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La emergencia de la escritura musical

Enviado por Manuel Pedro Ferreira

    Hoy, al final del segundo milenio, no sabemos todavía muy bien cuál es el lugar de la música clásica.

    Es evidente para nosotros su preeminencia desde el punto de vista artístico.

    Asimismo, también está clara, aunque sea problemática, su conexión con un vértice sociológico en el que tradición familiar, educación académica y bienestar material se entrelazan.

    Pero el universo de la música ha cambiado mucho en la segunda mitad del siglo XX. La educación musical tradicional en los conservatorios, con su dependencia de la notación musical, no refleja ya las posibilidades de manipulación de los materiales musicales a través de registros acústicos directos, de síntesis electrónica, de apropiación de sonidos extraños a la producción instrumental.

    La ideología del progreso artístico y las utopías revolucionarias de construcción social del hombre nuevo, de las que se alimentaban las vanguardias musicales, no son hoy más que armazones vacíos, a los que todavía algunos se agarran, mientras que otros se repliegan al pasado, o ensayan puentes para los márgenes musicales en los que el contexto práctico y el inmediatismo funcional son aún reyes.

    En resumen, la tradición clásica está aparentemente aislada y sin rumbo, a pesar de su prestigio.

    En esta situación de crisis, estamos tentados a identificar la tradición de la música clásica con el más visible de sus soportes, la escritura musical. Admitimos con facilidad que la escritura define esta tradición. Y, aparentemente así es. A pesar de que los pianistas interpretan obras sin partituras, sabemos que las han estudiado a fondo, hasta que las puedan reproducir de memoria. Desde el punto de vista de la teoría estética, hay por lo menos un filósofo respetable, Nelson Goodman, que identifica la obra musical con su partitura.

    (Ver trabajo completo)

     

    Manuel Pedro Ferreira