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La grieta

Enviado por Mario Alberto Geller


Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Bibliografía

Resumen

Persistencia de los traumas causados por la guerra

Terezín Una pesadilla blanca de chimeneas quemando sangre para los hijos de Judea con rara estrella y rostro de hambre. En invierno y verano es igual tras alambres no hay estación. Terezín de los niños jugar con la muerte común mientras pintaban el cielo azul, mientras soñaban con corretear, mientras creían aún en el mar, y los llevaban a caminar para no regresar. Terezín, Terezín, Terezín, pelota rota. Sed de tardes ya increíbles saltaron locas las altas tapias, y el amor, irreductible, quedo colgado en alambradas de Terezín. Terezín, Terezín, Terezín, pelota rota.

Silvio Rodríguez

(En un presente)

La mañana se presentaba muy agradable a través del cristal de la ventana.

El sol brillaba en lo alto y el cielo no estaba enturbiado por ninguna nube.

Otro día de otoño más – pensó -.

Los árboles mecían sus ramas al compás del viento susurrante y le hacía una suerte de escolta en su camino a la parada de colectivos.

Siempre realizaba, día tras día, el mismo recorrido. Los últimos veinte años de su vida así lo atestiguaban.

Esta rutina, como tantas otras, le hacían sentir más seguro. Como si todo así fuera más previsible, más real.

Dejó atrás el almacén de don Alfonso al que saludó afectuosamente a su paso mientras éste levantaba despaciosamente las cortinas del viejo negocio.

Solamente le faltaba transitar el largo paredón del colegio municipal para finalmente doblar la esquina y llegar a su meta.

Entonces vio a la GRIETA.

Podía jurar que hasta ayer no estaba allí.

¡A él no lo iban a engañar! Si conocía, como nadie, todos y cada uno de los detalles de "su" cuadra.

Se detuvo para fijar más su vista y refunfuñó.

¡Claro que antes no estaba! – se dijo -.

La pared, antes sobriamente pintada y decorada con los cotidianos graffitis, presentaba ahora una profunda rajadura que la atravesaba oblicuamente.

Parecía un largo río que buscaba afanosamente su desembocadura en alguna parte. Más bien se trataba del cauce seco de un río, un abrupto cañadón, reflejo de días más fecundos y rumorosos.

De repente, como en un ensueño, se sintió transportado a otro lugar, a otro tiempo, a otra vida.

(En el pasado)

La oscuridad era casi absoluta.

Reinaba un pesaroso silencio que, de tanto en tanto, era quebrado por algún sollozo descarnado o por el ya habitual estertor que anunciaba una nueva muerte.

El no los veía, pero estaban allí como espectros.

Como una masa espesa de humanidad bestializada y martirizada.

Casi podía tocar el espeso aire y a duras penas soportar el hedor reinante.

Apretó muy fuerte la mano desfalleciente de su madre para darse algo más de fuerza y no gritar hasta que no pudiera más.

De repente el tren se detuvo con un chirrido seco de frenos desgastados y todo el mundo se movió hacia delante por esa inercia que tienen las cosas de continuar siendo.

Finalmente, volvió el silencio.

Apoyó su cara sobre la hendidura que separaba los tablones que hacían de paredes del vagón y trató de vislumbrar todo lo que alcanzaba a sus ojos.

Habían llegado a una vieja estación pueblerina y pudo leer, con dificultad, el nombre del infierno en un cartel: Theresienstadt.

(Digresión – I)

"El 21 de noviembre de 1941, los alemanes establecieron un ghetto judío en la fortaleza de la ciudad de Terezin (antigua Checoslovaquia), una pequeña ciudad fortificada a 50 km de Praga, edificada en 1780 por José II y llamada así en honor de su madre, María Teresa.

Theresienstadt, hasta su liberación el 8 de mayo de 1945 por las tropas rusas, funcionó como un ghetto y un campo del tránsito en la ruta a Auschwitz (Polonia).

El régimen nazi decidió hacer del campo, a los ojos del mundo, una "comunidad judía auto administrada".

Theresienstadt tuvo un local de ventas, moneda, servicio postal, cabaret, orquesta, hospital, panadería, talleres artesanos, consejo judío presidido por Jacob Edelstein, centro cultural en el que algunos rabinos traducían y comentaban el Talmud; y hasta fue reacondicionado y pintado con motivo de una visita de los inspectores de la Cruz Roja en enero de 1944.

Detrás de esa atrayente fachada, los prisioneros vivían en condiciones humillantes, trabajaban como esclavos, eran duramente castigados por los SS, morían de tifus o finalmente eran enviados a los hornos crematorios de Auschwitz o Treblinka.

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