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La vejez: el último poema

Enviado por Ricardo Peter


Partes: 1, 2

  1. Un enfoque desde la Antropología del límite
  2. Una visión humana de lo humano

"La vejez no es tan mala, si uno considera la alternativa"

Maurice Chevalier

Sobre la vejez podemos tener diversas creencias y opiniones, pero, para calar a fondo en esta fase de la vida, para considerar la vejez en su misma hondura, hemos de ir más allá de los fenómenos que la caracterizan, trascender el mero plano de las enfermedades y achaques que se presentan en esta etapa y que la vuelven temida como algo que termina estropeando la existencia.

Es cierto que la vejez no es la etapa del poder. Con ella se reduce la visión del futuro. No hay un porvenir para construir, sino un destino próximo que enfrentar. No hay mucho que poner en la jugada de la vida. Se reducen las posibilidades de volver a comenzar y arrancar la vida. Prácticamente, los sueños, y no sólo psicológicamente hablando, se han ido. ¿Cuál puede ser, sin embargo, la visión humana apropiada ante esa etapa?

Por supuesto, para alcanzar la comprensión que andamos buscando es necesario encarar la realidad esencial del hombre y desde ahí preguntarnos por la vejez. Este nivel de comprensión, claro esta, no es posible en el ámbito de la medicina. No son pues la gerontología ni la geriatría las que determinan, en este caso, nuestra interpretación de la vejez, sino la filosofía.

Pero no se crea que nuestro interés por el tema de la vejez es puramente especulativo. Todo lo contrario. Recurrimos a la filosofía para ver la vejez de manera profunda y devolverle el valor que le es desconocido o repudiado por una cultura cuya contradicción consiste, finalmente, en querer vivir sin envejecer. Los seres humanos se desgastan con los años. De aquí entonces que el mito de Fausto vuelva infausta la existencia, pues el hombre –y aquí radica la dificultad insuperable- para alcanzar su propio cumplimiento debe, contradictoriamente, deteriorarse. Pero deteriorarse es la tasa, como señalaría Sócrates, que se paga por el privilegio de vivir.

Para lograr nuestro objetivo, que es abrirnos a una concepción totalmente humana de la vejez, necesitamos, decíamos, movernos en el ámbito de la filosofía, específicamente de la filosofía del ser, y desde ahí reflexionar sobre la situación del ser del hombre.

Un enfoque desde la Antropología del límite

Ahora bien, ¿qué resulta cuando damos este paso? Que el ser del hombre se revela de inmediato como un ser impermanente, vale decir, como un ser débil, postrado, humillado, y finalmente, abatido por el límite. Y aquí entramos de lleno en el terreno propio de la Antropología del límite, pues, la concepción del hombre que maneja se enfanga enteramente en el concepto de límite. ¿Con qué objetivo? No para rebajarlo o deshonrarlo, sino para acreditarlo o saldarlo, es decir, para "atornillar" al hombre en su condición limitada.

De hecho, en su reflexión sobre el hombre la Antropología del límite, tomando como punto de partida el concepto de límite, realiza una revaloración de dicho término, menoscabado a lo largo del tiempo por cierta tradición filosófica, corrige el entuerto y logra recuperar y rectificar el sentido omitido o ignorado. En otras palabras, la Antropología del límite devuelve al concepto de límite su alcance original y completo, tal como había sido determinado por Aristóteles y, de esta suerte, revalora la misma condición limitada del hombre.

Desde el punto de vista que maneja la Antropología del límite todo lo que existe se revela sostenido, como si se tratara de una plataforma, por el límite. De esta manera, el concepto de límite, a diferencia del sentido de insuficiencia (privación, carencia, negación), que se le atribuye y se subraya tradicionalmente en los diccionarios de filosofía, adquiere, ahora, un carácter de consistencia. Lo limitado dice también espesor, densidad, resistencia, sinónimos, si queremos, del término consistencia. Concluyamos entonces que lo que existe se ve no solo amenazado por su propia condición limitada, debido a su insuficiencia, sino igualmente sostenido y consolidado por ella.

La alternativa al límite, es sencillamente dejar de ser, perder la consistencia. De aquí que el límite sea lo más persuasivo, pues denota no solo que algo es deficiente de ser, necesitado, carente, sino también que lo limitado está arraigado, afincado, implantado, en lo que es, en la realidad del ser.

Una visión humana de lo humano

Notemos de paso, como algo curioso, que una de las dos raíces latinas para referirse a la vejez, vetulus (de vetus, eris), viejo, -que es un concepto más rico que senex, senis, anciano-, alude no solo a algo gastado, antiguo, pasado, sino que, por extensión, revela también algo arraigado, firme, establecido, que detenta una larga duración y que, finalmente, ha alcanzado su cumplimiento. Pareciera entonces que los términos de "vejez" y de "límite", coinciden en señalar al mismo tiempo ambos sentidos de insuficiencia y de consistencia.

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