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La felicidad improbable. El caso de Yolanda

Enviado por Felix Larocca


Partes: 1, 2

    1. Entra Sor Maripili
    2. La anorexia
    3. Adiós a la rutina…
    4. El campo de Licey al Medio
    5. Las insidias del destino
    6. Bibliografía

    Yolanda tenía cinco otras hermanas, cuando, finalmente, llegara al mundo en la región de la Vega Real, a fines de la Segunda Guerra Mundial.

    Su nacimiento como la última de las hijas del matrimonio de sus padres coincidió con el nacimiento de otro retoño, el único varón, e hijo ilegítimo a don José Aurelio Cepeda — el papá, y de doña Pura Eulalia Mendoza, la depresiva, mamá — El varón, también le "nació" a doña Pura, porque ésta, para disfrazar sus sentimientos de resentimiento y para acallar las lenguas viperinas lo recibió en su casa, haciéndolo uno más de los "sobrinos" (eufemismo asignado a los hijos callejeros de varios de sus hermanos) que con los Cepeda convivieran.

    "Lalanda" — fue el apodo dado a Yolanda, debido a que la pronunciación de su propio nombre le era manifiestamente confusa, cuando era muy pequeñita. La niña, por su parte, con todo lo del impedimento, podía, sin titubeos, pronunciar el nombre de su hermanito Horacio, a quien todos llamarían Jesús — y que, cuando el párroco local protestara por el uso blasfemo del nombre del Redentor, se convertiría en "Niño".

    "Yo", "Yoli", "Lalanda" — toda una profusión de apodos, que se resolverían a los 11 años cuando la chiquilla fue internada en un colegio de monjas en el Santo Cerro, donde ella demandó que la conocieran como "José" —- "así es el segundo de mi nombres, en honor a mi papi…" Y, así fue.

    El nombre que, a menudo nos dan, nos sella el destino

    De hábito marcadamente masculino, José pronto adquirió la reputación, entre sus compañeras de escuela de ser un marimacho. Cualidad que, a su vez, la distinguiera en los deportes, por ser singularmente agresiva.

    Marimacho y agresiva, vulgar y boca sucia, rodeada de hembras, José era una persona feliz. Hasta un día…

    Entra Sor Maripili

    Siendo delgada y de hábitos de comer escuetos, José (así seguiremos llamando a Yolanda) no tuvo su primer período menstrual hasta que celebrara sus trece años. Cuando la Naturaleza "llamó", lo hizo inconsideradamente. La presencia de sangre en sus ropas, mientras asistía a misa, llenó la sorprendida joven de asco y la colmó de sentimientos de furia — porque nunca había querido ser mujer — ahora tenía que "cuidarse mucho de los varones", le advirtió su monja favorita, la seductiva y manoseadora Sor Maripili Acuña.

    Maripili informó a José que, en su lugar de origen, Segovia, las niñas ayunaban en la manera de Santa Teresa de Jesús, evitando la llegada de los aborrecidos períodos — así es como empezó la anorexia de José.

    La anorexia

    José no tenía acceso a una balanza y no podía confirmar que, lo que todas las alumnas del colegio y las maestros le dijeran, fuera verdad: que estaba enflaqueciendo demasiado.

    Una mañana, le ordenaron que se vistiera con sus ropas mejores, que muy flojas le quedaran, y la llevaron a la Vega a consultar al Dr. Pepe Morillo.

    El famoso galeno pensó que José sufría de parásitos, de una forma "discreta de la tisis y de algún fallo de la tiroides" — ¡Tantos malestares juntos! — pero es mejor cubrirse con todo para no quedar mal — así se pensaba entonces, y así algunos todavía lo hacen.

    Reposo en cama, enemas yodados, vitaminas, hierro, tónicos para estimular el apetito, y más que nada, comer mucha carne — eso recetó el ilustre don Pepe.

    ¡Horror! Pensó José… ¡Nunca lo haré!… ¡NUNCA!

    Sor Maripili, mientras tanto, para asistir a su amiga, solicitó y obtuvo permiso de la Madre Superior para hacerse cargo de la enferma.

    Por las noches, la dedicada monja rezaba el rosario junto a la niña desmejorada a quien leía aspectos de las vidas de tantas de las santas que abjuraron los placeres de la comida para tener una experiencia de mayor intimidad con nuestro Salvador.

    Santa Teresa de Jesús, se convirtió en el modelo de ascetismo que José desearía, más que nada en este mundo, imitar.

    La cadencia rítmica de la voz de Sor Maripili invitaba el sopor, cayendo rendida por el sueño, mientras repetía:

    "Nada te turbe, nada te espante.  Todo se pasa. Dios no se muda.  La paciencia todo lo alcanza.  Quien a Dios tiene, nada le falta.  Sólo Dios basta." 

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