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Derechos humanos y los Siete Sabios de Grecia


    Derechos Humanos y los Siete Sabios de GreciaMonografias.com

    La Grecia antigua, tierra abrupta y archipielágica, sin la destemplanza financiera ni las oleadas migratorias levantinas de la actual, fragmentada entonces en decenas de minúsculas ciudades-estados, ocupadas en combatir a los medas o persas, o pelear entre ellas, componer poemas épicos o tragedias, celebrar juegos olímpicos y levantar magníficas acrópolis y colosales estatuas, bajo el arrullo de su paideia[1]exaltó la condición humana de los eupátridas, siete de los cuales han transcendido hasta nuestros días.

    Los siete (número cabalístico, esotérico, que los cubanos identifican con el ano), conocidos como los Sabios de Grecia, al frente de sus respectivas demarcaciones de gobierno o influencia, usando y abusando de sus prerrogativas, reconocieron o subestimaron derechos humanos en sus congéneres.

    Los Siete Sabios griegos son (según Platón): Solón (¿638-559 a.n.e.?), Tales (¿624-547 a.n.e.?), Bías (570-¿? a.n.e.), Cleóbulo (¿?, siglo VI a.n.e.), Periandro (¿?-585 a.n.e.), Pítaco (¿?, siglo VI a.n.e.) y Quilón (¿?, siglo VI a.n.e.).

    Lamento no poder consignar con exactitud sus fechas de nacimiento y defunción: las partidas de tales acontecimientos personales no obran en los registros griegos consultados por este autor.

    Nos corresponde ahora justipreciar su sapiencia en derechos naturales y humanos, tan avanzados para su época.

    Solón, tempranamente identificado con el derecho natural, sobre todo con el de la procreación, desde su alta investidura como arconte (elegido por el pueblo ateniense, entiéndase los aristócratas, en el año 594 a.n.e., entonces solo votaban los hombres) se dio a la tarea de legalizar los prostíbulos, hecho que le granjeó el reconocimiento de sus conciudadanos (en las esposas de estos, no tanto).

    ¡Cómo sabía Solón!

    Otro punto a su favor fue que, como magistrado, logró que sus ocho colegas (los arcontes en Atenas sumaban 9, dos guarismos por arriba del 7) vetaran la esclavitud por endeudamiento, práctica muy frecuente en aquel momento.

    Tal conquista elevó el escalón heleno en la consecución de los derechos humanos: sólo los ricos corrían este riesgo.

    Solón lo era.

    Tales, más que gobernar decidió filosofar en su ciudad natal de Mileto, con tanto furor que fundó la llamada "Escuela del materialismo espontáneo".

    Amaba la naturaleza y, dentro de ella, el agua y los cuerpos siderales.

    Predijo el eclipse solar del 28 de mayo de 585 a.n.e. (exactitud cronológica gracias al calendario gregoriano; los griegos no tenían calendas, a pesar de ser tan sabios).

    De él se cuenta que estaba tan absorto observando la bóveda celeste mientras caminaba hacia su Escuela, que tropezó con el antepecho o brocal de un pozo y se precipitó en él: afortunadamente estaba lleno del amado líquido y no sufrió lesiones.

    El sagaz sabio, amén de escudriñar la naturaleza, intuyó el derecho de los humanos a los negocios y a la propiedad privada.

    Con estos presupuestos en mientes, Tales, previendo una abundantísima cosecha de aceitunas, alquiló todas las almazaras (molinos) de la región y luego las subarrendó a un precio mucho más elevado a los mismos propietarios.

    De esta manera inició su acumulación originaria de capital dinerario.

    No pensemos mal de él: las pingües ganancias obtenidas las invirtió en su Escuela de Filosofía.

    Anticipado a su tiempo, la acción mercantil emprendida por Tales fue refrendada par de milenios después por una Declaración francesa sobre los derechos ciudadanos.

    Bías o Biantes, como también es conocido, natural de Priena, en Jonia, no se cansó de advertir a sus conciudadanos sobre el peligro persa.

    Sus llamados de atención en el ágora contra el emperador Ciro y sus patentes intentos de invasión a la ciudad-estado jónica, se encaminaban a salvaguardar los derechos y libertades de que gozaban sus compatriotas; por supuesto, la suerte que corrieran sus esclavos, no le interesaba, salvo las pérdidas económicas que pudieran provocarles el cambio de dueño a aquellos.

    Tantas alertas se tornaron en un fastidio para sus paisanos; el día en que Ciro desembarcó sus belicosas huestes medas, los jonios se refocilaban en sus ocupaciones habituales: hilar lana, beber vino y escuchar a cierto rapsoda, corto de vista, que recitaba un largo poema, ensalzando las hazañas, en tierras lejanas, de héroes provistos de hermosas grebas (muchos de los espectadores se quedaban dormidos con la cantilena).

    Con ligeras escaramuzas trabadas entre invasores y defensores, los jonios, por no escuchar las alarmas fundadas de Bías, cayeron como moscas en un papel edulcorado para tal fin.

    ¡Perdieron la libertad, derecho natural, por ser sordos a las sabias palabras del sabio Biantes!

    Cleóbulo fue tan sabio que no puso reparo en asumir su investidura de basileus o rey de Lindos, su ciudad natal.

    También supo conjugar, con acierto, sus responsabilidades como gobernante con su postura de filósofo.

    Regresó a su ciudad luego de visitar Egipto (ya en aquellos tiempos se practicaba el turismo cultural); creo que es prudente dar por descontado que visitó en su periplo norafricano el Valle de los Muertos en Gizah, y quedar gratamente sorprendido con los túmulos funerarios faraónicos, las pirámides (no se le ocurrió ninguna frase para la historia como aquella de Napoleón, cuando dijo a sus soldados que "cuarenta siglos de historia os contemplan"; si hubiese llegado a pronunciar alguna, entonces serían solo veinte siglos), visión que caló hondo en sus concepciones tanatológicas y de vida de ultratumba.

    Todo presagia que fue en este lugar donde elaboró su desconcertante máxima:

    "De nada, demasiado".

    Aún hoy, muchos se preguntan qué quiso decir con ella; permanece como una frase encriptada, cuya decodificación solo la semiótica del futuro dilucidará.

    Para no aguardar tanto tiempo, me atrevo a descifrar su oscura sentencia:

    "De derechos, ¡nada de nada!".

    Periandro, otro rey o basileus griego pero esta vez de la región de Corinto, gobernó con mano dura a sus súbditos, a quienes, de cuando en cuando, en el ágora citadina, les endilgaba discursos filosóficos, dado que en ellos se anudaban fibras políticas y filosóficas.

    Le encantaba en sus alardes retóricos reiterar su máxima dilecta:

    "Es difícil ser bueno".

    Tanto predicó con ella que fue derrocado del trono por un evento que, en términos modernos, llamaríamos "golpe de Estado". Los golpistas le quitaron la vida.

    De su sabia máxima se colige su concepción de los derechos humanos para los corintios.

    Quizás su patronímico (peri: alrededor; andro: hombre, masculino) es una evidente alusión a la superioridad del hombre sobre la mujer en materia de derechos humanos, tan en boga en la Hélade.

    Pítaco, a diferencia de aquel otro de Priena, sí fue escuchado por sus paisanos cuando, públicamente, en el ágora de Mitilene, advertía de la amenaza persa contra su ciudad-estado, razón por la cual las defensas citadinas estaban prestas, en zafarrancho de combate, en caso de agresión armada.

    Su sabiduría lo conminaba a proteger las libertades de que gozaban sus conciudadanos eupátridas[2]¡claro está! Los esclavos quedaban fuera del manto tutelar, salvo su tratamiento como cosas semovientes.

    Gracias a sus máximas, el pueblo (eupátridas, por supuesto) lo eligió legislador en el año 580 a.n.e.

    Su gestión de gobierno estuvo repleta de ingeniosos dichos y profundas máximas (no tanto como las de su colega Cleóbulo).

    Una de estas, rebosante de sapientísima sensatez, sentenciaba:

    "Que tu palabra no se adelante a tu pensamiento".

    Su vida transcurrió sin mayores sobresaltos pero siempre signada por una cuidadosa selección de vocablos, bien pensados, antes de ser pronunciados, como muestra de fidelidad a su graciosa máxima.

    Algunos coetáneos sostenían que padecía de dislalia, arista por comprobar; cosa, por demás difícil: no existen grabaciones de sus discursos.

    Quilón, sabio no menos ilustre que los reseñados, a pesar de ser un hombre de armas tomar, como auténtico espartano, de austero vivir y carrera militar en desarrollo, siempre estuvo de buen humor.

    En el año 566 a.n.e., fue elegido para integrar, junto a otros cuatro miembros (la colegiatura nunca alcanzó el número 7), el denominado "Colegio de los Éforos", órgano representativo de los esparciatas, clase social más empinada de Esparta. El Colegio asesoraba al basileus o rey de turno en sus mandatos de gobierno.

    Como éforo supo defender a ultranza los derechos de sus correligionarios, quienes, de cuando en cuando, para su solaz y entrenamiento marcial, organizaban razzias o matanzas (la llamaban "criptias") de campesinos sojuzgados.

    La biografía de este sabio legislador no detalla en cuántas participó en sus años mozos; fueron tantas que no valía la pena enumerarlas pero sí recoge su punzante máxima, válida en nuestros días:

    "¡Conócete a ti mismo!"

    El buen humor del juez lo llevó a la tumba: le sobrevino un infarto agudo y masivo del miocardio cuando, riendo a carcajadas, celebraba la victoria de un hijo suyo mientras desfiguraba el rostro de un tebano, en un combate de pugilato por el primer lugar, en juegos olímpicos del momento.

    El famoso Hipócrates nada pudo hacer para rescatarlo de los brazos de las parcas: no había nacido cuando acaeció tan infausto accidente cardiovascular.

     

     

    Autor:

    Arturo Manuel Arias Sánchez

     

    [1] Estilo aristocr?tico griego de educaci?n integral.

    [2] El calificativo significa, etimol?gicamente ?nacidos de buen padre?; nada se dice de la progenitora, quiz?s fueran hijos de p?