Es uno de los marsupiales de mayor tamaño que existe, pues con una estatura récord de 1,4 m se acerca mucho a la del canguro rojo. La cola puede superar el metro de longitud. También se le conoce como canguro gris oriental porque abunda en toda la zona oriental de Australia. En un rincón de la isla de Tasmania sobrevive la subespecie M. g. tasmaniensís.
(Macropus futiginosus)
Enorme canguro de aspecto y tamaño similar al anterior y peso ligeramente inferior. Es común en toda la franja meridional del continente.
Canguro o ualaru antilopino
(Macropus antilopinus)
Es el último componente del grupo de los cinco canguros gigantes, pues los machos de mayor tamaño pueden alcanzar los 1,4 m de longitud (más los 90 cm de cola). De color menos oscuro que la mayoría, debe su nombre a! pelaje, que recuerda al de un antílope. Vive en la franja septentrional de Australia.
Ualaru negro
(Macropus bernardus)
También llamado ualaru de Bernard, este canguro se encuentra en los ambientes de sabana rocosa del norte de Australia (Tierra de Arnhem).
Ualabi cola oe látigo
(Macropus parryl)
Con sus 6-27 kg de peso, lo más sorprendente de este canguro es su cola: con un cuerpo que raramente llega a los 90 cm, su cola puede superar el metro de longitud. De actividad crepuscular, abunda en la zona nororiental de Australia.
Ualabi de banda negra
(Macropus dorsalis)
Se caracteriza por la franja negra que, partiendo del cuello, llega hasta las ancas. De tamaño mediano, parecido al anterior, este canguro es común en los bosques del área más oriental del continente.
Ualabi occidental
(Macropus irma)
Este canguro de pequeño tamaño (nunca llega a los 10 kg de peso) es el más diurno de todos. Se encuentra, y es abundante, en el extremo suroeste de Australia.
Ualabi tammar
(Macropus eugenii)
Es uno de los canguros más pequeños: su longitud corporal es de 52-68 cm (más 38-45 cm de cola). Presenta una curiosa adaptación: en condiciones de sequía extrema es capaz de sobrevivir bebiendo agua de mar. Amenazado por la destrucción de matorrales y por la introducción de predadores foráneos, todavía se mantiene en varias islas de la costa meridional y occidental de Australia.
Ualabi parma
(Macropus parma)
Este canguro, de hábitat similar al del anterior, es el más pequeño del género: raramente supera los 6 kg de peso. Aunque no está amenazado de extinción, su población es escasa y restringida a una pequeña zona de la costa oriental de Australia, en Nueva Gales del Sur.
Ualabi de pantano
(Macropus bicolor)
De color muy oscuro, frecuenta bosques húmedos y zonas forestales con abundante sotobosque. Se encuentra por toda la franja este del continente. Algunos autores lo consideran un género aparte (Wallabia).
Ualabi de cuello rojo
(Macroous rufogriseus)
De tamaño mediano (hasta 27 kg de peso), este canguro se distingue de los demás por su característico cuello rojo. Es común en los bosques de una estrecha franja del litoral oriental y del sudeste de Australia, así como en Tasmania.
Ualabi ágil
(Macropus agilis)
Presente en el litoral del norte de Australia. así como en pequeñas islas de la zona, este canguro de tamaño similar al anterior es activo al atardecer y por la noche. Es frecuente en bosques abiertos, riachuelos y dunas costeras.
Ualabis rupestres
(género Petrogale)
Incluye de siete a once especies (según los autores) de canguros de pequeño tamaño (de 1 a 8 kg), que suelen vivir en las acumulaciones de rocas de las praderas y bosques de Australia- Trepan muy bien por las pendientes rocosas dando saltos.
Ualabi norteño de cola puntiaguda
(Onychogalea unguifera)
Este pequeño canguro (siempre pesa menos de 9 kg) presenta suficientes diferencias morfológicas como para constituir, junto con otras dos especies, un género aparte. Así, por ejemplo, posee un pequeño espolón córneo en el extremo de la cola, de función desconocida.
Canguro arborícola de matschie
(Dendrolagus matschiei – goodfellowi)
Residente sólo en la parte oriental de Nueva Guinea, es el canguro arborícela de colores más llamativos. Al igual que todos ellos, ha adquirido este carácter como adaptación posterior a la vida en el suelo. Para mejorar la vida en los árboles, ha alargado y fortalecido su primer par de patas, mientras que los pies traseros han quedado más cortos y anchos. Esto le permite mover de modo independiente cada una de las patas traseras cuando camina sobre una rama. Puede trepar muy bien, incluso verticalmente, ayudado por sus fuertes uñas.
Los canguros están restringidos a la zona de Australia, Tasmania, Nueva Guinea e islas aledañas. En concreto, el canguro rojo ocupa una gran área de distribución, superada solo por la del llamado euro o ualaru (wallarao). Ambos se pueden encontrar en cerca del 70% del territorio de Australia. Asimismo, son los los únicos que viven en la inmensa zona árida del interior del continente. Las demás especies ocupan franjas litorales de mayor o menor amplitud. El canguro rojo sólo falta en la franja costera septentrional y oriental, así como en el extremo sudoeste. No vive en Nueva Guinea ni en la isla de Tasmania.
Los canguros habitan en bosques secos, malezas, praderas, sabanas, estepas y planicies áridas e incluso desiertos. Aunque la mayoría vive en ambientes parecidos, el que más soporta las zonas secas sin agua es el canguro rojo, igualado sólo por el euro. Siempre que tengan hierba verde, pueden estar sin beber por tiempo indefinido. Ello le permite ocupar terrenos absolutamente áridos —casi desprovistos de vida animal— sin apenas competencia.
Para descubrir las causas de la desaparición de poblaciones y de especies enteras en el Viejo Mundo se deben hacer complejos estudios y analizar múltiples factores. En Australia, las cosas son más simples y claras. La principal razón es la llegada de los europeos, ya que las alteraciones ambientales en este rincón del mundo sólo empezaron a ser preocupantes cuando pasó a llamarse Terra australis ("territorio del sur"). Aunque, lógicamente, los aborígenes la habían descubierto varios milenios atrás, se considera que Australia se descubrió en l605. En poco más de dos siglos, casi la mitad de las especies de macropódidos (canguros y afines) han sido declaradas vulnerables, en peligro de extinción o extinguidas por completo.
La causa directa más importante no es la sobreexplotación ni la caza abusiva, pues la densidad de población humana sigue siendo bajísima incluso hoy en día. El motivo de este desastre ambiental es que los blancos no llegaron solos, sino que trajeron consigo "especies acompañantes". Y no unos pocos ejemplares, sino barcos enteros cargados de ganado: ovejas, vacas, cabras… En un país tan inmenso, lo más cómodo y económico es la cría extensiva, de manera que rápidamente Australia empezó a llenarse de animales no autóctonos que comían y se reproducían sin parar. Prácticamente sin enemigos, convinieron enormes áreas de tierra en pastos y alteraron el paisaje para siempre. Además, en contraste con las blandas palas de los canguros, las duras pezuñas de ovejas y reses fueron destruyendo la cubierta vegetal y hasta el suelo del territorio. Como consecuencia, en poco tiempo las praderas, convertidas en senderos para el ganado y desprovistas de la protección natural de las plantas, se erosionaron y convirtieron en barrancos y eriales.
También -se introdujeron conejos para que los cazadores tuvieran abundantes presas. Y las tuvieron, pero en exceso. Los conejos se reprodujeron sin control (carecían de los depredadores de su país de origen), resultando un azote para los ecosistemas y hasta para la agricultura. En un ingenuo y vano intento de contenerlos, se colocaron miles y miles de kilómetros de vallas. Estas representaron, a su vez, otro problema para los animales migradores, que se desconcertaban ante algo para lo que no estaban preparados. Los canguros con frecuencia chocaban, se enganchaban y hasta morían en estas vallas. Por si fuera poco, los europeos vinieron con perros, gatos, zorros… y, aunque involuntariamente, cambien con ratas y ratones. Todos ellos se aficionaron rápidamente a la carne de marsupial. Por ese motivo, al revés de lo que suele ocurrir en el resto del mundo, las especies extinguidas y más amenazadas en Australia son las de menor tamaño, las presas de estos animales foráneos.
Al principio de la llegada del hombre blanco, la población de canguros rojos sufrió una grave recesión a causa de la caza. Un naturalista del siglo xix observó un número tan bajo de ejemplares, que predijo su desaparición. Sin embargo, ésta no se produjo gracias a la adaptación del canguro rojo a ambientes desérticos, en los que los cazadores apenas se aventuraban. Por su tamaño, era considerado un buen trofeo, pero, superada esta primera época, eso le salvó, pues no era una presa fácil para los animales introducidos. Además, se benefició de la instalación de granjeros en zonas del interior, pues ello comportó la presencia de agua. Este hecho ayudó a aumentar su tasa de reproducción, lo que se ha mantenido a lo largo de los años y ha provocado que hoy haya una superpoblación.
El crecimiento de la población compensa las muertes por atropello, que no son pocas, pues los canguros suelen concentrarse en las carreteras al crecer en ambos márgenes suculentas franjas de hierba, alimentadas por el agua de lluvia que rechaza el asfalto. También compensa las víctimas de los cazadores: cada año, los equipos de control cuentan el número de ejemplares y determinan la cantidad que podrá cazarse legalmente el año siguiente, que puede ser de varios millones. Fruto de todos estos factores, hay por lo menos diez millones de canguros rojos.
El marsupial más grande
El canguro rojo no sólo es el canguro, sino también el marsupial vivo de mayor tamaño, pues los machos viejos pueden acercarse a los 85 kg de peso y superar los 2 m al erguirse sobre sus enormes patas posteriores, sin contar con la cola que puede superar el metro de longitud.
CABEZA:
Un carácter distintivo con respecto a las demás especies es la franja blanca que presenta en la mejilla. La parte frontal del hocico es blanquecina con manchas negras o marrones oscuras y el extremo está parcialmente desnudo (sin pelo). Las orejas poseen largos pabellones auditivos orientables. La dentición consta de incisivos para cortar la hierba y numerosos molares (16) para triturarla bien.
COLA:
En los machos adultos puede superar el metro de longitud. Muy musculosa y potente, sirve de apoyo en reposo, especialmente cuando el animal se yergue para otear el horizonte. Cuando camina lentamente, es un punto de apoyo muy importante para poder desplazar las enormes patas posteriores. En la locomoción rápida sirve de balancín y actúa como contrapeso del resto del cuerpo en los grandes brincos.
Concebido meses atrás, el embrión nace cuando la cría anterior que hasta entonces ocupaba, la bolsa se vuelve independiente. Ha permanecido en estado latente esperando el momento oportuno, pues es tan débil e indefenso que cualquier otro inquilino lo aplastaría sin remedio. Cuando nace es una pequeña masa de carne rosada del tamaño de una alubia que, desprovista de vista y oído, debe encontrar el camino desde la vagina hacia el marsupio. Antes del nacimiento, la madre lame y limpia esta zona, y el pequeño sigue el rastro de la saliva. Sus patas traseras aún son pequeños apéndices inservibles, por lo que utiliza las "manos" para arrastrarse, y en poco más de tres minutos recorre los l4 cm que separan la vagina del marsupio; si no lo consigue, morirá sin remedio. Una vez ha remontado el trayecto, entra en la bolsa y se agarra a un pezón. Durante meses, su único alimento será la leche materna.
A los dos días de haber nacido el embrión, la hembra ya entra en celo, lo que es detectado por los machos gracias al peculiar olor que emite. En seguida se apareará con el dominante, que peleará por ello si es necesario. El óvulo será fecundado, pero sólo se dividirá unas cuantas veces, permaneciendo en un estado de blastocito latente muy precoz (no es más que un grupo de menos de cien células y de un cuarto de milímetro de longitud) dentro del útero. Transcurrido más de medio año, únicamente reanudará su desarrollo cuando la cría que hay en el marsupio lo abandone. Entonces crecerá durante un mes hasta convertirse en el pequeño embrión que nace y se introduce en la bolsa.
Vemos, pues, que los canguros son unas eficientes máquinas de procrear que actúan en tres fases perfectamente sincronizadas: mientras la madre presta protección y los últimos cuidados a la cría que ya está fuera de la bolsa, otra va creciendo dentro al tiempo que una tercera espera en el útero su turno para empezar el ciclo.
Después de pasar unos ocho meses en la bolsa, el pequeño canguro ya está suficientemente crecido como para salir. Todavía seguirá mamando durante bastante tiempo, pero paulatinamente irá sustituyendo la leche por bocados de hierba, la madre asea a su cría y la vigila siempre, pues resulta un plato apetecible por los depredadores. Ante el menor peligro, el joven entrará en la bolsa de nuevo y permanecerá allí hasta que desaparezca la alarma. En seguida aprenderá a desplazarse a cuatro patas, pero tardará en poder correr a saltos como sus padres. La madre, en cambio, puede brincar a la carrera perfectamente con su cría crecida dentro del marsupio.
Si es un macho, con el crecimiento adquirirá un pela]e más rojizo. Cada día pasará menos tiempo en la bolsa y sus salidas serán más temerarias. Se encuentra en un período delicado de su vida, pues es demasiado grande para que su madre —con otras crías que atender— lo proteja, y demasiado pequeño para escapar con rapidez y eficacia de los depredadores. Por ello se encontrará más seguro junto a los demás jóvenes del grupo.
Todos los canguros se alimentan de vegetales, hojas o preferentemente hierba. Las especies más primitivas tienden a ramonear, mientras que las más modernas suelen pastar. Así, el canguro rojo es herbívoro. Una de las actividades que los canguros suelen realizar en grupo es alimentarse. De este modo, están más seguros si se acerca un depredador. Al menor peligro, el repentino movimiento de uno de ellos puede desatar la huida de todo el grupo,
El canguro rojo corta la hierba con los tres incisivos superiores, que aplica sobre los inferiores y mastica muy bien las plantas para no tener que regurgitarlas y rumiarlas, como sucede en las especies más evolucionadas. Por ello, los dieciséis molares se desgastan mucho, por lo que tienen un avance continuo hacia delante y se renuevan hasta cuatro veces. El estómago es muy distinto al de los rumiantes: está tapizado de células que segregan un líquido rico en bacterias cuya secreción enzimática facilita el proceso digestivo al degradar la celulosa. Muy voluminoso, cuando está lleno el estómago puede constituir el 15% del peso del animal.
El canguro está adaptado a los parajes desérticos, pero ello no significa que desprecie el agua cuando está disponible: en pocos minutos puede beber hasta el 10% de su propio peso. Si no encuentra agua, evita al máximo la deshidratación: es más activo de noche, se refugia a la sombra y se lame la piel en las partes del cuerpo en que la sangre circula cerca de la superficie. También come una mezcla de plantas y raíces que le ayuda a prevenir la deshidratación.
Antiguamente, las tierras australes estaban pobladas de criaturas enormes, como el lagarto monitor gigante, que con sus 7 m de longitud y más de 600 kg de peso sin duda daba buena cuenta de los antepasados de los canguros. Pero en la actualidad ya no quedan depredadores de este tamaño. Hay marsupiales carnívoros, pero la mayoría son diminutos y ninguno puede atacar a los grandes canguros. Para encontrar los que sí lo hacen hay que salir del mundo de los marsupiales: algunas serpientes, águilas, el dingo (un perro salvaje que acosa en grupo a los adultos del canguro rojo) y el hombre.
Los habitantes originarios del continente llegaron a Australia hace miles de años y, aunque cazaban lo que podían, no hay noticia de que causaran extinción ni merma de ninguna especie de canguro. En primer lugar por su número, que siempre fue, y sigue siendo, muy pequeño. Y en segundo lugar por sus procedimientos. Uno de ellos es el de provocar incendios, lo cual no es tan grave como pudiera parecer, ya que en ecosistemas no boscosos los incendios renuevan la vegetación y favorecen el rebrote de plantas que sirven de alimento a los canguros. Algunas gramíneas incluso necesitan los incendios para crecer mejor. Otra de las técnicas de caza de los aborígenes es tan conocida como ingeniosa: está basada en el empleo del boomerang. Con esta original arma voladora pueden alimentarse, pero nunca alterar los ecosistemas. De hecho, los aborígenes sienten un gran respeto por marloo —así llaman al canguro rojo-: en una preciosa leyenda relacionan el carácter bípedo de los hombres con los canguros.
Sin duda, el rasgo más aparente de los canguros es su marcha a saltos pero, desde el punto de vista biológico, quizá sea más sorprendente el marsupio o bolsa marsupial. Su existencia constituye una ingeniosa solución, única en el reino animal (aunque compartida con otros marsupiales), que no sólo permite la eficiente reproducción en tres fases, sino un cuidado de la cría a un nivel máximo, superior incluso a la tradicional protección de los mamíferos más evolucionados. Es conocida la importancia de esta protección en la supervivencia de la prole y, por tanto, en la pervivencia de la especie.
El marsupio es como una guardería completa: proporciona a la cría alimento, calor, descanso, seguridad… La hembra no necesita emitir sonidos de alarma (como hacen los ungulados) para que su cría la siga en caso de peligro: basta con huir presta, sabiendo que su cría está segura en su interior. Ésta no sale si no es imprescindible: cuando ya está crecida y alterna la leche con hierba, asoma la cabeza para intentar arrancarla, pero sin llegar a salir de la bolsa. Y cuando ya es tan grande que está más tiempo fuera que dentro, acude a ella para mamar. Tomará una leche de composición distinta a la que toma simultáneamente el embrión que ya ha nacido y que se encuentra dentro del marsupio.
Aún en el exterior, la madre limpia a su retoño, le protege del calor, le instruye…, siendo difícil encontrar una relación madre-hijo más estrecha. El joven intenta volver a la bolsa con cualquier excusa y, por supuesto, siempre que detecta un peligro; entonces se tira de cabeza en ella. Y lo hace hasta cuando no cabe: se le puede ver dentro con la cabeza y las largas patas que sobresalen ampliamente.
No se puede por menos que reconocer que, a pesar de sus rasgos de primitivismo, mientras sus parientes luchan por sobrevivir o sencillamente se extinguen, el canguro rojo ha sabido congeniar soluciones tan ingeniosas como el mecanismo de salto y la bolsa marsupial, se ha adaptado a un ambiente hostil y desértico, y ha superado el choque que supuso la invasión del hombre, convirtiéndose en la especie dominante del desierto de la Térra australis.
elizabeth barboza
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