La ilusión por el cambio o el futuro político de unión, progreso y democracia (UPYD)
Enviado por Dr. José Cantón Rodríguez
La ilusión por el cambio o el futuro político de Unión, Progreso y Democracia (UPyD)
Con ocasión del éxito electoral de un nuevo partido –Unión Progreso y Democracia1- en las elecciones legislativas del 9 de marzo del 2008 -liderado por Rosa Díez, Fernando Savater, Aurelio Arteta y Mikel Buesa entre los más conocidos, uno se pregunta por la naturaleza o la inclinación ideológica de esta nueva formación. O, dicho de otro modo, si esta nueva corriente de opinión con vocación de cristalizar en un partido político de ámbito estatal está inclinada a la derecha o a la izquierda, ya que por momentos y asuntos es sospechosa y objeto de desdén –cuando no de insultos y agresiones físicas y verbales- tanto por unos como por otros. Y, sobre todo, porque los únicos medios de comunicación que han apoyado, extendido y amplificado la voz y la imagen de Rosa Díez y la nueva formación política han sido Telemadrid, la Cope, El Mundo y ABC, unos medios claramente inclinados a la derecha en asuntos puntuales, cuando no a socavar la credibilidad y la acción de gobierno del Partido Socialista en el gobierno. Con la cuestión casi monográfica del terrorismo desde las vivencias y el desarrollo atípico de la vida cotidiana en el País Vasco y su amplificación por los referidos medios, el nuevo partido ha logrado colarse en el escenario de la política estatal. Queda pendiente su consolidación en el medio y el largo plazo temporal.
Ante el uso de estos medios de comunicación habría que preguntarse: ¿Cabría identificar el mensaje con el mensajero, el continente con el contenido? Así es, en la medida en que la cultura política tradicional española está orientada preferentemente por la creencia, la obediencia, las fidelidades, por las apariencias, por el folclore, por la fuerza de la imagen y la publicidad que han venido conformando y conforman nuestras filias y fobias, nuestras adhesiones a los tópicos, prejuicios, simpatías y a nuestras vinculaciones afectivas o emocionales que se han ido sedimentando en el curso del tiempo en nuestra memoria. Si no fuera así, con toda seguridad hoy no tendríamos en España una Monarquía parlamentaria, sustentada en una comunidad política de pertenencia tan artificial y endeble que solo es capaz de sobrevivir por las mismas técnicas generales con las que aparecen y se mantienen las tiranías, las monarquías o dictaduras pasadas o vigentes. Entre estas técnicas figura en primer lugar el desprestigio de la actividad pública, de la política como vocación y dedicación. El público bienpensante y la gente de bien presumen de ser apolítica. Cuando alguien quiere explicitar o aclarar cualquier asunto y relacionar su razón instrumental con los fines, objetivos o valores que pudiera representar un objeto o iniciativa se le reprochará de querer politizarlo. Politizar en el lenguaje y significación popular y periodístico será sinónimo de complicar, degradar, frustrar, enredar o ensuciar. No meterse en política vendrá a significar algo así como a "no meterse en complicaciones". Sin embargo, quien haya militado en un partido político o en un sindicato posiblemente vendrá a considerar que ese estado de percepción u opinión tiene algo de verdadero, sobre todo si se contestan o no se siguen fielmente las directrices o consignas emitidas por los cuadros superiores, aún en las organizaciones tenidas por democráticas.
Esa fue la principal consigna y la educación política del franquismo cuyos servidores del Estado que, siguiendo la tradición política española, venían comportándose de hecho como los amos del Estado designando incluso a sus herederos en las instituciones públicas, prácticas que aún están presentes en el mundo hasta en los estados formalmente republicanos. Esta es una ideología heredada de las monarquías y las dictaduras cuyos titulares se proclaman a sí mismos los primeros servidores del Estado, pero dispuestos a cualquier cosa con tal de conservar la capacidad de servir. El patrimonialismo de las instituciones públicas será algo común a las creencias y a las ideologías monárquicas2 como antecedentes históricos y epistemológicos de las tiranías, las dictaduras, los señores de la guerra o el recurso al terrorismo de nuestro tiempo. Por ello nada sería tan normal en España que a una Dictadura siguiera una Monarquía, aunque corregida o anulada operativa y jurídicamente por el parlamentarismo. Hoy, la corrupción, el abuso, la arbitrariedad y el sentimiento de injusticia desarrollados en los ámbitos de la función pública, incluidos los sindicales y en las grandes corporaciones vienen a reforzar el punto de vista de un cierto desprestigio de la política. Y ello ocurre en los estados tenidos por los más progresistas y democráticos. En el resto de los países o en territorios limitados, además, dedicarse a la política constituye una actividad peligrosa y de alto riesgo que llega a poner en peligro la propia vida.
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