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Lucro y patriotismo en la prensa de los Estados Unidos (2003)

Enviado por Leonardo Ferreira

Partes: 1, 2

    1. Concentración de los medios
    2. ¿Una fusión ilegal?
    3. Autoritarismo de la seguridad nacional
    4. Censura o autocensura
    5. El tratamiento
    6. El defensor del lector
    7. Fiebre que no cede
    8. Tras una pronta mejoría

    ¿Qué hacer en los Estados Unidos con unos medios de comunicación afectados por el bacilo del lucro y el virus del patriotismo? Para completar, los atacó de nuevo el mal de la falta de ética. Y no es solo el New York Times el infectado (con su caso Jayson Blair), también los son diarios con la reputación del Boston Globe, o sin ella, como el Salt Lake Tribune del enigmático país Mormón. Un foro de 31 editores, organizado por la American Society of Newspaper Editors (ASNE) y el American Press Institute (API), admitió hace poco que los abusos en la práctica del periodismo ocurren a nivel nacional. Sin duda, las presiones y las ambiciones económicas y de poder están tendiendo trampas letales a reporteros y editores en éste y otros países.

    Redactemos nuevos criterios de ética, formulan los editores, y por ende, implementemos nuevos conceptos de liderazgo y de manejo editorial, nuevas formas de entrenamiento de los reporteros, y nuevas reglas de exactitud, corrección y uso de fuentes anónimas. En síntesis, hagamos bien lo que se supone todo medio debe hacer bien en una sala de redacción: comunicarse con su público y sus empleados.

    Pero el problema de la incomunicación no es nuevo, en especial con la audiencia. Desde la Guerra de Vietnam y los escándalos My Lai (1969), Pentagon Papers (1971) y Watergate (1972), la población estadounidense asocia la crisis económica e imagen del país con la prensa. Jonathan Z. Larsen, editor de revistas a nivel nacional, cree que el reportero carga desde entonces con ese estigma del personaje sin contacto con la gente, con ese complejo de ser miembro de esa élite excesivamente liberal, establecida en New York o Washington, según publicó la Columbia Journalism Review, en su edición de noviembre/diciembre del 2001.

    Aunque el supuesto "liberal bias" o inclinación liberal de los medios es un mito, Larsen acierta al señalar que esta percepción contribuyó a revivir el conservatismo político que puso a Ronald Reagan, su vicepresidente, y el hijo mayor de éste último en la Oficina Oval. Para no ir más lejos, las dos presidencias de Bill Clinton tampoco representaron una ruptura visible con el modus vivendi y la ortodoxia del neoliberalismo de la era republicana en los años 80.

    Concentración de los medios

    Obsesionado con el éxito personal y farandulesco, y con hacerse rico en poco tiempo, el consumidor norteamericano, distanciado de la política, comenzó a favorecer el proceso de una rápida concentración de los medios a finales de los años setenta. Acto seguido, los Donald Trumps y las Farrah Fawcetts dominaron la agenda noticiosa. Como bien explica Larsen, la industria de la prensa volvió a ser un gran negocio, atractivo para los inversionistas de Wall Street, pero preocupante para la salud estructural y substancial del periodismo.

    Familias propietarias de periódicos como Los Angeles Times, The New York Times y The Washington Post sintieron la presión de la Bolsa. Peor aún fue el acoso para las compañias públicas ajenas a la dinámica de las empresas de familia. Los profesionales de la gerencia comenzaron a llegar, y con ellos los consultores de mercadeo y los contadores que poco entendían de valores periodísticos. Con el desmonte jurídico, primero en las telecomunicaciones y luego en la radiodifusión, los medios electrónicos pasaron al control de grandes conglomerados con el visto bueno del gobierno Reagan y sus herederos presidenciales. Periodistas de renombre empezaron a quejarse. Dan Rather, por ejemplo, criticó en las páginas del New York Times el despido masivo de reporteros por los nuevos mercaderes de los medios – "para que los accionistas tengan aún más dinero en sus bolsillos," dijo Rather. "En cierta forma," escribió Howard Kurtz, conocido columnista de los medios del Washington Post, "fuimos nosotros, [los propios periodistas], los arquitectos de esta desgracia, sacrificando nuestra credibilidad por un desorientado concepto de lo que era vender. Bajarle el nivel al producto no hizo nada por frenar la ola de cierres en los periódicos" (en Larsen). A la hiper-comercialización de los 80 y la oportunidad de globalizar, les siguió el terrorismo. La edición Chasqui No. 76, por ejemplo, describe cómo después de Septiembre 11, los Estados Unidos y su prensa cayeron enfermos de nacionalismo, autocensura e intimidación del gobierno. Quizás el peor síntoma fue el pavor a ofender y perder dinero.

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