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Memoria final

Enviado por augustobatista


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    Memoria final

    Controversia sobre el Concepto de Racionalidad Organizacional en la Racionalidad Burocrática y en la Racionalidad Relativa de Michel Crozier

    1. Resumen
    2. Contextos Históricos
    3. Referencias Teóricas
    4. Análisis Comparativo
    5. Bibliografía

    Resumen En la controversia sobre el concepto de racionalidad organizacional ( centrado en los conceptos de organización y poder ) en la racionalidad burocràtica y en la racionalidad relativa de Michel Crozier, hay diferencias entre una y otra racionalidad, en lo que se refiere a la organización, a la forma de considerar el funcionamiento de una organización, en la cuestión de la integración de las conductas de los individuos en la organizaciòn, como tambièn, en la visiòn del poder y finalmente en la cuestión de el poder o los poderes emanados de la organización.

    Introducción

    Esta memoria tiene por objeto las formas con que se entienden los conceptos de organización y de poder según la racionalidad burocrática y la racionalidad relativa de Michel Crozier. El objetivo que me planteo en ella es evidenciar similitudes y diferencias entre ambas concepcionesl

    El orden a cumplir el mencionado objetivo, el trabajo comprende tres capítulos. El primero analiza las características de la modernidad y, en su seno, de la racionalidad en Europa occidental, desde la llamada etapa renacentista hasta el siglo XIX. Sobre este telón de fondo, se presenta la visión weberiana del proceso de modernización del mundo occidental y el contexto histórico en el cual surgió y se desarrolló lo que Crozier llama "análisis organizacional".

    En el segundo capítulo, se exponen las referencias teóricas de la racionalidad burocrática y de la racionalidad relativa de Crozier en lo que hace a los conceptos de organización y poder.

    El tercer capítulo recoge un análisis comparativo entre una y otra racionalidad con relación a las visiones que sustentan cada una acerca de la organización y el poder.

    Por último, se exponen las conclusiones de todo el trabajo, que ha consistido en una lectura crítica y comparativa de la producción pertinente de Max Weber y de Michel Crozier, asistida por la consideración de algunas entre sus mejores comentaristas. De estas fuentes se da cuenta en la Bibliografía.

    Capítulo I Contextos Históricos Modernidad y racionalidad en Europa Occidental

    El lapso entre 1715 y la Revolución Francesa en el siglo XVIII ha recibido varios nombres, que intentan resumir el espíritu de la época: Siglo de las Luces, Edad de la Razón. En esta etapa histórica se produjo un amplio y radical proceso de renovación intelectual y transformación de las mentalidades que, partiendo de Europa occidental, determinó el desarrollo de la historia posterior de los demás continentes incluido entre ellos América Latina. En los orígenes del movimiento de la Ilustración hay que situar una actitud de duda ante las certezas tradicionales y el valor primordial atribuido a la razón, considerada como único criterio de juicio: una razón que pretende someter toda la realidad a su propia matriz, sin limitaciones ni prejuicios. De este ilimitado despliegue de la razón crítica brotó la gran floración de la cultura ilustrada, producto y consecuencia de un largo proceso de transformación de la conciencia europea, que alcanzó los más diversos campos del saber y fue acompañada —y condicionada, a su vez— por una transformación no menos radical de las estructuras sociales y económicas. Si la actitud más característica de la Ilustración fue la crítica de las tradiciones y de la autoridad en nombre de la pura razón humana y de su capacidad para explicar toda la realidad, sin necesidad de recurrir a mitos, leyendas ni supersticiones, ello fue sin duda resultado de una larga preparación: sus orígenes se remontan al pensamiento filosófico, científico del siglo XVII, si no ya a la llamada etapa renacentista. Con respecto a esta importante etapa de la historia europea Ernesto Sábato dice:En suma, si por Renacimiento consideramos no el mero, estrecho y falso concepto de los humanistas sino el comienzo de los tiempos modernos, hay que tomarlo como el despertar del hombre profano pero en un mundo profundamente transformado por lo gótico y lo cristiano. Como una civilización que simultáneamente produce palacios en estilo antiguo y catedrales góticas, pequeños burgueses anticlericales como Valla y espíritus religiosos como Miguel Ángel, literatura realista y satírica como Boccaccio y un vasto drama cristiano como La Divina Comedia. En el Renacimiento se inician los tiempos modernos. Es el abrir de ojos del hombre irrespetuoso de lo sagrado pero en un mundo donde lo gótico y lo cristiano dejaron una honda huella en la historia europea. El mismo como parte importante de la historia europea, y particularmente italiana, estuvo pautado por una diversidad de propuestas arquitectónicas (palacios en estilo antiguo y catedrales góticas) y literarias (la literatura realista y satírica como Boccaccio y un profundo drama cristiano como La Divina Comedia). En otras palabras, el Renacimiento fue un complejo jardín en el cual convivieron contradictoriamente flores profanas con aquellas de origen cristiano. A su vez, en la Europa del siglo XVII se manifestaron adelantos científicos (el francés Descartes, el italiano Galileo, el holandés Huygens y el inglés Newton) e importantes creaciones artísticas en sus diferentes ramas. En la Europa del siglo XVII el filósofo Descartes es el que plantea que en el conocimiento no son las sensaciones, sino la razón la que desempeña el papel principal. Por consiguiente es partidario del racionalismo, doctrina que sostiene la primacía de la razón en el proceso cognoscitivo, la independencia de la razón respecto de las percepciones sensoriales. El filósofo francés reserva un lugar excepcional a la deducción. Para él son los axiomas las proposiciones de arranque de toda la ciencia. En la cadena lógica de la deducción que sigue a los axiomas, cada eslabón es también cierto. Mas para tener una representación clara y distinta de toda la cadena de eslabones de la deducción, se precisa una fuerza de memoria indefectible. Por ello, los principios evidentes o intuiciones tienen preferencia sobre los razonamientos de la deducción. Pertrechada con los medios ciertos de pensar -la intuición y la deducción-, la razón no puede lograr un conocimiento verdadero en todas las esferas sino en el caso que se guíe por un método cierto. Sobre estas premisas del racionalismo erige Descartes su doctrina metodológica, que expone en Discursos del Método, obra publicada en 1637. Con su método centrado en el empleo de la duda metódica, Descartes había inaugurado una manera diferente de situarse ante la realidad, una concepción de la filosofía y de la ciencia como no dependientes de ningún presupuesto teológico, sino perfectamente autónomas, guiadas solamente por el espíritu crítico: es decir, había separado la religión de la filosofía.Esta separación no tardó en resolverse en un ataque, más o menos violento, de la filosofía contra la religión; o más precisamente, del espíritu crítico contra las verdades dogmáticas y tradicionales. La herencia de Descartes, y sobre todo sus reglas y su método del buen filosofar, influyeron en diversa medida en personalidades de lo más variado, desde Spinoza a Locke y Bayle. Razón crítica y ciencia experimental: éstos fueron los dos instrumentos principales con que la cultura, en el siglo XVII y después en el XVIII, había comenzado a hacer palanca para derribar no sólo las verdades y concepciones tradicionales, difundidas por hábito y educación, sino el modo mismo de concebir el conocimiento y la indagación de la realidad, en un esfuerzo constante por sustituir con explicaciones racionales las creencias basadas en lo sobrenatural, lo misterioso o lo fantástico. En el siglo XVIII, el llamado Siglo de las Luces, se manifiesta la onda expansiva generada por la Revolución Inglesa fundamentalmente la de 1688 y su Declaración de Derechos; la Ilustración francesa; los comienzos de la Revolución Industrial; el pensamiento económico liberal y la Ilustración alemana. En primer lugar, la onda expansiva generada por la Revolución Inglesa fundamentalmente la de 1688 y su Declaración de Derechos (que daban el triunfo al principio de la soberanía del pueblo proclamada en 1649), su sistema político y el ordenamiento constitucional salido de la misma, fue fuente de inspiración para el resto de Europa particularmente para Francia; además de la filosofía política de John Locke y la física y la mecánica de Newton. En segundo lugar, la Ilustración francesa. El fin de los ilustrados franceses era criticar la ideología feudal, las supersticiones religiosas y combatir por la tolerancia en materia de creencias, por la libertad de pensamiento científico y filosófico, por la razón y contra la fe, por la ciencia y contra la mística, por la libertad de investigación y contra su estrangulamiento en nombre de las autoridades particularmente religiosas, por la crítica y contra la apología. Los ilustrados franceses establecen la obligación de elegir entre la libertad desacralizadora y la total sumisión a los dogmatismos de la Iglesia Católica; entre el conocimiento científico y la fe religiosa. El racionalismo experimental, el empirismo, la confianza en la ciencia determinaron nuevas actitudes respecto a la religión, la sociedad y la política. En general, la renuncia y la crítica de las verdades metafísicas o absolutas eran expresión de una tendencia al relativismo y a la admisión de que la verdad cambia con el paso del tiempo y la diversidad de lugares, si bien en muchos casos los ilustrados franceses acabaron sustituyendo los antiguos dogmas religiosos con una nueva dogmática, basada precisamente en la razón, entendida como universalmente válida, o en la naturaleza, considerada inmutable y regida por leyes fijas. El progreso científico resultaba, para los ilustrados franceses, en cualquier caso, progreso de la verdad y de la felicidad. Se estaba así afianzando la convicción de que la ciencia estaba destinada a ocupar el puesto de la religión y de la filosofía para enseñar a los hombres la virtud y convertir la tierra en un paraíso. Los ilustrados franceses promocionaron una nueva interpretación de la historia, basada en una doble exigencia que era la aplicación de los supremos criterios de la razón al pasado y la cuidadosa investigación de las fuentes, es decir, del documento histórico. En realidad estas dos exigencias no eran fáciles de conciliar, ya que la primera podía conducir a emitir sobre el pasado unos juicios de condena inapelable, mientras que la segunda requería una paciente obra de estudio de las fuentes, respetuosa del pasado y de sus tradiciones. Sin embargo, había un elemento que sustentaba y en cierto modo conjugaba ambas exigencias que era fundamentalmente la concepción de progreso, como gradual conquista de modos de vida más razonables, como paulatino triunfo de las verdades sobre las tinieblas de la superstición y de la ignorancia. Este fundamental optimismo, que veía en la historia una línea ascendente, permitía invertir la vieja idea de una primitiva edad de oro o de un paraíso perdido, es decir, de la superioridad de los antiguos sobre los modernos, para afirmar otra concepción del desarrollo humano como paso, fatigoso y dramático, a unas formas de civilización cada vez más perfeccionados. De ello deriva una profunda convicción sobre la superioridad de los modernos respecto a los antiguos y, por consiguiente, el derecho de los modernos a juzgar el pasado. El interés hacia la problemática política fue algo primordial en toda la cultura ilustrada francesa, al menos en el sentido de que el principal impulso del pensamiento ilustrado fue el deseo de una organización mejor de la sociedad, más acorde con los nuevos ideales de justicia, libertad y humanidad y con el desarrollo de las ciencias y las técnicas. Es así que, en el campo político, la Ilustración francesa se expresó en formas originales mediante análisis empíricos sobre la vida social, la legislación, los sistemas fiscales y los ordenamientos civiles, sin perder de vista, naturalmente, la gran meta, que era esencialmente la construcción de una sociedad presidida por la razón. De ello derivaba para todos los Ilustrados franceses un particular interés hacia la legislación, es decir, hacia una concepción de la ley como momento supremo de igualdad entre los ciudadanos y máximo instrumento para la eliminación de las arbitrariedades y los privilegios. Aquella inspiración común racionalizante dejaba amplios márgenes, sin embargo, para una multiplicidad de posiciones sobre cada uno de los temas específicos. En especial, ante el problema del poder y del gobierno, el pensamiento político ilustrado francés ofreció tres soluciones diferentes: la primera, liberal-aristocrática; la segunda, despotismo ilustrado y la tercera, democrática. Sus respectivos representantes fueron Montesquieu, Voltaire y Rousseau. En tercer lugar, los comienzos de la Revolución Industrial. Una serie de circunstancias favorables originó en la Gran Bretaña del siglo XVIII el fenómeno de la primera "revolución industrial", que en los siglos siguientes caracterizaría toda la época contemporánea. Los factores que determinaron dicha revolución fueron, principalmente, el crecimiento de la población, la abundancia de mano de obra, la amplia disponibilidad de capitales y, en fin, toda una serie de perfeccionamientos técnicos, que inauguraron la era de las máquinas, capaces de explotar fuentes naturales de energía, en sustitución o como complemento de la energía humana o animal. Tampoco debe olvidarse la difusión de una cultura y una mentalidad empírica y pragmáticas, especialmente favorables al perfeccionamiento de los instrumentos y de los sistemas de producción. La revolución industrial generó importantes consecuencias en el plano social y económico. Los nuevos métodos suponían la neta separación entre la propiedad de los medios de producción y la fuerza de trabajo. Ello comenzó a determinar la crisis de las clases artesanales y la formación de un proletario incipiente a merced de los empresarios, por lo general mal pagado y obligado a horarios extenuantes. El uso de las máquinas introdujo la explotación de la mano de obra femenina e infantil, eliminando la necesidad de la especialización. En cuarto lugar, el pensamiento liberal, la total mutación de perspectivas económicas corresponde a las profundas transformaciones agrícolas y a los comienzos de la revolución industrial en Gran Bretaña, fue acompañada durante el siglo XVIII por un notable auge del pensamiento económico, que se orientó hacia la superación del mercantilismo, doctrina dominante durante todo el siglo anterior. Tanto la escuela fisiocrática, de origen francés como la llamada escuela económica clásica surgida en Gran Bretaña, se caracterizaron por una decidida reacción contra las teorías favorables al control estatal, contra la identificación de la riqueza de los estados con los metales preciosos acumulados y contra el proteccionismo y las trabas aduaneras. En la base de las nuevas doctrinas, preferentemente liberales, se hallaba la convicción -común al pensamiento ilustrado- de que era preciso defender el orden natural sin intervenciones artificiosas y arbitrarias; ni siquiera en economía, y la suposición optimista de que la utilidad del individuo debía redundar necesariamente en favor de la colectividad, aumentando el bienestar y las riquezas generales. En quinto lugar, la Ilustración alemana. La misma, también combate por la razón y por una filosofía apoyada en la razón; intenta también resolver el conflicto entre fe y razón en favor de esta última y defiende el derecho a la crítica científica de cuestiones juzgadas hasta entonces de exclusiva competencia de la religión. Pero, la ilustración alemana, más que arrancar a la religión derechos en favor de la razón busca la avenencia entre el saber y la fe, entre la ciencia y la religión. Es en este sentido, que su objetivo fundamental es una pedagogía de la razón crítica dentro de las categorías éticas. La escuela más influyente de la filosofía alemana del siglo XVIII es la de Christian Wolf, seguidor y divulgador de la filosofía idealista de Leibniz. Es así que, desde las consecuencias de la Revolución Inglesa pasando por los filósofos de la Ilustración en Francia como en Alemania hasta los comienzos de la Revolución Industrial y el pensamiento económico de cuño liberal; son cada uno ellos partes que componen el abanico histórico del que fue llamado Siglo de las Luces en el cual se elaboró un proyecto de modernidad emancipador de la sociedad. Con relación a esto último, Jürgen Habermas dice lo siguiente: El proyecto de modernidad formulado por los filósofos del iluminismo en el siglo XVIII se basaba en el desarrollo de una ciencia objetiva, una moral universal, una ley y un arte autónomos y regulados por lógicas propias. Al mismo tiempo, este proyecto intentaba liberar el potencial cognitivo de cada una de estas esferas de toda forma esotérica. Deseaban emplear esta acumulación de cultura especializada en el enriquecimiento de la vida diaria, es decir en la organización racional de la cotidianeidad social. Para el sociólogo alemán, el proyecto de modernidad formulado por los filósofos del iluminismo del siglo XVIII se centraba en el desarrollo de una ciencia objetiva, una moral universal, una ley y la expansión de un arte autónomos como autorregulados; además este proyecto procuraba a la vez liberar el potencial cognitivo de cada una de estas esferas de toda forma esotérica y pretendían emplear esta acumulación de cultura especializada para hacer de la vida diaria una experiencia multicolor, es decir en la organización racional del diario vivir social. Habermas sigue diciendo:Los filósofos del iluminismo, como Condorcet por ejemplo, todavía tenían la extravagante esperanza de que las artes y las ciencias iban a promover no sólo el control de las fuerzas naturales sino también la comprensión del mundo y del individuo, el progreso moral, la justicia de las instituciones y la felicidad de los hombres. Los filósofos iluministas en su proyecto de modernidad, particularmente Condorcet, le adjudicaron a las artes y a las ciencias un status-rol de "grandes" impulsores tanto del control de las fuerzas naturales como de la comprensión del mundo y del individuo, el progreso moral, la justicia de las instituciones y la felicidad de los hombres. En otras palabras, las artes y las ciencias en el proyecto de modernidad de los iluministas tienen el papel de ser los animadores centrales, fundamentalmente en lo que hace al entendimiento de todo aquello que sea mejoramiento moral, justicia institucional y alegría de vivir del hombre. A su vez, en 1789 se produce la Revolución Francesa paridora de la llamada Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. En relación con esto, Touraine dice:Del dualismo cartesiano a la idea de derecho natural, y posteriormente a la obra de Kant, los siglos XVII y XVIII, a pesar de la fuerza creciente del naturalismo y del empirismo que anuncian el cientificismo y el positivismo del siglo XIX, están fuertemente marcados en el plano intelectual por la secularización del pensamiento cristiano, por la transformación del sujeto divino en un sujeto humano, que está cada vez menos absorto en la contemplación de un ser cada vez más oculto, y se convierte en un actor, en un trabajador y en una conciencia moral. Este período culmina en un gran texto: la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, votada por la Asamblea Nacional el 26 de agosto de 1789. Su influencia sobrepasó la influencia de las declaraciones norteamericanas y su sentido es muy diferente del sentido del Bill of Rights inglés de 1689. Si el texto de la declaración es grande, esto no se debe solamente a que proclama principios que están en contradicción con los de la monarquía absoluta que en este sentido son revolucionarios, sino también a que marca el fin de los debates de dos siglos y otorga una expresión universal a esa idea de los derechos del hombre que contradice la idea revolucionaria. La declaración francesa de los derechos se sitúa en el punto de transición entre un período que estuvo dominado por el pensamiento inglés y el período de las revoluciones sometido al modelo político francés y el pensamiento alemán. Esa declaración es el último texto que proclama en el escenario público la doble naturaleza de la modernidad, construida a la vez de racionalización y de subjetivación, antes de que triunfen, durante un largo siglo, el historicismo y su monismo. Con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, para el sociólogo francés, se cierra un capítulo importante de la historia europea como lo fue el de los siglos XVII y XVIII y el texto de la importante Declaración pone de manifiesto de manera pública las dos caras de la modernidad, edificada a la vez de racionalización y de subjetivación. Alain Touraine nos sigue diciendo: Las revoluciones que eliminan la monarquía absoluta de Inglaterra de las antiguas colonias inglesas convertidas en los Estados Unidos de América y la monarquía absoluta de Francia se han definido, pues, atendiendo a la influencia del pensamiento de la Ilustración y del dualismo cristiano y cartesiano. El individualismo burgués, que habrá de sobrevivir a este período, combinó la conciencia del sujeto personal con el triunfo de la razón instrumental, el pensamiento moral con el empirismo científico y la creación de la ciencia económica, como ocurre con Adam Smith. La revolución francesa como revolución antimonárquica estuvo bajo el influjo del pensamiento de la Ilustración y del dualismo cristiano y cartesiano. A su vez, el individualismo burgués (que se manifiesta en la anteriormente señalada Declaración de 1789), hermanó la defensa de los derechos del hombre con el triunfo de la razón instrumental. Finalmente, Alain Touraine nos dice lo siguiente: Esto no ocurre todavía en el siglo XVIII, tanto predomina en él la lucha contra las tradiciones y los privilegios del Antiguo Régimen, antes de que las convulsiones producidas por la Revolución Francesa, el Imperio Napoleónico y la Revolución Industrial procedente de Gran Bretaña susciten la crisis romántica que pondrá fin a la firmada identidad de la experiencia interior y de la razón instrumental. Por eso la Declaración de los Derechos del Hombre es burguesa y al mismo tiempo defensora del derecho natural; su individualismo es afirmación del capitalismo y al mismo tiempo resistencia de la conciencia moral al poder del príncipe. Creación suprema de la moderna filosofía política, la Declaración de los derechos contiene ya en sí las contradicciones que van a desgarrar la sociedad industrial. En 1789 la lucha en Francia se centraba en abatir al Antiguo Régimen (la Monarquía absoluta) y todos sus privilegios feudales; esto hace que la Declaración de los Derechos del Hombre tenga la condición de ser burguesa y a la vez defensora del derecho natural (derecho innato); su individualismo es afirmación del capitalismo y a la vez resistencia de la conciencia moral al poder del príncipe. A su vez, la Declaración de 1789 alberga en su vientre las contradicciones que se manifestarán abiertamente en la sociedad industrial. El siglo XIX, en Europa es la época de la llamada Restauración, de las oleadas revolucionarias basadas en el liberalismo político como en el nacionalismo, de la revolución industrial y de la cuestión obrera. La época que, contraponiéndose a la de la revolución suele llamarse de la restauración, responde a dos orientaciones antagónicas: una, mirando hacia el pasado, se nutría de la utopía de un regreso puro y simple al mundo existente antes de 1789; la otra era consciente de las profundas e irreversibles transformaciones acaecidas en el cuarto de siglo. La reposición de las dinastías "legítimas" no impidió que surgiese y se afirmase en los pueblos la idea de nación, como consecuencia a la vez que reacción ante el expansionismo francés. Desde una primera confusa conciencia nacional alimentada por el culto romántico a la tradición popular, la idea se transformó progresivamente en una verdadera doctrina, pronto conectada con una corriente de pensamiento, el liberalismo. Estas dos directrices conviven no sólo en Francia, sino en toda Europa. La restauración no partía de un panorama uniforme por lo que hace a la estructura social y económica. La base social y productiva de Europa era todavía la tierra; pero el sistema económico revelaba los síntomas de un desequilibrio, debido a la rapidez de las transformaciones producidas por la revolución industrial, que había empezado a extenderse desde Gran Bretaña a Francia y a los Estados continentales, implicando un clima político y cultural contrario al Antiguo Régimen, e inspirado en un nuevo espíritu comercial y en la exaltación de las profesiones liberales. La reglamentación corporativa de las actividades productivas era incompatible con la lógica de la revolución industrial, que obedecía a las leyes del mercado y de la libre competencia. Las nuevas formas de organización económica originaron un creciente proletariado urbano con necesidades y aspiraciones también nuevas. La dinámica del sistema productivo, con sus frecuentes fluctuaciones en los precios y en la productividad, tuvo consecuencias negativas para las clases más bajas, menos protegidas, y contribuyó a hacer madurar un clima propicio a las explosiones revolucionarias. Es así que, en los últimos treinta años del siglo XIX en Europa, el desarrollo de la producción industrial, que había comenzado en el período de las guerras liberales y nacionales, alcanzó niveles nunca conocidos hasta entonces. En el origen de dicho desarrollo hay que buscar la cooperación de la industria, la tecnología y la ciencia, lo que permitió aplicar numerosos descubrimientos en el campo de la metalurgia, conduciendo al nacimiento de la industria química. En otras palabras, la Europa del siglo XIX experimenta un rápido proceso de modernización económica, que a su vez genera una importante consecuencia en el terreno intelectual. Con relación a esto último, A. Touraine dice:La Modernización Económica acelerada tuvo como principal consecuencia transformar los principios del pensamiento racional en objetivos sociales y políticos generales. Si los dirigentes políticos y los pensadores sociales de los siglos XVII y XVIII reflexionaban sobre el orden, la paz y la libertad en la sociedad, ahora, durante un largo siglo XlX, que se prolongó a buena parte del siglo XX, los pensadores transforman una ley natural en voluntad colectiva. El concepto de progreso es el que mejor representa esta politización de la filosofía de la Ilustración. Ya no se trata simplemente de permitir que avance la razón apartando lo que pueda ser un obstáculo a su marcha; hay que querer y amar la modernidad, hay que organizar una sociedad creadora de modernidad, una sociedad automotora. El acelerado proceso de modernización económica que experimentó Europa en el siglo XIX tuvo como principal derivación la modificación de los principios del pensamiento racional en objetivos sociales y políticos generales. Es así que, a diferencia de los dirigentes políticos y pensadores sociales de los siglos XVII y XVIII que meditaban sobre el orden, la paz y la libertad en la sociedad, los pensadores en el siglo XIX modifican una ley natural en decisión colectiva. Es en este sentido, que el concepto de progreso es el que mejor encarna esta politización de la filosofía de la Ilustración. Es entonces, que ya no es para nada suficiente con dejar que se desarrolle la razón limitándose a cortar y a sacar toda aquella "maleza" que frene su gran marcha triunfal; ahora esencialmente además de idolatrar a la modernidad hay que tener la inmensa voluntad política de estructurar una sociedad hacedora de modernidad. Es decir, una sociedad que se mueva a sí misma constantemente que mire hacia el futuro siempre luminoso. Alain Touraine sigue diciendo: Condorcet contaba con los progresos del espíritu humano para asegurar la felicidad de todos; en el siglo XIX, la movilización social y política y la voluntad de felicidad son las que obran como motores del progreso industrial. Hay que trabajar, hay que organizarse e invertir para crear una sociedad técnica generadora de abundancia y de libertad. La modernidad era antes una idea, ahora se convierte por añadidura en una voluntad, sin que se rompa el lazo entre la acción de los hombres y las leyes de la naturaleza y de la historia, todo lo cual asegura una continuidad fundamental entre el Siglo de las Luces y la era del progreso. En el siglo XIX, la movilización social y política y la voluntad de felicidad tienen el status – rol de ser los motores del progreso industrial. Así, trabajo, organización e inversión son las materias primas para la fabricación de una sociedad técnica productora de abundancia y de libertad. La modernidad en el siglo XVIII era una idea, ya en el siglo XIX se transforma por completo en una decisión esencialmente política estando firme el vínculo entre la acción de los hombres y las leyes de la naturaleza y de la historia, asegurando así una prolongación fundamental entre el siglo de las Luces y la era del progreso. Es en el siglo XIX, donde sobresale el llamado pensamiento historicista, este pensamiento asocia la modernización con el desarrollo del espíritu humano, el triunfo de la razón con el triunfo de la libertad, con la creación de la nación o con la victoria final de la justicia social. Con respecto a este pensamiento A. Touraine dice: El pensamiento historicista en todas sus formas está dominado por el concepto de totalidad, que remplaza el de institución, tan importante en el período anterior. Por eso, la idea de progreso ha querido imponer la identidad de crecimiento económico y de desarrollo nacional. El progreso es la formación de una nación entendida como forma concreta de la modernidad económica y social, como lo indica el concepto, sobre todo alemán, de economía nacional, pero también la idea francesa de nación, vinculada en el pensamiento republicano y laico con el triunfo de la razón sobre la tradición. La ideología escolar de la III República, que sólo se desvaneció en la segunda mitad del siglo XX, retomó este tema. La modernidad no está, pues, separada de la modernización, como ocurría en el caso de la filosofía de la Ilustración, sino que adquiere una importancia mucho mayor en un siglo en el que el progreso ya no es únicamente el progreso de las ideas, sino que se convierte en el progreso de las formas de producción y de trabajo, en las que la industrialización, la urbanización y la extensión de la administración pública afectan la vida de la mayoría. Es así que, la idea de progreso es entendida por parte del pensamiento historicista desde el concepto de totalidad, esto conduce a que crecimiento económico y desarrollo nacional conformen una identidad. El progreso es equivalente a la constitución de una nación que a su vez es sinónimo de modernidad económica y social, como bien lo señala el concepto, muy alemán, de economía nacional. A su vez, del lado francés, la idea de nación está en el pensamiento republicano y laico y se encuentra estrechamente asociada con el triunfo de la razón sobre la tradición. La modernidad pasa a estar unida a la modernización y esto se manifiesta como importante en el siglo XIX debido a que el progreso en este siglo se transforma particularmente en el progreso (adelanto) de las formas de producción y de trabajo. Es un tiempo, en que la industrialización, la urbanización y la extensión de la administración pública señalan la presencia modernizadora que como tal altera el diario vivir de las masas. Alain Touraine sigue diciendo: El historicismo afirma que el funcionamiento interno de una sociedad se explica por el movimiento que la lleva hacia la modernidad. Todo problema social es, en última instancia, una lucha entre el pasado y el futuro. El sentido de la historia es a la vez su dirección y su significación, pues la historia tiende al triunfo de la modernidad que es complejidad, eficacia, diferenciación y, por consiguiente, racionalización y también crecimiento de una conciencia que es ella misma razón y voluntad y que sustituye la sumisión al orden establecido y a las herencias recibidas. Para el historicismo, el funcionamiento interno de una sociedad se explica esencialmente por el movimiento que la lleva hacia la modernidad. Para este pensamiento, todo problema social es en el fondo una cruda lucha entre el pasado y el futuro. Es decir, entre lo viejo y lo nuevo. A su vez, la historia camina con paso seguro y a tambor batiente hacia el triunfo de la modernidad. Esta última, para el historicismo equivale a complejidad, eficacia, diferenciación y consecuentemente racionalización y además crecimiento de una conciencia que como tal conjuga razón y voluntad y que remplaza el sometimiento al statu quo y a las herencias recibidas. La transformación de las estructuras económicas, según los principios liberales, es el hecho dominante de la primera mitad del siglo XIX fundamentalmente en Inglaterra. Desde 1830 el orden liberal tiene que enfrentarse a quienes ha reducido a la servidumbre económica. Aparece entonces un sistema de organización político, social e ideológico sustentado en los intereses de la clase obrera como clase social, pero que aspira a una visión más amplia y profunda que la de los propios sindicatos. Así es que comienza a acuñarse el término socialismo en los medios obreros, como sistema que tiene como principio la igualdad de los hombres. Para el estudio de este movimiento social es imprescindible tener presente la realidad inglesa en los años 1830 a 1850. Se terminaba de transitar de un régimen aristocrático al estatuto democrático, y es en las grandes unidades industriales donde el problema social aparece en toda su dimensión. Es lógico que el partido liberal agregase las reformas sociales a su programa político, pero se va a manifestar impotente ante la movilización cartista que demanda una solución humana a la cuestión obrera. El problema obrero es el más importante que se le presenta a Inglaterra, siendo el primer país que modifica, en el siglo XVIII, su capitalismo comercial en industrial. A esto se le suma, el ser el primer país en encarar como algo público aquellos problemas que aquejan a la masa obrera, hija de la sociedad industrial. Las conquistas políticas de la burguesía la alejan terminantemente del pueblo. El desarrollo del crédito privado y público beneficia las inversiones, la construcción de ferrocarril y de centros industriales. Esto hace de la burguesía inglesa una clase dominante que se levanta contra el conservadurismo de los propietarios tories y contra el ímpetu de la clase obrera y sus organizaciones primarias. Los movimientos obreros, por su parte, acusan a la economía liberal de su situación económica, como resultado de la marcha sin ningún tipo de control con que se desarrollaba el capitalismo, puesto de manifiesto en el desprecio por el hombre y la inseguridad que esto generaba. Inglaterra fue la primera que contó con una masa trabajadora o proletariado numeroso y, a su vez, la primera en tratar de evitar su unión, reconociendo los grandes abusos de explotación. En la década 1830 – 1840, comienzan las movilizaciones huelguísticas, las que son duramente reprimidas. Las organizaciones sindicales fueron aceptadas en un principio, pero recién en 1871 es que se las reconoce con legalidad, dando inicio a una "legislación laboral" referente al trabajo de niños y mujeres, haciéndose más moderados los movimientos, pero tendientes a que los logros no fueran simplemente reivindicativos. Se puede afirmar que desde el punto de vista ideológico, este fue un período muy rico en cuanto a elaboración y generación de hechos. Podemos hacer la siguiente división en dos líneas de pensamiento: por un lado, el liberalismo particularmente el inglés (más centrada su reflexión en los problemas de orden económico), que planteaba que las leyes naturales que pautan la marcha de la modernidad capitalista no podían ser cambiadas; mientras que por otro se encuentra el llamado socialismo que cuestiona y condena la modernidad capitalista. La primera línea de pensamiento, el liberalismo inglés de la primera mitad del siglo XIX, entiende que hay que eliminar desde el poder político las interferencias del Estado (limitándolo al status – rol de juez y gendarme) y de los sindicatos en el funcionamiento del mercado además de aplicar políticas de índole laboral y económica que fortalezcan su funcionamiento, para que éste, en virtud de sus propios mecanismos autocorrectivos, conduzca a los individuos a una sociedad donde impere de manera amplia y profunda la libertad individual y la eficiencia en lo que hace a la asignación de bienes y recursos. Es decir, hacia un progreso indivisible e irreversible, progreso técnico, progreso del bienestar, progreso intelectual y progreso moral yendo a la par. La segunda línea de pensamiento: el socialismo, término éste que aparece recién a mediados del siglo XIX, con diferentes tendencias y repercusiones: socialismo utópico, anarquismo y socialismo científico. Pero, a su vez, todas estas tendencias que conforman el arcoiris socialista tienen varios puntos en común. En relación con este tema, Rudolf Rocker dice: A los socialistas de todas las tendencias les es común la convicción de que la presente organización social es una causa permanente de malestar y que a la larga no podrá persistir. Común es también a todas las tendencias socialistas la afirmación de que un mejor orden de cosas no puede ser producido por modificaciones de naturaleza política, sino sólo por una transformación radical de las condiciones económicas existentes, de manera que la tierra y todos los medios de la producción social no queden como propiedad privada en manos de minorías privilegiadas, sino que pasen a la posesión y a la administración de la comunidad. Sólo así será posible que el objetivo y la finalidad de toda actividad productiva sea, no la esperanza de la ganancia personal, sino la aspiración solidaria a dar satisfacción a las necesidades de todos los miembros de la sociedad. Para Rocker, lo que le es común a las diferentes tendencias socialistas es, el identificar como la causa de los males que experimenta el pueblo trabajador al orden capitalista y también la idea de que a largo plazo ese orden se derrumba. A esto se le agrega, la idea de que la instauración de un orden social y económico más justo sólo puede ser producido por transformaciones de carácter radical (estructurales) de las condiciones económicas existentes. Es decir, el pasaje de la tierra y todos los medios de producción de manos privadas (burguesas) a manos de la comunidad de trabajadores quienes serán los que administren. Con el objetivo y la finalidad, según Rocker, de que toda la actividad productiva tenga como deseo solidario el poder satisfacer las necesidades de todos los integrantes de la sociedad. En otras palabras, los elementos en común de las diversas corrientes socialistas son, tanto la condena al orden capitalista por someter a los proletarios a la explotación y a la miseria, como el derrumbe del mismo y el proponer un orden nuevo, fundamentalmente en lo económico, vía cambios estructurales en cuyo orden los proletarios (la mayoría) serán los más privilegiados en lo que se refiere a la distribución de la riqueza producida y controlada por ellos. No se comprendería la segunda mitad del siglo XlX en el viejo continente si no se mencionara el nacimiento de la llamada Asociación Internacional de Trabajadores (A.I.T.); a su vez, no se entendería el nacimiento de la mencionada asociación si la separamos de la realidad en la cual se gestó y que nos permite mostrar las voluntades profundas de las que ella se hizo eco. La ola de estallidos revolucionarios que sacude a Europa en 1848 se inicia en Paris, donde burgueses y proletarios terminan enfrentándose como fuerzas antagónicas. Se expande por los dominios de los Habsburgo en medio de revueltas separatistas y desórdenes populares. Se extiende a Alemania y a Italia contribuyendo a acelerar los movimientos nacionales de unificación e independencia. El proletariado participó de estas luchas nacionales, que transitoriamente hicieron pasar a segundo plano la idea internacional. En Italia se organizaron asociaciones de solidaridad obrera bajo la bandera de Mazzini y en Alemania los obreros intervinieron activamente en las luchas libradas en torno al problema nacional. La situación de Francia e Inglaterra era distinta, pues cuando surge el movimiento obrero ya hacía siglos que la unidad nacional estaba consolidada. La derrota de las revoluciones en Europa inaugura un lapso de doce años que presencia el debilitamiento de los movimientos obreros en la mayoría de los países. Sin embargo mientras decrecía el poder de la aristocracia terrateniente el poder de la burguesía iba en aumento y dominaba en Inglaterra, en Francia y en Bélgica. En Francia la derrota de la clase obrera paralizó sus energías. Los obreros volvieron a caer en el sectarismo, perfilándose dos corrientes. Una de ellas seguía a Blanqui, que aspiraba a tomar el poder mediante un golpe de mano de una resuelta minoría. La otra, mucho más poderosa, respondía a la influencia del pensador anarquista Proudhon, quien, fomentaba la existencia de los llamados Bancos de Intercambio encaminados a la obtención del crédito gratuito para los trabajadores. Bajo el segundo Imperio, ninguna organización política de obreros podía existir como tal abiertamente. Aunque los sindicatos eran ilegales subsistían bajo la apariencia de sociedades fraternales. Sin embargo, lentamente, las asociaciones obreras empezaron a crecer, en parte favorecidas por la política de Napoleón III, que concedió ciertas libertades sindicales. En mayo de 1864 Napoleón III derogó los artículos del Código Penal que impedían las coaliciones obreras formadas para conseguir mejoras en las condiciones de trabajo. Amenazado por la creciente oposición burguesa contra su régimen Bonaparte intentaba con esas medidas conseguir el apoyo de la clase obrera. En Inglaterra el cartismo había llegado a su ocaso definitivo. La escuela de Owen se iba convirtiendo en una secta religiosa de libres pensadores. Junto a ella, surgió el socialismo cristiano de Kingsley y Maurice, que nada quería saber de luchas políticas. Poco a poco las trade-unions se fueron encerrando en una actitud de indiferencia política, limitándose a bregar por reivindicaciones inmediatas. Esta táctica parecía bastarles en una fase de prosperidad económica como la iniciada a partir de los años 50 y se relacionaba con la hegemonía inglesa en el mercado mundial. Sin embargo, las trade-unions aún no estaban oficialmente reconocidas; su existencia no era demasiado segura, de hecho ni de derecho, y la masa de sus afiliados carecían del derecho político del sufragio. Por otra parte, el auge del capitalismo en el continente y, por consiguiente, la aparición de una clase obrera muy numerosa amenazaba a los trabajadores británicos con una competencia muy peligrosa. A esto se sumaron las consecuencias de la guerra de secesión norteamericana, provocando una crisis algodonera que precipitó en la miseria a los obreros textiles. Estos hechos iban a alertar a las trade-unions. Al respecto, Federico Engels dice lo siguiente: Cuando la clase obrera europea hubo recuperado las fuerzas suficientes para emprender un nuevo ataque contra el poderío de las clases dominantes, surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores. Esta tenía por objeto reunir en un inmenso ejército único a toda la clase obrera combativa de Europa y América. No podía, pues, partir de los principios expuestos en el Manifiesto. Debía tener un programa que no cerrara la puerta a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas, italianos y españoles, y a los lassalleanos alemanes.El surgimiento de la Asociación Internacional de los Trabajadores (en el año 1864) se da en un momento en la cual la clase obrera está lo suficientemente fuerte como para iniciar una nueva ofensiva contra el poderío de las clases dominantes. Además de que el objetivo de la Internacional es reunir en una sola y amplia columna a toda la clase obrera combativa de Europa y América. Para poder lograr esto, la Internacional tenía que levantar un programa lo suficientemente amplio para que ingresaran a la misma todas aquellas diversas corrientes de pensamiento que forman parte del mundo obrero. Con respecto, al nacimiento de la Internacional Marx dice: …La Internacional fue fundada para remplazar las sectas socialistas o semisocialistas por una organización real de la clase obrera con vistas a la lucha. Los Estatutos iniciales y el Manifiesto Inaugural lo muestran a simple vista.La Internacional fue fundada con la clara intención de organizar un movimiento obrero real de cara a la lucha. La Internacional, una vez creada, tuvo sus apoyos principales en los sindicatos ingleses, el movimiento obrero francés y en los grupos de exiliados alemanes residentes en Londres. La importancia que tuvo la primera Internacional para los proletarios de Europa occidental y tiempo después para los proletarios de América a pesar de su corta vida como Asociación de Trabajadores es señalada por Engels de la siguiente manera: ¡Proletarios de todos los países, uníos! Sólo unas pocas voces nos respondieron cuando lanzamos estas palabras por el mundo, hace ya cuarenta y dos años, vísperas de la primera revolución parisiense, en la que el proletariado actuó planteando sus propias reivindicaciones. Pero, el 28 de setiembre de 1864, los proletarios de la mayoría de los países de la Europa occidental se unieron formando la Asociación Internacional de los Trabajadores, de gloriosa memoria. Bien es cierto que la Internacional vivió tan sólo nueve años, pero la unión eterna que estableció entre los proletarios de todos los países vive todavía y subsiste más fuerte que nunca, y no hay mejor prueba de ello que la jornada de hoy. Pues, hoy, en el momento en que escribo estas líneas, el proletariado de Europa y América pasa revista a sus fuerzas, movilizadas por vez primera en un solo ejército, bajo una sola bandera y para un solo objetivo inmediato: la fijación legal de la jornada normal de ocho horas, proclamada ya en 1866 por el Congreso de la Internacional celebrado en Ginebra y de nuevo en 1889 por el Congreso obrero de París. El espectáculo de hoy demostrará a los capitalistas y a los terratenientes de todos los países que, en efecto, los proletarios de todos los países están unidos. ¡Oh, si Marx estuviese a mi lado para verlo con sus propios ojos! La Asociación Internacional de los Trabajadores, sentó las bases de la organización internacional de los obreros para la preparación de la conquista de sus derechos sociales desde el seno de la modernidad capitalista contra la llamada burguesía que en ese modelo de modernidad resulta ser la gran beneficiaria principalmente en lo económico. En la segunda mitad del siglo XIX, además de la aparición en el escenario público europeo de la Internacional, la llamada Comuna de París (1871) fue uno de los acontecimientos más importantes de ese siglo; dado que, lo ocurrido en la ciudad luz generó un fuerte impacto en el orden político vigente del viejo continente y también una gran influencia política e ideológica, principalmente sobre la propia Internacional. En su Introducción al estudio de Marx sobre la guerra civil en Francia, Engels explica la génesis del movimiento popular que dio lugar a la Comuna: Durante la guerra, los obreros de París habíanse limitado a exigir la enérgica continuación de la lucha. Pero ahora, sellada ya la paz después de la capitulación de París Thiers, nuevo jefe del Gobierno, tenía que darse cuenta de que la dominación de las clases poseedoras –grandes terratenientes y capitalistas- estaba en constante peligro mientras los obreros de París tuviesen en sus manos las armas. Lo primero que hizo fue intentar desarmarlos. El 18 de marzo envió tropas de línea con orden de robar a la Guardia Nacional la artillería que era de su pertenencia, pues había sido construida durante el asedio de París y pagada por suscripción pública. El intento no prosperó; París se movilizó como un solo hombre para la resistencia y se declaró la guerra entre París y el Gobierno francés, instalado en Versalles. El 26 de marzo fue elegida, y el 28 proclamada la Comuna de París. El Comité Central de la Guardia Nacional; que hasta entonces había tenido el poder en sus manos, dimitió en favor de la Comuna, después de haber decretado la abolición de la escandalosa "policía de moralidad "de París. La Comuna de París surgió de un movimiento de las masas populares; nadie lo había preparado consciente y sistemáticamente. El que la población parisiense fuera empujada a la revolución y asaltara los cielos del poder burgués, se debió a las siguientes causas: Primera, la guerra franco alemana, provocada por la política francesa, que tenía por objeto impedir la formación de la unidad alemana; Segunda, el desempleo entre los trabajadores; Tercera, la ruina de la pequeña burguesía; Cuarta, la indignación del pueblo contra la alta clase y los jefes que se habían mostrado absolutamente incapaces; Quinta, una gran efervescencia en la clase obrera descontenta de su situación y tendiente a otro régimen social y Sexta, la conjunción reaccionaria de la Asamblea Nacional que hacía temer por la suerte de la Republica. Es así que, todas estas causas empujaron a la población parisiense a la revolución que hizo pasar el poder a las manos de la guardia nacional, de la clase obrera y de la pequeña burguesía. Era entonces, la primera vez que el proletariado moderno se erigía a la condición de dueño del poder político. Marx y Engels dicen: Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera; dadas las experiencias prácticas primero, de la revolución de febrero, y después, en mayor grado aún, de la Comuna de París, que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al poder político… Antes de la Comuna de París el poder era detentado por los propietarios y los capitalistas, es decir, por sus hombres de confianza que formaban lo que se llama el Gobierno. Después de la revolución del 18 de Marzo, cuando el Gobierno de M. Thiers huyó de París con sus tropas, su policía y sus funcionarios, el pueblo quedó como único dueño de la situación y el poder pasó al proletariado (producto de la sociedad industrial y organizado como partido de clase) junto a sus aliados. Es así que, Marx dice lo siguiente: He aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un Gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo. Sin esta última condición, el régimen de la Comuna habría sido una imposibilidad y una impostura. La dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social. Por tanto, la Comuna había de servir de palanca para extirpar los cimientos económicos sobre que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase. Emancipado el trabajo, todo hombre se convierte en trabajador, y el trabajo productivo deja de ser un atributo de una clase. La Comuna, como Gobierno de la clase obrera, producto de la lucha de clases entre explotados y explotadores, es la gran palanca política que permite conquistar la modernidad comunista. Es decir, la sociedad sin clases y sin Estado. Finalmente, Lenin dice: Mas, pese a todos sus errores, la Comuna constituye un magno ejemplo del más importante movimiento proletario del siglo XIX. Marx concedió un gran valor al alcance histórico de la Comuna: si cuando la pandilla de Versalles emprendió la traicionera tentativa de apoderarse de las armas del proletariado parisiense, los obreros se las hubiesen dejado arrebatar sin lucha, la funesta desmoralización que semejante debilidad hubiera sembrado en las filas del movimiento proletario habría sido muchísimo más grave que el daño ocasionado por las pérdidas que sufrió la clase obrera en el combate por la defensa de sus armas. Por grandes que hayan sido las pérdidas de la Comuna, la significación de ésta para la lucha general del proletariado las ha compensado: la Comuna puso en conmoción el movimiento socialista de Europa, mostró la fuerza de la guerra civil, disipó las ilusiones patrióticas y acabó con la fe ingenua en los anhelos nacionales de la burguesía. La Comuna enseñó al proletariado europeo a plantear en forma concreta las tareas de la revolución socialista. La Comuna de Paris, significó para el proletariado europeo del siglo XIX una experiencia fracasada pero real de gobierno obrero y que por ser real en los hechos cuestionó y puso en jaque a una modernidad como la burguesa que se presentaba a sí misma como algo natural y eterna en el tiempo, considerando utópico y criminal todo tipo de planteo que viniese de la clase proletaria con aires de alternativo en lo político y fundamentalmente a nivel económico a su racionalidad; que, por otra parte, no tiene otro fin que el lucro. El socialismo, después de la Comuna, pasó a llamarse socialismo científico alemán, quedando a un costado la corriente anarquista de Proudhon y el blanquismo. A su vez, para la burguesía francesa la derrota de la Comuna significo conjurar por diez años el espectro socialista. Hasta principios del año 80 no se despertó en Francia el socialismo. En 1889 se fundó en Paris la llamada Segunda Internacional. En el transcurso del período comprendido entre la disolución de la Primera Internacional y la fundación de la Segunda, se celebraron varios Congresos obreros, socialistas y sindicales, que no tenían, sin embargo, ninguna base común. En 1889, con motivo de la Exposición Internacional de París, se reunirán en esta ciudad dos magnos Congresos socialistas convocados por los posibilistas el uno y por los marxistas el otro, cuyo resultado fue la fundación de la Segunda Internacional. En este Congreso se adoptó el principio de la jornada internacional del 1º de Mayo. La Segunda Internacional, en su primera etapa (1889 a 1896) se centró en establecer una línea de demarcación precisa entre el socialismo y el anarquismo. En su segunda etapa (1896 a 1904) se centra en fijar los principios de la lucha de clases y la actitud de los partidos socialistas con respecto a los gobiernos burgueses. En suma, la Segunda Internacional marca la época de la preparación del terreno para una amplia extensión del movimiento socialista entre las masas proletarias en una serie de países. A su vez, el socialismo de la Segunda Internacional, conlleva en sí, la noción de progreso. El sociólogo A. Touraine dice:La idea de progreso ocupa un lugar medio, central, entre la idea de racionalización y la de desarrollo. La primera idea otorga la primacía al conocimiento, la segunda a la política; el concepto de progreso afirma la identidad entre medidas de desarrollo y triunfo de la razón, anuncia la aplicación de la ciencia a la política y, por consiguiente, identifica una voluntad política con una necesidad histórica. Creer en el progreso significa amar el futuro, a la vez ineluctable y radiante. Esto es lo que expresó la II Internacional, cuyas ideas se difundieron por la mayor parte de los países de Europa occidental al afirmar que el socialismo surgiría del capitalismo cuando hubiera agotado su capacidad de crear nuevas fuerzas productivas y al hacer, al mismo tiempo, un llamamiento a la acción colectiva de los trabajadores y a la intervención de los elegidos que los representan. En el socialismo de la Segunda Internacional, la noción de progreso se encuentra presente en la idea de que el primero aflora desde las entrañas del capitalismo en el momento en que este hubiera agotado su capacidad de crear nuevas fuerzas productivas y al hacer, al mismo tiempo, una invocación a la lucha en común de los trabajadores y a la intervención de los elegidos que los representan. Touraine sigue diciendo:Según esta visión, los conflictos sociales son ante todo los conflictos del futuro contra el pasado, sólo que la victoria del primero quedará asegurada no únicamente por el progreso de la razón sino también por el éxito económico y el éxito de la acción colectiva. Esta idea está en la médula de todas las versiones de la creencia en la modernización. La visión de que el progreso tiene un rostro socialista lleva a que los conflictos sociales sean presentados, en este caso por la Segunda Internacional, como antagonismos entre el futuro contra el pasado. A su vez, para que el futuro tenga la victoria en el bolsillo es absolutamente necesario que con el progreso de la razón se dé también el triunfo económico y el triunfo de la acción colectiva. Es decir, el avance del conocimiento, la abundancia económica y el logro de las metas políticas por parte de las masas obreras organizadas. En suma, para la Segunda Internacional, el progreso es sinónimo de socialismo y el socialismo sinónimo de futuro luminoso y para que la victoria de esta luminosidad se encuentre asegurada es necesario el avance del conocimiento, la abundancia económica y el logro de las metas políticas por parte de las masas obreras organizadas. El siglo XIX europeo está pautado también por el fenómeno colonialista e imperialista. El año 1870 marcó para Europa el inicio de un largo periodo de paz, destinado a prolongarse hasta las puertas de la Primera Guerra Mundial. Si de 1854 a 1870 se habían librado dieciséis guerras, en los últimos treinta años del siglo XIX Europa no registró ningún conflicto militar digno de mención. La crisis que tuvo lugar en los Balcanes de 1876 a 1878 no se resolvió tanto por las armas como por los esfuerzos de la diplomacia europea encabezada por Bismarck. El canciller alemán logró, a través de un sistema de alianzas y de acuerdos mantener un equilibrio precario pero duradero, impidiendo la formación de Bloques Contrapuestos; pero el éxito de Bismarck al congelar las tensiones europeas se obtuvo a expensas del resto del mundo, que precisamente en aquellos años fue escenario de luchas continuas y objeto de reparto entre las grandes potencias. Era imposible controlar el sentimiento de ardiente nacionalismo que, derivado del espíritu democrático y liberal de los años de las revoluciones nacionales, conformaba la mentalidad de la clase dirigente y de las poblaciones de toda Europa. La fe innata en las concepciones nacionalistas, si bien podía hacer de catalizador para la potenciación política y económica de los Estados europeos, no podía permanecer ya en sus angostos confines o verse sofocada por las maniobras diplomáticas del sistema bismarckiano. El historiador uruguayo, Vivian Trías, dice lo siguiente:Entonces las revoluciones burguesas eran económica y políticamente liberales, nacionalistas y románticas. Esa etapa se agota en el último cuarto del siglo XIX, con la transformación del capitalismo liberal en monopolista e imperialista. El nacionalismo se convierte en una ideología de expansión, de conquista de colonias y de áreas de influencia. Sufre un proceso de perversión y envilecimiento, asume pautas "chauvinistas", agresoras, y exasperadas militaristas, racistas, blande un orgullo nacional prepotente que no afirma tanto la propia nacionalidad como desprecia y trata de avasallar a las otras. El nacionalismo cambia dialécticamente de signo; de progresista se trastoca en reaccionario. El nacionalismo, basado esencialmente en la voluntad de poder y en la ética de la guerra, planteaba inevitablemente el problema de un desahogo en el exterior, muy pronto canalizado hacia la expansión colonial. Esta podía considerarse como una lucha por la vida, que permitía a una nación demostrar ante las demás sus preeminencias físicas e intelectuales; se tendría así una confirmación de las teorías, difundidas en Alemania, sobre razas dominantes e inferiores, y se corroboraría el sentimiento de superioridad de los ingleses al que, cada vez con mayor frecuencia, se apelaba en Gran Bretaña. En Rusia, el nacionalismo, frustrado en sus ambiciones mediterráneas, apuntaba a rehacerse en el Extremo Oriente a expensas de China. Francia, humillada por la derrota en la guerra franco- prusiana e incapaz por el momento de recuperar los territorios perdidos en Alsacia-Lorena, empezó a mirar a África como el sector adecuado para revalidar su condición de gran potencia. El historiador compatriota, V. Trías sigue diciendo: En Inglaterra surge por primera vez la nueva formulación -puesto que es la primera en construir un gran imperio-, cuando Kipling justifica su expansión imperial con su white man`s burden (la carga del hombre blanco). Encubre la explotación de los pueblos sometidos con una pretendida misión civilizadora y evangelizante. La difusión del espíritu nacionalista hizo que los pueblos tomaran una más clara conciencia de sí mismos, de sus características y, por lo tanto, de sus responsabilidades. Un pueblo para ser grande debía proponerse una misión, identificada con frecuencia con el deber de llevar la cultura occidental a las poblaciones no europeas. Los hombres blancos debían soportar ahora, como sostenía el escritor inglés Rudyard Kipling, la "carga" de extender por todo el mundo las formas materiales y espirituales de su civilización. Las poblaciones africanas y asiáticas debían ser "despertadas" y conducidas al sistema de vida que había probado ser el mejor tanto en el terreno político en el científico, y sobre todo, en el económico. El sentimiento de superioridad de los blancos estaba asociado al gran progreso económico que en aquellos años había efectuado Occidente. Es así que, nacionalismo y orgullo racial se alimentaban con los progresos de la economía, que inducía a la expansión y al mismo tiempo se ponía a su servicio. El desarrollo industrial fue tal que, si bien en 1870 en Gran Bretaña podía ser considerada como la potencia que detentaba la hegemonía económica de Europa y de todo el mundo, sólo diez años después se encontraba igualada y superada en algunos sectores por naciones como Alemania y los Estados Unidos. En este magno proceso de crecimiento y reestructuración del sistema económico occidental deben buscarse las causas profundas de la expansión colonial. Los últimos treinta años del siglo XIX conocieron un gran desarrollo productivo, pero al mismo tiempo se caracterizaron por una relevante y prolongada crisis, que bajo el nombre de "gran depresión "se prolongó hasta principios del siglo XX. En este período, aunque el volumen de la producción, de los intercambios y de las inversiones fue superior en mucho al de los años precedentes, se registró sin embargo una clara disminución de las tasas de incremento en todas las ramas de la actividad económica, debida esencialmente a la falta de salidas suficientes para absorber las mercancías y los capitales acumulados. El sistema productivo occidental se encontró por tanto frente a la necesidad de reestructurar por completo sus bases, condición indispensable para no incurrir en un auténtico desastre económico. La reconversión del sistema capitalista ante la crisis de superproducción de 1873, hizo perder la esperanza a muchos, de que, ante su contradicción básica, el sistema capitalista se tambaleara y estuvieran las condiciones para su desaparición. Es así que, nada de esto sucedió, al contrario, se operó el tránsito del capitalismo premonopolista, con el dominio de la libre empresa, al capitalismo monopolista o imperialismo. El capitalismo premonopolista, con el dominio de la libre competencia, alcanzó su punto culminante en las décadas del 60 y el 70 del siglo XIX. Durante el último tercio del siglo XIX se operó el tránsito del capitalismo premonopolista al capitalismo monopolista. El capitalismo monopolista o imperialismo representa la fase superior del capitalismo; su rasgo distintivo fundamental es la suplantación de la libre competencia por la dominación de los monopolios. Es entonces que, según la clásica definición de V. I. Lenin, los rasgos económicos fundamentales del imperialismo son: 1) la concentración de la producción y del capital llega hasta un grado tan elevado de desarrollo, que crea los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, en el terreno de este "capital financiero", de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande; 4) se forman asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) ha terminado el reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes. El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de toda la Tierra entre los países capitalistas más importantes.La crisis, planteada por primera vez en 1873, estimuló en ciertos sectores, la concentración de la producción en pocas pero gigantescas empresas industriales. En los países europeos, esencialmente en Alemania y en Gran Bretaña, en los Estados Unidos y en el Japón empezaron a formarse a un ritmo cada vez más rápido los trusts y los grandes cárteles de las industrias, los cuales, acaparando el aprovisionamiento de materias primas, los transportes y la mano de obra, y bajando metódicamente los precios, provocando la ruina o la sumisión a su supremacía de las empresas ajenas a ellos. Nacían así, auténticos imperios económicos que controlaban completamente las principales ramas de la actividad productiva, como las del acero, de los productos químicos, de los tejidos, de las fuentes energéticas. Paralelamente al sector industrial, el bancario experimentaba un fenómeno similar. Los principales bancos se anexionaban o controlaban gran número de instituciones menores y tendían acaparar progresivamente la totalidad del aparato financiero del Estado. La industria perdió entonces su libertad de movimiento en la búsqueda de créditos y empezó a depender estrechamente de los capitales de los bancos. La división entre capital bancario e industrial iba desapareciendo dando lugar, con la unión de los bancos y las industrias, a un nuevo capital mucho más pujante, el financiero. Eran los principios del monopolio y no los de la libre competencia los que se estaban convirtiendo en la base de las economías de los diferentes Estados, los cuales, decretando al mismo tiempo la desaparición del librecambismo y la adopción del sistema proteccionista, contribuyeron a cambiar definitivamente el aspecto del capitalismo. La gran producción de cereales a bajo precio que había ido desarrollándose en los países extraeuropeos, como los Estados Unidos y Argentina, y el miedo a que su exportación masiva pudiera minar completamente el equilibrio económico de los Estados europeos incitó a adoptar el proteccionismo. Pero estas medidas defensivas se hicieron muy pronto necesarias también en el campo industrial, donde, a pesar de la creciente expansión, existían todavía notables desniveles en el grado de desarrollo y de competencia entre las grandes industrias nacionales. El proteccionismo, además de fomentar la industria existente, potenció la aparición de otras, contribuyendo así, a su vez, a prolongar aquella crisis que derivaba de un incremento de la producción superior a la capacidad de absorción de los mercados. Estando ya Europa cerrada por barreras aduaneras, las potencias tuvieron que buscar en otra parte las salidas para sus productos. La Gran Bretaña, la única gran potencia que había permanecido fiel al librecambismo, se vio obligada a recurrir a la penetración en países extraeuropeos. El proteccionismo en Europa la había puesto en una situación crítica en lo que hace a su economía. Los ingleses se dedicaron, entonces, a estimular las inversiones en el extranjero, especialmente en las áreas coloniales. Gran Bretaña ya había hecho de la India (como de sus otras posesiones) una colonia económica y de América meridional una zona de inversiones e intercambios privados. La ampliación de las actividades coloniales estaba indudablemente unida al hecho de que todo cuanto Gran Bretaña había invertido en aquellos lugares estaba dando sus frutos; pero la carrera por el reparto del mundo, en la que la Gran Bretaña de finales de la época victoriana participó antes que nadie, seguida muy pronto por el resto de las potencias, revestía caracteres muy distintos a los de la época colonial anterior. La pura y simple búsqueda de mercados, natural en las crisis de superproducción y agudizada por la adopción de sistemas proteccionistas, no basta para definir cumplidamente la lógica del imperialismo. Es necesario remontarse, como bien entendió Lenin, a las nuevas estructuras de tipo monopolista que todos los Estados industriales estaban realizando. Los grandes monopolios en formación debían asegurarse un rendimiento continuo e invertir en áreas ventajosas el exceso de capitales que su gran vitalidad económica les permitía acumular. En Europa esto no era posible, tanto por el bajo nivel de los precios, como porque la ampliación del mercado interior, único que las barreras proteccionistas dejaban disponible, implicaría el aumento de la capacidad adquisitiva de las masas obreras y por lo tanto una nueva alza de sus salarios y la mejora de sus condiciones de vida; ello suponía la renuncia de los grandes industriales a una buena parte de sus beneficios, a lo que, evidentemente no estaban dispuestos. El crecimiento y el refuerzo de los grandes trusts no podía, por tanto, verificarse sino a expensas de los territorios extraeuropeos, donde la tierra a buen precio, los salarios bajos, las materias primas a bajo coste y la facilidad de asumir posiciones monopolistas hacían prever inversiones altamente rentables. La posesión exclusiva de regiones ricas en materias primas constituía una necesidad cada vez más esencial para los grandes grupos económicos; era el arma más eficaz para desbaratar la competencia interior y la internacional. Pero aún era más necesario en la medida en que el proceso de concentración tendía a crear conjuntos que reunían en una única empresa diversas ramas industriales que, partiendo de la materia prima, comprendían las sucesivas fases de elaboración. Los ingleses en Egipto y los rusos en Turkestán se dedicaron a intensificar y extender la producción del algodón, con el fin de monopolizarlo y crear un trust textil que concentrara en sus manos todas las etapas de su elaboración. Cuanto más se desarrollaba el proceso de formación de los monopolios, más aumentaba la carrera por la conquista de nuevos territorios. Para que los beneficios de las inversiones fuesen más seguros y rápidos y el control sobre las materias primas exclusivo, los inversores debían llegar los primeros a ciertas zonas. Los monopolios sólo podían prosperar si lograban mantener intactas sus posiciones privilegiadas; la expansión imperialista debía convertirse en una auténtica carrera con vistas al acaparamiento de cuantos territorios fuese posible. Aunque éstos no prometieran una explotación inmediata, podrían revelarse más adelante ricos en recursos y, por lo tanto, no debían descuidarse corriendo el riesgo de dejarlos en manos de futuros competidores. Sin embargo, la unión de los diversos grupos económicos y las clases políticas que hubieran debido proceder a la actuación práctica del expansionismo colonial no fue inmediata. Fueron necesarios los últimos treinta años del siglo para que el momento económico coincidiera con la praxis política del fenómeno imperialista. Su mismo comienzo no fue contemporáneo en todos los países incluidos los europeos. En suma, el imperialismo surge como respuesta a la crisis económica de 1873 – 1875 y demuestra su eficacia en la consolidación y defensa del sistema capitalista mundial, al costo de intensificar la explotación de los países coloniales y dependientes. Es decir, a las poblaciones de estos países. Alain Touraine se refiere a los siglos XIX y XX: La historia de los siglos siguientes es la de la creciente separación de estos dos principios tan fuertemente asociados en el pensamiento de Locke: la defensa de los derechos del hombre y la racionalidad instrumental. Cuando más esta racionalidad construye un mundo de técnicas y de poder, más se aparta la invocación a los derechos del hombre (primero en el movimiento obrero, luego en otros movimientos sociales) de la confianza en la razón instrumental. La humanidad impulsada por el progreso se pregunta si no pierde su alma, si no la vende al diablo al adquirir la dominación de la naturaleza. Finalmente, si la modernidad del siglo XVIII fue un proyecto de sociedad basado en un concepto de razón no ceñido a la razón instrumental, sino dando igual significación a la razón moral y estética, durante todo el siglo XIX europeo se asistió a un proceso en el cual lo racional se transforma en lo racional instrumental. La sociedad europea occidental en el siglo XIX está forjada, como tal, a imagen y semejanza de la clase burguesa. Es decir, el modo de producción imperante en las naciones modernas europeas es el modo burgués de producción. La modernidad tiene rostro capitalista.

    1.2. La modernidad occidental desde la mirada de Max Weber

    La concepción clásica de la modernidad se centra en la construcción de una imagen racionalista del mundo, que integra el hombre en la naturaleza y que desestima todas las formas de dualismo del cuerpo y del alma, del mundo humano y del mundo trascendente. La sociedad moderna es entendida, por esta concepción de la modernidad, como una sociedad racionalizada. Es decir, como un sistema social autoproducido, autocontrolado y autorregulado. Así se instala la noción de que el actor y el sistema tienen una perspectiva reciproca. Con relación a esto ultimo, dice Touraine: Esta concepción clásica de la modernidad, que dominó a Europa y luego al conjunto del mundo occidentalizado antes de retroceder ante las criticas y la transformación de las practicas sociales, tiene como tema capital la identificación del actor social con sus obras y su producción, ya se trate del triunfo de la razón científica y técnica, ya se trate de las respuestas racionalmente aportadas por la sociedad a las necesidades y a los deseos de los individuos.La concepción clásica de la modernidad solo tiene en cuenta al individuo en su carácter de funcionario, productor y ciudadano. La misma, apuesta a la unidad del hombre y la sociedad. El aporte individual es valorado positivamente por esta concepción de la modernidad si la conducta del hombre en su vida pública y privada resulta útil para el progreso de la razón objetiva en la sociedad. A su vez, hay una serie de conceptos que son claves en la sociología weberiana y que definen la concepción clásica de la modernidad. Según Touraine:Reconozcamos pues el vigor y hasta la violencia de la concepción clásica de la modernidad. Esta concepción fue revolucionaria, como toda apelación a la liberación, como todo repudio de compromiso con las formas tradicionales de organización social y de creencia cultural. Hay que crear un nuevo mundo y un hombre nuevo volviendo las espaldas al pasado, a la Edad Media, y tornando a encontrar en los antiguos la confianza en la razón sin dejar de dar una importancia central al trabajo, a la organización de la producción, a la libertad de los intercambios mercantiles y a la impersonalizada de las leyes. Desencanto, secularización, racionalización, autoridad racional legal, ética de la responsabilidad: los conceptos de Max Weber, que han llegado a ser clásicos, definen perfectamente esta modernidad… En la sociología de Max Weber se amplía la concepción de un pujante ascenso de la modernidad, racionalización y secularización, que destruye todo lo referente a esencias, pertenencias y creencias. Esta idea expone la concepción clásica de la modernidad. Es decir, la lucha histórica de las luces contra la tradición y del racionalismo instrumental contra la expresividad comunitaria. Así los conceptos clave de la sociología de Max Weber (desencanto, secularización, racionalización, autoridad racional legal, ética de la responsabilidad) precisan o aclaran esa concepción clásica de la modernidad que domino a Europa y después al conjunto del mundo occidentalizado. Con respecto, a la modernidad desde la visión de Weber, Albrecht Wellmer dice lo siguiente: Weber continúa, de algún modo, la tradición de sus predecesores del siglo XIX cuando analiza la transición hacía la modernidad como un proceso de racionalización; un proceso de racionalización, sin embargo, en el que las ciencias sociales están destinadas a jugar un papel cada vez más importante. Al mismo tiempo, a través de su análisis de los correlatos institucionales de racionalización progresiva -economía capitalista, burocracia y ciencia empírica profesionalizada-, demuestra que la "racionalización" de la sociedad no lleva ninguna perspectiva utópica, sino que parece que conduce más bien a un encarcelamiento en aumento del hombre moderno en sistemas deshumanizados de un nuevo tipo… El sociólogo alemán Max Weber presentó el proceso de racionalización del mundo hacía la modernidad como la institucionalización de la racionalidad instrumental carente de su trasfondo normativo en los sistemas económicos y administrativo (su tesis sobre la pérdida de libertad) y como la división de una concepción del mundo centrada en la religión en tres esferas contrapuestas de valores: moralidad, ciencia, y arte (su tesis sobre la pérdida de significado). El proceso de racionalización del mundo se inicia para Weber con la racionalización cultural de las visiones del mundo religiosas. El sociólogo alemán, J. Habermas dice lo siguiente: En un análisis de la actualidad Weber se atiene más que en ninguna otra parte a la perspectiva teórica desde la que la modernización se presenta como una prosecución del proceso histórico universal de desencantamiento. La diferenciación de esferas culturales de valor autónomas, que es importante para la fase de nacimiento del capitalismo, y la independización de los sistemas de acción racional con arreglo a fines, que caracteriza desde el siglo XVIII al desarrollo de la sociedad capitalista, son las dos tendencias que Weber funde en una crítica de la actualidad de tono existencialista e individualista. El primer componente puede expresarse en la tesis de la pérdida de sentido y el segundo en la tesis de la pérdida de libertad. El sociólogo alemán, Habermas hace una división del diagnóstico weberiano en las tesis de la pérdida de sentido y la pérdida de libertad del individuo en la modernidad. En tanto la primera hace referencia principalmente a la racionalización cultural -el retiro de la ética a un ámbito irracional y su contradicción con las órdenes y esferas de valor del mundo y la incompatibilidad de esferas de valor-; la segunda está formulada en relación a la racionalización social que es el monopolio de la racionalidad formal como única forma de racionalidad posible para organizar la vida social y a su institucionalización en la economía de mercado, el Estado racional – legal y en el derecho formal moderno. El sociólogo alemán, Habermas sigue diciendo: Bajo la rúbrica de "nuevo politeísmo" Weber expresa la tesis de la pérdida de sentido. En ella se refleja la experiencia del nihilismo, típica de su generación, que Nietzsche había dramatizado de forma tan impresionante. Pero más original que la teoría es la fundamentación que le da Weber recurriendo a una dialéctica que supuestamente está ya contenida en el propio proceso de desencantamiento vehiculado por la historia de las religiones, esto es, en el proceso mismo de alumbramiento de las estructuras de conciencia modernas: la se disocia en una pluralidad de esferas de valor destruyendo su propia universalidad. Esta pérdida de sentido la interpreta Weber como el desafío existencial ante que se ve el individuo de reconstruir en el ámbito privado de su propia biografía, con el arrojo que la desesperación produce y con la absurda esperanza del desesperado, la unidad que ya no cabe reconstruir en los órdenes de la sociedad. Pues la racionalidad práctica, que liga racionalmente con arreglo a valores las orientaciones de acción racionales con arreglo a fines dotándolas así de cimentación, sólo puede encontrar ya su lugar, si no en el carisma de nuevos dirigentes, en la personalidad del individuo solitario; al propio tiempo, esta autonomía interior, una autonomía que es menester afirmar heroicamente, está amenazada porque dentro de la sociedad moderna ya no se encuentra ningún orden legítimo capaz de garantizar la reproducción cultural de las correspondientes orientaciones valorativas y de las correspondientes disposiciones a la acción. Para Weber, la llamada pérdida del sentido se basa en que la racionalización de las visiones del mundo centradas en una ética de salvación implicó una fragmentación de la cultura en las esferas científicas, moral y estético–expresivas. Puesto que Weber entendió que los ordenes del mundo (economía, política, ciencia), eran irreconciliables con una ética de convicción basada en principios, la moral debía pasar a ser confinada al ámbito privado y el individuo aislado y heroico debía decidir a cual de los dioses se entregaba. A la ética de convicción privatizada e incapaz de resolver cuestiones públicas, Weber opone una ética de responsabilidad desencantada incapaz de dirimir en última instancia sobre cuestiones práctico-morales contrapuestas: los valores esenciales y más sublimes se han retirado de la vida pública. Con la moral privatizada, la cultura pasa a ser interpretada a través de las otras esferas dos esferas de valor, la cognitiva-instrumental y la estético-expresiva, que son también para Weber irreductibles. Es así que, la cultura moderna pasa a ser una cultura dominada por especialistas sin espíritu y por sensualistas sin corazón. En lo que respecta, a la visión weberiana de la pérdida de libertad del individuo en la modernidad, Richard J. Bernstein dice lo siguiente: Weber sostenía que la esperanza y expectativa de los pensadores de la Ilustración eran una ilusión amarga e irónica. Estos mantenían una conexión necesaria y fuerte entre el crecimiento de la ciencia, la racionalidad, y la libertad humana universal. Pero una vez desenmascarado y comprendido, el legado de la Ilustración fue el de la Zweckrationalität -de la racionalidad instrumental- deliberada. Esta forma de racionalidad afecta e infecta todo el campo de la vida social y cultural abarcando las estructuras económicas, la ley, la administración burocrática, e incluso las artes. El crecimiento de la Zweckrationalität no conduce a la realización concreta de la libertad universal, sino a la creación de una "jaula de hierro" de la racionalidad burocrática de la que no hay modo de escapar. Es así que, para Weber, el sueño de la Ilustración (de que hubiera un fuerte vínculo entre el crecimiento de la ciencia, la racionalidad, y la libertad humana universal) en los hechos no pasó de ser un lindo sueño propio de una noche de verano o peor aún se metamorfosea en la pesadilla infernal de la jaula de hierro de una sociedad en que sus fundamentales sistemas de organización como la burocracia, el derecho moderno y la empresa capitalista, se encuentran dirigidos por una racionalidad estrictamente técnica, ante la cual, cualquier tipo de pautas ajenas a la misma se las entiende como utópicas y atentatorias contra su propia eficacia. Dado este panorama, Weber no consideró, que una sociedad socialista fuera realmente una alternativa radical a la "jaula de hierro" de la racionalidad burocrática imperante en el capitalismo. En relación con este tema, Reinhard Bendix nos dice lo siguiente: A quienes confiaban en que una futura sociedad socialista obraría una transformación radical, Weber les advertía que, en una sociedad planificada centralmente, las tendencias burocráticas alcanzarían un nivel más alto aún. La división del trabajo y el empleo de aptitudes especializadas, en la administración, aumentarían hasta tal punto que cabía vislumbrar como remate una "dictadura de los burócratas", más verosímil que la "dictadura del proletariado".Para Weber, la sociedad socialista no sería una alternativa radical a la "jaula de hierro" de la racionalidad burocrática, dado que la misma, al ser una sociedad planificada centralmente, la organización burocrática sería omnímoda y omnipotente. Es decir, la sociedad socialista, para Weber, podía ser solo el triunfo multiplicado de la "jaula de hierro" de la racionalidad burocrática. La "dictadura de los burócratas ". Finalmente, R. Bendix nos dice: Preocupó a Weber, desde el principio hasta el fin de su carrera, la evolución del racionalismo en la civilización de Occidente. El estudio de toda una vida no solo le reveló la complejidad de sus antecedentes, sino el carácter precario de sus logros. Él demostró, por encima de toda duda, que una profunda adhesión a la causa de la razón y la libertad habría orientado la elección del tema; su investigación demostró, también por encima de toda duda, que la razón y la libertad estaban amenazadas en el mundo occidental. Weber fue un contemporáneo de Freud, que dedicó el trabajo de toda su vida a salvaguardar la razón del hombre, después de haber sondeado hasta el fondo el abismo de su irracionalidad. Weber, por su parte, procuró salvaguardar la herencia de la Ilustración, después de haber explorado ampliamente las condiciones históricas anteriores a esa herencia. Tal exploración creó en él una conciencia trágica del peligro. Cuando le preguntaban el propósito de su investigación erudita, respondía: "Quiero ver cuánto puedo soportar ".En el diagnóstico que hace Weber de la modernidad en Occidente manifiesta una visión pesimista en lo que hace a la marcha de la misma. Dado que, para el sociólogo alemán, la racionalización del mundo moderno no conduce a hacer realidad en la sociedad la vinculación entre el crecimiento de la ciencia, la racionalidad y la libertad humana universal, sino a que la vida humana se mecanice careciendo así de significado y libertad.

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