Ademas de Elf o Elb, el hado acuático que le dio su nombre al río Elba en Alemania; Neck, de quien Necker deriva su nombre, y el viejo padre Rhein, al que debe su nombre el río Rin, con sus numerosas hijas (afluentes), la más famosa de todas las divinidades menores acuáticas es Lorelei, la sirena doncella que se sienta sobre las roca de su mismo nombre, cerca de San Goar, en el Rin y cuyo fascinante canto ha llevado a muchos marinos a la muerte. Las leyendas acerca de esta sirena son ciertamente muy numerosas, siendo una de las más antiguas la que sigue.
Leyendas de Lorelei
Lorelei era una ninfa acuática inmortal, hija de Rin (Rhein); durante el día vivía en las frescas profundidades del fondo del río, pero de noche se aparecía a la luz de la Luna, sentada en lo alto de un pináculo rocoso, contemplando todo lo que atravesaba la corriente. A veces, la brisa nocturna transportaba algunas de las notas de su canción hasta los oídos de lo remeros, tras lo que, olvidándose del tiempo y del lugar escuchando estas melodías encantadas, se dejaban arrastrar hasta las afiladas y recortadas rocas, donde perecían invariablemente.
Se dice que sólo una persona vio a Lorelei de cerca. Se trataba de un joven pescador de Oberwesel, que se reunía con ella cada noche a orillas del río y pasaba unas horas encantadoras con ella, embriagándose de su belleza y escuchando su seductora canción. La tradición dice que, antes de que se separaran, Lorelei le indicaba los sitios donde el joven debería arrojar sus redes por la mañana, instrucciones que siempre obedecía y que de este modo le proporcionaban buenos resultados.
Una noche, el joven pescador fue visto dirigiéndose hacia el río, pero como no regresaba se emprendió su búsqueda. Sin encontrarse rastro alguno por los alrededores, los crédulos teutones afirmaron que Lorelei le había arrastrado hista sus cuevas de coral para poder disfrutar de su compañía por siempre.
Según otra versión, Lorelei sedujo tantos pescadores hasta su tumba en las profundidades del Rin con sus fascinantes acordes desde las escarpadas rocas, que en una ocasión se envió a un ejército armado al caer la noche para rodearla y atraparla. Pero la ninfa acuática arrojó un hechizo tan poderoso sobre el capitán y sus hombres, que no pudieron mover ni las manos ni los pies. Mientras se encontraban inmóviles alrededor de ella, Lorelei se despojó de sus ornamentos y los arrojó a las olas. Entonces, entonando un hechizo, atrajo las aguas hasta el peñasco donde se encontraba y, para asombro de los soldados, las olas arrastraron consigo un carro marino verde tirado por corceles de crines blancas y la ninfa se introdujo al instante.
Unos momentos más tarde, el Rin bajó hasta sus niveles habituales, el hechizo se rompió y los hombres recuperaron el movimiento, retirándose para narrar cómo sus esfuerzos habían sido frustrados. Desde entonces no se volvió a ver a Lorelei, y los campesinos afirman que ella sigue aún resentida por la afrenta de la que fue objeto, y que nunca abandonará sus cuevas de coral.
Autor:
Allan Alvarado Aguayo, MSc
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