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Breves notas sobre los orígenes de la novela en América y Venezuela (página 2)


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Para escribir su novela por entregas, unirá la propaganda de las ideas racionalistas del siglo XVIII y la técnica de la novela picaresca castellana. La novela picaresca, desde su origen, en el siglo XVI, en El Lazarillo de Tormes, había tenido un carácter satírico y reformista. En 1813, comienza a publicarse por entregas El Periquillo Sarniento. Es en verdad un periódico político disfrazado de novela. El propósito determinante que ha movido a su autor no es el de escribir una novela, sino que, por el contrario, se ha visto obligado a escribir una novela para poder continuar en alguna forma la divulgación de sus ideas reformistas.

El Periquillo es una descripción, de la sociedad mexicana en el momento en que el imperio colonial agoniza. En opinión de Antonieta Madrid (1990), en su obra "Novela Nostra":

El periquillo Sarmiento es el relato de la azarosa vida de un pillo, Pedro Sarmiento, cuya vida transcurre bajo el amparo y comando de una madre recia y un padre débil y pusilánime. Mientras examina su pasado desde su lecho de muerte, Pedro Sarmiento narra a sus hijos las peripecias de su equivocada vida, los daños de su indignidad para que se prevengan del mal y la vergüenza que puede causarles una mala vida como la suya. La ambientación de esta novela refleja igualmente las costumbres de México de la época y los bajos fondos en los que se movía el protagonista. (p.20)

De tal manera que con la aparición de la primera novela hispanoamericana se produce una vertiginosa producción de éste género. Como un hito en la evolución de la novela y como un primer ejemplo de este género ambiguo, híbrido (novela-ensayo-epopeya), se puede señalar la novela Facundo (1845), de Domingo Faustino Sarmiento, un texto indagatorio y reflexivo sobre América, en el que a través del personaje principal (Facundo Quiroga), el autor se plantea la disyuntiva entre civilización y barbarie, en una especie de ensayo histórico-geográfico, novelado, publicado en los albores del romanticismo.

Se reseñan además como ejemplos de esa novela ambigua, la Amalia (1851) de Mármol y El Matadero (1871) de Echeverría, textos a medio camino entre el discurso de ficción y la reflexión histórica.

La novela en Venezuela. Sus inicios

Esos antecedentes de la novela en el Nuevo Mundo, permiten establecer que el discurso de las mismas estuvo reservado a la proliferación de las ideas, de los nuevos cambios que se avecinaban en el Continente de las maravillas.

La etapa de la Venezuela colonial, al igual de lo que había pasado en América en el campo de la Literatura se reflejó como lo sostiene J. M. Siso Martínez (1978) en su obra "Contenidos de Historia de Venezuela", en que durante la época de la colonia: "no presenta literaria que valga la pena. Es solo a fines de ella cuando se despierta un nuevo espíritu y una sensibilidad literaria" (p.142). Los representantes de la época colonial lo significan Andrés Bello, Juan Landaeta, José Luis Ramos, Vicente Tejera que se reunían en la casa de los Uztáriz a leer sus composiciones.

La literatura venezolana del siglo XIX en opinión de Emiliano Díaz-Echarri y José María Roca Franquesa (1986) en su obra "Historia de la Literatura Española e Hispanoamericana", fueron solamente: "…pasatiempo literario, regodeo intelectual de espíritus preparados para el arte de bien escribir, sin la vocación novelística que presta inconfundible fondo de originalidad" (p. 921)

Antes de 1811, año en que se declaró la Independencia, Venezuela no contaba, como México y Perú, con figuras destacadas en el ejercicio de las letras. Nuestra literatura colonial resulta pobre. Nuestros primeros escritores fueron los cronistas que se refirieron a la provincia de Venezuela. Entre ellos Juan de Castellanos, fray Pedro de Aguado y fray Pedro Simón. Isaac Pardo publicó un trabajo exhaustivo sobre Juan de Castellanos, versificador de la conquista que estuvo en Coro, Margarita y la costa de Paria. Los 150.000 versos de que consta la obra de Castellanos Elegías de varones ilustres de Indias, pese a los hallazgos poéticos que pueden ser entresacados de aquella relación, no bastan para considerar a su autor como un gran poeta.

La prosa de fray Pedro Simón supera a la de fray Pedro de Aguado, pero sus Noticias historiales de la conquista de Tierra Firme en las Indias Occidentales se limitan, en lo que a investigación histórica se refiere, a glosar la Historia del descubrimiento y fundación de la gobernación y provincia de Venezuela (1581), del segundo nombrado. José de Oviedo y Baños, quien residió en Caracas desde los 14 años, puede ser mencionado como el primer escritor venezolano, no sólo por haber pasado la mayor parte de su vida en nuestro territorio, sino por las galas de su escritura, exenta de los excesos del barroco y del culteranismo, tan en boga en su época, sin despojarse por eso de elegancia y riqueza. Con estilo clásico y realista, cuenta la conquista y población de la provincia de Venezuela y un aire de canción de gesta, de poema heroico, envuelve las acciones evocadas. Acaso semejante característica se deba a que Oviedo y Baños tuvo ante sus ojos el poema épico que, según se supone, compuso para el Cabildo de Caracas un soldado de fortuna llamado Fernán Ulloa, a quien en 1593 le fue contratada esa producción. Ese poema, de haber sido escrito, se perdió y correspondería a Oviedo y Baños haberlo vertido a su excelente prosa. La obra de Oviedo y Baños fue impresa en Madrid en 1723. Aunque se tengan numerosas referencias sobre la actividad teatral durante la Colonia, ningún autor dejó el recuerdo de su nombre, así como ningún poeta ilustre agitó con sus composiciones el ambiente sosegado de aquella existencia patriarcal y ceremoniosa.

Desde el siglo XVI se representaban autos, comedias y loas con músicas y bailes, en ocasiones solemnes o durante festividades religiosas como el Corpus. Hacia 1766, en Caracas, el Auto a Nuestra Señora del Rosario, escrito por un natural de esa ciudad, mereció el interés del público capitalino. Aparecían en escena divinidades mitológicas y santos católicos, además de la Culpa, Caracas, la Justicia, la Música y hasta un personaje popular llamado «el loco ropasanta».

En vísperas de la Independencia, hacia 1804, Andrés Bello, quien contaba 23 años, compuso una pieza dramática de circunstancia para celebrar la introducción de la vacuna en Venezuela. La obra se titulaba Venezuela consolada. En 1808, las primeras derrotas infligidas a los ejércitos napoleónicos invasores de España, dieron lugar a la representación de España restaurada, también obra teatral de Bello. Con motivo de la victoria de Bailén, el propio Bello compuso su celebrado soneto: «Rompe el león soberbio la cadena/ con que atarle pensó la felonía…» La acaudalada familia de los Ustáriz mantenía sus salones abiertos a la tertulia de la inteligencia venezolana de aquel entonces. Quizás entre lecturas y discusiones, se solían representar piezas escogidas. Quizás el poeta Vicente Salias, o Andrés Bello o Domingo Navas Spínola, ferviente amigo del arte teatral como lo demostraron sus traducciones de la Ifigenia en Aulide de Jean Racine y su tragedia de 5 actos Virginia (estrenada mucho después, en 1824), compusieron algunos juguetes escénicos para esas reuniones de esparcimiento elevado que revelaban la ilustración de la aristocracia intelectual caraqueña y un estilo de vida feudal y patriarcal, a punto de desaparecer, que en esos deleites del espíritu daba sus mejores frutos.

La literatura en la época independentista

De 1810 a 1830: La narración de las guerras de independencia constituirá el tema fundamental de la naciente historia patria. Desde ese centro de conciencia histórica y política se desprenderán, en exploraciones cada vez más extendidas, el estudio del pasado precolombino, del presente bullicioso y de los procesos sociales, jurídicos y económicos.

Durante la revolución de la Independencia, se destaca como escritor Simón Bolívar, quien emplea su pluma para defender y divulgar los principios republicanos, pero también para expresar sus emociones y vivencias personales, dando siempre a sus escritos el molde lingüístico más acorde a los objetivos perseguidos. Como militar supo arengar enérgicamente a sus tropas, infundiendo a sus palabras en sus partes de guerra y sus proclamas un tono de heroísmo; como político se esforzó en atraer a su causa a ciudadanos indecisos o ajenos a ella, recurriendo a la argumentación y a la persuasión, como, por ejemplo en el Manifiesto de Cartagena (1812). El tono y el estilo se endurecen en documentos como el Decreto de Guerra a Muerte (1813). Acudió a la epístola pública o privada en varias ocasiones en las que se revela sagaz y realista crítico, fuese la materia de índole político-social como la Carta de Jamaica (1815), fuese, desde la cumbre de su gloria, el examen riguroso de un texto literario escrito en su honor (cartas a José Joaquín de Olmedo sobre su «Canto a Junín», junio y julio 1825).

El género epistolar lo usó también Bolívar para verter sus sentimientos más íntimos, tanto a los familiares y amigos (cartas a Simón Rodríguez, a su tío Esteban Palacios, a Antonio José de Sucre) como los propios de la pasión amorosa (cartas a Manuela Sáenz). Escribió también con diversos seudónimos numerosos artículos periodísticos, en defensa de la causa independentista, algunos de ellos tan polémicos como la Carta a El Filo-Díaz (1820).

Como estadista y parlamentario dejó dos proyectos de Constitución en los cuales queda resumido su ideal político en dos momentos cumbres de su vida (Discurso al Congreso de Angostura, 1819; Mensaje al Congreso Constituyente de Bolivia, 1826). Redactó también, en 1825, una síntesis biográfica del general Antonio José de Sucre, vencedor en Ayacucho. En los diversos géneros de prosa en los cuales Bolívar se manifiesta como escritor (ensayo, biografía, epístola, discurso, arenga, proclama, crítica literaria y socio-política), se destacan su dominio del lenguaje y la fuerza y concisión de su estilo. Es característica la recurrencia de la máxima y el aforismo originales a través de los cuales pareciera remachar la esencia de su pensamiento. En una sola ocasión, hasta donde se sabe, Bolívar fue tentado por la prosa literaria, de valor en sí misma, de fines exclusivamente expresivos, de canto a la naturaleza americana (Mi delirio sobre el Chimborazo, 1822); de resto, es su condición de escritor y pensador político y social la que se impone en sus textos.

Los primeros escritores republicanos fueron tratadistas, jurisconsultos, compiladores, historiadores. Tres tipos de obras se distinguen en ese campo: las compilaciones, las narraciones y los tratados adoctrinadores o interpretativos. Las colecciones de documentos para la vida pública de Bolívar fueron reunidas respectivamente por Francisco Javier Yanes y Cristóbal Mendoza (22 volúmenes) y por José Félix Blanco y Ramón Azpurúa (14 volúmenes), así como las Memorias del general Daniel Florencio O'Leary, edecán del Libertador. La primera recopilación fue publicada entre 1826 y 1833, la segunda entre 1875 y 1877, y las Memorias entre 1879 y 1888.

En relación con las narraciones sobresale la conocida Autobiografía escrita por José Antonio Páez hacia el final de su vida, para corregir la imagen de su gloria empañada por los ataques de sus adversarios políticos. También el Bosquejo histórico de José de Austria, actor en muchas campañas militares. Entre los tratados más importantes está El triunfo de la libertad sobre el despotismo (Filadelfia, 1817) por Juan Germán Roscio, en el cual el autor revisa las Sagradas Escrituras para demostrar que en ninguna parte de ellas se sustenta la doctrina del derecho divino de la monarquía.

La obra de Roscio, cuya característica singular es el hecho de haber sido escrita por un católico convencido y a la vez republicano decidido, tuvo varias ediciones y gran repercusión. Francisco Javier Yanes dejó varias obras que le acreditan como una de las inteligencias más equilibradas de su época: Compendio de historia de Venezuela (1840), Historia de Margarita e Historia de la provincia de Cumaná. Pedro Grases descubrió que las Epístolas catilinarias (1835), atribuidas a Juan Vicente González, son de Francisco Javier Yanes, hijo. Pero la personalidad más original de ese período es, sin lugar a dudas, Simón Rodríguez, cuyo estilo y cuyo pensamiento rompen todos los moldes tradicionales.

En 1791, cuando apenas había cumplido los 22 años, el Cabildo de Caracas, su ciudad natal, le nombró maestro e inspector de la escuela de primeras letras. Así se inició una vocación de pedagogo harto turbulenta. En 1794 presentó un informe bastante revolucionario proponiendo reformas en la rama de la enseñanza a su cuidado. Formuló desde entonces algunos de sus postulados: la conveniencia de la enseñanza artesanal y popular y la aspiración a la igualdad en el campo de la instrucción. Aproximadamente en esa época le fue confiada la instrucción del joven Simón Bolívar. El preceptor reformista y rousseauniano influyó sobre la sensibilidad del joven criollo, aunque esa gestión educativa fuera muy corta. Más tarde Bolívar lo reconocerá. En 1797, Simón Rodríguez salió de Venezuela clandestinamente, pues estuvo mezclado en la conspiración de Manuel Gual y José María España. Adoptó el nombre de Samuel Robinson. Se inició entonces una vida errante. Viajó a Jamaica, Estados Unidos, Inglaterra, Francia e Italia. En 1804-1805 vuelve a ver a Bolívar en París y juntos recorren parte de Francia e Italia. En 1823, Simón Rodríguez regresó a América movido por el interés intelectual de encontrar un medio propicio para la aplicación de sus ideas pedagógicas y sociales. Bolívar lo recibió cariñosamente en Lima en 1825 y le brindó la posibilidad de experimentar sus casas-escuelas-talleres, en Bolivia, pero la naturaleza de Simón Rodríguez no se pudo adaptar a las regulaciones y morosidades administrativas. Fracasó en su tentativa y acentuó su movilidad. Recorrió la costa del Pacífico, ejerció los más diversos oficios, se confundió con la masa popular y mestiza, y se perdió su huella, hasta que en 1854 se recibió la noticia de su muerte, acaecida en el pueblo de San Nicolás de Amotape (Perú). Arturo Uslar Pietri noveló en su libro La isla de Robinson la biografía apasionante de Simón Rodríguez. Éste nunca llegó a escribir la obra Sociedades americanas que tenía en proyecto. Publicó fragmentos de ella modificados en sucesivas ediciones, bajo los títulos de Sociedades americanas y Luces y virtudes sociales. También una Defensa de Bolívar y textos relativos a la enseñanza, como Extractos de la educación republicana y Consejos de amigo dados al Colegio de Latacunga. Enjuició la gestión administrativa en Crítica de las providencias del gobierno y determinó la naturaleza geológica de ciertos suelos en diversos estudios. Partiendo de anotaciones de índole reformista, en el campo de la escuela primaria, concluyó propugnando una radical reforma educativa y, finalmente, la transformación de la sociedad misma, mediante la educación republicana, o sea la educación estatal. Se pronunció en sus escritos contra la clase de los privilegiados y contra la libre empresa, en favor de la reforma agraria y de la división de la producción, la cual, en su opinión, debería ser regulada. Concedió a la Causa Social importancia determinante y aconsejó un gobierno enérgico que desempeñase las veces de educador. Sus reformas, en más de un aspecto, coinciden con el socialismo utópico. Estas quiso hacerlas mediante una escritura, un discurso, renovadores desde el punto de vista del estilo y de la tipografía. Para eso inventó una sintaxis, una puntuación, una tipografía originales. Su escritura, la distribución de las frases, los períodos, el modo de componer, de asociar y relacionar las ideas, estas mismas, los vuelos ortológicos y lingüísticos, las definiciones fulgurantes, los juicios lapidarios, los trozos en que imita la jerga popular, precursores del costumbrismo, el discurso en primera persona o formulado como desde el interior del lector, crean de manera irrefutable un lenguaje personal, propio, intransferible.

Sin embargo, la creación literaria que marcará pautas no será la escritura genial de ruptura y parodia de Simón Rodríguez, sino la poesía de sabor neoclásico de Andrés Bello. Fundiendo la influencia de poetas latinos con la casticidad estilística, y un sentimiento de la naturaleza y del paisaje tan virgiliano como pudiera ser romántico, Bello compuso sus silvas, en Londres, entre las que se destaca la que dedica A la Agricultura de la Zona Tórrida (1826). Este poema de compostura edificante exalta la naturaleza tropical, evoca la fecundidad de la tierra y las tibiezas del clima, invita a los venezolanos y americanos a repudiar las luchas civiles, la ciudad dispendiosa y bulliciosa, y a buscar la libertad en el campo y en las labores agrarias. Poesía de inspiración fisiocrática y moral. El carácter ponderado de Bello estaba en oposición con la naturaleza rebelde de Simón Rodríguez. Estos dos hombres significan las vías de una incipiente americanidad. Mientras Bello aspira a rescatar el pasado, la heredad cultural española y latina, y defender el lenguaje de las jergas mulatas y mestizas, Rodríguez afirma abruptamente que más vale, para la creación de las nuevas sociedades, conocer las lenguas indígenas que la lectura de Ovidio. La obra de Bello, ramificada en las más diversas formas de pensamiento escrito, tuvo para las élites venezolanas y americanas, un valor de fundación, de afirmación americana erudita y también moral. El tema del regreso al campo y del repudio a la guerra y a la ciudad disociadora inspirará poemas posteriores, como la Silva criolla de Francisco Lazo Martí y novelas como Peonía de Manuel Vicente Romero García, Reinaldo Solar y Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, la Casa de los Ábila de José Rafael Pocaterra. Inclusive en instancias poéticas y literarias más recientes, el telurismo nostalgioso de Bello tiene vigencia.

La novela como elemento narrativo y los primeros cultores

En la transacción de lo neoclásico a lo romántico figura Fermín Toro (1807-1865), autor de Genio del Cristianismo, hombre público que se acerca a las letras sin buen éxito, aunque haya sido el primero en cultivar en Venezuela la novela (Los mártires, La viuda de Corinto, La sibila de los Andes), postizas narraciones que mezclan, sin verdadera inspiración, el folletín con la ficción romántica; pero en otras áreas su pensamiento rector alienta en discursos, ensayos, artículos y epistolarios ratificando su actuación ejemplar y la honestidad de sus procederes republicanos;

Rafael María Baralt, el estilista, el literato que desechando las efusiones del Romanticismo busca la tierra firme de una escritura tan castiza como antiespañol pudo ser su juicio histórico; Juan Vicente González, el apasionado, el romántico, inteligencia impetuosa, pero contradictoria, acabada expresión anímica de la violencia y de la improvisación tropicales, del autodidacta, de la política entendida como un fanatismo religioso, del sueño de grandeza nunca cumplido y de la generosidad siempre corta.

La crítica venezolana ha sido siempre favorable a Juan Vicente González, acaso porque sus defectos y sus características responden a la naturaleza profunda del criollo. Hoy se sabe que su Manual de historia universal parafrasea a Michelet, cuando no lo copia; que no son suyas las Catilinarias de 1835 (aunque él no pretendió nunca que lo eran), que su Historia del Poder Civil deja mucho que desear, que la Revista Literaria publicada en 1865, poco antes de morir, está fuera de las corrientes de su época y de espaldas a los jóvenes autores venezolanos. Sin embargo, su Biografía de José Félix Ribas, además de inaugurar el género de historia novelada y enfática, intuye en lo venezolano ingente y formula apreciaciones sociológicas y políticas certeras. Trazó con inspiración de pintura heroica, el retrato de Boves y de sus llaneros. Volcó sus sentimientos elegíacos, sus nostalgias por los amigos fallecidos, sus angustias por la patria desangrada, en las Mesenianas, a las cuales no se les puede negar ni sinceridad ni vigor en el estilo.

El romanticismo español e hispanoamericano, a pesar de Bécquer y Larra, constituyó casi siempre una forma de elocuencia o de grandielocuencia que nada común tuvo con la angustia metafísica y existencial del romanticismo germano y anglosajón, o con la rebelión del yo y la voluntad de exaltar la pasión como acto supremo creador, propios del que se expandió por Francia. Simulación de sentimientos verdaderos, exaltación declamatoria, exotismo superficial, retórica, énfasis, constituyen los rasgos principales del romanticismo practicado por los escritores de lengua española. El único poeta de autenticidad romántica producido por Venezuela se llama Juan Antonio Pérez Bonalde, aunque bien pudiera denominarse «el desterrado», pues casi toda su existencia transcurrió en el exilio político. Sus regresos contados a su país fueron para llorar sobre la tumba de su madre la pena sin consuelo, la soledad, o para morir, con la salud definitivamente perdida. Apenas cumplidos 2 años de su último regreso, Pérez Bonalde falleció minado por las drogas con las que quiso mitigar sus duelos íntimos. Contaba 46 años. Su obra poética corre por 2 vertientes, la de su creación propia y la de las traducciones. En ambos aspectos sobresale la calidad de su escritura. Vuelta a la Patria y Poema al Niágara, intimista aquél, arrebatador como un himno, el otro, constituyen después de las Silvas de Bello, los poemas más importantes de nuestra literatura fundadora. Su música patética y elevada acalla inexorablemente los cantos nocturnales de José Antonio Maitín y de Abigaíl Lozano; las versificaciones de Antonio Ros de Olano, nacido en Venezuela pero formado y activo en España, y de José Heriberto García de Quevedo, este último copioso autor de folletines, con larga residencia en Europa también; la poesía honorable de José Antonio Calcaño, de José Ramón Yepes y de Jacinto Gutiérrez Coll; los vítores y las palmas que acogieron las producciones de Heraclio Martín de la Guardia (también longevo autor de teatro que cultivó tanto el drama de capa y espada como la llamada «comedia moderna») y de Francisco Guaicaipuro Pardo, y en general, las imitaciones más o menos felices que diversos autores hicieron de Espronceda, Núñez de Arce, José María de Heredia, Zorrilla, Bécquer y Víctor Hugo.

Pérez Bonalde residió en Estados Unidos y viajó por Europa, Asia y África. Hablaba varias lenguas vivas. Adquirió ilustración y sensibilidad cosmopolita, sin olvidar por eso a su tierra. Leyó a los románticos ingleses y alemanes en la lengua original y tradujo magistralmente a Heinrich Heine y a Edgar Allan Poe. Nacido el mismo año que Lautréamont, murió un año antes que Rimbaud, pero su acción poética fue renovadora tan sólo en función venezolana. Con sus traducciones y sus versos reveló valores emocionales más auténticos que los del seudo romanticismo declamatorio. Clásico por la forma, fue romántico por la inspiración. Su búsqueda no era estilística, sino ontológica. Con él nace y se extingue el verdadero romanticismo en nuestra poesía.

Eduardo Blanco escribió con Venezuela heroica el Evangelio de esa historia entendida y sentida como «segunda religión» (según la calificara el historiador contemporáneo Germán Carrera Damas); allí las acciones de la guerra de independencia se transfiguran en epopeyas inagotables. Además, es autor de un drama de capa y espada y de relatos un tanto folletinescos y truculentos como Una noche en Ferrara. Pese a su grandielocuencia, Blanco se muestra poseedor de un estilo vigoroso, rico en colores y ritmos. Algunos críticos creen que su novela Santos Zárate (1882), inspirada en la guerra de emancipación y en la vida social venezolana, inaugura la narrativa nacional, ya que los llamados costumbristas se limitaban al apunte y al boceto literarios.

Entre los costumbristas venezolanos se destacan Daniel Mendoza, Francisco de Sales Pérez, Nicanor Bolet Peraza, Francisco Tosta García, Rafael Bolívar Álvarez, Rafael Bolívar Coronado, autor de El llanero y a Miguel Mármol.

Dos escritores de carácter más bien didáctico y científico señalan la transición hacia nuevas posiciones intelectuales y creadoras, nacidas del naturalismo, del positivismo y del evolucionismo: Cecilio Acosta y Arístides Rojas. Acosta dispersó su lucidez crítica y sus conocimientos en textos sueltos, epistolarios reales o imaginarios, poemas, discursos y ensayos. Sus comentarios, tan enjundiosos como serenos, se refieren a jurisprudencia, política, filosofía, educación y bellas letras. Condenó las formas de la violencia social, el regusto por las revueltas armadas y exaltó el orden nacido del derecho y del respeto por las instituciones representativas. Arístides Rojas fue un apasionado recopilador de tradiciones y un cultivador de las ciencias objetivas. Enrique Bernardo Núñez le calificó de «Anticuario del Nuevo Mundo». Reacio a intervenir en las disputas políticas de su país, tan vehementes y destructoras como inútiles, Rojas se dedicó a interpretarlo y a conocerlo en la realidad multiforme de sus tradiciones, de sus orígenes históricos, de su fauna y de su flora, de sus fenómenos naturales, de su geografía y astronomía, de su cultura popular. Pionero de los estudios naturalistas, Rojas augura la renovación en los métodos de investigación que pronto se impondrán en su patria.

Una vez que la Revolución de Abril (1870) llevó al poder a Antonio Guzmán Blanco, éste inició importantes reformas educativas inspiradas en la instrucción laica, gratuita y obligatoria a cargo del Estado, y en las corrientes librepensadoras. La Universidad Central, hasta entonces conservadora y católica, abrió sus puertas a catedráticos partidarios del positivismo y del evolucionismo biológico. Rafael Villavicencio divulgó las doctrinas de Augusto Comte, y el sabio alemán Adolfo Ernst, con residencia en Venezuela desde 1861, propagó el pensamiento de la evolución biológica, en su cátedra de ciencias naturales y desde agrupaciones científicas que dirigió, así como mediante una bibliografía que se cuenta entre las más vastas y variadas: meteorología, botánica, zoología, lingüística, folklore, geología, etc. Una generación se impregnó de esas doctrinas renovadoras, las cuales, en el campo de las bellas letras, se confundieron con el naturalismo y con el modernismo.

José Gil Fortoul, una de las inteligencias más armoniosas y cultivadas con la que pueden honrarse las letras venezolanas, tras de escribir algunas novelas naturalistas, y ensayos de tinte modernista, se dio a la tarea de fundar la ciencia histórica moderna del país, mediante la revisión y crítica de la historiografía romántica, siempre superficial y parcializada, y la elaboración de una obra guiada por la observación de los hechos y la comparación objetiva. Gil Fortoul logró su propósito. El estudio científico de la historia nace con sus libros, entre los cuales cabe destacar El hombre y la historia (1896) e Historia constitucional de Venezuela (1909). Ofrece sendos estudios psicológicos en "Julián y Pasiones" Distínguese además, Miguel Eduardo Pardo (1868-1905) autor de Villa Brava, dos buenos muestras del género costumbrista.

Su compañero de generación Lisandro Alvarado, renovó el concepto de la investigación lexicográfica, publicó glosarios de voces indígenas o populares de singulares merecimientos, abrió sendas para las indagaciones etnográficas, antropológicas, geográficas e históricas.

Fue tan sólo después de 1880 cuando se perfiló en Venezuela un movimiento literario de inspiración nacional, con propósito específico de crear formas e ideas estéticas, con voluntad de indagar la vida, el complejo social, los rasgos psicológicos propios, no en las leyes, sino en los hechos del acontecer vital.

Destaca la presencia de José Antonio Echeverría (1815-1885), el cual se encaminó dentro de la novela histórica, y cuya creación "Antonelli", describe un tema tomado de la vida colonial en tiempo de Felipe II, más concretamente sobre el ingeniero de aquel nombre, constructor de la fortaleza de El Moro.

El descubrimiento del naturalismo inspiró a Tomás Michelena una novela mediocre, pero llena de ambiciones renovadoras: Débora (1884).

La conjunción del naturalismo, del costumbrismo, de la sátira política y del nativismo produjo Peonía (1890) de Manuel Vicente Romerogarcía, primera tentativa de novela criolla integral.

En la vertiente folletinesca del romanticismo, allí donde la calidad literaria suele estar en razón inversa del éxito y la popularidad, se distingue Eduardo Blanco (1838-1910), autor de novelas como "Historia de un cuadro", "Una noche en Ferrara", "Zárate" y otras análogas, análogas en las que la historia y fantasía se mezclan más o menos arbitrariamente.

Entre los exponentes se encuentra además Julio Calcaño (1840-1918), erudito y novelista. Sus producciones novelísticas fueron diversas, entre ellas: "La Danza de los muertos", "La leyenda del monje", "El escultor Marliani", "Tristán Cataleto y Blanca de Torrestela".

Completa el cuadro de la prosa romántica venezolana José María Manrique (1846-1904), con su novela "Los dos avaros", que refleja la época de la independencia y las guerras civiles venezolanas. Se destaca además José Ramón Yépez (1822-1881), a quien atrajo el tema indigenista, en novelas como "Anaida" sobre la rivalidad amorosa de dos guerreros de tribus distintas e "Iguaraya", de tema análogo y trágico desenlace.

Hasta el último tercio del siglo XIX los movimientos literarios se producen en Hispanoamérica con evidente retraso con respecto a los europeos. Pero en las últimas décadas del siglo XIX el panorama cambia: las modas y modos europeos saltan a América y se aclimatan allí con mayor rapidez. Se sigue casi al día al teatro, la novela y la poesía. Se remedan y copian todos esos géneros, si bien dándoles un sello propio.

Las influencias extranjeras

Díaz-Echeverri y Roca Franquesa (1966), sostienen sobre ese interés que: "La técnica narrativa suele ser la misma que la del viejo continente: observación realista, minuciosidad descriptiva, cierto prurito seudo filosófico y una motora predilección por los bajos fondos sociales". (p. 1125).

Pero a esa técnica se incorpora, o pretende incorporarse, una problemática americana. Los novelistas americanos aun siguiendo los pasos de los europeos, aspiran a crear obra propia. En ese periplo de tiempo los escritores americanos y venezolanos se suman al movimiento del realismo y naturalismo.

Una mezcla híbrida de diversas tendencias, en que llenan partes alícuotas al romanticismo trasnochado, el realismo a la española y el naturalismo francés, sirve de base a la novela venezolana.

La compleja y variada obra de Gonzalo Picón Febres (1860-1918) resulta de difícil clasificación. Ensayista, erudito, poeta, novelista, orador y filólogo. De su producción novelística se destaca: "Ya es hora" (1895), "El Sargento Felipe" (1899), "Flor" (1911), "Nieve y Lodo" (1914). La mejor la verdadera obra de excepción en la novelística americana es "El sargento Felipe"; estampa de las crueldades de las guerras civiles, y en donde la nota mas destacada, el elemento paisajista.

Miguel Eduardo Pardo escribió una sátira feroz contra la sociedad y las costumbres caraqueñas: Todo un pueblo.

Manuel Díaz Rodríguez, prosista y narrador de refinado lenguaje, se destaca como la figura más importante que el modernismo produjo en Venezuela. En sus cuentos como en sus 3 novelas, Ídolos rotos (1901), Sangre patricia (1902), Peregrina o el pozo encantado (1922), se revela contra la mediocridad utilitarista de la vida venezolana y describe la decadencia de vástagos de la aristocracia colonial y las costumbres bárbaras del agro.

Destaca la producción de Manuel Vicente Romero García (1865-1917), que en su novela "Peonía" dejó un buen relato histórico-costumbrista de la época del Presidente Guzmán Blanco.

Luis Manuel Urbaneja Achelpohl pregona el nativismo como camino de superación literaria, se muestra modernista en sus descripciones de paisajes y naturalista, mordaz, satírico, en la crítica de la gente frívola, urbana y rapaz. Sus obras más importantes son En este país (1910) y El tuerto Miguel (1927).

La prosa americana en el siglo XX, se inserta en el Postmodernismo y evolucionan hasta el realismo. Entre sus exponentes se encuentra Rufino Blanco Bombona (1874-1944), entre otros. Es el más conocido en razón de su gestión como director de editorial y polemista político, usó la novela como arma de combate, alterando así sus fines propios y sus medios intrínsecos. Se distingue por la producción de su novelística "Hombre de Hierro" (1907), "El Hombre de Oro" (1917), "La bella y la bestia", "La mitra en la mano" (1931) y "El secreto de la felicidad".

Don Tulio Febres Cordero (1860-1938) es quizás uno de los pocos escritores de alta talla dentro de las letras venezolanas. De su producción novelística se destaca "Don Quijote en América".

En ese mismo plano de erudición y creación literaria se encuentra: José Rafael Pocaterra, entre su novelística se encuentra "Vidas oscuras". Con José Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra y Rómulo Gallegos, la narrativa venezolana alcanza su mayoría de edad.

Pocaterra pintó vidas humildes de la provincia y vicios de la alta sociedad, en cuentos, novelas y novelines escritos con estilo vigoroso, punzante, mordaz, a veces exageradamente sarcástico, otras tembloroso de solidaridad humana. Arrastrado por las luchas políticas vernáculas, padeció por ello el presidio. Una vez libertado, se dedicó a combatir la dictadura de Juan Vicente Gómez y a escribir un escalofriante documento, requisitoria contra el régimen y testimonio de la crueldad de las cárceles: Memorias de un venezolano de la decadencia (1936).

Teresa de la Parra descubrió en sus 2 novelas, Ifigenia (1924) y Memorias de Mamá Blanca (1927), la intimidad de una «señorita bien», de esa «flor del barroco», como la calificara Uslar Pietri. Ifigenia es la niña de sociedad sacrificada en el altar de las convenciones y conveniencias familiares.

Memorias de Mamá Blanca (1932) de Teresa de la Parra, es una novela circunscrita dentro del espacio de lo oral ya que su escritura recupera y recrea las voces lejanas de un pasado colonial. De la intencionalidad de la obra Delsy Mora (1999) en su artículo "El espacio de lo oral en Memorias de Mamá Blanca", indica que la misma: "…es un esfuerzo de la memoria que trata de reconstruir un mundo lejano, un mundo perdido, ejemplo de una visión que identifica la felicidad con modos de vivir tradicionales ligados al campo, es decir, representación concreta de una utopía". (p.198)

Gallegos transforma la novela venezolana

Con Rómulo Gallegos culmina toda una etapa de nuestra narrativa, aquella sometida a las influencias del nativismo, del costumbrismo, del realismo, del lirismo descriptivo que alcanza tonos épicos cuando contempla las luchas del hombre con la naturaleza.

Doña Bárbara (1929) aventó la fama de su nombre por el mundo. La obra de Rómulo Gallegos se presenta como un ciclo, es decir, como un conjunto de escritos comunicantes entre sí y centrados en torno a una misma problemática, y no como una sucesión de libros independientes unos de otros y signados por una búsqueda formal y estructural. Por otra parte, ese ciclo se expande en función de cierto número de constantes, es decir, de temas que conservan un valor fijo en el desarrollo de la creación literaria, aunque presenten distintas facetas. Se descubre que los personajes pasan con otros nombres de un libro a otro. Tienen los mismos rasgos y presentan las mismas cualidades o vicios. Así se forma una humanidad galleguiana de peones leales, de mujeres que apaciguan los ímpetus rapaces del hombre de presa, que curan los sentimientos de los mulatos o mestizos, de malvados, de jefes civiles pícaros, de pequeños seres timoratos, de aventureros y de jóvenes desorientados. Doña Bárbara es la única mujer perversa de su obra, en la que, en cambio, abundan las hembras con rasgos y comportamientos viriloides.

Cabe destacar aquí un breve comentario sobre la obra cumbre de Gallegos como lo significa su novela "Doña Bárbara". De su importancia René Pérez (1982) en su obra "Historia Crítica de la Novela Hispanoamericana" sustenta que:

Doña Bárbara es la novela de los llanos que aún no han recibido los bienes del progreso y la cultura. Su escenario es el de la parte más desierta y bravía del Arauca. Desde la primera página se nos ofrece la impresión fuerte de la soledad y el que caracteriza a esa región y que imponen un estilo de vida rudimental a sus pobladores, los trabajadores de los hatos sabaneros. (p. 237).

Los personajes que caracterizan la novela como Doña Bárbara, Santos Luzardo, Mujiquita, Ñó Pernalete, entre otros son elementos caracterizantes del mismo paisaje de los llanos venezolanos y de esa época Gomecista.

Las constantes de la obra de gallegos lo son: el planteamiento repetido de la fuerza desorientada con su secuela del fracaso y del pecado contra el ideal, frutos amargos de la impaciencia y de la improvisación sin constancia; la idea del alma dormida con su corolario de la función redentora de despertarla (puede ser al alma del pueblo, como en Cantaclaro o alma individual, como en Pobre negro); la lucha entre la voluntad civilizadora y la resistencia regresiva, proyectada sobre campos individuales o colectivos; los conflictos provocados por los mestizajes, la descendencia ilegítima y los casamientos entre personas pertenecientes a grupos sociales diferentes o contrapuestos. Los 5 temas mencionados se entrelazan desde los inicios mismos de su creación literaria, como los gajos de la trepadora simbólica que cobijó los encuentros entre los aristócratas del Casal y los plebeyos Guanipa. El lenguaje de Gallegos, vacilante al principio, con resabios posrománticos o naturalistas, un poco más firme pero aún constreñido en La Trepadora (1925), se suelta y se llena de sí mismo en Doña Bárbara. El párrafo se torna más largo como corresponde a un propósito descriptivo y discursivo. Se agilizan las metáforas, aportes discretos de la vanguardia, se profundizan los modismos populares, se concilian los modos de expresión de las hablas culta y popular y, finalmente, se manifiesta la creación lírica, lo poético, el canto. Sin embargo, Gallegos nunca fue propicio a los juegos formales, a los artificios y tecniquerías. Escribió dentro de una concepción lineal que concedía valor básico estructural al personaje, a la trama y al ambiente. Uslar Pietri apuntó una vez: «No hay novelista grande menos renovador y audaz en lo formal y técnico». Su estilo, con ser parco, no desecha ciertos recargos adjetivales derivados del modernismo, y en sus descripciones suele usar la enumeración como recurso corriente.

Con los años, y en sus libros posteriores a Pobre negro (1936), redujo a pinceladas, a acuarelas, las descripciones geográficas mientras concedía puesto predominante al diálogo con lo cual sus novelas se desecaron, perdieron esa virtud del canto propio de Doña Bárbara, Cantaclaro (1934) y Canaima (1935). El prestigio y la fama logrados por Gallegos constituyeron o bien una influencia de la que era difícil librarse, o un rechazo que no podía pasar sino inadvertido. En ese período que media entre el triunfo de Doña Bárbara y la definida reacción contra el modelo narrativo del autor de Canaima, se publican, sin embargo, libros importantes.

Don Rómulo Gallegos, es en fin el máximo exponente de esa época, y no es otro que un gran paisajista, un gran literato y un gran observador. La obra de Don Rómulo Gallegos se halla firmemente enraizada en la vida y en el proceso tanto político como cultural y social de Venezuela. Entre su novelística se encuentra: "El último solar" (1920) que a partir de 1930 se llama "Reinaldo Solar", "La trepadora" (1925) "Doña Bárbara" (1929), "Canaima" (1932), "Cantaclaro" (1934), "Pobre negro" (1935), "El Forastero" (1945), "Sobre la misma Tierra" (1947), y "La brizna de paja en el viento" (1952).

Uslar Pietri y otros cultores

De la producción novelística de Arturo Uslar Pietri se destacan sus novelas insertas en la novelística histórica, tales como "Lanzas Coloradas" (1931), que es una visión de hombres y sucesos arrastrados en el torbellino de la guerra de la independencia y el "Camino de el Dorado" (1947), que es un retrato del tremendo conquistador Lope de Aguirre y de su temeraria aventura y La Isla de Robinson (1981), donde cobran realidad de ficción y de historia respectivamente el maestro don Simón Rodríguez. Con Las lanzas coloradas (1931), Uslar Pietri se afirmó como la mayor promesa narrativa novelesca. Uslar derivó después hacia magníficas biografías y crónicas noveladas.

Otras novelas no alcanzan la plenitud de estos libros. Uslar Pietri, ensayista, economista, hombre público, figura que encarna la cultura en el medio televisivo, gracias a sus exposiciones constantes sobre letras, hombres y valores del espíritu y de la historia, puede ser calificado de creador del cuento moderno venezolano. En este género que cultivó con maestría en más de 5 libros, desde Barrabás y otros relatos (1928) hasta Los ganadores (1980), Uslar no sólo experimentó diversas posibilidades estilísticas, desde el barroco de Red (1936), hasta la eficacia despojada de sus últimos libros, sino demostró que el relato breve era, en verdad, la estructura narrativa en que se movía con más facilidad y que con ella podía abordar todos los temas posibles.

Enrique Bernardo Núñez redujo su gran don narrativo a 2 novelas cortas, La galera de Tiberio (1929), que destruyó una vez publicada, y Cubagua (1931), y a unos relatos, Don Pablos en América (1932), para dedicarse finalmente a la historia y al periodismo de altura. No obstante Cubagua señala un hito en la evolución de la narrativa venezolana pues supera el modelo realista, lineal, para desarrollar la acción en tiempos históricos diversos, en un constante pasar del presente al pasado y regresar luego, anticipando así procedimientos que Alejo Carpentier llevará a expresiones notables.

Julio Garmendia, un solitario en nuestras letras hasta que la generación de 1960 lo rescató del olvido y de la modestia de una vida apartada y secreta, se limitó a escribir unos 30 cuentos de diversa tónica pero fundamentados en un sentido de la literatura más estético que historicista, despreocupado de mensajes y propósitos edificantes. La ironía, la fantasía, la ilusión, privan en esos cuentos tan breves como límpidos.

Antonio Arráiz, empezó escribiendo poesía pero después cultivó la novela. Lo mejor de Arráiz es Puros hombres, (1938), terrible testimonio sobre la cárcel política en la época de Gómez, formulado en diálogos escuetos, sin descripción del ambiente ni efusión imprecativa. En 1940, Arráiz publicó Tío Tigre y Tío Conejo, un conjunto de cuentos que, por medio de figuraciones folklóricas, describen tipologías y comportamientos venezolanos, con un mensaje de paz al final.

Otro narrador importante es Ramón Díaz Sánchez, autor de una obra que penetra en los términos contradictorios de nuestra realidad social, política e histórica, por la vía de la biografía y el ensayo, o de la novela y los cuentos. Guzmán, elipse de una ambición de poder (1950) y Bolívar, el caraqueño, dan muestra de su poder de unir lo documental y la cuidadosa investigación histórica con la virtud de contar. La biografía de los Guzmán puede ser definida como un inmenso cuadro novelesco de una época, la que va de la desmembración de la Gran Colombia al triunfo de los liberales amarillos y a la dictadura de Guzmán Blanco. Sus novelas ahondan en realidades de mestizajes y cruces, la descripción del medio petrolero, de penetración de la psiquis nacional; se destacan entre éstas: Cumboto (1950) y Casandra (1957).

Miguel Otero Silva, tras de escribir poemas de corte social, político, revolucionario, desembocó en la novela Fiebre (1939). Esa obra coincidía con su etapa de poeta marxista. Luego escribió 3 otras novelas de forma tradicional y siempre inspirada en una temática social cuando no política. Entre éstas Oficina Nº 1, que aborda la descripción del mundo del petróleo. Otero Silva se detuvo en esta elaboración novelesca en 1963, con La muerte de Honorio. Había escrito entre tanto poesía y siguió haciéndolo hasta que en 1970 sorprendió con una novela radicalmente diferente en materia de estructura y escritura, aunque siempre se apoyaba en un problema social, esta vez la vida entrecruzada de 3 jóvenes de muy distintas extracciones sociales, a quienes unió un destino común de muerte, la violencia. Cuando quiero llorar no lloro resultó un best-seller. Su ulterior biografía de Lope de Aguirre confirmó su notable capacidad de renovación literaria. Antes de morir en 1985, dio a conocer su interpretación de la vida de Jesús, con La piedra que era Cristo.

Esa renovación literaria novelesca estaba planteada desde 1940, con Primavera nocturna del malogrado Julián Padrón, antes fiel al tema agrarista; entre su novelística se encuentra "La Guaricha" (1934), "Madrugada" (1939), "Clamor campesino" (1944) y "Primavera Nocturna".

Guillermo Meneses es otro novelista venezolano con amplia producción, entre ellos se citan: "Canción de Negro" (1934), "Campeones "(1939) y "El Mestizo José Vargas" (1942). También deben nombrarse a Arturo Briceño con su novela "Balumba" (1943) y Alejandro García Maldonado por su novela "Uno de los Venancio" (1942).

Antonia Palacios produce su novela Ana Isabel, una niña decente (1949) retrata con gran acierto psicológico y con verdadera emoción evocativa las dramáticas contradicciones de la niña de clase alta tradicional venida a menos, entre la gente popular del barrio pobre. Después de esta novela, próxima a Memorias de Mamá Blanca de Teresa de la Parra, Antonia Palacios se lanzó a experimentar en una narrativa no tradicional, fundada en rupturas, introspecciones vertiginosas, surrealidades, buceos existenciales, rechazos argumentales y anecdóticos. El vigor de su escritura dramática y lírica a la vez, la sitúa en la primera línea de los escritores venezolanos. Lo más notable en la narrativa más reciente, fruto en parte de talleres literarios, es la tendencia al mini-cuento, la aceptación del juego puramente imaginativo, de lo fantástico e irreverente; la despreocupación por la eficacia y el realismo en el contar, en aras de lo textual.

Guillermo Meneses, mejor cuentista que novelista, salvo en El falso cuaderno de Narciso Espejo (1952), una narración de diseño complejo y firme en que en sucesivas confrontaciones ficticias, Meneses se encara consigo mismo, hurga en su identidad y proyecta esa introspección a un plano narrativo universal. Los narradores de las promociones ulteriores, en búsqueda de nuevos modos de contar y de nuevas formas literarias, reconocieron en Meneses a un precursor. La obra de Meneses se puede dividir en 2 etapas. Se inicia bajo el signo de un criollismo urbano que describe la condición proletaria, la marginalidad, los bajos fondos, luego se bifurca con la misma temática y el añadido del mestizaje hacia un preciosismo verbal recargado del cual dan fe libros como El mestizo José Vargas (1946) y los cuentos de La mujer, el as de oro y la luna (1948). De pronto se produce un corte en esa escritura un tanto valleinclanesca y con el celebrado cuento La mano junto al muro (1951), de composición circular, la acción se interioriza y el estilo se libera del oropel adjetival. Desde ese momento su cuentística se torna introspectiva, despojada, no lineal, envolvente, en cierta forma intemporal, desligada del medio regional, de la estampa, del criollismo. Con la novela El falso cuaderno de Narciso Espejo (1952), suerte de autobiografía en tono de ficción, alcanza la culminación creadora y ofrece una estructura narrativa más compleja y rica. Lo más significativo del aporte de Meneses a la literatura venezolana es su ruptura con el tema rural tradicional, y su amoralismo. Meneses se complace más bien en bucear en la sexualidad, en las perversiones, en los comportamientos de las prostitutas y los proxenetas, en la desintegración psicológica de los fracasados, de los pequeños seres alienados por el trabajo y la rutina, en la ciudad.

Desde 1960 hasta nuestros tiempos

Salvador Garmendia es otro de los altos valores de la novelística venezolana, a través de sus obras: Los habitantes (1961) y La mala vida (1968), que dan muestra de una búsqueda de la realidad humana mediocre, en la urbe alienante. Pero un escritor de la talla de Garmendia no podía limitarse a esa temática y su obra, entre las más válidas de nuestras letras, aborda otros espacios, entre ellos el fantástico.

Después de Meneses la narrativa se abrió a las más diversas modalidades y experiencias, a menudo opuestas entre sí. Del grupo «Contrapunto», cuya acción más intensa se sitúa entre 1946 y 1949, salen narradores destacados, dueños de una información literaria más actual que los anteriores, y cuyas creaciones pretenden liberar la narrativa de los resabios del costumbrismo, del criollismo, de la temática rural, del mensaje edificante, del modo de contar lineal. A los escritores de ese grupo se sumarán los de promociones ulteriores.

En 1961, Stempel París, publica su novela Los habituados, en la que cuenta la historia de un hombre que sin saberlo, crea su propia destrucción durante el gobierno de Marcos Pérez Jiménez.

Adriano González León, la gran promesa del grupo Sardio y de la generación de 1960, publica su novela, País portátil, que obtuvo el premio «Biblioteca Breve» de Seix Barral, en 1968.

La dictadura de Gómez y Pérez Jiménez produjo una serie de novelas testimoniales como las escritas por José Vicente Abreu: Se llamaba SN (Seguridad Nacional), directamente comprometida en la lucha contra los dictadores, que en opinión de Terao, Ryukichi 2004: "Es una novelística que enfrenta a grandes acontecimientos nacionales". (p.43).

En 1998, se publica la novela "Mujeres de un solo zarcillo" de la escritora Cristina Policastro, texto que además de proporcionar el goce estético de su lectura, forma parte del Corpus Literario elaborado por mujeres. Que en opinión de Carrera Leduvina (2004), en su ensayo "Mujeres de un solo zarcillo":

…describe sensaciones referidas a los espacios hogareños y precisa con el detalle los elementos pertenecientes a su feminidad. La escritora revela su "Yo Mujer", en un discurso que insiste y repite, un testimonio particular con la ayuda de figuras femeninas tan complejas y profundas como el dilema de Catálogos, la validez de un texto literario por el sexo de su autor. (p. 72-73).

La producción novelística de Victoria De Stefano se condensa en cinco interesantes novelas: "La noche llama a la noche", "Cabo de vida", "El lugar del escritor", "Historias de la mancha a pie" y la más reciente "Lluvia" (2004).

Alberto Jiménez Ure, es otro de los novelistas de los tiempos modernos, con su obra "Desahuciados" que puede incluirse dentro de la novelística social. Del contexto de la obra Sioli Cristancho Albornoz (2001), en su ensayo "Cegados por una Utopía, el eterno presente del Imaginario", indica que: "es una obra donde se manejan muchos aspectos de corte social. Los protagonistas manifiestan de principio a fin su gran preocupación por las carencias sociales que los envuelve, y que ellos como parte de un colectivo comparten". (p. 36).

En 1975 Francisco Herrera Duque, publica su novela "En la casa del pez que escupe el agua", la cual expone los rasgos mentales, los imaginarios colectivos y las representaciones de una generación de venezolanos, los andinos tachirenses que viniendo de la provincia logran conquistar el poder público central. De su misma producción son las novelas: "Los amores del Valle" (1979), "La historia fabulada" (1981), "Bolívar de carne y hueso" (1983) y "La luna de Fausto" (1991), y "Los cuatro reyes de la baraja".

Se distingue la escritora caraqueña y tachirense Ana Rosa Angarita con su novela: "El llanto americano o crónicas de los nosotros".

Es importante además la presencia de Eduardo Liendo con sus novelas; "El mago de la cara de vidrio" (1973), "Los Topos" (1975); "Los platos del Diablo" (1985); "Si yo fuera Pedro Infante" (1989), "Diario del Enano" (1995) y "El round del olvido" (2002).

Del contexto de su novela "Si yo fuera Pedro Infante". Carlos Baptista Díaz (1994), refiere en su ensayo "El Bolero Ranchero" en "Dos novelas latinoamericanas", que:

Esta escritura toma a partir de la música popular las vivencias de sus personajes inmersos en su cotidianidad, en los espacios marginales incluyendo todos sus elementos: el amor, el despecho, el bar, el licor, las prostitutas. Visión del mundo que se hace presente en la novela "Si yo fuera Pedro Infante. (p. 83).

Otro de los escritores contemporáneos lo significa Adriano González León con su novela "Viejo" (1994). De su contexto Luis Javier Hernández Carmona (1999) en su ensayo "Las trampas de la ficción, en "Viejo" de Adriano González León, indica que el tema central es la vejez: "… el fin último de la vida y el seguro umbral de la muerte producen el ejercicio de la memoria y la fusión de la palabra a manera de instrumento creador y único medio para escapar de la condena a la soledad". (p. 183).

Ana Teresa Torres es otra de las novelistas de la época actual venezolana de los años 90, con sus novelas: "El exilio en el tiempo" y "Doña Inés contra el olvido". De Doña Inés contra el olvido, la escritora tachirense Carmen Teresa Alcalde (1999), en su ensayo: "Ana Teresa Torres, novelista del 90", sostiene que la obra:

… refleja un foco de denuncia y mucho realismo y sátira, lo cual transfigura el enfoque del mundo real y se aproxima a un estancamiento social respondiendo así al espíritu de momentos históricos en los cuales la lucha por el poder político y económico eran protagonizados por grupos oligárquicos. (p. 246).

Reafirma la misma escritora que la novela:

…pudiera ser catalogada como una nueva novela histórica dada sus referencias intertextuales, la presencia de figuras históricas y esencialmente por la imagen que presenta de un pasado y presente determinado en la historia venezolana que se ofrece como literatura sin pretender que sea una verdad estrictamente histórica (p. 249)

En 1968, Hernando Track publica su novela "Mis parientes" (1968). A grandes rasgos, en opinión de María Luisa Lázaro (1999), en su ensayo: "De la inmovilidad del absurdo al movimiento salvador"; la obra "Mis Parientes":

…trata de la reconstrucción de la historia de la casa paterna, desde la visión existencial del absurdo, como una manera de ser, de estar – en – el mundo; y desde el "recuerdo" y "la mirada" – no la única ni la detentadora de la verdad en la ficción – de un narrador innominado quien, elabora al decir de Freíd, al "novela" de su familia." (P.43).

En 1976 Renato Rodríguez, publica su novela "El Bonche". De ella, Oscar Rodríguez Ortiz, en su ensayo: Renato Rodríguez Ortiz. El Bonche, sostiene que: "es una novela venenosa con la ponzoña en guardia, un arte de encantamiento que inocula una sobredosis letal de subversión que la convierte en literatura agresiva y ofensiva (…)". (p. 211). En 1963 publica su novela: "Al sur del Equanil".

En la década de los setenta se registran las novelas "La traición de Rita Hayword (1968) y "Boquitas Pintadas" (1969) de Manuel Puig. En esa misma época aparece la novela "Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón" de Albalucía Ángel. De su contexto Álvaro Edgar Contreras B. (1999) en su ensayo "El discurso testimonial latinoamericano" sustenta que:

Las distintas formas de tramar presentes en el texto de Angel – diario, cartas, información radial y periodística- funcionan como formas narrativas que pueden vehiculizar igual información, pero con diversos grados de significación para la organización de la fábula. La obra narrativiza una serie de acontecimientos, ordenándolos y jerarquizándolos, dotándolos de una nueva significación. Esta imposición de una nueva forma discursiva a unos hechos, lograda a través de estrategias narrativas, llamando a la vez la atención sobre su proceso de creación, produce un significado diferente a sucesos y acciones que en su original forma narrativa eran vehículos de versiones estandarizadas" (p. 123)

González León publica en el año de 1969 su novela: País Portátil, la cual en opinión de Armando Navarro (1990) en su ensayo Narrativa Venezolana en tres tiempos (1985-1988), sostiene que: "…recrea a Andrés Barajarte en tres tiempos, al igual que varios rostros de la moderna política y lo urbano". (p. 8)

Los pequeños seres (1959), constituye la novela inicial de Salvador Garmendia. De su producción lo constituye: Los habitantes (1961), Dia de ceniza (1969), La Mala vida (1969), Los pies de barro (1973), y memorias de Altagracia (1974). Garmendia, con una exacerbada optimismo al principio rescata personajes alineados mediocres, ante el despegue de una urbe que crece vertiginosamente en contraste con el universo perdido de la realidad.

Argenis Rodríguez publica en 1960 la novela "El tumulto y con ella inicia su prosa testimonial, irónica y autográfica, en 1978 publica su novela "Gritando en Agonía". Gustavo Luis Carrera produce en 1977 su novela "Viaje Inmerso" de tesitura experimentalista. Rafael Di Prisco publico en 1962 "El camino de las escaleras", novela de critica social.

Para la época de los sesenta, en opinión de Armando Navarro (1990), en su ensayo: "Narrativa Venezolana en tres tiempos (1958-1988), sustenta que:

Muchas influencias foráneas impactan a nuestros escritores y, en consecuencia, se incorporan a lo que escriben del existencialismo Francés especialmente el derivado de las obras narrativas de J. Sartre. La Nausea y El Muro de alguna manera incide no sólo en la proliferación de grupos hippies, como formas de subcultura, sino que también aparecen su inferencia en la literatura. (p. 10).

Ramón Bravo produce en 1964, la novela "Las 10 P.M menos nunca", en 1967. "Bajo su desahuciada nivel (1967) y en 1976 su novela "Sobre algún tejado comenzara la guerra".

Otros autores como José Santos Urriola indagan en la temática de la violencia en producciones narrativas en los años sesenta. La hora más oscura (1969), de Urriola, es un claro ejemplo del mismo. De su temática Armando Navarro, sustenta que la misma:

… se apoya en la desintegración psíquica del personaje quien se encuentra al borde la muerte. Utilizando una diversidad de recursos, la coherencia accional se mantiene a través de la atmósfera tensa que cubre las actitudes de acecho, angustia y locura prototípicas del protagonista". (pp. 10-12)

Esa misma temática de la violencia es abordada por Efraín Labana Cordero, quien publica en 1968 su novela "T03 campo antiguerrillero", quien expresa lo violento en forma objetiva, descarnada y cruel.

La guerrilla urbana se retrata en otra novela "El desolvido" (1971), de Victoria Duno. Su enfoque de naturaleza histórico sociológica busca entender, dentro de su discontinuidad textual, el fracaso de aquello que en un momento determinado suponía una opción para el cambio. En 1985, la autora reaparece como Victoria Di Stefano y con otra perspectiva literaria. En ese año publica "La noche llama a la noche", obra donde el autor como personaje reconstruye la vida de Matías mediante una escritura culta y teórica, reflexiva e intratextual. En sí misma, la novela constituye una teoría acerca de la novela.

En 1972 se produce el éxito editorial de la novela "Aquí no ha pasado nada", de Ángela Zago, que denuncia el fracaso guerrillero. Antonieta Madrid se inmiscuye en la narrativa de la violencia por medio de su novela "No hay tiempo para rosas rojas".

En 1975 se publica "Los Topos"· de Eduardo Liendo, que asume la temática del fracaso de la lucha armada. De su contexto ARMANDO Navarro (1990) indica que: "Esta novela testimonio, mezcla de de ficción y realidad combina experiencia y recuerdo m en un estilo transparente y directo que comunica una catarsis individual y colectiva". (p. 12)

Antes Liendo, como se reseñó anteriormente, había publicado El mago de la cara de vidrio (1973), obra alusiva, cargada de simbolismo donde la televisión se incorpora como tema ficticio. Las restantes novelas de Liendo son Mascarada (1978) y Los platos del Diablo, ambas de indiscutible calidad literaria.

En 1970 se publica la novela Vela de Armas (1970) y en 1980 Abrapalabra, novelas de Luis Brito garcía, la primera considerada como novela histórica y la segunda armada en forma de collage.

En los años ochenta se distinguen la presencia de otros novelistas como Denzil Romero con obras como "La tragedia del Generalísimo" y "Gran Tour" ambas de corte histórico distínguese además la obra de Ednodio Quintero con sus novelas "La danza del Jaguar" (1991), "El combate" (1997) y "La bailarina de Kachgar" (1991).

Todo ese panorama novelístico desde los remotos inicios en América con "El periquillo Sarmiento", y luego tratado a nivel de Venezuela, representa la dilatada trayectoria de la novelística que ha tratado de desdibujar la realidad y la fantasía a lo largo del proceso histórico venezolano.

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Autor:

Jesús Acevedo Sánchez

Partes: 1, 2
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