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La Atlántida de Platón (página 2)


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"Platón, dada la naturaleza de su proyecto, se ve obligado a hacerse cargo de los relatos increíbles, de las historias que todos conocen y hasta del menor rumor que circula en la ciudad terrestre".

Como consigna Ferrater Mora, el interés intelectual de los pensadores neoplató-nicos estribaba, al contrario que en su declarado maestro Platón, en justificar el carác-ter divino de los mitos. A este respecto cabe citar al neoplatónico Salustio, del siglo IV de nuestra era, ideólogo del Emperador Juliano el Apóstata en su empeño por restaurar los antiguos cultos paganos, quien, en una obra titulada Sobre los dioses y sobre el mun-do, distingue cinco especies de mitos, o cinco maneras diferentes de presentarse los mis-mos:

  • Mitos teológicos (propios de los filósofos): Consideran a los dioses en su esencia.
  • Mitos físicos (propios de los poetas): Intentan explicar el modo o modos con que los dioses operan.
  • Mitos psíquicos (propios igualmente de los poetas): Reflejan operaciones del Alma.
  • Mitos materiales (propios de la gente sin instrucción): Pretenden entender la naturaleza de los dio-ses y del mundo.
  • Mitos mixtos (propios de quienes enseñan o practican ritos de iniciación).

A pesar de la evidente diferencia de propósitos, este pensador ‘neoplatónico’ no está tan lejano de Platón como podría parecer a primera vista, ya que distingue clara-mente, en los tres primeros apartados, entre ‘mitos filosóficos’ y ‘mitos poéticos’, lo mismo que aquél. También hay que reconocer que no podía ser lo mismo un pensamien-to de corte más o menos ‘platónico’ desarrollado en plena democracia ateniense (dejan-do de lado las reservas que Platón pudiese tener respecto al sistema democrático en sí) que uno similar dado a conocer contemporáneamente a la crisis -tanto material como ideológica- del Imperio Romano.

La cuestión de la veracidad de los mitos no es abordada con seriedad hasta el Renacimiento, y entonces sólo de una manera tímida que no daría sus frutos hasta que un par de siglos más tarde la Ilustración se decidiera a plantear abiertamente el proble-ma de la Historia contraponiéndose al problema de la tradición. El primero en atre-verse fue Pierre Bayle, seguido por Montesquieu y Voltaire. Este último propuso de-purar los mismos hechos de todas las superestructuras fantásticas con que el fanatis-mo, el espíritu novelesco y la credulidad los habían revestido. La ‘filosofía’ había, pues, de constituirse en el espíritu crítico que se opusiese a la tradición y separase lo verdade-ro de lo falso.

El pensamiento ilustrado enlaza directamente con el actual. En nuestros días se ha conseguido superar la marea positivista del siglo XIX que -comprendiendo mal el mensaje de Voltaire- despreciaba sistemáticamente todo lo relacionado con los mitos por fantásticos y sin interés. Como constata José Ramón Mélida (1893), ya a finales de la pasada centuria se había avanzado mucho en ese sentido. La tendencia ahora mismo es de estudiar el mito como un elemento posible y, en todo caso ilustrativo de la his-toria humana. Esa es la manera de pensar de autores como Bultman o Cassirer, y de ella se ha derivado el enfoque estructuralista de la mitología, cuyo máximo representan-te es Claude Lévi-Strauss. Lévi-Strauss opina que un mito posee una estructura inde-pendiente inclusive de sus contenidos específicos. De conformidad con esto, Celia Amo-rós define el mito como "… una historia en la que se escarba lo trascendental estruc-turada para responder a la pregunta acerca de las condiciones de posibilidad del senti-do" o, lo que es lo mismo, una forma de narrar lo que fue, tributaria del sentido que se le adjudica a lo que ahora es. Amorós piensa, al igual que Marcel Eck, que el mito esca-pa a toda lógica racional, así que para entender este galimatías propone seguir lo que ella denomina una ‘lógica de la representación constituyente’, que define como sigue:

"Operación ideológica radical que transmite un conjunto de hechos sufridos determinados por las modalidades de la inserción en lo real de diversas socieda-des o grupos sociales, en un sistema coherente y totalizador de representacio-nes".

Resumiendo, se trata, al fin y a la postre, de un clásico esquema dialéctico en tres pasos:

  • Se parte como premisa del estado de cosas dado de manera inmediata en la experiencia misma de la práctica social.
  • Se niega la premisa, punto de arranque incuestionable, mediante la represen-tación del contenido de la propia premisa invertido, es decir, contemplando por hipótesis cómo sería el mundo si fuera al contrario de lo que es.
  • NEGACION IDEOLOGICA DE LA NEGACION: Negar la representación de la premisa invertida, definiéndola como posibilidad.

Según Celia Amorós, a un proceso similar al anterior es al que se refiere en rea-lidad Lévi-Strauss cuando habla de un factor perplejizante que desencadena el mecanis-mo del mito, ya que dicho concepto engloba en sí implícitamente "… la oposición como dato primario e irreductible de la experiencia". En todo caso, el ‘mito’ constituye para aquel que lo comparte una ‘historia sagrada’, como comenta Mircea Eliade, ya que:

  • Constituye la historia de los actos de los Seres Sobrenaturales.
  • Esta historia se considera verdadera.
  • Se refiere siempre a una ‘creación’.
  • Al conocerlo se conoce ‘el origen de las cosas’ y, por consiguiente, se llega a dominarlas y manipularlas a voluntad.
  • De una manera y otra se ‘vive’ el mito (se está dominado por la potencia sa-grada, que exalta los acontecimientos que se rememoran y se reactualizan).

Eliade propone en relación con esto el clásico ejemplo de los mitos del fin del mundo, presentes en todas las religiones del planeta, que pronostican, como es sabido, castigos y catástrofes sin fin que tendrán lugar en un futuro más o menos lejano, repi-tiéndose unos sucesos que ya tuvieron supuestamente lugar en un pasado inmemorial (v.gr., las leyendas acerca del Diluvio). El caso del mito de ‘La Atlántida’, tema de este trabajo, estaría, entonces, encuadrado en ese concepto (aunque, como veremos, las opi-niones de los autores que lo estudian difieren en varios puntos sobre el particular). Elia-de, por otra parte, hace notar el parecido de este esquema con el del psicoanálisis, que también define, efectivamente, lo ‘primordialmente humano’ (v.gr., la primera infancia) como primordialmente verdadero, según dos conceptos básicos, de todos conocidos:

  • La supuesta beatitud del ‘origen’ y de los ‘comienzos’ del ser humano
  • La idea de que por el recuerdo y por el ‘retorno hacia atrás’ se pueden revivir algunos incidentes traumáticos.

El psicoanálisis, al fin y al cabo, suele recurrir sin ambages al mito, lo mismo que Platón acostumbraba a hacerlo (y la teoría del conocimiento platónica reposa igual-mente en la ‘reminiscencia’, como es sabido ; el paralelismo es casi perfecto). Así, por ejemplo, Freud sustenta su teoría del ‘Complejo de Edipo’ en una versión sui generis del Mito del Pecado Original, narrando una pequeña anécdota presuntamente acaecida en tiempos paleolíticos:

  • DOMINACION del ‘padre’ (el jefe de la tribu) sobre la horda primitiva
  • Monopolio de las mujeres (objeto del placer supremo), lo cual significa a su vez TABUES y DEBERES para los ‘hijos’.
  • REBELION de los ‘hijos’ (súbditos), quienes crean un ‘clan fraterno’ para preservar el COMUN INTERES, después de matar al padre.
  1. A la larga, los hijos experimentan un SENTIMIENTO DE CULPABILI-DAD por haber matado al padre.
  2. El ARREPENTIMIENTO provoca que se vuelva a una situación similar a la anterior: restauración y glorificación de la autoridad.

Ajustándose como un guante al esquema anteriormente citado de Mircea Eliade, el ‘mito psicoanalítico’ justifica la curación de los males psíquicos mediante una suerte de ‘rito iniciático’ en virtud del cual el paciente retorna no sólo a sus orígenes persona-les, sino incluso a los orígenes legendarios de la especie humana de la que forma parte. El psicoanalista se ha transformado, entonces, en la versión actualizada de los antiguos ‘chamanes’ ; sólo él es capaz de realizar el milagro del ‘eterno retorno’, puesto que es el único conocedor del arjé, del principio de todas las cosas, igual que los antiguos pen-sadores jónicos. Y, puesto que también analiza los sueños de sus pacientes, lo mismo que las antiguas pitonisas de Delfos,, se le podría tal vez aplicar aquel famoso dicho de Heráclito de Efeso:

"De esta Razón, que sin embargo es eterna, los hombres no tienen concien-cia, ya sea antes de haberla escuchado, ya sea habiéndola oído por primera vez, pues a pesar de que todas las cosas suceden de acuerdo a esta Razón, ellos pare-cen inexpertos. A pesar de experimentar palabras y actos, tales como yo los ex-pongo, distinguiendo toda cosa según la naturaleza y diciendo cómo es. Todos los hombres restantes permanecen sin saber todo lo que hacen mientras se hallan despiertos, como se olvidan lo que hacen durmiendo".

Este trabajo se propone analizar el Mito de la Atlántida tal como lo expone Pla-tón en sus diálogos ‘Timeo’ y ‘Critias’. Para ello se estudiarán varias teorías que se han propuesto acerca del particular desde los tres puntos de vista a que se refiere Ferrater Mora: los crédulos, los incrédulos y los escépticos acerca de este relato. Comenzare-mos, pues, exponiendo las distintas explicaciones que acerca de ese mito se han hecho desde las Ciencias Ocultas, pasando seguidamente al análisis pretendidamente ‘científi-co’ de Jean Deruelle, basado en dataciones por el método del Carbono14, para terminar con el enfoque antropológico de esta temática por parte de Pierra Vidal-Naquet y Gene-viève Droz.

  1. ‘LA ATLANTIDA’: Contenido manifiesto del mito platónico

El mito de ‘La Atlántida’ aparece en dos textos de Platón: Timeo (21e-25d) y Critias, diálogo inconcluso. Ambas obras pertenecen a la última época de los escritos platónicos ; se suele, en efecto, dividir la producción dialoguística de este autor griego en cuatro épocas, desde los primeros diálogos, en que la influencia de Sócrates es más notoria, hasta los últimos, en que ya la filosofía de Platón se independiza casi por com-pleto del pensamiento de su maestro:

  • FASE SOCRATICA: Platón se encuentra todavía bajo la influencia directa de

Sócrates ; a partir de esos diálogos es de donde se ha po-dido reconstruir mayormente el pensamiento de Sócrates, quien, como sabemos, no dejó nada escrito.

Títulos: APOLOGIA DE SOCRATES, CRITON, EUTIFRON, CARMIDES, LAQUES, LISIS, ION, PROTAGORAS, HIPIAS MAYOR,

HIPIAS MENOR.

  • DESARROLLO Y SISTEMATIZACION DE LA DOCTRINA PLATONICA:

Platón comienza a independizarse de la influencia socráti ca. Emite la primera versión de la famosa ‘teoría de las ideas’.

Títulos: GORGIAS, MENON, MENEXENOS, EUTIDEMO, FEDON, EL BANQUETE, FEDRO, LA REPUBLICA.

  • REELABORACION CRITICA: En base a unas críticas recibidas de parte de

su discípulo Aristóteles, entre otros, Platón descubre al-gunos fallos en la ‘teoría de las ideas’ e intenta solventar el problema.

Títulos: TEETETOS, EL SOFISTA, EL POLITICO, PARMENIDES, CRATILO

  • NUEVA SISTEMATIZACION: Platón consigue resolver el problema planteado en la fase anterior y propone una nueva versión de la ‘teoría de las ideas’, inspirándose esta vez en los pitagó-ricos.

    Títulos: FILEBO, TIMEO, CRITIAS, LAS LEYES.

    Esta clasificación de los diálogos platónicos no es más que una de tantas y tan convencional como las demás que han hecho otros autores ; así, por ejemplo, Trasilo, gramático de la época de Tiberio (siglo I d.d.C.), incluía los dos diálogos a que nos esta-mos refiriendo, junto con La República y el Clitofón (una obra de cuya autenticidad se duda actualmente) en la 8a de sus ‘9 tetralogías’, tal como lo expone Diógenes Laercio ( siglo III), autor de la Historia de la Filosofía más antigua que se conserva. La pro-blemática autenticidad, por otra parte, de los diálogos y cartas atribuidos a Platón se suele juzgar en base a los siguientes criterios:

    1. La tradición
  1. Los testimonios antiguos
  2. El contenido doctrinal
  3. El valor artístico
  4. La forma lingüística.

Tanto el ‘Timeo’ como el ‘Critias’ forman parte, por lo visto, de los diálogos su-puestamente auténticos de Platón, y fueron compilados, en opinión de Abbagnano, después del año 387 a.d.C., y muy probablemente entre los dos viajes a Sicilia de su au-tor, es decir, entre el 366-65 y el 361-60. Platón murió, como se sabe, el año 347. Por entonces, y tras la Guerra del Peloponeso, Atenas había perdido gran parte de su antiguo esplendor, y el epicentro político de la zona se fue desplazando poco a poco hacia las antiguas colonias comerciales griegas de Italia y Sicilia. La ciudad del Partenón, sin em-bargo, continuó conservando su prestigio en el campo de la cultura, de tal modo que dos cimas filosóficas de la talla de Platón y Aristóteles resultan casi impensables sin referir-las a la polis ateniense.

Según Francisco Lisi, el Timeo, y el Critias debían formar originariamente par-te de una trilogía que complementase y desarrollase lo que ya Platón había iniciado en el Libro VII de ‘La República’ con el ‘mito de la caverna’ ; así, el primero de ambos diálogos "… describe el ascenso del estado caótico y desordenado a un cosmos que es la mejor imagen posible del mundo ideal", mientras que el segundo se supone que se ocuparía ‘in extenso’ -caso de haberse terminado, cosa que no ocurrió- del Estado ideal. La vuelta a la caverna (o ‘decadencia’) debía ser objeto de un tercer diálogo titulado Hermócrates, que o se ha perdido o no llegó a ser escrito nunca. Hay quien dice que parte de los materiales de ese hipotético diálogo fueron aprovechados por su presunto autor para redactar fragmentos de Las Leyes ; no existe, sin embargo, evidencia que co-rrobore esa suposiición.

‘La Atlántida’ y su mito son únicamente esbozados en el ‘Timeo’, donde se los utiliza más que nada para demostrar la fortaleza de la Atenas arcaica, que había sabido resistir el asalto de las naves procedentes de Atlántida, una civilización bastante más po-derosa, mientras que otras ciudades del entorno habían sucumbido irremisiblemente al ataque. Platón pone el relato en boca de Critias, el cual se lo había oído contar a Drópi-das, bisabuelo de Platón ; éste, a su vez, se lo había escuchado contar a Solón, al cual se lo habían transmitido directamente unos sacerdotes egipcios de la ciudad de Sais. La na-rración ocupa apenas 6 páginas de la edición española del ‘Timeo’ y forma parte de la sección introductoria. El diálogo en sí se propone, como constata Francisco Lisi, "… dar una fundamentación natural o la ética y a la política, a la vez que alude a la funda-mentación ontológica de la física". Habría de corresponder al ‘Critias’ (que, como ya hemos dicho, quedó inacabado) el desarrollo de la conexión que su autor establecía en-tre los anteriormente nombrados tres niveles del conocimiento (v.gr., experiencia, arte, y filosofía) que se mencionan en ‘La República’ y otros diálogos platónicos.

El diálogo platónico inacabado Critias, concebido probablemente, como ya apuntamos, como continuación del ‘Timeo’, amplía, en el fragmento inicial que conser-vamos, datos supuestamente fidedignos que poseía Solón acerca de aquella guerra que había tenido lugar hacía 8.000 años entre Atenas y el Imperio de la Atlántida. El texto queda truncado en el preciso momento en que los dioses iban a decretar el hundimiento de la isla principal de ese reino, por culpa de una presunta conducta inmoral (hybris) de sus habitantes. En opinión de Francisco Lisi, la intención de Platón al redactar el diá-logo estaba por encima de la exactitud geográfica al describir la Atlántida (los conoci-mientos cartográficos de la época, por otro lado, dejaban mucho que desear, y el filóso-fo probablemente sería consciente de ello) ; le guiaba, más que nada, un propósito di-dáctico:

"Lo que cuenta es el valor paradigmático de la historia y basta considerar cada uno de los contendientes desde la perspectiva de la política ontolgizante ca-racterística del pensador ateniense para dar cuenta de ciertos detalles o compren-der que en un caso proyecta los rasgos esenciales de la constitución ateniense en el pasado y en el otro los de las constituciones lacedemonias o incluso la de la Persia contemporánea".

La narración del mito atlántico en el ‘Critias’ es a grandes rasgos la siguiente: Poseidón, dios tutelar de la Atlántida, repartió sus dominios entre cinco pares de geme-los varones que tuvo con la mortal Clito. Del mayor de ellos, Atlas, toma su nombre la isla y el océano que la rodea. El imperio de Poseidón y sus hijos se extendía a muchas islas y a las costas del Mediterráneo, nada menos que hasta Egipto e Italia. Practicaban el comercio, lo que, junto con las enormes riquezas naturales de la isla matriz, les pro-porcionaba una gran fortuna. Construyeron grandes edificios, puertos, canales, etc., en-tre los que resultaba destacable el Palacio Real, cubierto de plata, oro, marfil y oricalco (ámbar). Los citados reyes fueron siempre un dechado de virtudes y de honradez, pero con el tiempo dejaron de tener sus elevados niveles de justicia y se volvieron codiciosos y dominantes ; guiados por su desmedida ambición, los atlantes invadieron las tierras de los pueblos vecinos, venciéndolos a todos salvo a la Atenas de Solón. Posteriormente se produjeron violentos terremotos que acabaron sepultando violentamente a la Atlántida bajo las aguas del océanos, que quedó lleno de escollos y fondos cenagosos.

Como ya indicamos en la Introducción, la narración del mito de ‘La Atlántida’ a cargo de Platón ha suscitado a lo largo de toda la historia, ya desde los propios tiempos clásicos, diversos opiniones acerca del particular, que dan lugar a diferentes tomas de postura. Siguiendo nuevamente al profesor Martín Hernández, podemos resumir tales posicionamientos en cinco principales, que coinciden básicamente con las diferentes teorías que expondremos a lo largo del presente trabajo:

  • Aquellos que creen en la historicidad del mito y piensan que éste obedece a una realidad, aunque deformada.
  • Aquellos que piensan que la Atlántida existió, aunque no se conoce el lugar en el que estaba ubicada
  • Aquellos que piensan que el relato de Platón es pura ficción o una mera in-vención imaginaria con el fin de sustentar una utopía político-social.
  • Aquellos que creen que, aunque se trate de un mito, la idea de una Atlántida tal como la expone Platón presupone el conocimiento de América.
  1. INTERPRETACIONES DEL MITO

    En opinión de Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend, Platón, tanto en el caso que aquí nos ocupa como en todos los demás, nunca inventó los mitos, sino que "… los utilizó en el contexto adecuado -satíricamente en ocasiones- sin divulgar su signifi-cado preciso: quien estuviese enterado de la terminología apropiada podría entender-lo". Esta postura coincide con lo afirmado por Helena P. Blavatsky, según la cual el fi-lósofo era sin duda alguna, como muchos intelectuales de su época, un iniciado de los Misterios de Eleusis, una de esas manifestaciones, que, al margen de los cultos oficiales de la polis, apelaban a la afectividad y a las tendencias irracionales del alma. Según nos aclara Francis Vian, esos Misterios, celebrados en honor a Deméter, se encontraban bajo el control del Estado ateniense, se celebraban paralelamente a las fiestas cívicas y estaban precedidos, al igual que los juegos panhelénicos, por la proclamación de una tregua sagrada. Quedaban, sin embargo, como hemos dicho, al margen del Estado, pues no tenían carácter colectivo, sino individual. Según la leyenda de ‘resurrección’ que subyacía tras esos ritos, Deméter fundó los Misterios después de haber conseguido de Zeus que su hija Coré, raptada por el dios de los infiernos, le fuese devuelta durante dos ter-cios del año. Tras descartar la hipótesis de que este culto procediera de Egipto o de Creta ; actualmente se tiende a pensar que su origen es aqueo. Su relación con Atenas proviene de la anexión de Eleusis por Solón ; este dominio aumentó considerablemente la difusión panhelénica de los Misterios, que de paso sufrieron la influencia de la filoso-fía pita órica y de otras doctrinas que admitían la remuneración de las virtudes y de las faltas en la vida futura ; de ahí el alto valor moral que les atribuían los círculos filosófi-cos griegos.

    Para el ya citado E.R. Dodds, la llamada ‘época clásica’ en cierto sentido here-dó "… toda una serie de representaciones incompatibles del ‘alma’ o del ‘yo’ … Aunque de distinta edad y derivados de distintos esquemas culturales, todas estas representa-ciones persistían en el trasfondo del pensamiento del siglo V". La misma anbigüedad lógica de ese ‘conglomerado heredado’ acabó ensanchando a la larga la brecha (ya exis-tente desde Homero) entre las creencias del pueblo y las creencias de los intelectuales, lo que llevó a la larga a la disolución de dicho ‘conglomerado heredado’. El proceso, en opinión de Dodds, no comenzó con la llamada ‘ilustración’ sofística, sino mucho antes, durante del siglo VI, con los físicos jónicos. Ya Heráclito, por ejemplo, "… se burló de la ‘katharsis’ ritual, comparando a los que purgan sangre con sangre a un hombre que intentara lavar su suciedad bañándose en barro". Lo que realmente se produjo en el si-glo V fue, según Dodds, una regresión hacia las creencias tradicionales. La llamada ‘ilustración sofística’ coincidió, en efecto, como demuestra Dodds, con "… una época de persecución, de destierro de estudiosos, de trabas para el pensamiento, e incluso (si podemos creer la tradición sobre Protágoras, de quema de libros". Siempre pasa esto cuando se mezcla (y suele ocurrir con demasiada frecuencia) la religión con la política ; Dodds comenta:

    "Los acusadores de Anaxágoras presumiblemente apuntaban, como dice Plutarco, a su protector Pericles ; y Sócrates podía muy bien haberse librado de la muerte si no hubiese estado asociado con hombres como Critias y Alcibíades. Nos vemos forzados, al parecer, a suponer la existencia, entre las masas, de un fanatismo religioso exasperado que los políticos podían aprovechar para sus propios fines. Y esta exasperación debe haber tenido una causa".

Dodds señala como posible explicación de este fenómeno la influencia de la his-toria en tiempo de guerra (en este caso la Guerra del Peloponeso, 431-404), unida a un peligro real de orden social que el nuevo racionalismo traía irremediablemente consigo ; para muchos discípulos de los sofistas, la liberación del individuo venía a significar, en efecto, autoafirmación sin límites, derechos sin deberes, etc.: "El nuevo racionalismo no autorizaba a los hombres para portarse como bestias ; … Pero los autorizaba para justificar ante sus propios ojos su brutalidad, y en un tiempo en que las tentaciones ex-ternas a una conducta brutal eran particularmente fuertes". En todo este contexto de flujo y reflujo de pensamiento ve Dodds la actitud de Platón ante la religión como un intento de estabilizar de alguna manera la situación. El punto de partida del filósofo estuvo, por tanto, históricamente condicionado. Aunque, como es sabido, era, induda-blemente, un ‘hijo de la ilustración’ (sobrino de Cármides, discípulo de Sócrates, …), los acontecimientos ocurridos durante el tránsito del siglo V al IV, que culminaron con el ajusticiamiento de su maestro (399), le hicieron, igual que a muchos otros racionalistas griegos de su generación, reconsiderar su fe ; todo eso fue lo que condujo a Platón, en opinión de Dodds, "… no a abandonar el racionalismo, sino a transformar su significa-do dotándole de una extensión metafísica". Su nuevo interés por la ‘salud de la psyché (= alma) le conminó casi automáticamente a retomar la vieja creencia chamanística en la reencarnación. El último diálogo platónico, Las Leyes, contemporáneo del ‘Timeo’ y del ‘Critias’, contiene las propuestas de su autor para reformar y estabilizar el ‘conglo-merado heredado’, que nos ayudan a entender algo más la postura de este gran pensador ante el hecho mítico, así como su utilización filosófica del mismo:

  1. Suministrar a la fe religiosa un fundamento lógico demostrando ciertas pro-posiciones básicas, que son:
  • Que los dioses existen
  • Que les interesa la suerte de la humanidad
  • Que no se les puede sobornar.
  1. Darle un fundamento legal, incorporando estas proposiciones en un código inalterable e imponiendo sanciones a toda persona que propagara la no cre-encia en ellas
  2. Darle un fundamento educativo, declarándolas materia obligatoria en la ins-trucción de todos los niños
  3. Darle un fundamento social, promoviendo la íntima unión de la vida religio-sa y de la vida cívica en todos los niveles.

Las propuestas de Platón para reformar el ‘conglomerado’ nunca se llevaron, por supuesto, a la práctica, ni siquiera de manera experimental.

La explicación esotérica

Según explica la ‘doctrina secreta’ defendida por la Sociedad Teosófica y tal como la expone A.P. Sinnet, la raza humana "… evoluciona en una serie de Rondas (progresiones alrededor de la serie de mundo), y siete de estas vueltas tienen que veri-ficarse antes de que los destinos de nuestro sistema se cumplan". Actualmente nos en-contraríamos en la 5a Raza de la 4a Ronda (siguiendo una ley mística del número 7, hay siete Rondas, con siete Razas cada una), cuya evolución habría empezado hace millones de años. Las razas están a su vez divididas en subrazas, y éstas por su lado en razas ra-males, en grupos de siete respectivamente ; Sinnet añade, puntualizando:

"Los períodos de las grandes razas-raíces están divididos unos de otros por grandes convulsiones de la naturaleza y por grandes cambios geológicos. Europa no existía como un continente en los tiempos en que la cuarta raza flo-recía. El continente en que la cuarta raza vivió no existía cuando floreció la ter-cera, y ninguno de los continentes que fueron los grandes pináculos de las civili-zaciones de aquellas razas existen en la actualidad. Siete grandes cataclismos continentales tienen lugar, durante la ocupación de la tierra por la ola de vida hu-mana, en un período de Ronda. Cada raza es destruida de este modo en el tiempo señalado, quedando algunos sobrevivientes en otras partes del mundo que no pertenecen a la región propia de la raza, y estos sobrevivientes, invariablemente en tales casos, muestran una tendencia a degenerar y a volver a sumirse en la barbarie con más o menos rapidez".

Esta es básicamente la explicación ‘teosófica’ de la evolución. Los Atlantes co-rresponderían, según este razonamiento, a aquella ‘4a Raza’ que nos precedió y que, se-gún Sinnet, fue destruida por el correspondiente cataclismo durante el Mioceno (en la Era Terciaria, hace aproximadamente entre 13 y 28 millones de años), Esta estimación no se corresponde, desde luego, con los 9,000 años a que hace referencia el texto platóni co. H.P. Blavatsky sale al paso de una posible crítica en ese sentido diciendo:

"Platón, al paso que repite la historia según los sacerdotes de Egipto la refirieron a Solón, confunde intencionadamente (como lo hacía todo Iniciado), los dos continentes, y aplica a la pequeña isla que se hundió la última, todos los sucesos pertenecientes a los dos enormes continentes: el prehistórico y el tradi-cional. Por tanto, describe la primera pareja, que pobló toda la isla, como ha-biendo sido formada de la Tierra. Al decir esto, no quiere significar a Adán y Eva, ni tampoco a los antepasados helénicos. Su lenguaje es sencillamente la materia, pues los Atlantes fueron realmente la primera Raza puramente humana y terrestre, toda vez que las que le precedieron eran más divinas y etéreas que humanas y sólidas".

Los autores de estas aseveraciones tan ambiguas y dogmáticas pretenden justifi-carlas afirmando que les han sido reveladas ‘telepáticamente’ por unos hipotéticos Ma-hatmas o ‘Adeptos’ que supuestamente residen en algún lugar ignoto del Himalaya des-de hace milenios custodiando toda la verdadera sabiduría de este mundo. Es posible que algunas personas se dejen convencer por tamañas explicaciones, originalmente ex-presadas en Inglaterra y EE.UU. en el último tercio del siglo XIX ; resultan, sin embar-go, difíciles de asimilar para una mentalidad racionalista -como la nuestra- de finales del siglo XX*. Si la exponemos aquí es únicamente con la intención de, como prometi-mos en la Introducción, no dejar fuera ninguna interpretación importante (por absurda que nos parezca) que haya habido acerca del mito de ‘La Atlántida’.

Otra interpretación esotérica, igualmente fantástica en nuestra opinión, es la que propone el fundador de la gran fraternidad Universal, Serge Reynaud de la Ferrière. Dicho autor, abundando en la teoría de las Razas arriba esbozada, calcula que la Atlánti-da -que él ubica en una antigua isla que se extendía entre el Senegal y Venezuela- debió desaparecer bajo las aguas alrededor de 11.000 años antes de nuestra era, con lo cual se acerca bastante más que los anteriores a la cifra propuesta por Platón. Además, Reynaud pontifica que, sumando los 2.000 años de nuestra era a los citados 11.000 transcurridos desde el hundimiento de la Atlántida, se completan los 13.000 que teóricamente hacen falta (también según sus cálculos, claro) para que se complete una desaparición racial. Todos los signos, tanto físicos como astrológicos, apuntan inequívocamente, según este autor, hacia el próximo Gran Cataclismo ; pero tampoco es cuestión de apurarse.

"…los Iniciados, como conocedores del destino causal de la Humanidad, son los que han de intervenir eficaz y justicieramente en este momento trascen-dental de nuestra Historia. La Gran Verdad, la UNICA, será dada a conocer so-bre el haz del planeta porque ellos se hacen presentes en cada recodo de la histo-ria humana en este mundo, y son éstos en quienes debemos confiar, y así prepa-rarnos para el Gran Juicio Final".

Para A.C. Asorey, la lectura que debe hacerse de todas estas interpretaciones esotéricas de los mitos es claramente política ; él piensa que "… la Atlántida y sus habi-tantes, famosos por su apostura, saber, fortaleza y riqueza, representan, para tantas gentes insatisfechas que viven en cualquier época, uno de los paraísos perdidos, campo adecuado para desarrollar la fantasía y los sueños perennes de una vida mejor". En ese sentido lo que él llama ‘Operación Atlántida’ ha sido utilizado más de una vez por cier-tos Gobiernos para distraer la atención de los gobernados en momentos especialmente problemáticos. Así, cita como ejemplo sintomático de esto el inusitado interés que en 1967 sintieron los coroneles griegos por encontrar el mítico continente perdido en la isla de Zhira (Santorini), o el hecho de que recientemente el epicentro de la actividad ocultista haya abandonado el Tíbet para reubicarse en Machu Picchu o Tiahuanaco, en el corazón de América Latina, casualmente la mayor aglomeración de gobiernos de ti-po fascista que registra la Historia. Asorey concluye:

"Es bien conocido el afán fascista de no perder contacto con las supues-tas razas de señores [¿los ‘mahatmas’? ¿los ‘iniciados’?] que vivieron en otros tiempos".

Aproximaciones pseudocientíficas

La cohorte de los que piensan que la Atlántida existió realmente alguna vez es numerosísima ; no faltan, desde luego, las publicaciones que intentan demostrar, desde una metodología pretendidamente ‘científica’, cada vez una localización distinta para el problemático continente. Durante el siglo XIX la existencia de la Atlántida era un hecho indiscutible, y lo único que faltaba era dar con su supuesto emplazamiento exacto, El destacado geógrafo español Ricardo Beltrán y Rúzpide (1832-1928), sin ir más lejos, aunque se guarda muy bien de proponer una solución propia al enigma, sí cita con la mayor seriedad las distintas teorías que sobre el particular circulaban a finales de aque-lla centuria: así, para López de Gomara la Atlántida equivalía a América, Mentelle y Bory de Saint-Vincent la situaban en la zona de la Macaronesia (Azores, Madeira, Ca-narias y Cabo verde), Gefferi extendía esa zona hasta las Antillas, estableciendo analo-gías de idioma, monumentales, de costumbres, etc., entre los ‘americanos’, los ‘iberos’, los ‘etruscos’ y los ‘egipcios’, y Novo, por fin, limitaba la extensión de la Atlántida al actual Archipiélago de las Azores. Las polémicas acerca de la posible existencia real de la Atlántida y de su probable ubicación caso de haber existido principiaron ya desde la propia Antigüedad Clásica. Aristóteles, por ejemplo, pensaba lisa y llanamente que el relato de su maestro Platón no era más que una fábula, y otros autores se tomaron en serio el mito. Para no alargarnos demasiado sobre este particular, reproduzcamos el re-sumen que presenta al respecto el ya citado Martín Hernández:

  • Antes de Platón nadie se refirió a un continente hundido ni a la existencia de una sociedad civilizada en él.
  • Platón es el único que hace mención de este hecho.
  • Después de Platón, unos autores creen la historia y otros no. En ningún caso los geógrafos se la creen, y sólo la mencionan a título de prueba de que hubo cataclismos, pero no como hecho histórico conocido y aceptado por todos.
  • Para los romanos no existió la Atlántida.
  • En el siglo XVI se quiso encontrar, con la tradición atlántica, una explica-ción al Descubrimiento, pero sólo en el terreno hipotético y especulativo.

Ya en el siglo XVIII hay una opinión acerca de este tema que nos atañe directa-mente como canarios. Se trata del punto de vista de nuestro ilustre paisano Joseph de Viera y Clavijo (1732-1813), quien, en su ‘Historia de Canarias’, y tras hacer repaso de todas las teorías que le precedieron, se inclina más por el origen volcánico de las is-las (aunque tampoco lo deja demasiado claro), y no por su génesis a partir del hundi-miento de un antiguo continente. A lo largo de nuestro siglo XX han menudeado asimis-mo las interpretaciones sobre el mito de la Atlántida, así como las diferentes conjeturas acerca de su posible emplazamiento. Asorey cita básicamente dos: la de Hans Hörbi-ger y la de Andrew Thomas. El primero, uno de los ‘intelectuales’ que más aceptación tuvieron en la Alemania nazi, se centra en la creencia en los ‘gigantes’, cuyo presunto origen explicaba mediante la fuerza de atracción que diversas y sucesivas lunas ejercie-ron sobre la Tierra al aproximarse a ésta. Tales gigantes habrían sido los verdaderos constructores de los monumentos ciclópeos que se pueden encontrar en América, en la Isla de Pascua o en Nueva Guinea, y en especial la ciudad de Tiahuanaco (Bolivia), que sería algo así como la base desde la que los atlantes partían hacia otros lugares del mun-do. Thomas, por su parte, en una teoría que reúne en uno solo tres mitos bastante utiliza-dos por el esoterismo actual (v.gr., el paraíso perdido o Edad de Oro, el origen ‘natural’ de los dioses y el saber olvidado) postula que la Atlántida fue destruida en realidad por una especie de conflicto nuclear a nivel mundial. En previsión de ello, los filósofos y sa-bios de la isla, disconformes con la política militarista de su gobierno, se retiraron a re-giones inaccesibles del planeta y, tras desaparecer la radiación y renacer la vida, retor-naron en forma de semidioses para contribuir a la regeneración moral de la raza huma-na. La teoría, guarda, como puede comprobarse, cierto parentesco con la esotérica que vimos más arriba de los ‘mahatmas’, ‘adeptos’ o ‘iniciados’. Asorey concluye:

"A nivel popular, la Atlántida, junto con el Triángulo de las Bermudas, los encuentros con OVNIS, los restos del Arca de Noé y el monstruo del Lago Ness, en Escocia, constituyen pasatiempos muy divulgados, al estilo de las ser-pientes de verano que, bajo el inquietante sobrenombre de hechos condenados, coleccionaba el norteamericano Charles Fort, ‘la tímida foca del Bronx’, según le llaman Pauwels y Bergier, para quienes esta foca ha sido la ninfa Egeria de su Realismo Fantástico".

Ya vimos en el apartado anterior la lectura ‘política’, también bastante discuti-ble, por supuesto, que se puede hacer de todo este tinglado. Algo parecido es lo que opi-na Martín Hernández, quien nos recuerda a este respecto que desde principios de la Mo-dernidad hasta nuestros días las investigaciones sobre la Atlántida (‘¡más de 5.000 pre-suntas ubicaciones, todas ellas demostradas con supuestamente irrebatibles ‘pruebas científicas’!) han ido pasando paulatinamente "… de manos de sabios a semisabios, lue-go a mitómanos o estafadores, y, por último, a la de quienes hoy en día encuentran o venden una Atlántida, que va desde Heligolandia al Sáhara, o de Siberia al lago Titica-ca". Básicamente se pueden clasificar las distintas hipótesis en los siguientes grupos:

  • Atlántida hiperbórea
  1. Olof Rudbeck  Escandinavia
  2. Jürgen Spanuth  Heligolandia
  • Atlántida oriental
  1. Mar de Azof
  2. Persia
  3. Judea
  4. Malta
  5. Isla de Zhira (K.T. Frost, S. Marinatos, A. Galanopoulos, S.V. Luce)
  • Atlántida occidental
  • Tartessos (A. Schulten, R. Henning, O. Jensen)
  • Portugal
  • Atlántida africana
  • Cordillera del Atlas
  • Túnez (A. Hermann)
  • El Haggar
  • Nigeria (Leo Frobenius)
  • Africa oriental (Arabia)
  • Atlántida asiática
  • Cáucaso
  • Ceilán
  • Norte del Irán
  • Asia Central
  • Atlántida americana
  • Yucatán
  • Bolivia
  • Brasil
  • Atlántida antártica.

Muchos investigadores, ya desde hace siglos, se han planteado una posible ubi-cación de la Atlántida en el mismo lugar a que se refiere Platón: más allá de las Colum-nas de Hércules, es decir, en el Océano Atlántico. Así, por ejemplo, el eminente geólo-go Termier supuso que los actuales archipiélagos de Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde podían constituir los restos de un antiguo continente sumergido. De hecho, es verdad que en toda esa zona (la ‘Macaronesia’) se observa cierta homogeneidad en cuanto a sedimentos paleozoicos, distribución geográfica de la flota y la fauna, etc. Incluso se ha encontrado un texto clásico para corroborar esta idea ; se trata de un frag-mento atribuido al historiador Marcelo que aparece citado en el Comentario al Timeo del filósofo neoplatónico Proclo, y que dice así (subrayado nuestro):

"Así pues, que existió una isla y de estas características lo ponen de ma-nifiesto los historiadores que han hablado de las cosas del mar exterior. Pues ha-bía en sus tiempos siete islas en aquel piélago, consagradas a Perséfone, y otras tres muy grandes, una consagrada a Plutón, otra a Ammón y otra, en medio de estas dos, a Poseidón, de unos mil estadios de extensión. Los que la habitaban guardaban el recuerdo de sus antepasados sobre la Atlántida como una isla ver-daderamente inmensa, que realmente había existido allí, la cual, consagrada tam-bién ella misma a Poseidón, había gobernado durante muchos períodos de tiem-po a todas las demás islas del mar Atlántico. Esto lo escribió Marcelo en sus ‘Etiópicas’".

Como muy acertadamente comenta Martín Hernández, ese texto está claro que no se refiere a las Canarias, puesto que el archipiélago que menciona no se compone de 7 islas, sino de muchas más. Probablemente se trate de una narración totalmente mítica que, en consecuencia, no alude a ningún lugar en concreto. La adjudicación a Canarias del territorio de la Atlántida comenzó ya desde el siglo XVIII con las teorías sustentadas por C.R. Carli, y ya hemos visto más arriba la opinión que tal suposición le merecía a nuestro Viera y Clavijo. Por otro lado, al investigador y periodista alemán Harald Braem no le resulta plausible que los guanches fueran supervivientes del hundimiento de la Atlántida, entre otras razones porque no existen pruebas arqueológicas que verifi-quen tal hipótesis. El se adhiere más a la teoría de que los primitivos pobladores de Ca-narias no eran autónomos y que llegaron a las Islas procedentes de otro lugar.

Braem relaciona la Atlántida -cuya existencia real en el pasado prehistórico pretende demostrar con su libro- con la Cultura de los Megalitos que se extendió por toda la costa atlántica europea a partir de finales del 4o Milenio antes de nuestra era. En esa suposición es secundado por Jean Deruelle y por Louis Charpentier, aunque és-tos, como veremos, llegan a conclusiones bastante distintas. Para Braem, la Atlántida, una civilización marinera que floreció más de mil años antes que las primera civilizacio-nes tradicionales del Creciente Fértil y del valle del Indo, se encontraba situada en la Isla de Gavrinis (frente a la costa de Bretaña) y constituía el centro neurálgico de una confederación de naciones megalíticas (los 10 reinos que menciona Platón). Los atlan-tes habrían, según él, recorrido gran parte del planeta en sus primitivas naves en busca de rutas comerciales, hasta alcanzar incluso la mismísima América, difundiendo de esta manera su cultura y su arte de monumentos grandiosos. Esta civilización sucumbiría fi-nalmente ante el avance imparable por toda Europa de los pueblos indoeuropeos proce-dentes de las estepas rusas. Su antiguo auge sería prontamente olvidado y los atlantes quedarían relegados al campo de lo mítico, que ha sido como nos ha llegado su historia a través del relato platónico.

En opinión de Braem, el arte de construir pirámides se originó en la actual Bre-taña francesa supervisado por la Atlántida, y a partir de allí fue difundido al resto del mundo, tanto al Creciente Fértil como a América. Para él, y como se refleja en las le-yendas sobre ‘hombres-peces’, supuestos creadores de las grandes civilizaciones (Oan-nes, Xexutros, Noé, Horus, etc.), todas ellas aparecieron por obra y gracia de marineros atlantes que llevaron a diversas partes su cultura megalítica. Uno de los lugares en el que recalarían frecuentemente de camino para América del Sur sería, por supuesto, el Archipiélago Canario ; los atlantes establecidos allí quedarían aislados a causa de la for-tuita destrucción de su cultura, y por eso seguían estando en el Neolítico cuando llega-ron los invasores españoles. El pueblo guanche, por tanto, si esta teoría resultase ser cierta, no tendría un origen ‘bereber’, como generalmente se suele aceptar, sino euro-peo. Para demostrarlo aduce Braem que también en las Islas se construyeron pirámides (v.gr., en Güímar, Icod, etc.) -y por lo visto con una estructura similar a las construccio-nes escalonadas de Bretaña-, aunque a escala más reducida que en otros lugares del planeta**.

La hipótesis de Jean Deruelle parte de premisas muy similares a las que utiliza Braem. El, sin embargo, prefiere ceñirse más a la letra del texto platónico y aceptar que la Atlántida sucumbió víctima de una catástrofe natural. Por ello elige como ubicación probable la zona del Mar del Norte que se encuentra entre Inglaterra y la Península de Jutlandia ; las numerosas islas que se encuentran en la zona (la Heligolandia de Spa-nuth entre ellas) serían algo así como los restos del naufragio. La idea de Deruelle -que no deja de tener cierta lógica- es que el nivel del mar tuvo que estar mucho más bajo en la época a que se refiere el relato de Platón, con lo cual es probable que lo que ahora es allí fondo marino cenagoso fuese antaño una gran llanura fértil, y que los que hoy en día se configura como el ‘Dogger-Bank’ (un promontorio submarino que actualmente se en-cuentra a sólo 30 metros bajo el nivel del mar) hubiese emergido alguna vez en forma de islas. En ese caso el hundimiento de la Atlántida se habría producido por causas na-turales al subir el nivel de las aguas como consecuencia de un calentamiento de la cor-teza terrestre. Deruelle interpreta los ‘canales’ que, según Platón, rodeaban la isla matriz como un sistema de diques de contención similares a los que hoy existen en los Países Bajos ; el resto del esquema platónico coincide, según él, totalmente (Ver esquema):

Deruelle -quien, por otra parte, confiesa no ser un arqueólogo profesional, lo que según él, le exime de ciertos compromisos- pretende apoyar sus conjeturas en una interpretación bastante sui generis de los datos cronológicos obtenidos por el procedi-miento del radiocarbono (C14) recalibrado, así como en la coincidencia de ciertos he-chos fundamentales de la Historia con los diversos calentamientos y enfriamientos alter-nativos de la corteza terrestre que se han verificado desde la última glaciación hasta la actualidad (Ver gráfico). En ese sentido vincula a la Atlántida con las invasiones de los misteriosos pueblos del mar (libu, meshuesh, sharden, teresh, shekelesh, etc.) que asola-ron gran parte del creciente Fértil en torno al año 1200 a.d.C.. En su opinión, los atlan-tes no sólo habrían conseguido detener con sus diques ciclópeos el ataque reiterado de los ‘indoeuropeos’ (procedentes, según él, del Norte de Escandinavia), sino que, habiendo logrado dominar a esas hordas, las habrían comprometido en una nueva opera-ción militar a gran escala, enfocada esta vez hacia el Oriente Próximo. Para ello habrían trasladado su base logística a la isla de Cerdeña tras el hundimiento catastrófico de su primitivo emplazamiento. Esta expedición daría cuenta, según cree Deruelle, del enfren-tamiento entre la Atlántida y Atenas a que se refiere el Timeo.

Para fundamentar estas últimas aseveraciones se apoya Deruelle en una teoría que vincula las culturas neolíticas de las islas del mediterráneo Occidental (Baleares, Córcega, Cerdeña, Sicilia y Malta) con el arte rupestre del norte de Africa y con el posi-ble origen remoto del pueblo bereber. No se trata en realidad de una hipótesis muy moderna, pues según hemos podido constatar, ya se sustentaba con bastante consenso durante el siglo XIX. Aparte de esto, Deruelle razona que, teniendo en cuenta la inne-gable fuerza ofensiva que realmente demostraron tener los ‘pueblos del mar’, no podía tratarse de ninguna manera de grupos dispersos de piratas, como generalmente se dice, sino que el ataque tuvo que haber sido organizado por alguna civilización avanzada de la zona con ansias de conquista.

Queda por hacer mención en este apartado de la explicación del mito de la Atlántida propuesta por Louis Charpentier. Este autor relaciona el susodicho relato platónico con el hesiódico de las Columnas de Hércules. Tras efectuar una serie de ex-haustivos cálculos astrológicos (piensa, en efecto, que los ‘ritmos solares’ son más fia-bles a la hora de establecer una cronología que las listas de reyes y dinastías) llega a la conclusión de que la era herculánea debió situarse entre los años 8750 y 6000 antes de nuestra era, coincidiendo, por tanto, en el tiempo con el hundimiento de la Atlántida según el cómputo platónico. También se refiere Charpentier a una supuesta secuencia escalonada del derretimiento de los hielos al término de la última glaciación, que condu-jeron finalmen-te a la apertura del Estrecho de Gibraltar y a la conversión del Mediterrá-neo en un mar. La Atlántida, entonces, ubicada en algún lugar cercano al Estrecho, ha-bría sucumbido en el transcurso de esas catástrofes naturales que se desataron a nivel planetario.

PUNTO DE VISTA ANTROPOLOGICO

Durante los últimos dos milenios, y básicamente por la influencia del a veces desmedido afán evangelizador de la Iglesia Católica, se ha tendido a minimizar la im-portancia antropológica de los mitos clásicos, considerándolos simplemente como "… fantasías extrañas y quiméricas, un legado encantador de la infancia de la inteligencia griega". Robert Graves, sin embargo, insiste en la necesidad indispensable de restituir al mito su justo valor como elemento insustituible para comprender cabalmente la histo-ria, la religión y la sociología europeas antiguas. Para ello habría en primer lugar que delimitar el verdadero campo de acción de esas leyendas, distinguiéndolas dentro del cúmulo de relatos más o menos fantásticos que han llegado a nuestras manos, pues, co-mo dice Graves, "… sólo una pequeña parte del cuerpo enorme y desorganizado de la mitología griega, que contiene importaciones de Creta, Egipto, Palestina, Frigia, Babi-lonia y otras regiones, puede ser clasificada correctamente, con la Quimera, como ver-dadero mito". Y no obstante:

"…, pueden hallarse auténticos elementos míticos incrustados en las fábulas menos prometedoras, y la versión más completa o más esclarecedora de un mito determinado rara vez la proporciona un solo autor ; cuando se busca su forma original tampoco se puede dar por supuesto que cuanto más antigua sea la fuente escrita, tanto más autorizada ha de ser".

En opinión de Graves, un tal estudio debería empezar "… con un análisis de los sistemas políticos y religiosos que prevalecían en Europa antes de la llegada de los in-vasores arios procedentes del norte y del este". En definitiva, una verdadera Ciencia del Mito debería basarse, según él, en los resultados de la Arqueología, la Historia y la Religión Comparada, y "… no en el consultorio del psicoterapeuta", como suele ser la tendencia dominante en nuestros días. El punto de vista de Geneviève Droz sobre este particular no es muy distinto del que acabamos de ver ; todo se basa, según ella, en la relación, generalmente contrapuesta, entre ‘mythos’ y ‘logos’: "… por un lado, la razón condena al mito y debe exorcizarlo ; por el otro, la verdad no se deja encerrar tan fá-cilmente en el único lenguaje de la razón conceptual …". De esa al parecer insoslayable ambigüedad no se libra ni siquiera Platón, cuya obra, a pesar de constituir un modelo de rigor en las demostraciones y en el lenguaje en relación con la búsqueda de la verdad, se nutre no obstante decididamente de relatos míticos. Pero este pensador, como hemos visto, no se limita a reflejar los mitos tal como le fueron transmitidos, sino que recreán-dolos según su propio estilo y adaptándolos a sus intenciones crea un nuevo género (el ‘mito filosófico’), cuyas características, según Droz, son las siguientes:

  • El mito se presenta bajo la forma de un relato ficticio ; su forma narrativa, fanta-siosa, burlesca o dramática, lo aproxima a la fábula, la parábola o la alegoría, pe-ro lo distingue de la simple imagen, de la metáfora, del paradigma o de la analo-gía.
  • El mito rompe con la demostración dialéctica, interrumpe el discurso conceptual y se propone, más o menos explícitamente, como otro tipo de discurso: ya no abstracto sino lleno de imágenes, ya no deductivo sino narrativo, ya no argu-mentativo sino sugestivo.
  • El mito no es, en tanto que tal, un método para buscar la verdad, sino un mé-to-do para exponer lo verosímil.
  • Si bien el mito no aspira a la verdad absoluta, aspira en cambio al sentido ; debe, por tanto, ser superado, traducido, interpretado y descifrado.
  • El mito contiene implícitamente una doble intención pedagógica: ilumina al in-terlocutor en dificultades y descansa al espíritu fatigado, o se convierte en el sos-tén de una discusión que enreda y se estanca.

De cara a clasificar los mitos platónicos distingue Droz dos modos posibles de agruparlos:

  • Por su forma y su función (P. Frutigier):
  • Alegóricos (Prometeo, Teuth, etc.)Genéticos (Nacimiento de Eros, La Atlántida, etc.)
  • Paracientíficos (Génesis del mundo, Morada del alma después de la muerte, etc.)
  • Por su contenido:
  • La condición humana
  • La liberación espiritual
  • El destino de las almas
  • etc.

En opinión de Droz, el texto platónico, tanto en el Timeo como en el Critias, está dominado por una relación dialéctica en virtud de la cual se contraponen claramen-te dos imágenes: la tierra y el mar, ambas con referencia a la ciudad de Atenas ; así dice:

"Atenas es una potencia terrestre que vive de los productos de su suelo y en el interior de sus fronteras, sin excesos ni deseos de expansión, en la estabili-dad, el equilibrio y la autosuficiencia. La Atlántida es una potencia marítima, orientada constantemente hacia el exterior, poseída por el deseo de incrementar sus riquezas mediante el comercio y de extender sus territorios mediante con-quistas. Pueblos de mercaderes, de marinos, de guerreros siempre listos para la agresión ; el mar les enriquecerá y les perderá".

La Atlántida, según esta manera de ver las cosas, no sería, entonces, más que una transposición al terreno mítico de los problemas reales de la polis ateniense, tal co-mo Platón las interpreta desde su punto de vista. La filosofía se interna de esta forma en el terreno de la cultura griega. Para Jean-Pierre Vernant, por ejemplo, resulta cuando menos sorprendente la concordancia de objetivos que se puede observar en dos esque-mas culturales que aparentemente tienen poco en común: el modelo cosmológico de los primeros filósofos jonios y el modelo político de la politeia clisténica. La reforma de-mocrática de Clístenes, como este autor hace notar, se rige, efectivamente, por el equili-brio entre contrarios que propugnaban pensadores como Anaximandro y Heráclito, y podríamos añadir de nuestra propia cuenta que el hecho de que el territorio del Atica fuera dividido por este legislador precisamente en 10 tribus, y éstas a su vez en 3 cir-cunscripciones cada una, hace pensar en la mística numérica de los pitagóricos. Esta tendencia se acentúa, según Vernant, en Platón, aunque ya desde una óptica diferente y bajo circunstancias políticas radicalmente distintas:

"En el siglo VI, lo esencial era definir y promover un orden propiamente humano. Se podría decir que el filósofo, cuando se representaba el orden del mundo, tenía los ojos puestos en la ciudad. En el siglo IV, el filósofo tiene la vis-ta dirigida hacia lo divino ; él contempla el cielo, los astros, sus movimientos re-gulares. Es a partir de ellos como concibe a su imagen el orden de la ciudad aún cuando la historia ha arruinado ya las estructuras tradicionales. El problema, pa-ra Clístenes, era el renacimiento de las instituciones atenienses ; para Platón, el fundamento de la ciudad".

La politeia platónica (y no olvidemos que, como hemos visto, el objetivo pri-mordial de Platón, tanto en Las Leyes como en el Timeo y el Critias, diálogos en los que aparece el mito de la Atlántida, no era otro que el de discutir algunos aspectos cruciales de su proyecto político) se plantea, según Vernant, como una especie de Antítesis de la constitución clisténica, aunque hay que reconocer que en cierto sentido permanece fiel a su espíritu, puesto que ambas se inspiran directa o indirectamente en el concepto de ‘isonomía’ (= igualdad) que aparece en la retra de Licurgo. En Platón, "… la dife-renciación de clases da lugar a una verdadera segregación fundada en una diferencia de naturaleza entre los miembros de las diversas categorías funcionales que no deben encontrarse mezcladas en ningún plano". Para ilustrar esto el filósofo propone su pecu-liar versión del mito hesiódico de los metales. En la ‘República ideal’ de Platón, efecti-vamente, los ciudadanos, según las virtudes de que hagan gala, estarán divididos en cua-tro jerarquías sociales y políticas:

  • Ciudadanos de ORO  Gobernantes (‘Filósofos) ; sabiduría
  • Ciudadanos de PLATA  Defensores ; valor
  • Ciudadanos de HIERRO y BRONCE  Artesanos y campesinos ; templanza y justicia
  • Servidores (sin virtud): esclavos, trabajadores manuales y comerciantes.

Al contrario que en el caso de Clístenes, el espacio y el tiempo políticos de Pla-tón no se encuentran delimitados, sino que se rigen por el orden divino del cosmos ; la oposición entre ciudad y campo desaparece de este modo, de manera que, como lo pone, Vernant, "… la ‘polis’ platónica, que es en muchos aspectos … lo contrario de la ciu-dad clásica, es también la verdad. Es, sin duda, en las ‘Leyes’ donde el modelo de un espacio político geometrizado, que caracteriza a la civilización griega, se encuentra en sus rasgos específicos más firmemente dibujado". Algo parecido es lo que dice al res-pecto Pierre Vidal-Naquet, aludiendo de paso a la dialéctica que desarrolla Platón entre lo particular y lo universal, entre ‘microcosmos’ y ‘macrocosmos’:

"En Platón, el hombre mismo es una ciudad en que se enfrentan fuerzas antagónicas ; en cuanto a la ciudad del filósofo, ya no encuentra su modelo en la ciudad empírica, sino en el orden del universo ; … Marginado por la ciudad real, Platón se refugiará en 'esa república dentro de nosotros mismos'"

Este último autor, de acuerdo con lo anteriormente citada Geneviève Droz, opta por relegar la Atlántida al terreno de lo único ; no se trata, para él, más que de "… uno de esos modelos que a Platón tanto le gustaba imaginar y que le permitían dramatizar un debate abstracto". Resulta inútil, por tanto, considerar los escritos platónicos como ‘fuentes históricos’, como hemos visto que hacen algunos, ya que Platón, según Vidal-Naquet, nunca pretendió expresarse en términos de ‘fuentes’ como hacía, por ejem-plo, Herodoto, sino más bien refiriéndose a los susodichos ‘modelos’. Tampoco está de acuerdo Vidal-Naquet con aquellos que, como Friedländer y Bidez, ven en la Atlántida una especie de transposición ideal del oriente y del mundo persa", aunque reconoce que el enfrentamiento entre la ciudad mítica y Atenas se puede interpretar en cierto sen-tido como una transposición del eterno conflicto entre griegos y bárbaros (Troya, Gue-rras Médicas, etc.). Su interpretación del mito es básicamente la misma que la que pro-pone Droz ; se fundamenta en el antagonismo ‘tierra-mar’, que desarrollado convenien-temente lleva a ambos autores a pensar que la Atlántida no es en realidad otra cosa que la propia Atenas mitificada, y así dice:

"… los atenienses que remodeló Platón no se embarcaban en navíos … En la tierra y no en el mar es donde los atenienses vencen a los atlantes, pueblo maríti-mo. Extraña Atenas y extraño ‘Oriente’ … ¿No habrá de conducirnos un examen más profundo de los textos, sin negar lo adquirido, a una interpretación más compleja del conflicto de las dos ciudades? Al dar con la Atlántida y vencer, ¿a quién vence en realidad la Atenas de Platón, sino a sí misma?"

Pierre Vidal-Naquet cree poder justificar racionalmente la anterior aseveración mediante el estudio pormenorizado de los textos platónicos en cuestión, en los cuales, según su opinión, se refleja claramente esa dualidad ‘tierra-mar’ a que antes nos refería-mos. Así, se nos dice que en la cosmología de Platón, tal como viene expuesta en el Timeo, la tierra resulta ser el más estable de los ‘4 elementos’ (v.gr., tierra, agua, aire y fuego). Platón hace, efectivamente, una interpretación matemática de los mismos bajo influencia pitagórica, asignando a cada uno su figura geométrica correspondiente:

FUEGO  Tetraedro (móvil) (pequeño, agudo)

AIRE  Octaedro

AGUA  Icosaedro

TIERRA  Cubo (inmóvil)

Siguiendo a Vidal-Naquet, Platón consideraba a la Atenas primitiva (v.gr., la polis agraria y aristocrática anterior a las reformas de Clístenes) como la representación de lo Mismo, lo invariable. En ese sentido, la Atlántida nunca podría interpretarse como representación política de ‘lo Otro’, de algo con existencia propia, ya que, como Platón tenía muy claro, "lo otro no es". Tal afirmación estaba ya bastante acendrada en la men-talidad griega desde que Parménides de Elea, alrededor del años 500 a.d.C., pontificase la ‘unidad de la razón’: "El ser es, y el no-ser no es ; la ‘teoría de la ideas’ platónica partía del desarrollo de esa suposición. Para Platón, por tanto, este ‘mundo sensible’ era completamente irreal, un mero reflejo o sombra del verdadero SER. A este Ser no se puede llegar por medio de los sentidos, sino sólo mediante el razonamiento. El mundo de las ideas, o ‘mundo inteligible’, según eso, tendría las siguientes características:

  • Multiplicidad de las cosas sensibles y unidad de la idea.
  • Las ideas son entes reales, y no conceptos mentales.
  • Participación de las cosas a las ideas (‘metexis’)
  • Presencia de las ideas en las cosas (‘parousia’).
  • Las cosas son imitación (‘mimesis’) de las ideas.

Platón pensaba que la sociedad ateniense se había ido degradando: había perdido aquello que aseguraba su permanencia e invariabilidad, y esa había sido la causa de su perdición. El proceso degenerativo (que, por supuesto, no se corresponde con los acon-tecimientos históricos reales) fue, según él, el siguiente:

  • REINO: ‘monarquía’, gobierno de uno
  • ARISTOCRACIA: gobierno de los mejores
  • OLIGARQUIA: gobierno de los ricos
  • DEMOCRACIA: gobierno de todos (el pueblo)
  • TIRANIA

El gobierno más perfecto es, según Platón. aquel en el cual gobierna el mejor y más sabio de todos los ciudadanos: la ‘monarquía. A veces, sin embargo, resulta impo-sible encontrar un único ciudadano que reúna todas las cualidades y toda la sabiduría necesarias para que por unanimidad se le considere digno de asumir el poder. Entonces es normal que ‘los mejores’ se reúnan para formar gobierno. El poder corrompe, y poco a poco ‘los ricos’ acaban tomando las riendas del poder, para así aprovecharse mejor de sus conciudadanos. El pueblo oprimido por la oligarquía acaba más pronto o más tarde por rebelarse, y para evitar nuevas opresiones se elige una asamblea de representantes que gobierne en nombre de todos. Hemos llegado al reverso de la moneda. Al final siempre hay un ciudadano más listo que los demás que se hace dueño de la asamblea y se aprovecha de ella con fines inconfesables. Volvemos al gobierno de una sola persona, pero no precisamente la mejor ni la más sabia.

La ‘vida marítima’ y todo lo que ella traía consigo (mutaciones políticas, comer-cio, imperialismo) había arrastrado a Atenas hacia su decadencia ; la ‘tierra’ había sido sustituida por el ‘agua’ como base de la vida ciudadana (ya que, como es sabido, Ate-nas, al tener concentrada a la mayor parte de su fuerza de trabajo en la fabricación de cerámica para la exportación, no producía ella misma prácticamente ningún bien útil, dependiendo totalmente del exterior para el suministro de alimentos, etc. ; de ahí su in-terés en mantener un imperio comercial, que fue lo que a la larga causó su perdición. A la Atlántida del mito le ocurrió algo parecido, y también fue motivo de su ruina ; su es-tructura, tal como cuenta Platón, fue claramente de despliegue del ápeiron (la alteri-dad), hasta el punto de que Poseidón, el señor de la isla, dejó súbitamente de ser una divinidad terrestre para convertirse de buenas a primeras en Dios del Mar.

Según P. Schachermeyr, citado por Francis Vian, Poseidón empezó siendo Posèï-das, el Dios-Caballo, Señor de la Tierra de los indoeuropeos en la época en la que supuestamente arribaron a Grecia ( 1900 a.C.). Hacia el siglo XVI, cuando estos pue-blos aprendieron de los hititas el uso de los carros de guerra, Posèï-das pasó a ser Dios de los carros y patrón de la Clase Militar. Esta divinidad quedó relegada a un segundo lugar en el panteón ante el empuje de Zeus, protector de la dinastía real de Micenas, pe-ro recobró su importancia con el derrumbe de aquella civilización y con las migraciones a que este acontecimiento dio lugar ; Poseidón acabó finalmente convirtiéndose en dios del mar, cediendo sus funciones ctónicas al infernal Hades. La leyenda explica esto di-ciendo que los tres dioses principales echaron suertes en un yelmo para repartirse el uni-verso, y a Poseidón le tocó precisamente el reino de los mares que siempre había ambi-cionado. Tanto Geneviève Droz como Pierre Vidal-Naquet citan infinidad de ejemplos que permiten establecer paralelismos entre la Atenas anterior a la Guerra del Peloponeso y la mítica Atlántida, con el fin de corroborar la suposición arriba enunciada de que ambas ciudades corresponden en realidad a una y la misma ciudad, aunque consi derada por Platón desde dos puntos de vista contrapuestos con fines pedagógicos. Vidal-Naquet concluye en consecuencia:

Atenas triunfa y la Ciudad-Uno se impone a la que se había dejado ganar por la desunión y la desemejanza. El agua cubre a la Atlántida y pone término así al progreso de la alteridad a través de su triunfo total ; Atenas pierde su sustancia terrestre y se convierte en la Atlántida".

CONCLUSIONES: Ciencia oficial y ‘paraciencia’ en torno a un Mito

Todos los autores de libros ‘paracientíficos’ (o pseudocientíficos) acerca del te-ma que aquí nos ocupa que hemos consultado se quejan de que sus teorías han tenido menos difusión de la que merecían por culpa de la oposición sistemática de la ‘ciencia oficial’, que se niega a aceptar una serie de verdades archidemostradas. Así, Louis Char-pentier, por ejemplo, cree que la duda generalizada acerca de la suposición de que la Atlántida hubiese existido alguna vez tiene origen ‘evangélico’ ; el solo hecho de pensar en la posibilidad de que se hubiese originado una civilización avanzada en occidente y con anterioridad a las clásicas del Oriente Próximo sería poco menos que "… un caso de excomunión mayor", pues vendría a ser algo así como contravenir flagrantemente a lo promulgado por las Sagradas Escrituras. Y todos esos autores achacan a la ciencia mo-derna actitudes igualmente inquisitoriales ante cualquier nueva conjetura que pretenda salirse de los cauces ya trillados. Para el conocido divulgador de la ciencia Martin Gard-ner, tales aseveraciones no indican otra cosa que un profundo desconocimiento de lo que es y significa el Método Científico por parte de quienes las hacen. La Ciencia no pretende, en absoluto, ser depositaria exclusiva de la verdad (cosa que, por otra parte, sí que pretende la Iglesia Católica, por ejemplo): "Sólo en la lógica y la matemática puras se pueden considerar enunciados absolutamente ciertos, pero para llegar a esta clase de verdad se paga un precio muy alto, consistente en que dichos enunciados no nos di-cen nada acerca del mundo". El resto de las proposiciones científicas están sujetas a una inevitable ambigüedad, que es asumida perfectamente por todo científico que se precie:

"Todo el mundo está de acuerdo en que la ciencia avanza por la com-probación constante de nuevas hipótesis, de las que hay que desechar la mayoría … De modo análogo, las propuestas continuas de teorías heterodoxas, la mayoría de las cuales resultan defectuosas, son esenciales para el progreso de la ciencia. Contrariamente a lo que alguna gente cree, las revistas de prestigio están atesta-das de tales especulaciones inconformistas, y el camino seguro a la fama consis-te en proponer una teoría estrafalaria que a la larga resulta confirmada, a menudo frente a una intensa resistencia por parte de los escépticos. Dicha resistencia es a la vez comprensible y necesaria. La ciencia sería un caos total si los expertos abrazaran en seguida, o incluso si trataran de refutar cualquier teoría excéntrica que se presentase".

El procedimiento seguido por los ‘paracientíficos’ suele ser parecido a lo que Kant llamaba paralogismos de la razón pura: en un razonamiento, alguna de las pre-misas propuestas es dudosa (o pueden serlo varias de ellas, o incluso todas), con lo cual la conclusión tampoco resulta creíble. Así, Charpentier parte, como hemos visto, de aceptar los datos de la Astrología como absolutamente fiables, lo cual dista mucho de ser aceptado unánimemente (nada lo es) por la comunidad científica, la cual, por ende, no aceptará tampoco los resultados de su investigación. Con Deruelle ocurre otro tanto: él hace, amparándose en su declarada falta de experiencia en el campo de la Arqueolo-gía, una serie de interpretaciones no muy ortodoxas de los datos suministrados por el C14 (que, por supuesto, no son corroborados con los correspondientes hallazgos arqueológi-cos), y luego pretende que sus conclusiones sean poco menos que irrebatibles. Pero la ciencia, como ya hemos apuntado, no trabaja con verdades incuestionables. Martin Gardner aventura una posible explicación del sorprendente y repentino auge actual (en una sociedad cada vez más tecnificada y en teoría cada vez más escéptica) del interés por lo misterioso, lo esotérico y lo ‘paracientífico’:

"Como siempre ocurre con tales manías, tienen múltiples causas: el decli-ve de las creencias religiosas tradicionales entre la gente mejor educada, el resur-gir del fundamentalismo protestante, el desencanto para con la ciencia por haber creado una tecnología que daña el medio ambiente y haber producido armas de guerra terribles, una formación científica cada vez más pobre en los niveles es-colares, y muchos otros factores … papel de los medios de comunicación como factor realimentador de este proceso. Siempre ha sido así, pero el fantástico po-der de la televisión y las películas para influir sobre la opinión pública ha hecho que esta realimentación sea hoy en día una fuerza capaz de acelerar rápidamente cual-quier moda".

Descartadas por las razones arriba expuestas todas las teorías acerca de la Atlán-tida a que nos hemos referido en los últimos párrafos -que no por ello dejan de ser inte-resantes y hasta sugerentes ; en caso contrario no les hubiéramos dedicado tanto espa-cio-, sólo nos queda considerar el intento de explicación ‘antropológica’ de este mito platónico llevado a cabo por Geneviève Droz y Pierre Vidal-Naquet. Estos autores ba-san su investigación en la exégesis de textos, y pretenden relacionar los escritos de Platón referidos a la Atlántida con el resto de la obra de ese autor, así como con la so-ciedad ateniense de su época. Sobre todo hacen hincapié en el ‘giro copernicano’ que da la filosofía de Platón en la última etapa de su vida, cuando éste le imprime a su pen-samiento un tinte más religioso-místico por influencia de los pitagóricos, pero sin aban-donar nunca su preocupación primigenia acerca de la ‘ciudad ideal’, que contrapone a la Atenas que le tocó vivir. Platón, como prueban sus escritos políticos, no estaba en abso-luto satisfecho con el cariz que estaban tomando los acontecimientos en su ciudad natal. Hay quien afirma que el filósofo, como aristócrata que era, no podía aceptar un régimen democrático que no sólo ponía en cuestión sus privilegios, sino que además había con-denado a muerte a su maestro y amigo Sócrates. Tales circunstancias hacen suponer a más de uno que Platón, al igual que Jenofonte.(que también fue discípulo de Sócrates, por otra parte), defendía acérrimamente el modelo político militarista espartano. Ese ex-tremo está por demostrar, ya que, por lo que se desprende de la lectura de los textos pla-tónicos, sus preferencias iban más bien por un régimen mixto monárquico-democráti-co ; este aspecto tampoco queda demasiado claro.

Existen, según nuestro punto de vista, diversas razones para encontrar plausible la explicación de Droz y Vidal-Naquet de que la Atlántida no es en realidad otra cosa que una transposición mítica de la Atenas de Platón. Por lo pronto, hay dos detalles que nos inclinan a pensar que la Atlántida nunca existió físicamente. En primer lugar está el pasaje del Critias donde se nos dice que Zeus entregó a Poseidón una isla con una gran planicie fértil, abundante en caza, metales y todo lo necesario para una vida agradable. No puede tratarse, desde luego, de una narración con base histórica, puesto que en la mitología griega, como es sabido, todos los dioses y semidioses poseían una planicie pa-recida, una especie de Paraíso Terrenal donde no hacía falta trabajar (sólo los humanos trabajan: Ganarás el pan con el sudor de tu frente), pues la tierra lo daba todo de balde. Véase, por ejemplo, el pasaje de la Odisea sobre Calypso ("terrible diosa de voz huma-na") y los ‘lestrigones’. La llanura, por otro lado, podría ser -pensamos- otra transpo-sición mítica: para los griegos, que habitaban un terreno montañoso e incómodo, difícil de cultivar, poseer una gran planicie fértil tenía que ser, desde luego, un ‘privilegio de los dioses’. Además, está el tema del palacio de Poseidón: según el Critias, estaba cons-truido en oro, marfil y auricalco. Jean Deruelle propone que ese misterioso ‘auricalco’ no era otra cosa que ámbar. Si dicho autor lleva razón en lo que parece constituir una de las pocas intuiciones felices de su libro, entonces la vivienda del presunto rey de la Atlántida es tan mítica como el resto de la isla. Pues da la casualidad de que el palacio que Menelao poseía en Esparta, según refleja la ‘Odisea’, estaba construido igualmente en oro, marfil y ámbar. Y, desde luego, no aceptamos que el tal Menelao también fuese uno de tantos ‘atlantes’ descarriados que, según cuentan, recorrían el mundo por aquellos entonces.

El tema de la Atlántida ha dado, como ha podido verse a lo largo de estas pági-nas, muchísimo que hablar a multitud de autores, unos más de fiar que otros. Nuestro cometido en este estudio ha consistido simplemente, como advertíamos en la Introduc-ción, en dar cumplida cuenta de algunas de esas interpretaciones del texto platónico (las más interesantes a nuestro parecer, y dentro de las disponibilidades bibliográficas), tra-tando de distinguir las más plausibles de las que no nos lo parecían tanto, y dando nues-tra inexperta opinión al final. Creyendo, pues, haber cumplido sobradamente con nues-tra misión, damos por terminado el trabajo.

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Autor:

Juan Puelles López

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