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La Misión de Rafael (Cuento)


Partes: 1, 2

    Rafael murió y murió un día sin que nadie siquiera se hubiera imaginado que eso iba a pasar. Su salud no estaba resquebrajada, tenía tantos planes para el futuro como sólo las almas jóvenes suelen tener. Él era un hombre mayor, pero no tan mayor como para que alguien hubiera pensado que iba a morir en la forma como sucedió: su esposa Julia y él estaban viendo televisión, y ella se quedó dormida; de pronto, la despertó un ruido como el de un gran peso cuando cae al suelo.

    Se levantó y cuando miró al piso de la habitación, su esposo yacía allí, sin más preámbulo que un gran silencio.

    Después de aquel gran impacto que para ella representó la muerte de su esposo, Julia llamó a todos los que tenía que llamar; y todos, sin excepción, exclamaron:

    ¡No puede ser! ¡No lo podemos creer!

    Rafael fue enterrado con los honores que sólo se le rinde a un hombre como él: cada persona que se enteró, cada amigo que lo supo, cada familiar cercano y lejano llegó a rendirle el último adiós a un ser que parecía que ya había cumplido su misión en este mundo. Así, partió Rafael a su última morada aquí en la tierra.

    Todos los que conocieron a Rafael, y a manera de consuelo, repetían sin cesar:

    – Un hombre tan bueno y tan feliz como él, ya no tiene nada que pagar en este planeta, y a lo mejor, por eso murió.

    Rafael había sido dueño de una de las agencias de publicidad más importante de la región, pero después de un largo tiempo de su muerte, Julia tomó la decisión de ir hasta la oficina de él para cerrarla para siempre. Cuando estaban ella y su amiga Victoria poniendo en orden los documentos que Rafael había dejado en su oficina antes de partir, Victoria notó la presencia de Rafael en la oficina que había sido de él. Alarmada, por tal acontecimiento, se dirigió a él, diciendo:

    Rafael, ¿qué haces aquí si tú estás muerto?

    A lo cual, Rafael respondió bostezando:

    – Allá arriba, no me dejan descansar porque todavía tengo algo que hacer aquí.

    Victoria se dirigió hasta donde estaba Julia, diciendo:

    – ¡Julia, mira! ¡Mira! Rafael está aquí.

    Julia miró con un gesto de asombro. Rafael, por su parte, se notaba muy adormecido y no dejaba de repetir:

    – Allá arriba, no me dejan descansar porque todavía tengo algo que hacer aquí.

    Julia y Victoria quisieron agarrarlo por uno de sus brazos para ayudarlo a sentarse, pero él desapareció en la misma forma como había llegado.

    Después de esa experiencia, transcurrieron varios días. Una noche, Victoria estaba durmiendo profundamente; alguien, que le halaba el dedo gordo del pie derecho, la despertó. Asustada, Victoria abrió los ojos y pudo observar desde la oscuridad de su habitación, y en frente de ella, una luz que dibujaba la figura de un hombre, éste era Rafael. De un solo salto, salió de su cama y exclamo:

    – ¡Ay Rafael, otra vez tú! ¡Me vas a venir matando de un susto!

    Rafael, con esa sonrisa ingenua que siempre lo caracterizó, dijo:

    -¡Victoria! ¡Mi querida Victoria! Dicho esto, desapareció nuevamente.

    Partes: 1, 2
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