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El Caso Difícil Número 11 – El caso del temor al castigo corporal

Enviado por Felix Larocca


Partes: 1, 2

    1. El caso del temor al castigo corporal: El caso de Nino
    2. Reflexionemos acerca del castigo físico contra el niño
    3. El uso de la fuerza…
    4. Las agresiones conyugales y el maltrato de los niños
    5. Hablemos del Síndrome de Asperger, de lo que Nino sufriera y para lo que se viera en la terapia…
    6. Los Trastornos de la ansiedad generalizada (TAG)
    7. Dos casos finales
    8. De clausura dediquemos un espacio a la vejez

    El caso del temor al castigo corporal: El caso de Nino

    Nino, joven preadolescente, estaba en medio de su terapia, cuando preguntara lo siguiente: "¿Usted le pega a sus gatas?"

    Le expliqué, que a nadie se le pega, especialmente, a nadie se le castiga si no puede entender la naturaleza del escarmiento. Entonces, le indiqué que era necesario explorar el significado de su pregunta… ya que estábamos en terapia.

    Nino relató que, aunque él prefiriera no hablar de su padre, tan distante como ausente, que nuestras gatas gozaban de "más consideración" que la que él y sus hermanas recibieran del papá.

    Para Nino, las cosas serían diferentes, porque desde muy pequeño, su progenitor lo humillaba por ser "retardado" y le pegaba con una correa — como pegaba a los perros de la casa y a sus hermanas.

    Nino creía que como fuera víctima de un trastorno del desarrollo, su padre resentía que no tuviera la coordinación necesaria para destacarse en el campo de los deportes. Nino, a menudo se sentía malentendido y se sumía en depresiones profundas, en medio de las cuales sus sueños se tornaban en pesadillas desagradables y aterrorizadoras.

    Reflexionemos acerca del castigo físico contra el niño

    Algunos investigadores afirman que todo acto de violencia por parte de un adulto hacia un niño, sin tener en cuenta lo breve o leve que sea, deja una cicatriz emocional que puede persistir para toda la vida. Podemos demostrar esto hasta cierto punto mediante nuestra experiencia personal. La mayoría de nosotros admite que los recuerdos más vívidos y más desagradables de la niñez son aquellos en los que fuimos lastimados y decepcionados por nuestros padres. Para algunas personas el recuerdo es tan desagradable que lo explican como si fuera algo trivial o hasta divertido. Éste es el fenómeno de la Negación. Advertirán que sonríen cuando describen lo que les pasara, por dolor, y no por placer, que lo hacen, sino como un medio de protección contra el malestar que sienten en el presente, disfrazando el recuerdo de los sentimientos del pasado.

    En un intento por negar o restarle importancia a los peligros inherentes a dar nalgadas, muchas personas que lo practican razonan que: "Dar nalgadas es muy distinto al abuso físico de un menor," o "Una palmadita en las nalgas nunca le hizo mal a nadie."

    … La criatura que llora bajo la vara al reino de la muerte su venganza declara…

    William Blake (1757-1827) Auguries of Innocence Líneas 73, 74

    Pero se equivocan.

    Una buena comparación con las nalgadas es cuando alguien se envenena con la comida. En la mayoría de los casos las víctimas de la intoxicación se recuperan aparentemente sin ningún tipo de daño permanente. Pero ¿quién quiere pasar por ello? El simple hecho de que es posible que la persona sobreviva no es prueba de que la experiencia haya sido grata.

    Los padres de familia que son bien informados, reconocen que darle nalgadas a los niños es como rociarles la comida con una sustancia tóxica: no tiene ningún resultado positivo y el riesgo es muy alto.

    Pero algunos padres de familia preguntan: "¿Cómo puede decir que un padre de familia es responsable si no agarra al niño que está a punto de salir corriendo a cruzar la calle y no le da una buena paliza para que recuerde su advertencia sobre los peligros de la calle?"

    En realidad, darles nalgadas a los niños los pone en un estado de confusión emocional abrumador, lo cual les hace difícil aprender las lecciones que los adultos dicen que están tratando de enseñar. El darles lo que se llama una "buena paliza" en verdad puede servir al adulto para descargar su enojo, pero a expensas de que sea el niño quien sienta el enfado. Mientras que el alivio del adulto es temporal, el efecto causado en el joven puede ser permanente. Las palizas no enseñan a los niños que los automóviles y los camiones son peligrosos sino que les enseña que son los adultos, de quienes ellos dependen, los que son peligrosos.

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