El hombre y el arte en el Paleolítico y el Neolítico
Enviado por Carolina Bracco
"Las hogueras ríen dentro de la pasión de la noche. Noche que rezuma tenues gotas. Y el viento llega. De su cuerpo volátil emergen decenas de brazos de aire. Que se unen y giran. Y dentro del torbellino, en la proximidad del fuego, bajo la lluvia y sobre la tierra, baila el hombre y la mujer. Un sudor lento barniza la piel de los danzarines. Relámpagos de voces ancestrales restallan en su aliento. Divinidades de fuerza y calor eligen a los seres que bailan como un cielo encarnado. Donde danzar, tronar y suspirar. Los antiguos dioses bailan en los bailarines. En los humanos que danzan retumba un poder superior, extraño. Que inventa la alborada y la plena exuberancia de las selvas.
Para las culturas milenarias, en la danza el hombre se une con lo sagrado. Bailar con veneración es divinizarse. Ese fervor místico y danzante se manifiesta en célebres cultos que ligan el baile con el anhelo de trascendencia: es el caso de los derviches persas, de los pueblos africanos, de la danza hindú, árabe, balinesa o de los indios norteamericanos de la ghost dance. Numerosos relumbres de la unión de la danza con lo divino…"
Esteban Ierardo, "El poder de la danza"
Al arte Paleolítico le corresponde el período que abarca desde el 30 000 al 9 500, 20 000 años aproximadamente. Tanto el Paleolítico Inferior como el Superior, contenían un hombre nómade, no productor; es decir, que no modificaba la naturaleza, sino que tomaba de ella los elementos para la supervivencia.
El arte Paleolítico hecha luz sobre las creencias religiosas de este período. Y es a partir de éste que arte y religión se conectaron dejando en las cavernas pintadas la evidencia de esta unión. Los animales que se ven en estas cavernas serían producto del ojo minucioso del cazador; acostumbrado a observarlos durante días. Esto nos da una idea de lo dura y hostil que era la vida del hombre prehistórico y como la actividad artística tenía una estrecha relación con su lucha frente a la vida. Teniendo en cuenta que estos hombres vivían entre veinte y treinta años es evidente que no disponían de tiempo libre como para volcarse al goce del arte por el arte mismo.
Prueba de esto es también el hecho de que las pinturas paleolíticas se encuentran en lugares poco accesibles y con escasa o nula iluminación. Un ejemplo de esto es la cueva del Tuc d’ Audobert, donde para entrar es preciso cruzar los el río Volp (de setenta metros de ancho) y entrar en un vestíbulo surcado por otras corrientes de agua; a 160 metros de la entrada comienza un estrecho acantilado que bordea amplias salas pobladas de estalactitas, en la última se encuentra un agujero de doce metros de longitud, primero recto y después helicoide muy estrecho, así se llega a una sala estrecha y baja con algunas pinturas.
En el fondo, tras romper varias estalactitas, la sala se angosta de nuevo y se convierte en un corredor que debe atravesarse por encima de una cornisa de arcilla resbaladiza, con huellas de garras de osos y unos trazos sinuosos marcados por los hombres. Tras otro paso que no permite permanecer de pie, se desemboca en el sancta sanctorum, donde se encontraron unas bellas figuras de bisonte moldeadas en barro y huellas de talones humanos (al parecer con cierto ritmo, se cree que podría ser la representación de una danza).
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