por decisiones administrativas que quebrantaron por completo una relación médico-paciente bien establecida. La decisión para médicos y pacientes fue simple: lo toman o lo dejan. Aquí la decisión la tomaron los intermediarios comerciales. Ni el paciente ni el médico pudieron decidir. Agrava esta situación el establecimiento de unas tarifas arbitrarias que quebrantan el principio de justicia en contra del médico.

    Mi padre fue el prototipo del médico de cabecera. El ejercicio de una medicina general le permitió ser un orientador de todos los problemas de su paciente, aun los problemas no médicos. Era más que un médico, más que un confesor espiritual, más que un abogado. Ejerció en los terrenos de la medicina interna, la cirugía, la obstetricia, la pediatría, la psiquiatría. Todos lo respetaban y seguían sus consejos, porque confiaban en él, no importaba que no fuera un experto en esas tan diveras materias. Había una confianza y una lealtad entre las partes, que producían verdaderos milagros. Hoy esa lealtad y confianza se pierden a pasos agigantados.

    El sistema ha hecho de los médicos fichas que se pueden remover en cualquier momento. El paciente lo siente así; el médico lo siente así. Se establece una desconfianza, y una falta de compromiso de las partes que producen resultados de deficiencia en el tratamiento.

    Si a esto se agrega la fragmentación que puede experimentar el paciente al abusar del sistema y consultar a numerosos subespecialistas, los resultados van a ser peores. También contribuye a esto que el subespecialista pase interconsultas de subespecialidad a subespecialidad. Hace falta un médico que integre esos problemas y múltiples tratamientos. Hace falta un médico que dedique más tiempo a oírlo, a pulsar su alma y sus sentimientos.

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