- Algunos conceptos básicos.
- Transición hacia la forma de valor.
- El valor de cambio como la forma de manifestación necesaria del valor.
- La forma simple del valor.
- La forma desplegada del valor.
- La forma general del valor.
- La forma de dinero.
- Solución del problema del zapatero.
La consigna "forma de valor" dada para el presente trabajo es sumamente amplia. En efecto, puede ser abarcada de distintas maneras y a través de diferentes estrategias expositivas por lo que hemos de elegir la que mejor se ajuste a nuestros objetivos. Por mi parte, pienso que la mejor forma de abordar el problema a efectos de lograr un buen equilibrio entre abarcatividad y profundidad es mediante la siguiente exposición. Comenzaremos por definir brevemente algunos conceptos fundamentales y necesarios para comprender la forma de valor como, por ejemplo, "valor de uso", "valor de cambio" y "valor". Luego, estudiaremos cómo se llega, partir de esta base, al concepto de "forma de valor". Aquí veremos por qué Marx encuentra la necesidad de introducirlo y en qué consiste su aporte. Por último, realizando ya un análisis más específico, veremos la vital importancia que reviste este concepto dentro de la economía marxista. En efecto, es éste un paso ineludible para comprender en qué consiste el dinero. Pienso que si logramos desarrollar satisfactoriamente estos objetivos habremos alcanzado ya una buena comprensión sobre la "forma del valor", una comprensión que, lejos de ser exhaustiva, al menos esbozará los rasgos fundamentales de uno de los mayores aportes de Marx a la ciencia económica.
El valor de uso es la primera condición de posibilidad para la existencia de una mercancía pues consiste en sus características materiales. En efecto, no existe mercancía alguna que no cuente con ciertos rasgos corpóreos. Por lo tanto, lo primero que podemos afirmar sobre la mercancía es que existe en el mundo fenoménico con una causa final bien determinada: satisfacer necesidades humanas. Ahora bien, esto último es, sin duda, una condición necesaria que debe cumplir cualquier mercancía pero no constituye condición suficiente para serlo. En efecto, no todo bien que satisfaga necesidades humanes merecerá el nombre de "mercancía".
Entonces, debemos observar nuevamente dentro de la sociedad capitalista para desentrañar algún otro aspecto de eso que llamamos "mercancía". De este modo se nos aparece una segunda respuesta. Cualquiera puede ver que, en nuestra sociedad, los bienes circulan y se intercambian incesantemente. Gracias a este curioso modo de producción que es la división social del trabajo, el zapatero no se ve obligado a comerse los zapatos que produce sino que puede intercambiarlos por la carne del carnicero en una cierta proporción. Por lo tanto, a partir de la pura observación ya podemos llegar al valor de cambio que es justamente la proporción en que se intercambian dos valores de uso. Este valor de cambio es un concepto confuso y misterioso para ese zapatero que no logra comprender por qué un buen día se encontró con que debía producir más zapatos que antes para comprar la misma cantidad de otras mercancías. Es decir, él no comprende por qué sus ingresos han caído y más adelante en nuestra exposición, veremos si podemos ayudarlo, si no a recomponer sus ingresos, al menos a explicarle por qué éstos se han reducido. Por ende, observamos que el valor de cambio es contingente y es precisamente por esta contingencia que no puede constituirse en una propiedad esencial de la mercancía (pues si formara parte de su esencia no podría ser accidental).
Una de la cuestiones centrales de la economía política es, justamente, el estudio de cómo se determina el valor de cambio de las distintas mercancías. Este mismo problema, ya tratado por muchas generaciones de economistas anteriores a Marx, terminará derivando en el desarrollo de la forma del valor que es lo que nos proponemos esclarecer.
Ahora bien, debemos bucear más profundo dentro de la mercancía para encontrar ese "algo", aún indefinido, que nos permitirá resolver el problema del zapatero quien se halla, quizá sin saberlo, inmerso en una compleja división social del trabajo. En efecto, entre la multiplicidad de mercancías que produce esta división social, podemos hallar una unidad, un hilo imperceptible que conecta a todos estos valores de uso tan diferentes en apariencia. Esta unidad consiste en que todas las mercancías son productos del trabajo humano abstracto. Abstrayendo todas las características específicas de las mercancías (peso, color, ancho, largo) abstraemos también las características específicas de los trabajos que las producen (los martillazos del zapatero y las cuchilladas del carnicero) y nos quedamos con una amorfa gelatina de trabajo o trabajo social abstracto.
Ahora ya podemos afirmar que todo producto fabricado para intercambiarse dentro de una sociedad capitalista, por productores privados e independientes organizados en una división social del trabajo será una mercancía. Por otro lado, el hecho de que esta mercancía sea un producto de este trabajo social abstracto, hace de ésta un valor. La magnitud de valor que posee una mercancía se mide por el tiempo de trabajo abstracto y social que se necesita para reproducirla. De aquí, podemos extraer que dos mercancías que requieran el mismo tiempo de trabajo abstracto para ser reproducidas, contendrán una misma magnitud de valor.
Transición hacia la forma de valor.
¿Pero qué tiene que ver toda esta reducción metafísica con el valor de cambio y con la forma de valor que es lo que realmente nos interesa en este trabajo?
En efecto, así, por sí mismo, el valor es un concepto abstracto, alejado de la realidad del hombre de carne y hueso y que parece no decirnos demasiado sobre el funcionamiento de la sociedad capitalista. Sin embargo, este valor es también un concepto al que hemos llegado a partir de algo que sí percibimos: la mercancía como valor de uso que se intercambia en el mercado. Realizando un ascenso dialéctico platónico desde lo observado hacia lo no observado hemos viajado desde la mercancía apariencial hasta el valor. Ahora debemos realizar el descenso viendo cómo se articula este valor abstracto con el problema del valor de cambio que es el que pretendemos resolver.
En efecto, si hemos logrado aislar el valor a partir de fenómenos que se nos aparecen a los sentidos, es razonable creer que el valor se nos manifiesta, en el mundo sensible, de algún modo. Si éste no fuera el caso, el valor sería sólo una creación mental, un concepto vacío sin relación con la realidad sensible. Por lo tanto, cabe plantear la siguiente pregunta:
¿De qué modo pudo haberse manifestado el valor puesto que no lo hace sensiblemente de una manera directa?
La respuesta de Marx es que se manifiesta en el valor de cambio. ¿Y por qué en el valor de cambio? Por la existencia de una dualidad en las mercancías. En efecto, ya hemos mencionado que éstas tienen dos propiedades básicas que no pueden estar ausentes para que un objeto pueda llamarse "mercancía": una forma material (valor de uso) y una forma inmaterial (valor).
También nos hemos explayado sobre por qué la mercancía debe tener materia (pues sólo así puede ser útil para satisfacer necesidades humanas) y, además, hemos establecido que tiene valor pues se fabrica bajo un determinado tipo de organización social de la producción que es la división social del trabajo con productores privados e independientes. También sabemos que el valor no puede percibirse directamente. Éste sólo puede manifestarse dentro de una curiosa relación social que se da entre mercancías que es el "valor de cambio". Por lo tanto, la forma de manifestación del valor, la forma del valor es el valor de cambio. Sólo a partir de éste podemos acceder al valor, es la forma en que el valor nos dice "aquí estoy". Ahora sí, si volvemos a nuestra primera definición del valor de cambio podemos ver claramente que es errónea. El valor de cambio no es una propiedad de las mercancías sino que es la forma en que se manifiesta el valor.
El valor de cambio como la forma de manifestación necesaria del valor.
Pero Marx no se conforma con realizar esa afirmación sino que también agrega que el valor de cambio es la forma de manifestación necesaria del valor. En otras palabras, el valor no podría manifestarse de otro modo que no fuera por el valor de cambio. ¿Por qué no puede manifestarse de otra forma?
El valor es un concepto al que se llega por abstracción, es una substancia que no se nos aparece inmediatamente. ¿Cómo podría manifestarse entonces? El valor de uso por sí solo no es una buena respuesta a esta pregunta pues sólo se refiere a las características materiales de las mercancías en virtud de las cuales satisfacen necesidades humanas. En efecto, existen valores de uso que no son frutos del trabajo, que no son valores (como el aire). Tampoco el valor se manifiesta por una gracia divina que nos revele el tiempo de trabajo abstracto necesario para reproducir cada mercancía. Por lo tanto, la única forma en que puede sernos revelado el valor es a través de la forma de valor, el valor de cambio. Y este valor de cambio no podría existir si las mercancías no fueran valores de uso, cosas materiales con determinadas propiedades físicas. Por lo tanto, vemos que los conceptos de "valor de uso", "valor de cambio" y "valor" han sido necesarios para definir la forma de valor.
Ahora bien, hasta aquí hemos definido el concepto de forma de valor observando cómo Marx llega a él y también hemos respondido al por qué de su necesidad. Nuestro análisis ha sido bastante general pues nos proponíamos aproximarnos a nuestro objeto de estudio de la manera más simple posible delineando tan sólo sus características básicas. Esperando haber cumplido con nuestro objetivo, nos abocaremos a partir de este punto, a realizar un análisis más detallado. Intentaremos esbozar las distintas variantes de la forma de valor: la forma simple, la desplegada y la general de valor. Por último, veremos que este estudio nos conducirá, al fin, a comprender la forma de dinero que es la más desarrollada expresión de valor en las sociedades capitalistas.
En primer lugar, nos dedicaremos al estudio de la forma simple de valor. Como ya hemos visto, el valor es una substancia intangible y puramente inteligible. También hemos establecido que esta substancia se expresa materialmente como valor de cambio. Para introducir la forma simple del valor, apelaremos nuevamente a nuestro buen zapatero quien nos ayudará a echar luz sobre este concepto. El zapatero desea saber cuál es el valor de un par de los zapatos que produce. Una persona apresurada nos diría que él ya lo conoce pues sabe cuál es el tiempo que le insume la producción de esa mercancía. Sin embargo, debemos contestarle a este hombre que esta respuesta es falsa ya que lo que determina el valor no es el tiempo de trabajo individual y concreto que le requiere al productor la fabricación del bien en cuestión sino que es el trabajo socialmente necesario y abstracto. Como ya hemos mencionado, es imposible conocer directamente el valor. Por lo tanto, el zapatero no conoce este tiempo socialmente necesario y, por lo tanto, no conoce el valor de la mercancía (lo único que él conoce es el tiempo de trabajo concreto y particular que a él le insume producirla). Sin embargo, esta no es una respuesta satisfactoria pues, como ya hemos establecido, si el valor no puede conocerse, acabará por transformarse en un concepto sin utilidad. Por lo tanto, debemos sortear rápidamente este obstáculo para evitar que todo el análisis se derrumbe. La respuesta la encontraremos en el hábitat natural de la mercancía, el mercado. Imaginemos al par de zapatos marchando al mercado con la voluntad de intercambiarse. El término "intercambiarse" ya nos sugiere lo que es obvio: para que los zapatos se cambien, es necesaria la existencia de otro producto (pues nadie cambia zapatos por zapatos de la misma clase). Por lo tanto, este par de zapatos se intercambiará por una cantidad determinada de, digamos, la mercancía lienzo. Por ejemplo, un par de zapatos se cambia, en el mercado, por dos varas de lienzo. Esto que nos parece el acto más común del mundo es, para Marx, un hecho casi mágico. En efecto, está expresándose el valor contenido en la mercancía "zapatos" (valor que es gelatina de trabajo abstracto e inasequible por los sentidos) en dos varas de lienzo (valor de uso que los sentidos sí perciben). Así, el valor de una mercancía queda expresado en el valor de uso de la otra.
A estas varas de lienzo, Marx las llama "equivalente" y éste es absolutamente necesario para expresar el valor de los zapatos pues éstos no pueden expresar su valor en ellos mismos (en efecto, es tautológico sostener que un par de zapatos vale un par de zapatos). Por lo tanto, el equivalente ha de ser una mercancía directamente intercambiable por aquella que expresa su valor.
Ahora bien, si se nos presenta la proposición "un par de zapatos es igual a dos varas de lienzo", nuestra primera reacción podría ser la de afirmar que esto es falso pues, obviamente, los zapatos difieren del lienzo en cuanto a su forma natural, son distintos valores de uso con diferentes cualidades corpóreas (peso, color etc). Sin embargo, esta misma proposición se vuelve verdadera desde el punto de vista del valor. La igualdad se cumple ya que los zapatos y el lienzo tienen igual valor pues son cristalizaciones de una misma substancia social que es el trabajo abstracto. Por lo tanto, esta misma igualdad podría expresarse bajo la forma tautológica "X tiempo de trabajo social abstracto = X tiempo de trabajo social abstracto". Es esta la expresión que subyace a la igualdad entre los valores de uso "zapato" y "lienzo". No estamos igualando aquí, valores de uso distintos sino iguales magnitudes de valor.
Damos aquí por concluido el estudio de la forma simple de valor pero no así nuestro análisis. En efecto, aún no podemos darnos por satisfechos pues debemos recordar que nuestro objetivo (y el de Marx) consiste en dilucidar las leyes de funcionamiento de la economía capitalista. Sabemos que en el capitalismo no se intercambian tan sólo dos mercancías sino una enorme multiplicidad de productos. Por otro lado, la mercancía rara vez se intercambia directamente por otra mercancía sino por dinero cuya génesis es, justamente, lo que Marx desea hallar. Pero abordemos un problema por vez y veamos qué ocurre cuando la cambiabilidad de una mercancía se extiende a toda una constelación de otros productos. Así nos introducimos de lleno en la forma desplegada del valor.
La forma desplegada del valor.
En efecto, generalizando el caso de la forma simple, vemos que los zapatos no sólo pueden expresar su valor en el lienzo sino en una infinidad de otras mercancías. Por lo tanto, puede escribirse la igualdad "un par de zapatos = dos varas de lienzo = una lechuga = dos tomates = 0,005 automóviles etc.". Observemos ahora que el lienzo, la lechuga, los tomates, los automóviles y todas las demás mercancías que puedan entrar en la relación, ofician de equivalentes del valor de los zapatos. Es decir, que podemos expresar el valor del par de zapatos en los valores de uso "dos varas de lienzo", "una lechuga" etc.
La forma desplegada del valor trae con ella una importante novedad que nos permite conocer con mayor profundidad la relación que se establece entre el valor y el proceso de intercambio. En efecto, todas las mercancías que entran en esa igualdad poseen una misma magnitud de valor pues esto es condición de que sean directamente intercambiables (como ya hemos observado en el análisis de la forma simple). Por lo tanto, el valor del par de zapatos se mantiene invariable ya sea que se lo exprese en lienzo, en lechugas o en tomates. De aquí se sigue que las cantidades de zapatos que podrán intercambiarse por todas estas otras mercancías no son fortuitas sino que responden siempre a una igualdad de magnitudes de valor. Por lo tanto, las magnitudes de valor de las mercancías rigen las relaciones de intercambio. Aquí vemos que la forma desplegada del valor nos trae un enorme avance por sobre la forma simple ya que nos permite tener una mayor aproximación al principio regulador del intercambio. Aquí debemos dejar en claro que no estamos sosteniendo que efectivamente siempre se intercambien mercancías que posean iguales magnitudes de valor. Nada nos hace suponer que sea esto lo que ocurra. Todo lo que podemos afirmar es que las mercancías se intercambian porque son valores lo que las hace cualitativamente iguales. La afirmación de que se intercambian magnitudes iguales de valor es tan sólo el resultado de una primera aproximación que realizamos al problema y podemos considerarla como una hipótesis que Marx habrá de testear más adelante en su obra. De todos modos, Marx ya nos sugiere que la magnitud de valor presente en cada mercancía desempeña un papel importante para explicar el intercambio. En efecto, el autor señala: "no es el intercambio el que regula la magnitud de valor de la mercancía sino a la inversa la magnitud de valor de la mercancía la que rige sus relaciones de intercambio".
Ahora bien, la introducción de este universo de mercancías en la forma desplegada no nos es de mayor utilidad si se lo presenta de esta manera pues lo que hemos conseguido es una multiplicidad de expresiones de valor simples. En efecto, lo que tenemos es "un par de zapatos = dos lienzos", "un par de zapatos = una lechuga". Hay una misma magnitud de valor que se expresa en distintas mercancías. Esto no acarrearía problema alguno si nuestro objetivo no fuera encontrar una unidad en el equivalente, un equivalente único. ¿Pero por qué se nos presenta esta imperiosa necesidad de hallar algo unitario? Una posible respuesta a esta pregunta consiste en decir que, desde los tiempos de Platón, los filósofos se han interesado en hallar una unidad que subyace a la multiplicidad y Marx parece no ser una excepción a esta regla. Recordemos que el objetivo perseguido por Marx al introducir la forma del valor es mostrar cómo ésta constituye la base del dinero (que es una mercancía unitaria). De aquí se sigue que, si deseamos cumplir con nuestro objetivo de comprender el dinero, primero debemos encontrar una mercancía única en la cual pueda expresarse el valor de mercancías múltiples. La forma desplegada del valor que justamente fracasa en esta cuestión será el trampolín que utilizaremos para saltar hacia esta unidad.
En efecto, retomemos la relación que habíamos establecido para la forma desplegada "un par de zapatos = dos varas de lienzo = una lechuga = dos tomates = 0,005 automóviles". Aquí observamos que el par de zapatos adopta la forma relativa del valor y las demás mercancías ofician de equivalentes. Ese es, precisamente, el problema que hemos de resolver pues no deseamos que el valor se exprese en múltiples mercancías sino en una sola.
Ahora bien, si invertimos esta serie, obtendremos:
Dos varas de lienzo
Una lechuga
Dos tomates = un par de zapatos.
0,005 automóviles
Así se resuelve nuestro problema. Ahora tenemos una multiplicidad de mercancías que expresan su valor en el cuerpo de una mercancía única que actúa como equivalente para todas ellas. Hemos logrado nuestro objetivo de hallar el equivalente unitario y, de este modo, presentamos la forma general del valor. Gracias a este equivalente común o general, todas las mercancías se manifiestan ahora no sólo como cualitativamente iguales (pues todas son expresión de esa substancia que es el valor) sino también como cuantitativamente iguales (pues las cantidades de las distintas mercancías que se intercambian por la misma cantidad del equivalente común poseen la misma magnitud de valor). En efecto, si dos varas de lienzo, una lechuga, dos tomates y 0,005 automóviles pueden intercambiarse por un par de zapatos, esto significa que poseen la misma magnitud de valor.
Notemos cómo hemos ido despojando a las mercancías de sus diferencias para alcanzar, al final, a la unidad que las enlaza a todas. Hemos abstraído valor de uso y trabajo concreto para quedarnos, al final sólo con el valor y la cantidad de trabajo abstracto y social que lo genera. ¿Y cómo se expresa esto? En el valor de cambio de las distintas mercancías respecto de ese equivalente general. Es decir que, en la forma general del valor, todas las mercancías (menos la que oficia de equivalente) expresan su valor en un polo común.
Hemos recorrido un largo camino desde el comienzo en que sólo se nos presentaba la mercancía tal como aparece y ahora nos hallamos ante el umbral del dinero. En realidad, ya casi lo hemos encontrado pues el dinero es el equivalente general en el que expresan su valor las mercancías (en nuestro caso, el par de zapatos). Sólo una cosa distingue el equivalente general del dinero propiamente dicho: la aceptabilidad social como equivalente. Si, de pronto, toda la sociedad se decidiera a aceptar los zapatos como equivalente general (o sea que todos decidieran medir el valor de sus mercancías en "pares de zapatos"), éstos se convertirían en mercancía dineraria. Por lo tanto, ahora vemos que la forma de valor es la base del dinero y éste es la forma más acabada de expresión del valor. Basta con reemplazar el par de zapatos por una determinada cantidad de oro cuya magnitud de valor sea equivalente con las distintas cantidades de las diversas mercancías para llegar al dinero tal como lo presenta Marx.
Solución del problema del zapatero.
Luego de realizar todo este largo estudio, nos encontramos en condiciones de resolver el problema del zapatero y explicar por qué caen sus ingresos. En efecto, él no cambia sus zapatos directamente por otras mercancías sino por dinero. Es decir que el valor de sus zapatos se expresan en una determinada cantidad de dinero (cierta cantidad de onzas de oro) y esa cantidad de dinero es el precio de su mercancía.
Una posible respuesta a la caída de sus ingresos es la siguiente. Por algún motivo, el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir zapatos podría haber disminuido (quizá porque los otros zapateros aumentaron su destreza). Por lo tanto, el valor de esta mercancía también ha disminuido. Esto significa que, cuando el valor de un par de zapatos se expresa en el equivalente general "oro", la cantidad de oro es menor que antes (suponiendo que el valor de la mercancía dineraria se hubiera mantenido). Es decir que el valor de cambio de los zapatos se ha reducido. Pero nuestro zapatero sigue produciendo con la misma destreza de siempre y fabrica la misma cantidad de zapatos en el mismo lapso de tiempo (sólo que ahora es relativamente más torpe). Sabemos que el valor es una substancia social y que se determina por el tiempo de trabajo socialmente necesario. Por lo tanto, nuestro zapatero obtendrá menos oro que antes por cada par de zapatos mientras que su cantidad producida es la misma. La mercancía dineraria le está diciendo al zapatero que la magnitud de valor de la mercancía "zapatos" ha disminuido. Realizando "precio * cantidad = ingreso" podemos resolver el problema: sus ingresos decaen.
Vemos que hemos resuelto este problema utilizando los conceptos expuestos en este trabajo como "valor", "trabajo socialmente necesario", "valor de cambio", "forma de valor" etc. Por lo tanto, pienso que hemos logrado, al menos en parte, nuestro objetivo: comprender un poco mejor que antes el funcionamiento de la economía capitalista. Vemos que en la economía muy simple en que aún nos encontramos (sin distinciones entre tipos de capital, tiempos de rotación etc) ya hemos podido avanzar en nuestro conocimiento. Por supuesto que ésta no será la interpretación definitiva del capitalismo, es tan sólo el punto de partida.
Partiendo desde la mercancía tal como se nos aparece, hemos desarrollado los conceptos necesarios para resolver este problema práctico. Observemos cómo la forma de valor ha jugado un papel central en la solución de nuestro ejercicio. En efecto, si no fuera por ella, no podríamos haber realizado la transición desde la substancia social que es el valor hacia el valor de cambio. En realidad, si deseamos expresarnos con más corrección diremos que hemos inferido la variación del valor pues hemos observado una variación en el valor de cambio. Justamente aquí radica la importancia de la forma de valor. Ésta inferencia no hubiese podido realizarse si no contáramos con esta conexión entre valor y valor de cambio. Esta conexión es precisamente, el aporte que realiza Marx a través de su forma del valor.
Federico