- Introducción
- La Plasmación del Mito
- El Entramado de la Búsqueda
- El Grial en Nuestra época
- Imágenes
- Bibliografía Básica
Introducción
Identificado dentro de la iconografía cristiana con la imagen del cáliz, el Santo Grial es la copa que contiene la sangre de Cristo. Idea doblemente reforzada si tenemos en cuenta que se empleó primero como cáliz en la última cena, pero poco después también como recipiente en el que José de Arimatea recogiera la sangre del Cristo crucificado. Por otra parte, como matriz de la vida, el Grial simboliza el receptáculo donde tiene lugar la transfiguración personal. La tradición relata su venida a Europa, dando lugar en el medioevo a ciclos literario sobre el rey Arturo y la caballería andante, y ubicándolo en el legendario Muntsalvach, asociada a veces con Avalon -transposición mitológica del mismo Glastonbury- y otras con la fortaleza cátara de Montségur, en Languedoc, o bien incluso con Montserrat, en España.
La tradición judeocristiana, como remanente del legado crístico, se inserta dentro de la cultura esotérica de occidente, completando los componentes helenísticos y herméticos que la precedieron. En paralelo a la iglesia creada por el apóstol Pedro, y definida poco después por Pablo, surge otra derivación, la del grial, con tintes más legendarios e imprecisos. No se constituye como cuerpo de fe de ninguna confesión religiosa, ni se legitima por su veracidad histórica tampoco. Aunque degenera en mitología, su importancia estriba justamente en eso, en la potencia del mito. Su simbolismo nos transporta a otros mundos, o a otros planos de conciencia, despertando nuestros arquetipos colectivos más profundos.
Lo Eterno, una vez despertada la necesidad espiritual, se convierte en la meta de todo Iniciado que se plantea su lugar en el mundo. El Grial simboliza esa aspiración a la plenitud interior, a la autorrealización personal en la unión con lo divino, y su Búsqueda, como biografía del alma misma, ilustra el laberinto de ese tránsito. De esa escapada hacia delante que sobreviene al héroe o iniciado y en la que se ve irremisiblemente envuelto. Este pensamiento surge en un momento en que el ideal caballeresco se emancipa del ascetismo clerical, pero no sin dejar de apropiarse de cierto tipo de misticismo latente.
El héroe, lanzado hacia lo desconocido, rompe continuamente con su pasado. Su aventura sin embargo no debe concebirse como una cadena casual de fenómenos extraños, sino como algo vital y reconocible en su experiencia más íntima. Como una prueba diferida en el tiempo, gradual y selectiva, a través de la cual se perfecciona. Es un camino de salvación en definitiva que culmina con su transfiguración personal, pues el héroe está conminado -una vez que ha sido llamado y pese a sus errores- a cumplirla.
Esta búsqueda es el tema dominante de gran parte de los relatos medievales sobre la caballería andante. Adopta sin embargo los elementos básicos de la mitología universal, puesto que lo encontramos como símbolo recurrente en distintos ámbitos culturales. Para los griegos por ejemplo, dentro de los misterios órficos, existía una vasija en la que se cocinaba el alma del mundo, de tal manera que cuando se bebía de ella, el alma se veía arrastrada hacia un nuevo cuerpo. Entre los celtas, el Caldero de la Abundancia reportaba similares propiedades. En su infierno, el Annwn, existía un recipiente en el que los difuntos sumergían la cabeza para recuperar la vida. Como podrá observarse, la idea que subyace es la de paso, la de tránsito.
De hecho, en los misterios de Eleusis, nuevamente en Grecia, era incorporado como una fase del proceso de iniciación. El recipiente contenía la bebida sagrada y, al tomarla, se entraba en trance, es decir, el neófito pasaba a otro mundo. Desde un plano de existencia en que el alma se encontraba separada de su esencia, hacia otra esfera superior -considerada entonces edénica- en la que encontraba su plenitud. Comportaba así la búsqueda del conocimiento y de la verdad, pero también y especialmente en un contexto cristiano, la búsqueda del Paraíso.
Al margen de sus antecedentes, sus influencias son múltiples. En el simbolismo del grial podemos encontrar fácilmente restos de otras tradiciones. Un marcado acento que proviene de la mitología celta, ligado especialmente al ciclo artúrico, salta a primera vista, pero también muestra elementos alquímicos y árabes o, mejor dicho, sufíes entre otros. Identificado dentro de la iconografía cristiana con la imagen del cáliz, el Santo Grial es la copa que contiene la sangre de Cristo. Idea doblemente reforzada si tenemos en cuenta que sirvió primero como cáliz de la última cena, pero poco después también como recipiente en el que José de Arimatea recogiera la sangre del Cristo crucificado.
La Plasmación del Mito
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