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La Estética del Laberinto o la recuperación del Lugar Urbano

    El laberinto superlativo, el palacio infranqueable concebido por Dédalo para proteger y encarcelar al toro-humano del rey Minos en Creta, aunque estuviese construido, es la antítesis de lo arquitectónico. Es todo lo opuesto al arte de cobijar y orientar las actividades humanas. J. L. Borges expone claramente esta contradicción cuando en El libro de los seres imaginarios concluye que más irracional que el monstruoso engendro nacido de la relación antinatural del toro que Poseidón hizo salir del mar y la reina Pasifae, es pensar un edificio destinado a algo que por definición es contrario a la arquitectura: “La idea de una casa hecha para que la gente se pierda es tal vez más rara que la de un hombre con cabeza de toro, pero las dos se ayudan y la imagen del laberinto conviene a la imagen del minotauro”. [Fig. 1] Más que por el temor a enfrentarse al monstruo con cabeza de toro y cuerpo humano, es debido a la zozobra que produce sentirse perdido en una red de calles artificiosamente configuradas para desorientar a quien ose cruzarlo, que la imagen del laberinto construida por la tradición ha sido ante todo negativa. Símbolo de enmarañado, confuso y angustioso, lo laberíntico sintetiza una manera de pensar y actuar “antiarquitectónica”.

    Un hacer contrario a todo razonamiento secuencial, a toda lógica silogística propia de la dialéctica clásica, a toda mentalidad racional y técnica característica del positivismo moderno.

    El mito de Teseo muestra claramente esta oposición, manifestando sin reservas la superioridad conceptual y práctica de las estructuras claras y lógicas frente a la angustia producida por los caminos que no se sabe dónde conduce o, incluso, si conducen a algún sitio. Teseo lograr llegar y destruir al Minotauro gracias a un ardid propio de la razón práctica: la posibilidad de orientarse en el Laberinto introduciendo un elemento ajeno a él, el ovillo facilitado por Ariadna, que permitía franquear sin resolverlos los ingeniosos trucos desorientadores de ese primer “anti-arquitecto” que, a decir de Fco. Alonso de Santos, fue su constructor: “Dédalo reconocido como el primer arquitecto por su laberinto, sería el primer enemigo de la Arquitectura, aquél que nos desorienta […] El primer arquitecto [fue] Ariadna, que es la que restituye la falta de orientación en el laberinto, la que permite orientar, fijar, saber lo que hay delante, detrás, arriba y abajo, lo que pesa y lo que no”.

    (Ver trabajo completo)

     

    Roberto Goycoolea Prado