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La experiencia y el sufrimiento

Enviado por Felix Larocca


Partes: 1, 2

    1. C’est la vie…
    2. El trabajo hacia dentro de nosotros mismos
    3. Lo mejor…
    4. La tarea hacia los demás
    5. En resumen
    6. Ser Proactivo
    7. Bibliografía

    Esquilo, el filósofo griego (525 AEC), dijo que la recompensa del sufrimiento es la experiencia. Mientras que uno de mis maestros queridos, solía decir: "There is no good deed that goes unpunished" (no hay acto de buena fe que escape su castigo).

    Vivimos en un mundo verdaderamente materialista, en el cual los placeres sensoriales y las conveniencias personales aparentemente han ganado la primacía en el orden de los valores. La caridad (la verdadera caridad), a veces se hace, para de modo indirecto, beneficiar a quienes la realizan.

    Los actos altruistas se miran con la sospecha derivada del hábito de adscribirle importes a todas las cosas que hacemos. Las profesiones benéficas se desenvuelven dentro de una atmósfera lucrativa, prestándole relevancia al proverbio de que si se le proporciona a alguien asistencia sin paga, tal asistencia se considera carecer de todo valor intrínseco. Nuestras idiosincrasias a veces haciéndonos comprar "mercancía barata," a precios más caros, por dudar la calidad de la benevolencia de quien nos ofrece mejor calidad… sin esperar remuneración, mayor, o peor aún, sin espera de ser remunerado.

    Durante nuestras deliberaciones y experiencias con otros colegas y profesionales, quienes invierten sus talentos y esfuerzos en la búsqueda de estrategias por medio de las cuales nuestras vidas se puedan volver más relevantes y saludables; uno detecta, casi infaliblemente, un sentimiento de desesperanza que emana de entre ellos. Es como si hubiésemos llegado a un punto en nuestra trayectoria profesional desde el cual sólo puede vislumbrarse el desencanto y la desilusión.

    Las llamadas "Torres de Marfil" que caracterizaban las profesiones académicas han encontrado el pesimismo de una sociedad que se ha percatado del hecho triste de que los profesores se ocultaban (muy a menudo) detrás de hallazgos fraudulentos para pretender que tenían conocimientos de los cuales carecían. La envidia, los chismes y las mentiras destructivas, son tan comunes entre los profesores universitarios, como lo son dentro del marco de cualquier congregación humana cuyos miembros se exaltan a sí mismos para pretender notabilidad.

    A propósito de este asunto, nosotros recordamos con otro colega y amigo, los años de mi entrenamiento en una de las universidades más prestigiosas norteamericanas. Mi alter ego y colaborador era un médico de origen canadiense, cuyo nombre aquí damos, J. Terrence ("Terry") Cullen. Terry, había entrado su entrenamiento psiquiátrico exclusivamente para ser psicoanalista y nada más. Como aprendiz no estaba interesado, ni le importaba, el hecho de que los avances en la Medicina de entonces le estaban socavando las fundaciones del Movimiento Psicoanalista de Norteamérica. A pesar de entender la situación existente, Terry, se oponía vehementemente a "desperdiciar" sus esfuerzos en la investigación ritualista y rutinaria que fuese el sello característico de los trabajos "científicos" de nuestra facultad. Sin embargo, nuestra rotación por la sección de la "Investigación" era requerida y no electiva. Así que nosotros nos encontrábamos a menudo analizando los historiales clínicos que se nos asignaban. Mientras que algunos, eso hiciéramos, para cumplir con nuestros deberes; Terry hacía sus propias interpretaciones de los archivos que examinaba, las que aplicaba, sin darle importancia alguna a los hechos. Esto, yo no lo reportaría aquí, si no fuese por un hecho aun más lamentable, este siendo, que la directora de la investigación, sin ningún resquemor, hacía que los datos reportados se ajustaran a sus expectaciones.

    Habiendo publicado muchos artículos basados en sus propias manipulaciones, esta señora recibió el máximo galardón, el de ser la Jefa absoluta de un departamento de psiquiatría en una universidad de mucho renombre.

    C’est la vie…

    En un libro que leyera recientemente The Coming Plague ("La Plaga que Viene"), la autora, Laurie Garrett, una profesional brillante e investigadora sagaz y minuciosa en sus esfuerzos, nos pinta uno de los escenarios más pasmosos que hayamos tenido oportunidad de examinar en mucho tiempo. Enfermedades nuevas siguen siendo descubiertas por quienes son responsables de encontrarle prevención y cura. Nuevos antibióticos se sintetizan o se producen que fallan en su tarea de eliminar los patógenos recién descubiertos. Mientras, que las bacterias, virus, y agentes infecciosos de antaño han retornado de nuevo, esta vez dotados con mutaciones adaptadoras que les permiten resistir todo agente terapéutico que se utilice en contra de ellos. En medio de este melodrama, Garrett, describe en su libro las luchas y competencias infantiles que se libran gratuitamente entre los investigadores y secciones representativas de áreas gubernamentales, para adquirir prestigio o fortuna personal a través de maniobras utilitarias, muy remotas del propósito de ayudar al sufrido.

    Nada diferente del comportamiento típico de muchos seres humanos quienes aspiran a ser "especiales" y, quienes distorsionan la presencia de las realidades de la vida asignándoles sus valores idiosincrásicos y erróneos. Terry tenía razón cuando repetía la máxima de Einstein: "… nunca se debe de creer en los expertos".

    Pero a pesar de todos estos sucesos, la realidad proyectada en el libro The Coming Plague es muy dramática para ser ignorada; y las vías que se deben de seguir para buscar (y encontrar) soluciones, son de tanta magnitud y de la envergadura suficiente para que no se pongan en manos de los burócratas — las mismas personas quienes se acuestan en el lecho meretricio con las industrias que nos alimentan los vicios y que nos envenenan la atmósfera.

    Ahora prosigamos con otra lección acerca de ese fenómeno, la "resiliencia" del que tanto antes hayamos hablado.

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