- Introducción
- El preacondicionamiento de la política económica de los 90´
- Un éxito peligroso
- Los límites nacionales
- Reformas: el ingreso que compensa
- Un mundo a favor
- Una piedra en el camino
- El comienzo de una larga agonía
- Una bomba que no tardó en estallar
- Un vecino perspicaz
- Conclusión
- Anexo
- Bibliografía
Introducción
Di Tella y Zymelman expusieron que el análisis de la historia económica se logra a través del estudio de procesos económicos ordenados históricamente, que permitan comprender el qué, cómo y porqué de los hechos fundamentales que marcaron al país. Siguiendo estas ideas, y habiendo analizado el desarrollo de las diferentes etapas por las que atraviesa la economía argentina, centrándonos en el campo de la política económica, el punto de inflexión marcado por el Plan de Convertibilidad nos introdujo en el análisis íntegro de sus efectos.
Asimismo, no pudimos pasar por alto el hecho de que un país vecino con características similares al nuestro, como Brasil, haya puesto en marcha en igual período un plan con similares bases y objetivos, pero con desenlaces tan marcadamente disparejos.
Ambas economías constituyeron casos inicialmente exitosos en el siglo XIX, que fueron capaces de mantener su posición dentro del grupo de países avanzados. La estancia y la fazenda constituían resabios semifeudales de la herencia colonial. A partir de allí, ambos fueron impactados por grandes corrientes de hombres y capitales desde Europa, siendo Argentina la más beneficiada por estos dos flujos en términos del tamaño de su mercado y la población preexistente. Sin embargo, el modelo brasileño resultó mucho más concentrador tanto en acumulación de capital como en distribución del ingreso como consecuencia de las diferentes funciones de producción: economía agrícola y pecuaria en Argentina y economía de plantación en Brasil. En cuanto a relaciones internacionales, la desarrollada entre Brasil y Estados Unidos (fines del siglo XIX, principios del XX), permitió flujos de inversión mucho más intensos que los que logró atraer Argentina de éste último.
A finales del siglo XX, Brasil, a pesar de no haber encuadrado dentro del modelo de países nuevos (finales XIX, principios del XX) pudo llevar a cabo un desarrollo acelerado y dinámico de su modelo capitalista tardío debido al aprovechamiento de la nueva onda industrializadora y a la participación estatal en el sistema económico.[1]
En virtud de lo descripto, el presente trabajo consiste en analizar los efectos del Plan de Convertibilidad en Argentina, durante el período 1991-2002, compararlos con los del Plan Real en Brasil (ambos caracterizados por constituir el hito inicial del rediseño de las principales economías del Cono Sur), y lograr finalmente dar respuesta al porqué de los distintos resultados que generó la salida de los mismos.
El preacondicionamiento de la política económica de los 90´
Hacia 1989, el pueblo argentino vivía constantes episodios de alteración del orden público, frente a una situación económica inmanejable, al borde del colapso, caracterizada por el desborde inflacionario, resultado de un déficit fiscal persistente. Este desequilibrio no tardó en trasladarse al escenario político provocando la renuncia de Raúl Alfonsín, quien transfiere el mando a Carlos Saúl Menem, configurándose así "dos hechos inéditos: el desborde hiperinflacionario y la transmisión de mando entre dos presidentes de distinto partido elegidos limpiamente".[2]
Una vez electo, Menem arma un gabinete para la conducción económica del país, nombrando funcionarios provenientes del Grupo Bunge & Born, empresa que era símbolo del antiperonismo más recalcitrante. Esta elección tuvo sus primeras manifestaciones en las leyes de emergencia económica, por la cual se suspenden los regímenes de promoción industrial, regional y de exportación, y las preferencias que beneficiaban a las manufacturas nacionales mediante la Ley de Compre Nacional; se autorizan licencias para empleados públicos; se pone final a los esquemas salariales de privilegio en la administración; se impulsa la reforma de la carta orgánica del Banco Central en pos de su independencia; y se endurecen las penas a la evasión tributaria; y en la reforma del estado, que fijó el marco normativo de las privatizaciones de empresas públicas, rutas, puertos, ferrocarriles, planteó objetivos de apertura comercial, y otorgó mayor laxitud en las negociaciones con los organismos de créditos internacionales.
Partiendo del primer Ministro nombrado por este Gobierno, Miguel Roig, hasta Domingo Cavallo, se sucedieron una batería de Ministros y Planes que no lograron grandes avances en materia de estabilización de precios. Inicialmente se implementaron medidas antiinflacionarias ortodoxas combinadas con incentivos favorables a las exportaciones; tras el fallecimiento de Roig, y la asunción de Rapanelli, los nuevos mecanismos implementados por éste seguían sin atacar los problemas estructurales que frenaban la creación de la riqueza y estimulaban la formación de burbujas especulativas financieras, lo cual desencadenó en una nueva hiperinflación. Hacia fines de 1989 asume Antonio Erman González, quien lleva a cabo varios "miniplanes", destacándose el plan "Erman II", tristemente célebre como "Plan Bonex", cuyo objetivo consistió en frenar la inflación canjeando títulos de la deuda interna y plazos fijos por nuevos bonos del estado, los Bonex 89; como resultado mejoró la situación presupuestaria, pero contrajo la actividad económica y la inflación no cedió. En suma, todos daban cuenta de la dificultad que imponía controlar la crisis profunda del país, y a la vez generaban condiciones para lo que luego sería el Plan de Convertibilidad.[3]
El proceso de privatizaciones llevado a cabo hasta entonces, había sido acelerado y con imperfecciones contractuales (incluyó a Entel, Aerolíneas Argentinas, Empresas Petroquímicas y varios canales de televisión), sus ingresos contribuyeron a equilibrar las cuentas públicas, pero sin alcanzar la estabilidad de precios. Esto último sumado a la conversión de la deuda de corto plazo en obligaciones menos apremiantes, y las cuantiosas reservas con las que contaba el Banco Central, fueron indicios que estimularon al gobierno a pensar una propuesta más arriesgada: no sólo reducir la inflación sino sencillamente eliminarla.
Aldo Ferrer expone que el candidato peronista había planteado en su campaña de 1989 el salariazo para recuperar el poder adquisitivo de los trabajadores, la revolución productiva para el crecimiento y la transformación económica del país; pero ya en el poder marcó las verdaderas orientaciones de su Gobierno y de las alianzas que lo sustentarían, convocando al Grupo Bunge & Born para conducir la política económica.
Sin embargo, la hiperinflación, consecuencia inmediata de la veloz fuga de capitales que agotó la emisión monetaria (último recurso del estado para afrontar sus pagos), llevó a un fuerte deterioro de la confianza exterior depositada en el estado argentino, creando un escenario en el que las políticas de reforma fueron necesarias, y se habrían aplicado ya sea por haber adoptado el gobierno justicialista ese enfoque, o finalmente por la fuerza de los hechos.
La situación política mundial constituyó un impulso adicional para la implementación de este tipo de políticas. Se intensificó la internacionalización del comercio y de las finanzas; sin embargo, el renovado vigor del intercambio si bien fue un evento global, se concentró en los países desarrollados. También influyeron la inversión directa extranjera, la colocación de bonos entre inversores individuales y fondos comunes, los procesos de integración regional (facilitando los recortes arancelarios), y la caída del comunismo que aceleró la globalización (integración de los mercados de bienes y capitales).
"En este contexto externo y sobre la base del aumento de reservas del Banco Central […], se realizó una reforma monetaria fundada en un sistema de caja de conversión…".[4]
Un éxito peligroso
El 31 de Enero de 1991 asume la cartera de economía el Dr. Domingo Cavallo, debido a la renuncia del anterior ministro. Según lo plantea el FIDE en su Informe Especial, todavía debían ajustarse algunos puntos antes de presentar un plan económico, había que enfrentar el atraso cambiario y el costado recesivo de las medidas (que afectaban el equilibrio fiscal), ya que éstos serían "los que a la postre se convertirían en los dos talones de Aquiles del Plan de Convertibilidad".[5]
La Convertibilidad en Argentina fue implementada a partir de la Ley 23.928 sancionada y promulgada el 27 de marzo de 1991 por el Congreso de la Nación. Esta norma en su artículo 1º, declara "la convertibilidad del austral con el dólar de los Estados Unidos de América […] a una relación de diez mil australes (10.000 A) por cada dólar, para la venta en las condiciones establecidas por la presente ley"[6], fijándose así el tipo de cambio que luego se transformaría en "un peso = un dólar". El hecho de que el valor del dólar estuviese fijado por ley daba cierto plus de credibilidad a ese precio, ya que se trataba de una promesa legislativa.
Sin embargo el Plan de Convertibilidad, no sólo fue un programa tradicional de tipo de cambio fijo. Los amplios aspectos involucrados en la concepción de la convertibilidad se complementaban con éste, el cual resultó mucho más extenso que la simple ley, ya que abarcaba el campo monetario y cambiario. Imponía al Banco Central adoptar una política monetaria pasiva, obligándolo a mantener reservas en divisas capaces de comprar toda la base monetaria, al tipo de cambio que establecía la ley, respaldando el 100% de los billetes y monedas en circulación, incluyendo los depósitos a la vista. De esta manera, se eliminaba la cantidad de moneda y las tasas de interés como instrumentos de política económica, transformando a la oferta monetaria en una variable "procíclica": en las etapas ascendentes se atraían capitales, expandiendo la base monetaria y en las etapas recesivas se fomentaba la salida de capitales y reducía la cantidad de moneda.[7]
El Gobierno optó por abdicar de un instrumento de política económica que impone obligaciones tanto al sector público como al privado; obligaciones destinadas a asegurar el control fiscal y las ganancias de productividad que se requieren para restituir calidad a la moneda argentina, y poder crecer sostenidamente.
Durante los primeros meses, el índice de precios al consumidor creció a un ritmo similar al de comienzos del Plan Austral; sin embargo, a fines de 1991 se registraron tasas mensuales menores al 1%. El índice mayorista fue manipulado por la competencia externa y el tipo de cambio fijo. La estabilidad de precios y la previsibilidad produjeron un fuerte crecimiento del producto, con tasas de crecimientos superiores al 5% (con excepción de 1995, consecuencia del "efecto Tequila", y la recesión). Al igual que el Plan Austral, la convertibilidad adhirió "…a una explicación de la inflación de corto plazo por costos, demanda y expectativas, y adoptó una política de Shock heterodoxo[8]para remediarla".[9]
La reaparición del crédito a tasas más accesibles y previsibles, y el aumento del poder de compra de los salarios reales derivado de la desaparición del impuesto inflacionario, resultaron ser poderosas fuerzas de expansión puestas en marcha por la estabilización, pero ni siquiera esa expansión inédita fue suficiente para abastecer a una demanda interna en franca recuperación, repercutiendo en el resultado de la Balanza de Pagos. Ésta última, también se vió influenciada por los frutos de la Reforma Tributaria, y el dinero proveniente de las privatizaciones (las cuales cumplían un papel muy importante pero no exclusivo), gracias a lo cual se logró revertir el déficit.[10]
El boom económico había alcanzado hasta los estratos más vulnerables de la sociedad, y atenuado la mortandad empresarial que la apertura externa había traído, ya que si bien muchos rubros pudieron reconvertirse, otros simplemente desaparecieron por no poder adaptarse a la competencia externa, lo que generó una baja pronunciada en la cantidad de establecimientos industriales.
"En 1992, parecía instalado el milagro argentino, que era presentado, en el país y en el resto del mundo, como el ejemplo más notorio del éxito de la política neoliberal".[11]
Los límites nacionales
La pausa al exhausto cuadro fiscal que diera el frente del endeudamiento externo[12]permitió financiar desequilibrios externos con nuevos capitales. Bajo este escenario se celebra el Plan Brady (donde el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, el FMI y el Banco Mundial le concedían a Argentina mayores plazos para el pago de la deuda, a cambio de profundas reformas estructurales), alimentando el flujo de capitales y la demanda agregada.
Sin embargo el plan siguió sin equilibrio fiscal, esto llevó a un creciente endeudamiento externo, y creciente déficit de comercio, provocado por la apertura y sobrevaluación cambiaria, que sumado a los intereses de la deuda, demandaban cuantiosos pagos al exterior. El desequilibrio fiscal también provocó una sostenida desconfianza con la consecuente suba del riesgo país[13]así el peso de los intereses se hace insostenible y la cesación de pagos se vuelve una amenaza cierta, aumentando el costo financiero de las empresas. Sin embargo, "había abundantes capitales dispuestos a financiar a aquellos países que pagaran un pequeño sobreprecio, el riesgo país".[14] Cabe aclarar que el hecho de que ésos fueran posibles no significaba que fueran deseados y no dejaba de perjudicar al Plan.
El asunto de las cuentas externas era planteado ambiguamente por el Gobierno, quien resaltaba el aumento de la Inversión por sobre la existencia de déficit, al cual consideraba sólo como una etapa en el proceso de crecimiento. A pesar de esto, destacaba el efecto de la apreciación cambiaria sobre la competitividad, y toma medidas tales como la desregulación de varios mercados, reducción de impuestos internos, específicos y laborales, eliminación de aranceles a la importación de bienes de capital; también se reimplantan incentivos a la exportación y recuperación de aranceles, a fin de mejorar la balanza comercial.
Como parte del proceso de inversión tendiente a aumentar la productividad de las empresas (y consecuente aumento de la competitividad), se pasa de un régimen jubilatorio de reparto a un régimen mixto (asentado sobre la capitalización de aportes individuales), que impulsaría el aumento del ahorro privado. Como resultado se obtienen cambios en la organización del trabajo, y una amplia participación del capital externo, caracterizada por la diversificación: apoyo a las típicas actividades industriales, los servicios y las actividades petroleras y mineras.
El modelo económico tuvo que enfrentar el aumento de la tasa de desempleo, que subió desde un 7% (1992) hasta niveles mayores del 14% (1995), pasando por picos de más del 18%[15], generada por la liberación comercial, la reorganización del Sector Público, las privatizaciones, y el aumento de la población dispuesta a trabajar, ya sea por la posibilidad de obtener salarios más altos o por la falta de trabajo que podía experimentar otro miembro de la familia. Ese descenso había sido compensado en un inicio por el impacto que tuvo el aumento del producto sobre el empleo. Sin embargo, a pesar de la disminución del empleo por un lado, la economía crecía por el otro, debido al abaratamiento de los bienes de capital (como respuesta al grado de apertura comercial y reaparición del crédito), la existencia de regulaciones que dificultaban la contratación, y el rápido proceso de modernización (producto de las reformas estructurales), que generaron un excedente de empleo que solo pudo ser absorbido en parte, por firmas nuevas.[16]
Reformas: el ingreso que compensa
En el proceso de privatización pueden diferenciarse dos etapas[17]
1- Entre 1989 y 1991, Roberto José Dromi, Ministro de Obras y Servicios Públicos, diseñó y llevó adelante la primera etapa del proceso de privatizaciones, caracterizadas por su celeridad, improvisación y desprolijidad. Entre sus acciones se destacó la privatización de la empresa Aerolíneas Argentinas y de los caminos, mediante el sistema de peajes privados. Fue un proceso ineficiente, pero impactó sobre las cuentas públicas positivamente, ganó reputación en el mundo de los negocios, y se tradujo en fuertes ingresos extraordinarios al Tesoro o canjes por deuda pública. Comenzó a cerrarse la brecha tecnológica y organizativa con su consecuente incremento de la productividad.
2- Desde 1991, con Domingo Cavallo como Ministro de Economía se inicia la segunda ronda en un contexto macroeconómico más aliviado, que permitió al estado llevar a cabo una mayor regulación del proceso. "Paramos todas las privatizaciones prácticamente durante todo 1991. Porque antes de vender los activos y dar las concesiones, yo quería que estuvieran bien definidas las reglas del juego, y como se trataba nada menos que […] de servicios todos muy importantes para el buen funcionamiento de la economía, le pedí a los responsables de las áreas en las que había que continuar con las privatizaciones, que trabajaran previamente en la introducción del máximo de competencia, y en la definición de buenas regulaciones, cuando fueron necesarias".[18] Las condiciones para estas privatizaciones se fijaron en la Ley de Reforma del Estado, autorizándose al Poder Ejecutivo a intervenirlas, a eliminar sus directorios y órganos de administración, a modificar sus formas societarias, a dividirlas y enajenarlas. La única restricción que se impuso fue la creación de una Comisión Bicameral para el Seguimiento de las Privatizaciones, y la aceptación especial por el Parlamento de cualquier privatización adicional[19]
La privatización del sistema de seguridad social en 1993 mediante la creación de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (capitalización de ahorros individuales de los trabajadores para auto proveerse de recursos para su vejez), "fue un elemento a la vez clave y testigo de las reformas"[20] ya que se quería eliminar de las erogaciones que realizaba el gobierno, el cuantioso monto que las cajas previsionales generaban. La creación de estos fondos sirvió (aunque contrario al objetivo inicial), para que el Estado se endeudara con estos organismos y así pudiera afrontar los gastos que le había ocasionado la privatización mencionada y el mantenimiento de los jubilados todavía existentes en el viejo sistema. Las AFJP terminaron siendo uno de los tenedores locales más importantes de bonos del gobierno argentino, ya que el Estado acabó pagando intereses por el dinero que dejó de recaudar, por no haber reencauzado los fondos recaudados por el sistema privado al financiamiento de proyectos productivos.[21]
El nuevo esquema dividía al sistema previsional en dos: el Régimen Público de Reparto, en el que los trabajadores aportan para el sostenimiento de la clase pasiva (con el fundamento de una solidaridad intergeneracional); y el sistema privado compuesto por las AFJP basado en la idea de crear un ahorro para sí mismo en razón de sus aportes. Esta dualidad no sólo constituyó una modificación del régimen, sino también un agudo cambio cultural, reforzando el individualismo.
En definitiva, las reformas implementadas derivaron en un incremento del gasto público en términos reales, disminución de las inversiones y subsidios, y aumento del gasto público social. Las quitas a las obligaciones externas asociadas al Plan Brady, la caída de las tasas de interés internacionales, la liquidación de deuda interna, el crecimiento económico, compensaron el efecto del nuevo endeudamiento en el corto plazo (principal rubro que induce a la suba al gasto público más adelante), disminuyendo los intereses de deuda a lo largo de la primer mitad de la década.
El gobierno nacional también trasladó servicios de salud y educación hacia las provincias pero sin transferir el financiamiento necesario para poder desarrollarlos en forma adecuada, con lo cual quedaba claro que el fin no era aumentar la eficiencia de los servicios en este caso, sino claramente disminuir su déficit. Intentaba recortar gastos del funcionamiento del Estado pero a la vez incorporaba al mercado sectores que habían sido excluidos del mismo, como la educación, seguridad, salud, etc.
Un mundo a favor
La competencia de productos extranjeros era necesaria para limitar la expansión de los precios nacionales; sin embargo la creciente participación de empresas privadas, no siempre vino acompañada de una mayor competencia, y algunos mercados siguieron bajo el dominio de firmas que lograron rearmar esquemas de protección, lo cual los excluyó de los beneficios de eficiencia y equidad (transformación de los métodos de producción y organización empresarial). Se emprendió una apertura paulatina, con cronogramas arancelarios que en poco tiempo fueron abandonados, luego durante el ministerio de Cavallo se introduce una estructura arancelaria escalonada. Se había logrado integrar al país al comercio mundial, triplicando el valor total del comercio, y elevando el producto anual en un 42%.[22]
La Convertibilidad, la apertura de la economía, la disminución del tipo de cambio real, y la aglomeración de la demanda, multiplicaron por cinco las importaciones (lo que llevó a que el déficit de la cuenta corriente sea el principal punto de debate en el programa de convertibilidad); respecto a las exportaciones, las mismas se vieron influenciadas por las condiciones de los mercados mundiales, aumentando durante el primer período de la convertibilidad (consecuencia de la inversión), y disminuyendo a fin de la década como respuesta a la menor competitividad a la que llevaron las crisis internacionales, especialmente la que tuvo epicentro en Brasil (1999). El crecimiento en mayor medida de las importaciones, dio como resultado un balance comercial estructuralmente deficitario, agravado por los saldos negativos de los servicios reales (turismo, fletes y seguros) y financieros (intereses de la deuda externa). Pese a lo mencionado, las reservas aumentaron con el ingreso de capitales externos.[23]
El escenario reinante indicaba que era el momento preciso para llevar acabo un paulatino ajuste hacia una posición más sólida. La economía mundial y la de Brasil se habían reactivado, el crecimiento del consumo interno se había atenuado, el dólar había perdido valor en el mundo, y la convergencia de la inflación nacional con la norteamericana posibilitaba revertir la apreciación del peso en relación con otras monedas. Existía mayor liquidez internacional, estabilización y crédito para el consumo. Era necesario aumentar la productividad, utilizando el gasto público como herramienta, para poder enfrentar los pagos de la deuda vía incremento de las exportaciones. "Cavallo había especulado con que el salto de la inversión se financiaría a sí mismo. Más importante que preocuparse por el déficit comercial […] era garantizar que el producto creciera rápido, porque pari passu aumentaría la productividad, que era todo lo que se necesitaba para que en el futuro pudiera pagarse, con mayores exportaciones, las deudas así contraídas".[24]
Sin embargo, ese ingreso de divisas, que se cambiaba por pesos en el Banco Central, incrementando las reservas y la base monetaria, creaba condiciones favorables para un proceso de expansión, pero también bloqueaba la conversión del capital financiero en capital productivo, alimentando la formación de una burbuja de carácter especulativo que tendría consecuencias desastrosas: "como toda burbuja especulativa, ésta era extremadamente volátil y proclive a fuertes oscilaciones"[25].
Una piedra en el camino
Con la Convertibilidad, la economía argentina se mantuvo durante cuatro años en un camino de crecimiento, sostenido fundamentalmente por el consumo interno como factor dinámico, a pesar de que el ahorro interno se mantenía bajo y el déficit del comercio exterior crecía.[26] El ahorro externo pudo sostener el crecimiento económico y financió gran parte del consumo, pero en 1995 se produce en México una corrida cambiaria, devaluándose el peso del país, dando lugar al conocido "efecto tequila" que sacudió a los mercados financieros; nuestro país experimentó un ataque especulativo, con la consecuente caída del índice de precios en más del 50%. Esto sacaba a la luz la profunda dependencia que existía entre el Plan de Convertibilidad y la recepción de fondos para sostener los desequilibrios que se producían en el país. La reacción en el caso brasilero fue muy diferente al del argentino; el primero reacciona flexibilizando un poco el régimen cambiario y eleva las tasas de interés, disminuyendo su ritmo de crecimiento, mientras el segundo agrega "más convertibilidad".
"El gobierno reaccionó con una serie de anuncios de austeridad fiscal y de reordenamiento financiero, y firmó un acuerdo con el Fondo Monetario en el mes de marzo de 1995. Los mercados reaccionaron favorablemente."[27] La duración de la crisis fue variable, y recién se logra revertir con el alivio de la situación en México y la reelección de Menem. Hacia abril de 1996 podía considerarse superado el traspié en algunas dimensiones, pero en otras tuvo un impacto mayor. Existía un problema que se convirtió en el síntoma más grave de la crisis: la tasa de desempleo alcanzaba su punto máximo y seguía creciendo. El aumento de la tasa de interés producida por la crisis mexicana desencadenó círculos viciosos y multiplicadores recesivos. La Convertibilidad mostraba su lado oscuro. Parecía que el modelo estaba agotado y era necesario encontrar un camino alternativo para poder salir a flote. Sin embargo, Argentina no estaba dispuesta a soportar las consecuencias emanadas de una salida del plan, y paga así el precio derivado de una fuerte recesión, acomodándose a las nuevas condiciones de financiamiento.
El gobierno refuerza su propuesta y consigue un fugaz recupero: descenso de las tasas de interés internacionales y mejoras en el precio de algunos commodities, que se contaban entre los principales rubros de las exportaciones argentinas. El Mercosur jugaba un papel preponderante, fue clave para permitir la exportación de productos industriales, que eran difíciles de colocar en países ricos. La producción nacional, y el valor agregado por la industria argentina, tuvieron un comportamiento uniforme a la apertura comercial, aumentando la productividad (pudiendo expandirse a otros mercados) en algunos casos, y siendo desplazada por producción extranjera en otros. Financiamiento externo, precios internacionales favorables y expansión brasileña constituían los tres pilares sobre los que se sostenía la economía argentina.[28]
El comienzo de una larga agonía
Una serie de conflictos internos llevaron a la remoción de Cavallo en julio de 1996. Los resultados de su gestión podrían concentrarse en tres indicadores: inflación[29]PBI y tasa de desocupación, de los cuales logró liquidar la primera, reactivar la economía y aumentar la tasa de desocupación. Resultó una gestión grandiosa para quienes privilegian la estabilidad de precios y el crecimiento, y deplorable para quienes sólo miran la desocupación; que de hecho, fue uno de los temas sobre los que más se escribió, restando importancia a la desaparición de uno de los problemas más graves que había padecido la argentina durante medio siglo: la hiperinflación.[30]
El ministro anterior fue reemplazado por Roque Fernández. Sin un sustento de política de desarrollo económico y social, Argentina seguía dependiendo del exterior; podía percibirse una leve reactivación en algunos aspectos, y en otros, reaparecían algunos problemas típicos de los momentos del "buen funcionamiento" del modelo.
El estilo del nuevo ministro era diferente al de su antecesor: "Cavallo saltaba sobre la autobomba y desplazaba al conductor; Fernández opinaba que él no iba a enseñar a conducir al bombero a cargo de llevar la autobomba hasta el lugar del incendio".[31] Obligó a trabajar y a hacerse cargo al resto del gobierno mucho más que Cavallo. Entre sus políticas, orientadas a reforzar la concepción monetarista y a acentuar los rasgos del plan vigente, podemos nombrar el canje de la vieja deuda por papeles nuevos a largo plazo, la pulsión a favor de la flexibilización a la baja de salarios y el desmonte de políticas para estimular actividades fabriles.[32]
Un año después, el déficit comercial volvía a interferir en el esquema de la convertibilidad, y sumado al déficit de la balanza del turismo, las transferencias de capitales por remesas y utilidades y la poca creación de riqueza, nacía la necesidad creciente de endeudamiento para cubrir el saldo negativo de la cuenta corriente del balance de pagos.[33]
La crisis financiera que golpeaba nuevamente al mundo, logró provocar el default de Rusia e impactó negativamente en Asia y Brasil (uno de los grandes sostenes de años anteriores con el que nuestro país había establecido una dependencia crucial), materializándose en el derrumbe de la "nueva economía" norteamericana y encadenándose con la crisis de Argentina, ya que ésta dependía del financiamiento externo. El optimismo de capital internacional no se iba a recuperar tan rápido. Así se iniciaría para el país "un largo padecimiento, fruto de la tozudez de las sucesivas autoridades para salir de un modelo absolutamente agotado y que terminaría con la dramática crisis social y política de diciembre de 2001".[34] Los mecanismos de ajuste que intentaban frenar la debacle eran ya predecibles y mostraban las debilidades estructurales del plan. Uno de los fenómenos más preocupantes era el mercado laboral.
Cumplidos tres años de la reelección de Menem, el comportamiento macroeconómico parecía reflejar una leve mejoría, sin embargo la Convertibilidad deparaba más sorpresas. Se había recuperado el ritmo de crecimiento, se detuvo la apreciación cambiaria, y comenzó a revertirse; se redujo el desempleo, el aumento del producto pasó a depender de la inversión (no del consumo), y de las exportaciones; consecuentemente las importaciones también aumentaron para compensar la demanda, pero no provocó déficit, porque la inversión extranjera directa financiaba el desequilibrio en la cuenta corriente; revirtiéndose así los problemas que se habían planteado a principios de la convertibilidad. "De las reformas de fondo sólo se juzgaba pendiente una que flexibilizara el régimen laboral de manera tal que los salarios se ajustaran mas rápidamente hasta eliminar la brecha entre la oferta y la demanda de empleo".[35]
Sin embargo, comienza a desatarse un huracán, el inicio de la persistente depresión económica argentina que comienza en agosto de 1998. "Todos los indicadores macroeconómicos, reales y monetarios, muestran la profundidad de la crisis: caída del PIB, incluyendo reducción de la IIBF; deflación, reducción de importaciones, incremento de la tasa de interés y del riesgo soberano, aumento de la tasa de desempleo, y disminución de la recaudación fiscal, variable ésta asociada estrechamente al nivel de actividad."[36]
Llegando el final de la década, el panorama se complicaba cada vez más, culminando con una serie de transformaciones que fueron deteriorando la economía, su parte social y productiva, subordinándola a factores fuera de control poniendo en marcha un proceso de extranjerización y concentración del poder económico.[37] Brasil terminó de asumir su crisis y para sorpresa de todas las autoridades argentinas devaluó su moneda, comenzando su salida del modelo neoliberal. Esto significaba una reducción de la demanda interna así como un drástico cambio en la competitividad relativa de ambos países, que descolocaba aún más a la industria local.
El gobierno de Menem se cerraba con deterioro en los términos de intercambio, contracción de la demanda externa del principal comprador, alza en las tasas de interés pagadas por la deuda pública externa, tendencia a la deflación, crisis fiscal y desocupación galopante.[38] A pesar de eso, fue el primero en 30 años donde no existió el estado de sitio ni los presos políticos; el que garantizó amplia libertad de expresión mediante la privatización de los canales de televisión; el que instaló una estabilidad monetaria duradera; el que dio al Estado la dimensión compatible con el desarrollo económico.[39]
Una bomba que no tardó en estallar
"El Gobierno de De la Rúa heredó una situación crítica y un modelo definitivamente agotado, pero no tuvo vocación ni capacidad de cambiar el rumbo"[40]. Este cambio de gobierno no supuso alteraciones de fondo en la estrategia del ataque de la crisis. El nuevo presidente había sido claro en su campaña: "un peso – un dólar, y no se discute más"[41]. Argentina se desangraba sosteniendo a rajatabla su programa y confiando que eso la haría atractiva a las inversiones externas, y así permitiría una expansión de la base monetaria e incluso una reactivación; al contrario de eso, no sólo los capitales eran esquivos, sino que además se fugaban.
Su primer Ministro de Economía fue Machinea. Algunas de sus medidas dependieron directamente de su cartera y otras fueron adoptadas por otros funcionarios. Una de las más importantes fue el impuestazo, el cual produjo un "enfriamiento" de la economía a principios del 2000. Se modificaron los impuestos a las ganancias, el impuesto al valor agregado, bienes personales, etc.[42]
En Marzo de 2001, el desgaste de Machinea obligó al presidente a reemplazarlo por López Murphy quien permanecería sólo 15 días en sus funciones. En su único discurso como Ministro afirmó que Argentina tenía que "salir a recuperar sus verdaderas fuentes de crecimiento que no pasan por la solución mágica e irresponsable de modificar el régimen de la Convertibilidad sino por movilizar su fenomenal dotación de recursos. […] SALIR DE LA CONVERTIBILIDAD SERÍA UN ERROR DE PROPORCIONES IMPENSABLES EN ARGENTINA. No vamos a volver a crecer si no nos sentamos a resolver los problemas fiscales seriamente…"[43] Precipitó una conversación que debían tener quienes decidían, para buscar distintas salidas al problema fiscal.
En definitiva, la resistencia creciente de la sociedad obligó a un acelerado recambio ministerial y el "padre de la criatura", Domingo Cavallo, asumía nuevamente como ministro y recibía un hijo avejentado y desahuciado.[44] Sostenía que la debilidad de la Convertibilidad estuvo dada por la devaluación de casi todas las monedas del mundo frente al dólar y al peso, un par de años de retroceso de la productividad, y una política tributaria gravosa que permitiera la competencia de productos argentinos frente al exterior. Frente a tal contexto se anuncia que el valor del peso ya no seria igual al del dólar, fijándose un valor equivalente al de medio dólar, más el valor de medio euro.[45] Esta medida sacó a la luz el agotamiento del modelo, el euro estaba revaluado con respecto al dólar, lo que significa que el peso también se habría revaluado.
Otro instrumento que se implementó para tratar de reactivar la economía fueron los planes de competitividad sectoriales, que consistían en acuerdos convocados por el gobierno nacional, a través de los cuales los principales grupos participantes de cada sector de actividad se comprometían a colaborar, a cambio del beneficio de reducir la carga tributaria; lo que consecuentemente llevó a una reducción en la recaudación y un consiguiente déficit fiscal.[46]
Ante la depresión cualquier recorte era insuficiente, por lo que las autoridades buscaron un apoyo adicional con la reestructuración de la deuda, negociando un "megacanje" para que se pueda tomar aire con los plazos de vencimiento, negocio que terminó siendo bueno sólo para los bancos participantes. En el fondo, el quiebre de la Argentina era ya un hecho y con esto sólo se buscaba ganar tiempo, "con el fin de que otras economías que pueden ser eventuales víctimas del contagio, se protejan mejor y los Estados Unidos se desentiendan si los hombres del Gobierno aparecen con un nuevo pedido de socorro en pocas semanas más."[47]
Otro punto crítico de la convertibilidad se encontraba en la relación entre reservas y dinero ampliado, por lo que una salida de depósitos en forma de corrida podía ser el fin de la convertibilidad. Y eso estaba sucediendo, afectando como consecuencia las cadenas de pagos y la confianza de especuladores y ahorristas. Esto obligó a dictar el decreto popularmente conocido como "corralito" que establecía, entre otras cosas, la imposibilidad de retirar más de 250$ semanales de los depósitos que los ahorristas tenían en los bancos. "Cavallo se convirtió en Mr. Corralito, transformándose en inolvidable para cientos de argentinos"[48]
A fines del 2001, estando maduras las condiciones para un estallido social, la gente salió a las calles (importante movilización de los sectores medios de la ciudad de Buenos Aires), se manifestó, fue reprimida a sangre y fuego, hubo saqueos; el caos se había instalado. De la Rúa y Cavallo renunciaban en lo que fue la crisis institucional más profunda desde los años ´30. La consecuencia inmediata fue una sucesión de múltiples presidentes y anuncios (entre ellos, no pagar la deuda en tiempo y forma durante la presidencia de Rodríguez Saá). Finalmente "en la primera semana del 2002, el gobierno de Duhalde decretó el final de la Convertibilidad".[49]
Después de la devaluación del 2002, Argentina cayó completamente. La caída del ingreso entre 1998 y 2002 fue aproximadamente del 20%, y la tasa de desempleo llegó al 21,5 %. Fue la retracción productiva más prolongada y más profunda.
Para evitar la cesación de pagos y la devaluación se intentó todo, un canje voluntario de deuda de corto plazo a una de plazos más largos e intereses caudalosos, anuncio de una política de "déficit cero" (por la que se irían ajustando mensualmente los gastos a los ingresos), y otro canje de deuda, prolongando más los plazos pero con intereses menores.
En resumen, las causas que motivaron la salida de la Convertibilidad, fueron:
– Año 1999: devaluación de la moneda brasileña, apreciación del dólar, consecuente caída de los precios externos en nuestro país, y fuga de capitales.
– Año 2000: asunción de Fernando De la Rúa como presidente, en cuya campaña había promocionado fuertemente la continuidad del régimen monetario. El gobierno buscó lograr la confianza suficiente para reducir la salida de capitales, para lo cual implementó una política de austeridad fiscal, a pesar de que generalmente es contraproducente un ajuste de las cuentas públicas en medio de la recesión. Supuso que esto era necesario para reducir el riesgo país, y que por ende el efecto expansivo de la tasa de interés compensaría cualquier influencia negativa. Algunas de las medidas fueron: aumentos impositivos, restricción del gasto, y de las transferencias de la Nación a las provincias.
– Año 2001: las medidas no tuvieron los resultados deseados, "la economía argentina pasaba a estar en el foco de los inversores internacionales como candidato a incumplir sus compromisos financieros". Consecuentemente, Marzo de 2001 fue el mes de mayor salida de depósitos del sistema financiero.
Página siguiente |