Entraron a nuestra casa cuando los dos dormíamos apretados al silencio (página 2)
Enviado por José Manuel López Gómez
Yo la escuchaba como ido, más cerca del recuerdo de los golpes en la puerta, presintiendo que el miedo volvería en otra carcajada, cuándo -repentinamente- escuché una voz distinta y comprendí que Jorge había vuelto.
Llegó excitadísimo; lo adiviné porque hablaba agitadamente como si el tiempo persiguiera sus palabras.
En medio de quejidos malhumorados, comenzó a hablarle a mi madre de extraños sucesos; que había descubierto acontecimientos políticos temibles; que la región patagónica estaba dominada por fuerzas desconocidas y que toda la clase dirigente del país colaboraba directa o indirectamente con el enemigo. Creo que mi madre no comprendía a que se refería Jorge. Yo tampoco sabía que era aquello de la Patagonia, ya que nunca antes había escuchado esa palabra. "¿Quién es el enemigo?", acotó de pronto mi madre, partida por la duda. Momentos en que Jorge se apresuró a responder que por el momento no podía precisarlo y menos ahora que había renunciado a su condición de agente de Inteligencia del Estado.
También comentó que aquellos a los que les decían chupados, conformaban parte de la resistencia patriótica, y que no podría quedarse mucho tiempo porque "… seguro que los de Inteligencia me andarán buscando", sentenció.
Esa noche- como siempre ocurría cada vez que él se quedaba a dormir en casa- volvieron a dormir juntos; y también como siempre, no pude evitar la sensación de abandono al sentir que los dos se abrazaban intensamente.
Cierto es que no podía verlos, pero intuía que sus cuerpos-uno sobre el otro- se movían y jadeaban en medio de palabras densas y asfixiantes.
A través de mi madre, yo olfateaba la carne húmeda y caliente, los cuerpos de ambos, moviéndose hacia arriba y hacia abajo en un jadeo que crecía y crecía hasta ahogarse en un largo y formidable grito compartido (ésos eran los momentos en que más sentía que rechazaba a Jorge).
A la mañana siguiente, después de sentarse al lado de mi madre, Jorge comenzó a darle una serie de recomendaciones, con más soltura en su voz. Por sobre todas las cosas, le pidió que negase todo en caso de que los tipos lograran entrar en la casa. "¡Yo ya no existo!" -gritó -; "… yo te dejé con el crío y nunca más me viste. ¿De acuerdo? Sólo van a querer asustarte…"
Luego, poco antes de marcharse, reflexionó: "Dios mío, Nury, es una lucha terrible porque ellos tienen el aparato y ahora no es como antes de la guerra. Ahora son estas malditas corporaciones sin bandera que…" y Jorge no pudo continuar porque mi madre comenzó a llorar en silencio. En esos momentos, nada me resultó más impotente que sentirme ciego y mudo.
Cuando Jorge logró calmarla-después de musitar un sentido hijo mío mientras nos abrazaba a los dos – me pregunté cuánto faltaría aún para que el doctor me diera la luz y la palabra.
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Ellos regresaron. Forzaron la puerta y entraron a nuestra casa cuando los dos dormíamos apretados al silencio.
Llegaron en medio de un ruido creciente y pronto comenzaron las preguntas a mi madre: dónde estaba Jorge; que actividades tenía ella y quienes eran los otros dos subversivos que los secundaban. Y mi madre, que casi no podía hablar porque la angustia le tapaba la boca, apenas pronunciaba palabras incoherentes.
Pronto comenzaron los golpes y uno de ellos le recalcó que si no les decía donde estaba Jorge, "… vamos a reventar a tu hijo" y al instante dijo otro: "Je, je; te conviene hablar puta, porque después que te montemos vamos a destrozar a tu pibe con este hierro. ¡Éste! ¡Éste! ¿Lo ves bien? Con éste te lo vamos a reventar… ¡A ver si me la dejan quieta que yo voy a ser el primero en montarla, carajo!".
Y de pronto mi madre se abrió a un grito tan hondo que yo sentí que algo se desprendía de mi carne cuando los latidos de su corazón volvieron a repercutir como graves y sonoros golpes en mis oídos y ya no pude evitar que el miedo frío y pegajoso se deslizase por mi piel mientras mi madre continuaba inmovilizada sin poder ver que le hacían esos hombres sólo oyendo su espantoso grito que surgía del fondo de sus entrañas y yo quería gritar y no podía hasta que unos de los hombres pidió que trajeran el hierro y entonces sin saber porque quise aferrarme a algo moviendo los brazos hacia arriba tratando de escapar a ese hierro puntiagudo que pronto desgarraría mis carnes a través de la vagina de mi madre.
Autor:
José Manuel López Gómez
lopezgomez7[arroba]hotmail.com
Escritor argentino nacido en España
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