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Eneagrama de las Virtudes: Recuperando su Dimensión Espiritual

Enviado por Marcelo Aguirre


Partes: 1, 2

    1. Las falsas virtudes
    2. Las virtudes de la esencia

    Hola a todos! Les comparto este artículo que fue publicado recientemente en la Revista "Sintoniza Eneagrama", de la IEA Española, con el título de:"Recuperando la Dimensión Espiritual de la Virtud, según el Eneagrama de la Personalidad". Espero les guste y aproveche. Saludos!

    Introducción

    "Desapegarse de los deseos, tal como lo aconsejan las Escrituras, va más allá de un desapego del placer y del dolor: se aplica además a las formulaciones mentales de vicio y virtud. El hombre que es virtuoso en forma tradicional no está más libre ó más abierto a su verdadero ser que el que cae presa de los automatismos del deseo. Pues dice un proverbio hindú: «Un ruiseñor en jaula de oro no es más libre que otro en jaula de hierro»".

    [Claudio Naranjo, Psicología de la Meditación].

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    Nuestro mundo está cansado de una virtud aparente, inconsistente, que sólo sirve para mostrar a la sociedad cuánto el ego educado se ha esforzado para crear una máscara suficientemente adaptada a las pautas sociales. Es en el fuero interno del hombre, empero, y no en su fachada social, donde se juegan valores más importantes tales como el despertar de la consciencia, la autorealización y la felicidad. 

    Originada en Aristóteles y reforzada en la Escolástica, se ha hecho tradicional la noción y práctica de la virtud como un hábito operativo de hacer el bien. Esto es, el hábito de practicar voluntariamente lo que se considera moralmente correcto en un determinado contexto sociocultural.

    Esta noción de virtud es la que ha dominado durante siglos nuestra educación occidental ligada, particularmente a partir de la Reforma Protestante, al voluntarismo exagerado, la disciplina rigorista y las penitencias impuestas y autoimpuestas con fines supuestamente éticos y pedagógicos. Es claro, por otra parte, que en nuestro tiempo esta noción y práctica de la virtud han caído en desuso y, en el contexto de un globalizado relativismo en el que toda autoridad y los valores tradicionales están en crisis, nuestro mundo prefiere hoy hablar de valores, una noción, por lejos, mucho más abstracta y menos encarnada que la de virtud en su sentido originario.

    Etimológicamente, "virtud" deriva del término griego areté, que significa "perfección, excelencia" y también "pericia, arte". Su traducción latina es: "virtus", de donde deriva directamente nuestro vocablo en español. La raíz latina tiene originariamente el sentido de "fuerza", "energía que surge" y que se abre paso hasta manifestarse. Para la espiritualidad y la mística en general, y para la filosofía oriental en particular, la persona virtuosa es aquella que obra no a partir de un hábito adquirido a fuer de voluntad —por importante que sean los buenos hábitos– sino a partir de la "energía ó fuerza interior" que brota de una consciencia pura, de un alma cada vez más autoconsciente ó iluminada. La virtud entendida en este sentido es como una llama viva que transforma, mueve, produce cambios, pero siempre desde el centro del alma hacia afuera, y no al revés.

    Las falsas virtudes

    En los distintos egotipos podemos hallar falsas virtudes. Éstas no son sino cualidades características —y en cierto punto "connaturales"— de cada tipo de personalidad que, aún siendo positivas y valiosas en sí mismas, son frecuentemente utilizadas por el ego con fines más o menos sutiles de manipulación (¡la manipulación es el arte por excelencia del ego!). De allí que sirven al individuo para dar una imagen socialmente aceptable, e incluso laudable, pero que no van más allá de eso.

    Así, no sin una paradojal ironía, se ha llamado irónicamente al E1 "la virtud enojada". Utilizando este egotipo la formación reactiva como mecanismo de defensa principal, desde niño fue construyendo una fachada de autocontrol, disciplina y rectitud que lo caracterizan pero que están lejos de hacerlo feliz, sino todo lo contrario: cuanto más se esfuerza por ser virtuoso más siente crecer dentro de sí el resentimiento y el enojo hacia los demás, porque "los otros no hacen lo que deben"; y hacia sí mismo, por no estar nunca al alcance de su superyóica exigencia interna, y por tanto, de falsa perfección.

    En el E2 podemos encontrar una seductora generosidad. Pero pese a su fachada de filántropo capaz de ofrecer su cariño y ayuda concreta a todo el que lo necesita (y al que no lo necesita también), el ego del E2 sustenta una no reconocida necesidad de afecto y valoración, que hace de la misma ayuda y sacrificio por el otro una herramienta de seducción y manipulación para obtener afecto, reconocimiento y valoración.

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