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Rosa la que llaman Rosalinda

Enviado por Francisco Tovar


    "Rosa" la que llaman "Rosalinda" – Monografias.com

    "Rosa" la que llaman "Rosalinda"

    L E Y E N D A

    Adaptación hecha por Francisco Tovar (TAFS), del poema original

    "Rosalinda", del poeta Ernesto Luis Rodríguez.

    LEYENDA "ROSA LA QUE LLAMAN ROSALINDA"

    Venía cabalgando Juan Antonio, luego de una de sus tantas correrías por esa inmensa y sin ley llanura, y cuando ya la insinuante tarde, se disponía a entregarse tiernamente en los brazos de la romántica noche; llegó a los predios de la hacienda "los palmares" , deslumbrándosele los ojos, al divisar cerca del jagüey, a una mulata piel canela de exuberante belleza; que con parsimonia se mecía, en un columpio hecho de bejucos; y al apearse de su alazán tostado, saluda a Emeterio, uno de los peones de la hacienda, que cerca del sitio, terminaba su faena del día:

    JUAN ANTONIO.- Buenas talde camarita ¿Cómo me le va?

    EMETERIO.- ¡Buenas talde Jua Nantonio!

    Le responde Emeterio, sorprendido por la presencia de su amigo, ya que tenía mucho tiempo sin verlo por esos lados.

    EMETERIO.- ¡Yos toy bien! ¿Y a ti cómo ti aido? ¡Tabas peldío pu

    esos llanos cará!

    JUAN ANTONIO.- ¡Mi aído bien! ¡Gracia ja Dio!

    DICE JUAN ANTONIO, SIN DEJAR DE VER EN LA DIRECCIÓN, EN LA CUAL ROSA SEGUÍA COLUMPIÁNDOSE CON PARQUEDAD, APARENTEMENTE AISLADA DEL MUNDO.

    JUAN ANTONIO.- ¡Mire camarita! ¿Quié ne jesa muchacha tan bella ques toy aguaitandu ahí?

    Respondiéndole Emeterio, con mucha extrañeza.

    EMETERIO.- ¡A pue compai! ¿Se me va jacel musiú ahora? ¡No me venga decí qui usté no la conoce! ¡Sie ses Rosa!, la flol más bella que vive pu éstos contolno ¡La hije Don Nicasio!, el dueñu e tuiti cuesto qui usté pue ve con su sojo.

    Juan Antonio, como hipnotizado por la hermosura que irradiaba rosa, le dice a su amigo:

    JUAN ANTONIO.- ¡Aaaah Roosa! ¡Pero que Rosa tan linda!, he oídu hablá mucho de lla, pero no la conozco pelsonalmente ¡Pol qué no me la presenta camarita? ¡Como cosa suya digo!

    Emeterio, muy agradado de servir a su amigo, le dice complaciente:

    EMETERIO.- ¡Aah bueno compa como no! ¡No faltaba má!… ¡Vamos pa ya pue!

    Dirigiéndose ambos hacia el lugar en donde se encontraba la muchacha, diciéndose cosas susurrantes al oído, como preparándose para el encuentro con ella; y al llegar a la presencia de ésta, Emeterio le dice con humildad, luego de haberse quitado ambos el sombrero:

    EMETERIO.- Buenas talde mi niña.

    Rosa, quien había reparado en Juan Antonio, desde que lo sintió llegar cabalgando en su alazán tostado, y habiendo quedada muy impresionada y atraída por la buena estampa y galanura de él; le responde a Emeterio, sin quitarle la vista de encima al desconocido:

    ROSA.- ¡Buenas talde Meterio! ¿Qué se ti ofrece?

    Emeterio, con la misma humildad, e incomodado por el cruce de miradas entre los jóvenes; dice, para retirarse luego rápidamente, sin esperar el agradecimiento:

    EMETERIO.- Quiero presentales te mozo, ques tá muin teresau en conocela ¡Co nel pelmiso!

    Rosa, con un dejo de coquetería, y desviando un poco la mirada hacia donde se alejaba Emeterio, alarga su estilizado brazo, y dice:

    ROSA.- ¡Mucho gusto! Rosa.

    Juan Antonio, dándose cuenta de la reciprocidad de la atracción, y sintiéndose, por la cercanía de la muchacha; aún más perturbado y atraído por su belleza y el candor que despedía ella; entra en plan de conquistador ¡y sin querer perder el tiempo!, le dice, engolosinado:

    JUAN ANTONIO.- ¡Pero que Rosa tan linda! ¡Mucho guusto! ¡Jua Nantonio

    Viedo! ¡Pa selvila con placel!

    Rosa, al oír el nombre del recién llegado, dibuja una extraña mueca en su rostro, y dice, preguntando y a la vez muy sorprendida:

    ROSA.- ¡Jua Nantonio Viedo? ¡Juugh! ¡Usté ju nombre muy Mentao pol tu esos lare! ¡Borracho, jugadoli mujeriego!

    Juan Antonio, a pesar de haber sido puesto en evidencia, y de haberse sentido descubierto, le siguió diciendo con aplomo, no queriendo perder el terreno ganado:

    JUAN ANTONIO.- ¡Sí es veldá!, pero po runa Rosa tan linda comús te, soy capá je cambiá pa siempre… ¡Pero cómu e jeso posible

    Dios mío? ¡Que la cosa ma jelmosa quian llegau a ve mi sojo! ¡No laigan podío difrutá por mucho más tiempo!…

    ¡Mire mi Rosalinda! ¡Lo que sientu e neste momento no lo pueo describí! ¡Toy ta nemocionau y ta nimpresionao con tanta belleza! Que se me tran quel gañoote, pes plicale lo

    que mes ta pasando co nusté ¡Y sólo pueo decí! ¡Las mismas palabras que siu tilizan pa lo casión! ¡Toy enamorau di usté! ¡Y quiero matrimoniame ya!

    Rosa, muy emocionada y perturbada, sintiendo que el corazón, al latirle desmesuradamente quería salírsele de su seno, debido a las palabras de Juan Antonio y la manera de éste decirlas, le responde:

    ROSA.- ¡Ta bueno!, polqui usté también me gusta bastante ¡Pero tiene que prometeme que va cambié vida!

    Juan Antonio, sintiendo que ya tenía la leña segura, por tener el burro amarrado; le responde con seguridad:

    JUAN ANTONIO.- ¡Ta prometío mi Rosalinda! ¡Comus te diga! ¡Usté mandí yo bedezco! ¡Ya le dije ques toy pa selvila con placel!

    Rosa, aún más conturbada; le dice con nerviosismo:

    ROSA.- ¡Bueno!, pero tiene quia bla con mi taita primero, pa ve sis ta di acueldo… ¡Mírelo!, ahís ta blando con mamá.

    Juan Antonio, mirando hacia el sitio que le señalaba rosa, le dice, en un tono de superioridad y jactanciosamente:

    JUAN ANTONIO.- ¡Pa luego es talde mi Rosalinda!

    E inmediatamente, se dirige hacia el lugar en el que don Nicasio, conversaba con doña dolores, su mujer; quien de una manera acompasada, pilaba un maíz para las arepas del día siguiente. Rosa lo contemplaba, sintiéndose interiormente como una princesa, a quien su príncipe azul había venido a buscar, temiendo estar soñando y despertar repentinamente, esfumándosele así, su propio y excitante cuento de hadas. Juan Antonio, al llegar delante de los padres de rosa, dice con humildad:

    JUAN ANTONIO.- Buenas talde mi Don.

    DON NICASIO.- Buenas talde.

    Le responde don Nicasio, secamente y con indiferencia. Y vuelve a decir Juan Antonio, dirigiéndose a doña dolores, mucho más amable y con una sonrisa en flor:

    JUAN ANTONIO.- Buenas talde mi Doña.

    DOÑA DOLORES.- Buenas talde joven.

    Le responde doña dolores, en un tono complaciente, y agradada por la buena estampa del desconocido. Y dice Juan Antonio, con garbo:

    JUAN ANTONIO.- ¡Mi nombré Jua Nantonio Viedo!, y vengu a pedile la manu e sui ja ¡Y su consentimiento!, pa matrimoniame co nelli conveltime nu nombre bien.

    Don Nicasio, que no lo conocía, pero que había oído de su fama; le responde, muy alterado y en un tono golpeante y menospreciante:

    DON NICASIO.- ¡A sute canijo! ¡Quién cipote justé? ¡Que ni lo conozco ni sé quié ne! ¡Pa que me venga coltejá mi tesoro más preciao ¡Y mucho menu a matrimoniase co nella! ¡Y si e jel mismo qui oído menta po rahi! ¡Menos que meno!… ¡Si co nesa vino! ¡Co nesa misma se pu di! ¡Polque mija nu es pusté!

    Juan Antonio, sintiéndose humillado y menospreciado por don Nicasio, le dice, en un extraño y pausado tono de voz, y brillándole los ojos misteriosamente:

    JUAN ANTONIO.- ¡Ta bien mi Don! ¡Si asina lo quieri usté!

    Y dándole la espalda; Juan Antonio se dirige nuevamente hacia el sitio, en donde rosa, quien había estado muy atenta a la reunión; seguía columpiándose, haciéndose la distraída; y al llegar a ella, le dice con firme voz:

    JUAN ANTONIO.- ¡Vamonó mi Rosalinda! ¡Qui usté va se mi muje!

    Y sin darle tiempo a la muchacha para que dijera o hiciera algo, la alzó entre sus brazos, cargándola cual bebé recién nacido; y se dirigió al sitio, en donde tranquilamente pastaba su alazán tostado. Rosa, quien estaba paralizada por la indecisión, no se resistía, ya que si bien por un lado, temía a las reacciones de sus familiares, por el otro, lo que le estaba sucediendo le gustaba hasta el éxtasis, y la envolvía en una voluptuosa atmósfera, cuya vorágine pasional la abstraía del mundo y la turbaba sobre manera. Juan antonio, sentó a rosa en la grupa de su caballo, y después de cabalgarlo él, lo espoleó con firmeza, para perderse luego ¡ante los atónitos ojos de los que presenciaban la escena! ; a galope tendido entre la agreste y sin ley llanura, que en combinación con sus peculiares sonidos nopturnos y el bello y oscuro manto que la estaba cubriendo completamente; despedía un hermoso y estimulante halo de romanticismo, el cual invitaba a amarse sin cesar…

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    Algún tiempo después, y estando ya todo calmado entre Juan Antonio, Rosa y su familia; "los palmares" se vistieron de fiesta y estaban bellamente engalanados; debido a que don Nicasio y doña Dolores, celebraban sus bodas de plata.

    El caney estaba hermoso, unos bailaban joropo al compás del arpa, del cuatro y las maracas; otros repartían las cartas y otros topaban los dados. Juan Antonio, quien había venido a la fiesta acompañado de rosa, su mujer; no bailaba con ninguna otra que no fuese ella, ni participaba en ninguno de los juegos por la palabra empeñada a su rosa; quien, después de haberse convertido por completo en una mujer, se había hecho aún más deseable a los ojos de los hombres ¡y esa noche era! ¡Para ellos! Suplicio martirizante y para las mujeres motivo de envidias y celos ¡no sólo por su exuberante belleza y elegancia! ¡Sino también por su marido! Quien destacaba entre los demás hombres, por su porte y galanura, vestido con su liqui-liqui beige, su tupido pelo de guama, su multicolor cobija echada al hombro y debajo del brazo su curado y brillante araguaney; provocando también la envidia a sus congéneres ¡más que todo! Por su hermosa y excitante mujer… A la fiesta, también había asistido el indio Juancho, hombre corpulento y de recia envergadura, quien había sido pretendiente de rosa, habiéndola cortejado muy seriamente, y que al enterarse de lo hecho por Juan Antonio ¡quien prácticamente le quito el bocado de la boca! Le cobró más odio del que ya le tenía, puesto que como jugadores al fin, ya se conocían desde hacía mucho tiempo atrás; y en esas lides, el marido de rosa siempre lo había aventajado… ¡y en pleno apogeo de la fiesta! El indio Juancho, habiéndose vaciado ya varias botellas de aguardiente claro; con sus dedos pulgares incrustados en el grueso cinturón que le sostenía los tejanos; se fue acercando lentamente y con chocante caminar, hasta donde se encontraba Juan Antonio con su rosa, esperando para bailar la siguiente pieza musical; y al llegar hasta ellos, se les planta al frente en actitud retadora, y comienza a decir de manera humillante, creando una atmósfera de expectante tensión en el ambiente:

    INDIO JUANCHO.- ¡Qué le pasal famoso Jua Nantonio Viedo, que no quiere topá hoy? ¡Será ques ta gobelnao pol la mujé, y ella no le da pelmiso? ¡Hombren justanao nu e jombre! ¡JA JA JA…

    Echándose a reír sarcásticamente el indio Juancho. Y Juan Antonio, herido en su orgullo, con los ojos chispeantes por la furia; lanza una rápida mirada a su mujer, como pidiéndole permiso; y ésta, sintiendo en su ser, como que si fuese sido a ella la humillación hecha a su marido; asiente con la cabeza, autorizándolo a jugar ¡no sin antes! Haberle lanzado una mirada de odio al indio Juancho; y Juan Antonio, saliéndose del caney, le dice a éste, con altanero grito:

    JUAN ANTONIO.- ¡DEME DAOS! ¡TOPO Y JUEGO!…

    Y entre topada y topada, como cumpliéndose el famoso dicho aquel, de que, "el que es afortunado en el amor, es desafortunado en el juego" ; el indio Juancho fue despojando a Juan Antonio de todo su dinero, de su cobija y de su sombrero; y cuando le ganó a éste, hasta el curado garrote que cargaba bajo el brazo; le dice sarcásticamente y con una chocante sonrisa en flor:

    INDIO JUANCHO.- ¡Bueno camarita! ¡Usté lo peldió to! ¡Asina que recoju y me levantu y me voy echu na bailaíta! ¡Y si es con su mujé! ¡Mucho mejol! ¡JA JA JA …

    Echándose a reír con sarcasmo nuevamente el indio Juancho, mientras se le ve la intención de retirarse hacia el caney. Juan Antonio, haciendo un supremo esfuerzo de voluntad; sigue resistiéndose a golpear a su adversario, ya que le había jurado a su rosa, solemnemente y ante dios; jamás rebajarse nuevamente ante ningún hombre, al golpearlo por cualquier motivo; y apretando los puños con impotencia, lanza un suspiro, para luego, con la esperanza del que se niega a morir, mirando a rosa extrañamente y no habiendo dado el indio Juancho tres pasos hacia en caney; tomar a éste por un hombro, darle la vuelta y decirle con furia:

    JUAN ANTONIO.- ¡YO SIGO TOPANDO INDIO! ¡ECHE PA CA LOS DAOS!

    El indio Juancho, con el mismo sarcasmo anterior, y dibujando una sardónica sonrisa en flor, le responde burlonamente, para luego soltar la carcajada nuevamente:

    INDIO JUANCHO.- ¡Pero bueno cámara! ¡Si usté no tiene na qui apostá!, ya yo se lo gané to ¡Póngasi a bailá tranquilo!, quio tro día será ¡A meno que vaya postá los calzone! ¡JA JA JA…

    Juan Antonio, muy indignado; acalla la hilaridad del indio Juancho y la de los presentes ¡no sin antes! Haberse disculpado de su rosa, con una mirada y un gesto de su rostro; al poner en juego ¡a la extraña usanza de la sin ley llanura! En la que la palabra de un hombre es tan ¡o más valedera! Que cualquier documento; algo que nadie esperaba, él lo fuese a arriesgar de esa manera; gritando con firme voz:

    JUAN ANTONIO.- ¡DEME DAOS PA TOPÁ LE DIGO! ¡QUE YO SI TENGO QUIA POSTÁ INDIO! ¡A MI MUJÉ!

    Al indio Juancho, muy sorprendido, al igual que el resto de los presentes; le brillaron los ojos de codicia y felicidad, deleitándose mentalmente con placer, por el premio a conseguir. Mientras el murmullo rumoreante, con la impetuosidad de un río crecido; llegaba a todos los rincones de la hacienda, enterando a todos de lo que se estaba apostando. ¡Dejó de sonar la música! ¡Las parejas se asombraron! ¡No se repartió más cartas! ¡Todos los dados callaron! ¡El silencio podía oírse! ¡Los sapitos y los grillos le hacían la instrumentación!… ¡la gente! Aglomerada alrededor del indio Juancho y de rosa y su marido; había creado una tensa atmósfera, la cual se podía cortar con el filo de un machete ¡y cuando vieron que Juan Antonio levantaba su brazo derecho con los dados empuñados! ¡Todos trancaron la respiración! Previo suspiro de expectante temor; ¡y éste! Mirando fijamente y con fiereza, a los ojos del indio Juancho ¡lanza un atronante grito! :

    JUAN ANTONIO.- ¡TOPU Y JUEGO! ¡TODO NADA! ¡VOY JUGANDO A ROSALINDA!

    ¡Y al lanzarlos! Chocando entre ellos en el suelo con cascabelear sonido, el cual interrumpió al inquietante silencio, que amorosamente abrazaba a la distendida, singular y hermosa noche; los dados le devolvieron a Juan Antonio su araguaney, su sombrero, su cobija y su dinero ¡y también a su mujer! Y la fiesta, continuó…

    F I N

     

     

    Autor:

    Francisco Tovar (TAFS)

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    ESTADO ARAGUA

    VENEZUELA

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    TOVAR ALAYÓN FRANCISCO SIMÓN (TAFS)

    Maracay, 24 de octubre de 1996