María de Magdala

Enviado por Agustin Fabra

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Resúmen

NOTA PRELIMINAR

Este Ensayo sobre María Magdalena ha sido elaborado en base a múltiples estudios de teólogos y de autores católicos, así como consultas en datos de Concilios de la Iglesia Católica, desde el principio del cristianismo hasta el día de hoy.

En ningún momento se ha recurrido a textos gnósticos ni c átaros, como el Pistis Sophia o los Diálogos del Salvador, ni dem ás datos hallados en los rollos de Qumrán ni en los códice s de Nag-Hammadi.

La única excepción es la inclusión del Evangelio d e María a modo de anexo, el cual se ha incluido para el conocimiento del lector, pero en ninguna parte del texto de este Ensayo se ha utilizado algún párrafo de dicho Evangelio.

Todas las citas bíblicas han sido obtenidas de la Nueva Biblia d e Jerusalén

(Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao, España, 1998).

West Palm Beach, FL. 30 de abril del 2010

INTRODUCCION

"Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando . Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos á ;ngeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús , uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: Mujer, ¿por qué lloras?. Ella les respondió: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Dicho esto, se volvi&oacu te; y vió a Jesús, de pié, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿ ;A quién buscas? Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dic e: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré. Jesús le dice: María. Ella se vuelve y le dice en hebreo: Rabunní (que quiere decir: Maestro). Dícele J esús: deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre. Pero ve te a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: He visto al S eñor y que había dicho estas palabras" (Juan 20:11-18).

Desde los orígenes del cristianismo se tejió en torno a M aría Magdalena una tupida red de fábulas cuya intención pa recía ser la de ocultar su verdadera identidad y quizá rebajar el papel fundamental que ella debió tener en la fundación de la rel igión cristiana.

Así nació la leyenda: sin ningún fundamento histórico ni bíblico se proclamó la condición de prostitu ta pública de María Magdalena, se aseguró que era una muje r poseída por demonios impuros, y se fomentó la idea de mu jer pecadora, arrepentida y penitente. La figura de María Magdalena ha permanecido tan oculta por distintas razones, que ha generado confusión y desorientación.

Se la llegó a considerar incluso como patrona y protectora de lo s prostíbulos, de las casas de mujeres pecadoras, de los vendedores de perfume, de las peluqueras e incluso de los zapateros. Pero María Magdal ena, la mujer más nombrada en los Evangelios, no fue prostituta ni estu vo poseída por demonios impuros.

¿Por qué los Evangelios del Nuevo Testamento hablan tan p oco sobre ella? Es claro que los Evangelios muestran rastros de una alta estima por ella, pero también de una decisión de reducir la importancia de su papel, posiblemente

por ser mujer. Esto se confirma por la exclusión de las mujer es en la consideración del apostolado, en el relato de Lucas al principi o de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 1:21-22).

Afortunadamente la Iglesia Católica, a partir del Concilio Vatic ano II en 1963, reconoció el error en que se había incurrido al e ncasillar a María Magdalena en su papel de pecadora. Esto se debió en gran parte al florecimiento de los estudios bíblicos, junto con el descubrimiento de tantos manuscritos que iluminan los orígenes del crist ianismo (Qumrán y Nag Hammadi a mediados del siglo XX). Por ello la Igle sia Católica modificó un tanto su postura tradicional y dedicó importantes esfuerzos a examinar más la corriente bíblica q ue la puramente filosófica y teológica, elaborada desde antiguo p or Aristóteles.

El Vaticano comenzó a usar los escritos bíblicos como fue nte de verdad y no sólo como soporte para probar tesis teológicas vigentes hasta aquel entonces. El conocimiento de las lenguas semíticas permitió interpretar con más fiabilidad los textos bíblic os y un examen más profundo de los mismos, a la luz del contexto histórico de los hechos de la vida y de la predicación de Jesús, y así se puso en cuestión algunas teorías que hasta entonc es parecían inamovibles.

Debemos ser cautelosos y reconocer que los Evangelios parecen tener otr as razones para mantener a María en el silencio. Y este es el objetivo d e este ensayo sobre María Magdalena: la de descubrir los motivos de ese silencio y la de lograr reinstaurar a la Magdalena al lugar que realmente le pe rtenece en el cristianismo, ya que de todos los discípulos de Jesús, ninguno parece haber sido tan independiente, fuerte y cercano a Él c omo lo fue María Magdalena.

EL PAPEL DE LA MUJER JUDIA

Para conocer el destacado papel que María de Magdala desempeñó en el transcurso del ministerio de Jesús, es necesario cono cer primero la posición que la mujer ocupaba en la sociedad del Israel d e aquella época, qué rango tenían las mujeres judía s tradicionales y la diferencia entre éstas y las mujeres que, aún viviendo en la misma época y estando mezcladas con las judías, tenían otra cultura y otra libertad de movimientos, como es el caso de l as mujeres galileas.

Para empezar, a las mujeres judías se les prohibía estud iar, salvo muy contadas excepciones. Su lugar era el hogar y siempre debían mantener la cabeza cubierta con el manto. Para el historiador judío Flavio Josefo, la mujer judía era inferior al hombre en todos los sentid os. En el Templo no podía pasar del vestíbulo y en la sinagoga nu nca podía tomar la palabra. No podía leer en público las E scrituras. La mujer adúltera era condenada a muerte por lapidación.

La palabra de la mujer no tenía ningún valor y su testimo nio no era válido en juicios. Aún en el Nuevo Testamento, Pablo o rdena a las mujeres que se callen en las asambleas ya que no les está pe rmitido tomar la palabra, puesto que ello es indecoroso (1 Corintios 14:34-36). En lo mismo instruye Pablo a Timoteo para que ordene a las mujeres a no enseñar ni dominar al hombre, sino que se mantenga en silencio, con toda sumi sión (1 Timoteo 2:11-12).

Incluso Aristóteles afirmaba que la mujer posee una naturaleza d efectuosa e inferior. Y Cicerón dijo que si no existieran las mujeres, l os hombres podrían hablar con Dios. Pero esa apreciación hacia l a mujer no fue sólo de la época de Jesús. San Agustín decía que la mujer es un animal que se complace sólo en mirars e al espejo. Y Santo Tomás, que se guió en Aristóteles pa ra redactar la Suma Teológica, de la que arrancaría toda la teología católica posterior, llegó a afirmar que era d udoso que la mujer tuviera alma.

La devaluación de la mujer era un hecho establecido por la ley m osaica y por la cultura judía, a quien no se le concedía una espe cial relevancia, ni social, ni política, ni intelectual. Por ello era qu e todo judío diera gracias a Dios cada día por no haberlo hecho m ujer.

La confirmación evangélica a lo anterior puede deducirse del hecho de que tras la muerte de Jesús, los apóstoles ya no apa rezcan seguidos por las mujeres, como acostumbraban a hacer cuando Jesús estaba con ellos. Posiblemente no entendieron o no llegaron a comprend er en toda su extensión aquel modo de actuación de Jesús, aunque lo respetaron mientras él vivía.

La posición de la mujer se ceñía al hogar y a la p rocreación. Un matrimonio judío, sin hijos, era una maldición. La felicidad era traer hijos al mundo; tener hijas era una desgracia.

Se alega que las mujeres judías procedentes de Galilea eran más libres que las de Judea. Galilea servía como contrapunto a las id eas de Judea. Allí el pueblo era diferente, no sólo en su aspecto físico y en su lengua, sino también en sus ideas, sueños, ideales y modo de vivir. Todo ello explicaría que las judías pro cedentes de Galilea hubiesen conseguido algunos márgenes de libertad y f ueran más abiertas a las nuevas ideas de Jesús, galileo también él.

En efecto, aquellas mujeres que acompañaban a Jesús en Ga lilea casi nunca le siguieron a Jerusalén, donde las costumbres eran más conservadoras y las leyes judías más estrictas. Galilea e ra más permeable a otras culturas extranjeras, sobre todo a la griega. P or ello, María Magdalena, que procedía de Galilea según lo s evangelios canónicos, era una mujer formada en un judaísmo más abierto y tolerante.

LA MARGINADA

Desde los primeros siglos del cristianismo María Magdalena fue relegada al olvido y también se rebajó o se tergiversó su importancia en la iglesia primitiva, e incluso se ignoró el papel decis ivo que había tenido en la difusión de la Resurrección de Jesús. La Iglesia de Jesús se convirtió en una institución jerárquica completamente masculina y una persona de la importanc ia de María de Magdala fue calumniada y rebajada para restarle todo el m érito e importancia que como discípula directa de Jesús se ganó.

El grupo de mujeres que siguieron a Jesús hasta el Calvario fuer on, teóricamente, las cristianas más antiguas. En principio ellas no dependieron de Pedro ni de los Doce, sino que emergieron como cristianas au tónomas. No se puede hablar de potestad o de dominio de Pedro sobre ella s.

En vista de lo anterior podemos decir que al inicio del cristianismo la Iglesia tuvo varios puntos de partida y no solo el que propugnaron Pedro y los apóstoles varones. Junto a ese principio masculino del cristia nismo hubo una corriente eminentemente femenina, liderada por María Mag dalena y otras mujeres. Este doble punto de partida debería ser un dato irrenunciable de la Iglesia, aunque posteriormente lo hayan silenciado hasta ha ce poco tiempo, dejando en la penumbra la situación de las mujeres que e n aquel entonces seguían y servían a Jesús.

Si meditamos en la labor de las mujeres que acompañaban a Jesús a lo largo de su ministerio y, sobre todo, si analizamos las distintas r eacciones de las mujeres y de los apóstoles durante y después de la Crucifixión, podemos afirmar sin ningún temor que sin ellas m uy posiblemente no existiría el cristianismo como tal, sino que se hub iera diluido antes de la Resurrección de Cristo.

Esta aseveración, aunque fuerte en sí misma, es fundamen tal. Sin María Magdalena y sin las demás mujeres posiblemente no existiría la Iglesia como tal ya que los apóstoles, los varones, ya habían desistido, atemorizados y desilusionados al constatar la per secución judía y la romana, así como la muerte violenta y prematura de Jesús, quien les había prometido un nuevo Reino en e l cual ellos ya se estaban disputando los mejores puestos: todos huyeron y se e scondieron, menos Juan.

Sin María Magd alena, que les convenció de que Jesús estaba vivo, es impredec ible pronosticar qué habría podido ocurrir y en qué habría quedado el cristianismo. Posiblemente si no se hubiera relegado y anula do la función de las mujeres en el cristianismo inicial, la Iglesia sería menos aristotélica y más mística.

Desde el principio María Magdalena aparecía no como un ap óstol más, sino como el apóstol de los apóstole s. Así la consideró San Hipólito, uno de los primeros comentaristas cristianos. Bruno de Asti, abad de Montecasino, ve en María Magdalena el símbolo de la Iglesia de los gentiles. También l a Iglesia oriental, desde el principio, consideró a María Magdale na como el primero de los apóstoles y la veneraba como santa. Por eso, l a tradición de la Iglesia la ha llamado en Oriente isapóstolo s (igual que un apóstol) y en Occidente apostola apostolorum (apóstol de apóstoles).

Pero el papel masculino de entonces aún seguía en auge y en el Siglo III d.C. se afirmó el liderazgo primordial de Pedro y de los apóstoles masculinos, a los que se adjudicó categoría ex clusiva de apóstoles y desde ahí se creó la sucesión apostólica, sólo masculina, que continúa hasta el d&iacu te;a de hoy con los obispos.

Teóricamente la Iglesia nunca negó que María Magda lena fue la enviada por Jesucristo para dar la buena nueva de la Resurrección a los apóstoles varones. Sin embargo esa distinción fue dil uyéndose y relegándose a algo simbólico y carente de poder . Más aún: a partir del siglo IV, cuando el cristianismo deja de ser perseguido y sale de la oscuridad de las catacumbas para convertirse en la religión del Imperio Romano por medio del emperador Constantino, la supl antación adquiere mayor relevancia.

Para arrebatarle a María Magdalena su papel original como uno de los pilares en la fundación de la nueva religión, se la conviert e en la pecadora arrepentida, en la ex prostituta a la que Jesús perdonó sus pecados de sexo y de la que había arrojado siete demonios im puros, y le adjudicó el dudoso honor de ser la patrona de las p rostitutas.

Así fue como la Iglesia, en los primeros siglos del cristianismo , rebajó y humilló la importancia decisiva de María Magdal ena. La estuvo considerando así en la liturgia de su festividad, el 22 d e julio de cada año, hasta hace pocos años, cuando el Concilio Va ticano II le devolvió su verdadera identidad. Desde entonces se cambiaro n los textos litúrgicos anteriores, reemplazándolos por

los del Evangelio de Ju an, en los que María Magdalena aparece no ya como ex prostituta, que nun ca lo fue, sino como el primer testigo ocular de la Resurrección de Jesús y la primera anunciadora de tal prodigio a los demás apó stoles.

Y en el 305, en el Concilio de Elvira celebrado en Granada, se exige a todos los que ejercían funciones sacerdotales abstenerse de sus mujeres so pena de perder el cargo. Y en el año 352, en el Concilio de Laodicea, se prohibió a las mujeres ejercer como sacerdotes. Por fin en el año 401, durante el quinto Concilio de Cartago al que asistió San Agust ín, se decretó que los clérigos debían separarse d e sus mujeres definitivamente o serían apartados de la religión.

A la mujer se la fue separando paulatinamente del servicio en el altar, a pesar de que en los primeros años del cristianismo había colab orado sirviendo en las celebraciones eucarísticas (Romanos 16:1 y Colose nses 4:15) y en expandir el mensaje de Jesús. Y así, a María Magdalena le fue arrebatado su puesto en el cristianismo primitivo, haciendo valer por encima de todo la labor de aquellos hombres que junto a ella habían sido discípulos del Maestro.

 

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