Compartir
En una ocasión, por la tarde, un hombre vino a nuestra casa, para contarnos el caso de una familia hindú de ocho hijos. No habían ya comido desde hacía ya varios días. Nos pedía que hiciéramos algo por ellos. De modo que tome algo de arroz y me fui a verlos. vi. como brillaban los ojos de los niños a causa del hambre. La madre tomo el arroz de mis manos, lo dividió en dos partes y salio. Cuando regreso le pregunte: que había hecho con una de las dos raciones de arroz. Me respondió: "ellos también tienen hambre". Sabia que los vecinos de la puerta de al lado, musulmanes, tenían hambre. Quede más sorprendida de su preocupación por los demás que por la acción en si misma.
En general, cuando sufrimos y cuando nos encontramos en una grave necesidad no pensamos en los demás. Por el contrario, esta mujer maravillosa, débil, pues no había comido desde hacia varios días, había tenido el valor de amar y de dar a los demás, tenia el valor de compartir. Frecuentemente me preguntan cuando terminara el hambre en el mundo. Yo respondo: "Cuando aprendamos a Compartir". Cuanto mas tenemos, menos damos. Cuanto menos tenemos, mas podemos dar.
El zapatero
Dios entró donde el zapatero y le dijo: se me han roto mis sandalias, ¿podrías regalarme unas?, el zapatero le respondió: soy tan pobre que no tengo ni siquiera otras sandalias, sólo las que llevo puestas. Dios le dijo: ¿podrías tú entonces reparar las mías por favor?, no tengo dinero aquí, pero te puedo dar lo que quieras si me las arreglas.
El zapatero con mucha desconfianza dijo: ¿me puedes dar tú el millón de dólares que necesito para ser feliz?
Dios le dijo: te puedo dar 100 millones de dólares. Pero a cambio me debes dar tus piernas…
El zapatero dijo: ¿y de que me sirven los 100 millones si no tengo piernas? Dios volvió a decir: te puedo dar 500 millones de dólares, si me das tus brazos.
El zapatero respondió: ¿y que puedo yo hacer con 500 millones si no podría ni siquiera comer yo sólo? Dios hablo de nuevo y dijo: te puedo dar 1000 millones si me das tus ojos.
El zapatero sólo dijo: ¿y dime; que puedo hacer yo con tanto dinero si no podría ver el mundo, ni poder ver a mis hijos y a mi esposa para compartir con ellos? Dios sonrió y le dijo: ay hijo mío, ¿Cómo dices que eres pobre?; ¡si te he ofrecido ya 1600 millones de dólares y no los has cambiado por las partes sanas de tu cuerpo! Eres tan rico y no te has dado cuenta.
Sólo pensemos hoy en todo lo que podemos agradecer a Dios, y démosle gracias pues es el quien nos ha dado la salud. No pidamos tanto dinero, pues es mejor tener todo nuestro cuerpo sano a tener todo el dinero del mundo.
Sencilla oración
Una mujer probamente vestida, con un rostro que reflejaba derrota, entró a una tienda. La mujer se acercó al dueño de la tienda y, de la manera más humilde, le preguntó si podía llevarse algunas cosas a crédito. Con voz suave le explico que su esposo estaba muy enfermo y que no podía trabajar; tenían siete niños y necesitaban comida.
El dueño le pidió que abandonara su tienda. Sabiendo la necesidad que estaba pasando su familia la mujer continuo: "¡por favor señor! Se lo pagare tan pronto como pueda". El dueño le dijo que no podía darle crédito ya que no tenía una cuenta de crédito en su tienda.
De pie cerca al mostrador se encontraba un cliente que escucho la conversación entre el dueño de la tienda y la mujer. El cliente se acerco y le dijo al dueño de la tienda que el se haría cargo de lo que la mujer necesitaría para su familia. El dueño le pregunto a la mujer: "¿tiene usted una lista de compra?". La mujer dijo: "si señor". "esta bien," dijo el dueño, "ponga su lista en la balanza y lo que pese su lista, le daré yo en comestibles".
La mujer titubeo por un momento y cabizbaja, busco en su cartera un pedazo de papel y escribió algo en el. Puso el pedazo de papel, cabizbaja aun, en la balanza. Los ojos del dueño y el cliente se llenaron de asombro cuando la balanza se fue hasta lo mas bajo y se quedo así.
El dueño entonces, sin dejar de mirar la balanza dijo: "¡no lo puedo creer!". El cliente sonrió y el dueño comenzó a poner comestible al otro lado de la balanza. La balanza no se movió por lo que continúo poniendo más y más comestibles hasta que no aguanto más. El dueño se quedo allí parado con gran asombro.
Página siguiente |