Este texto en su versión original fue escrito y publicado hace 20 años. La siguiente es una versión retocada para el Coloquio 30 años del Zoológico de Piedras, realizado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en Guantánamo, CUBA, del 15 al 18 de julio de 2008.
El tema y las ideas centrales son las mismas tratadas en ocasión del primer abordaje, a los 10 años del Zoológico de Piedra, y permanecen vigentes, aunque se añaden algunos nuevos datos.
Gabriel García Márquez ha contado en una de sus crónicas que conoció en Roma a un andino que parecía un personaje de novela en busca de autor. (1) El hombre llevaba, hacía años y desde el otro lado del mar, el cuerpo difunto pero inexplicablemente incorrupto de su hija, tratando en vano de ser recibido por el Papa para que hiciera santa a su niña muerta, pues estaba absolutamente convencido de que lo merecía debido a la tenacidad de su carne.
Nuestro Premio Nobel no dice si su encuentro casual con el extraordinario paisano determinará su ascensión al otro mundo de la narrativa garciamarquiana, pero le deja la puerta abierta para que pase, y quizá algún día habite las páginas de una novela que está por escribirse. Entonces este andino peregrino con una historia de final imprevisible será definitivamente canonizado por la literatura.
Un hecho de apariencia similar, pero al revés, hizo creer engañosamente a muchos (no a quien esto escribe) que el escultor campesino Ángel Íñigo Blanco de Anaya (1935) había traspuesto el umbral de esa puerta (que da paso de la realidad a la literatura).
En siete páginas de la novela El recurso del método, publicada en 1974, Alejo Carpentier describe al personaje de Miguel Estatua: "Maestro barrenero, buen conocedor de la dinamita cuyos cartuchos llevaba casi siempre en la boca cuando iba a volar algún trozo de cantera, el negro se había hecho famoso en todo el país, de meses a esta parte, por su descubrimiento de que podían sacarse animales de las piedras". (2) Tres años después, a fines de 1977, empezó a nacer el Zoológico de piedra de Íñigo en Yateras, pero en 1987 la revista UNIÓN (3) publicó que un investigador, ensayista y crítico literario, considera "concebible que el gran escritor (es decir, Carpentier) recibiera alguna noticia del escultor cubano mucho antes de escribir y publicar El recurso del método en 1974". (4)
Nada tiene que ver esto con la verdad verdadera, como puede probarse. Mejor como lo imaginó el profesor universitario santiaguero Guillermo Orozco: nos dijo que tal parece como si el escritor hubiera sido capaz de "inventar" para la novela a Íñigo y su descubrimiento, antes de que existiera y se propagara el prestigio del escultor yaterano y sus animales de piedra.
Muchos indicios favorecían la sospecha. En sus actuaciones respectivas, Íñigo y Miguel Estatua aparentaban copiarse mutuamente (no para mí), al contar la noticia de su afición. La letra impresa y el discurso oral que describían hasta hoy mismo al Zoológico de piedra desde Boquerón de Yateras para el mundo, parecían brotar de las esencias mismas de la circunstancia novelada.
Carpentier escribe en El recurso…: "Pero un día, allá arriba, en la loma aquella, se había encontrado con una piedra gorda, que tenía como dos ojos y un asomo de narices con esbozo de boca. -'Sácame de aquí'- parecía decirle. Y Miguel, tomando su barrena y su martillo, había comenzado a rebajar ahí, desbastar allá liberando patas delanteras, patas traseras, un lomo con ligero acunado al medio, hallándose ante una enorme rana, a sus manos debida, que parecía darle las gracias". (5)
Sin embargo, hay una realidad anterior cuyas relaciones con Miguel Estatua pocos se han detenido a tratar de fijar: la del escultor brasileño de santos Aleijadinho (Antonio Francisco Lisboa), que vivió y talló piedras en algún momento y lugar remotos de su gigantesco país.
(Nota ulterior: Carpentier le contestó a Ramón Chao acerca del personaje del picapedrero en esta novela: "Ahora bien, en lo referente a mi personaje, te diré que tomé como modelo a aquel gran escultor espontáneo, sorprendente, del siglo XVII brasileño –sic– –en realidad, su obra está a caballo entre fines del siglo XVIII y principios del XIX- que fue Aleijadinho, a quien debemos los apóstoles barrocos que se hallan en el pórtico de la iglesia de Ouro Preto en Brasil".) (6)
(Nota ulterior: Antonio Francisco Lisboa nació el 29 de agosto de 1730 en Vila Rica, actual Ouro Preto, en el estado de Minas Gerais, y falleció en la misma ciudad, el 18 de noviembre de 1814. Fue hijo natural del arquitecto y maestro de obras portugués Manuel Francisco Lisboa y de una de sus esclavas; de su padre recibió las primeras nociones de dibujo, arquitectura y escultura.
Después de cumplir 40 años y plenamente dedicado a su profesión de escultor, arquitecto y tallador, contrajo una enfermedad deformante y atrofiante que afectó su cuerpo anulando progresivamente el movimiento de los dedos de manos y pies, por la cual se le apodó O Aleijadinho –el lisiadito, en español-, mote con el que se le conoció, y es hoy valorado como el más importante artista brasileño del periodo colonial.
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