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Estrés y los trastornos del comer

Enviado por Felix Larocca


Partes: 1, 2

    1. ¿Más? ¡Sí más!
    2. Interludio cultural
    3. Conozcamos a Aaron Beck — como Seligman, también muy popular y famoso
    4. En resumen
    5. Bibliografía

    El vilipendiado magnate petrolero John D. Rockefeller (1839-1937), pudo haberse retirado rico y poderoso cuando cumpliera apenas cuarenta y cinco años. En lugar de aprovechar su juventud de billonario, esperó hasta los cincuenta y nueve para hacerlo cuando ya el estrés había impuesto gravámenes descomunales a su salud y a su persona en general.

    Rockefeller, proyectó toda la vida una imagen de persona reservada, retraída y dotado con discreción estudiada y decisión deliberada. Su apariencia era la de un hombre sombrío, alto y delgado, que se movía con calma y que cuando estaba en la presencia de otros se jactaba de preferir escuchar a hablar. "En eso soy como una lechuza. Que observa en silencio… que no ulula y mucho aprende…"

    A los sesenta años, y como resultado de la impopularidad de sus prácticas de negocios y de los múltiples tropiezos que tuviera con las leyes antimonopolio de los EE.UU. Rockefeller perdió todo su cabello (alopecia), sufriría de trastornos del estómago y engrosó mucho — asunto éste, que sería, especialmente desagradable, para el hombre de porte muy vano que, en vida, siempre fuera.

    No se cree que cuando muriera, a los 98 años, lo hiciera en el mejor de los estados de ánimo.

    Si nada más, porque a nadie le gusta morir, aunque algunos lo escojan como suerte… (Léanse mis ponencias acerca del suicidio).

    John D. Rockefeller

    Hablemos entonces, de la Eudæmonia (de la buena vida) — Término, que usa con frecuencia en sus publicaciones, el psicólogo Martin Seligman, cuyos trabajos son objeto de otros artículos nuestros, como adelante, veremos.

    ¿Cuál, entonces, es la receta — si es que alguna existe — de que disfrutamos, para lograr la felicidad verdadera?

    En realidad existen tres, que se aplican a tres niveles, que engloban la vida placentera, la vida buena y la vida con sentido:

    1. Para la primera la receta es llenar nuestra existencia con todos los placeres ético/filosóficos posibles, y aprender una serie de métodos para saborearlos y disfrutarlos mejor. Por ejemplo compartirlos con los demás, aprender a describir y recordarlos, y también a utilizar técnicas como la meditación para ser más conscientes de esos dones. Pero este es el nivel más superficial.
    2. El segundo nivel, es el de la buena vida, aquí se refiere a lo que Aristóteles llamaba eudæmonia que es lo que ahora llamamos el estado de flujo. Para conseguir esto, la fórmula consiste en conocer las propias virtudes y talentos y reconstruir la vida para ponerlos en práctica lo más que podamos. Con lo que se logra no una sonrisa sino la sensación de que el tiempo se detiene, de total absorción en lo que uno hace. La buena vida no es esa vida pesada de pensar y sentir, sino de sentirse en armonía con la música o élan vital. Creo que nuestras propias gatas lo podrían resumir así: "corro y persigo animalitos, luego existo". (Véanse nuestras referencias a los talentos de Henri Bergson, hechos en otras ponencias).
    3. El tercer nivel consiste en poner las dotes y talentos propios al servicio de alguna causa o propósito que es más grande que lo que se es. De esta manera se colma de sentido a toda la vida.

    Porque la felicidad, como el asunto relativo que es, carece de límites o definiciones precisas. Lo que a unos hace feliz a otros no los satisface.

    Prosigamos, entonces, con el concepto de la indefensión aprendida de Seligman, el propósito parcial de esta ponencia.

    Ya ven, cuando se leen mis artículos a veces, desconocemos, ni a nos dirigimos ni a dónde llegarán…

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